Reseña: El Exorcista: Creyente (2023)

La productora Blumhouse y el director David Gordon Green intentan repetir el éxito conseguido con Halloween (2018) abordando una nueva trilogía basada en otra famosa saga de terror iniciada en los 70, esta vez El exorcista (1973). El resultado no fue el esperado y a estas alturas todo el que lea esto sabe que la primera entrega de dicha trilogía, El exorcista: Creyente (2023) tuvo un muy frío recibimiento crítico durante el año pasado incluso entre aquellos que guardaban esperanzas con esta nueva entrega. No fue ese mi caso y de hecho la dejé pasar en su momento para verla apenas ahora y, honestamente, no me esperaba que tuviese un nivel tan bajo.

Tomando el camino de una secuela relacionada solo de forma tangencial con la original, esta sexta película de El exorcista trata acerca de dos niñas que desaparecen misteriosamente tras adentrarse en los bosques solo para reaparecer tres días después sin recuerdo alguno de lo vivido y sin siquiera una noción del tiempo que ha pasado. Poco después, ambas comienzan a mostrar síntomas de algo mucho mayor que por supuesto termina siendo una posesión demoníaca en la que se involucran no solo sus padres sino varias personalidades religiosas de diferentes cultos unidas para derrotar a la presencia que las ha tomado prisioneras.

Debo reconocer primero que nada que toda la parte del principio me gustó mucho, cuando parece que estamos viendo una historia de true crime acerca de la desaparición de las dos niñas que poco a poco va cobrando tintes sobrenaturales. Por desgracia todo se derrumba una vez que se establece la conexión con la película de 1973, sobre todo porque el único elemento conector es la superficial e innecesaria aparición de Ellen Burstyn repitiendo el papel de la original cincuenta años después. Su inclusión es únicamente un capricho para dar legitimidad a la secuela ya que el personaje no hace realmente nada en la película más allá de establecer el leimotiv de derrotar al Diablo mediante el poder de la Comunidad y el sincretismo religioso. En ese sentido, todo el discurso buenrrollista y edulcorado del amor de los padres y la Fuerza del Grupo me pareció de auténtica vergüenza ajena. Por si fuera poco, la película repite varias de las mismas decisiones de la original pero de forma mucho más explícita y sin ninguna muestra de la sutileza que aquella tenía; esta vez son dos las niñas poseídas, son tres los padres angustiados, hay muchas personas involucradas en el exorcismo y hasta una escena de muerte se produce de la forma más efectista posible.

A pesar de mis prejuicios iniciales lo cierto es que trato de no ser demasiado duro porque más allá de ser un subproducto comercial, El exorcista: Creyente tiene al menos un Tema a tratar en esa idea de la religión como síntoma de comunidad y empatía y al menos no se conforma con ser una secuela sin más e intenta decir algo. Por desgracia eso que quiere decir está hecho de forma tan supérflua, cursi y evidente que se hace insoportable. No tengo idea de si después de esto continuarán con la idea inicial de una trilogía, pero me da la impresión de que el estilo mercenario de Blumhouse no era el más adecuado para abordar algo como esto.

Reseña: Dominion: Prequel to The Exorcist (2005)

Tras la desastrosa producción de Exorcist: The Beginning (2004) y la manera en que esta fue maltratada por la crìtica, la productora Morgan Creek tuvo la excusa perfecta para finalmente permitir a Paul Schrader estrenar su versión originalmente descartada de esta precuela dándole el poco sutil título Dominion: A Prequel to The Exorcist (2005), otorgándole apenas un raquítico presupuesto para la post producción en un intento desesperado por sacarle rentabilidad.

Como todos sabéis ya, la película rodada originalmente por Schrader tiene una trama distinta a la de la película de Renny Harlin y otro elenco salvo Stellan Skarsgård, quien protagoniza como un joven padre Merrin. La premisa base es sin embargo la misma y tenemos nuevamente aquí a Merrin viajando a una zona controlada por el ejército británico en constante tensión con los nativos, donde un hallazgo arqueológico libera al demonio Pazuzu y lo enfrenta a este (ex)sacerdote en plena crisis de fe.

De entrada debo decir, y esto que suene más como un advertencia para aquellos interesados en comparar las dos películas, que esta versión esta mucho menos afincada en el gore y el terror explícito que la de Harlin, y asimismo contiene una mucha mayor cantidad de diálogos además de un énfasis mucho mayor en el conflicto entre los soldados y los nativos, algo que en la otra versión se deja más o menos de lado. Aquí dicho conflicto está más desarrollado y resulta más creíble aunque una vez llegado el clímax de la película la verdad es que se queda en nada. De hecho, debo decir que pese a la opinión crítica del momento, esta versión de Schrader me parece mucho más aburrida y menos interesante como película de horror, y encima sus limitaciones de presupuesto causaron que los efectos especiales CGI fueran mucho más cantosos (de vergüenza ajena, a decir verdad) y hasta el sonido fuese de una calidad desigual.

Pero incluso sin estas limitaciones técnicas (producto sin duda del poco mimo del estudio a la hora de lanzarla) creo que la película de Harlin me hubiese gustado más que esta, y los palos que aquella se llevó en su momento por parte de la crítica especializada tienen más que ver con el demencial comportamiento de la productora y el ninguneo que se le hizo a Schrader. Esta no solo es aburrida y menos terrorífica sino que incluso tiene menos que ver con El exorcista (1973) ya que hasta la estatua de Pazuzu es distinta, cosa que nunca entendí por qué. Con todo y eso hay detalles interesantes y que por desgracia se dejaron de lado en la otra versión, incluyendo uno de los personajes principales que fue eliminado del guión de la cinta de Harlin. Si os da curiosidad como a mí podéis verla y comprobarlo por vosotros mismos, pero al final creo que a pesar de sus innegables carencias la otra sigue siendo la más rescatable.

Reseña: Exorcist: The Beginning (2004)

Este año me perdí el estreno en cine de la última secuela de El exorcista (1973), así que decidí compensarlo hasta cierto punto echando un vistazo a las precuelas, las cuales nunca llegué a ver en el momento en que se estrenaron. El caso de Exorcist: The Beginning (2004), la primera que salió en cines, creo que es más famosa por las circunstancias de su rodaje que por la película en sí, la cual probablemente comenzó como un sencillo intento de narrar los orígenes del padre Merrin (interpretado aquí por Stellan Skarsgård en un gran acierto de casting) y su enemistad con el demonio Pazuzu y que terminó siendo una locura cuya historia todavía me sorprende.

Para entender esto, sin embargo, hace falta relatar un poco lo que fue el rodaje de esta película para aquellos pocos que no lo conozcan; desde finales de los noventa Warner Bros. quería sacar una precuela de El exorcista, la cual tras años de desarrollo fue encargada al director Paul Schrader. Una vez la cinta estuvo completamente rodada y terminada, sin embargo, el resultado no fue del agrado del estudio, quienes no se limitaron a retocar escenas y secuencias como normalmente se hace sino que despidieron a Schrader y contrataron al director Renny Harlin para que hiciera la película de nuevo prácticamente desde cero con otro guión y un elenco distinto en el que solo se mantuvo a su actor protagonista, un desastre inusitado y muy costoso que creo ha ocurrido pocas veces en la historia del cine.

Ahora, tras haberla visto considero estas circunstancias y la increíble falta de respeto por parte del estudio hacia los creadores originales han hecho que esta película, en mi opinión, tuviese garantizada de entrada una animosidad que no se merece, y es probable que todas las opiniones negativas que leí sobre ella me hayan hecho esperarme algo peor, porque lo cierto es que no me pareció tan terrible. Como historia de orígenes es al menos muy distinta de la original, una película de aventuras con misterios arqueológicos, un ángulo de terror sobrenatural y conspiranoia religiosa que para entonces estaba de moda. El material incluso se ve un poco elevado por la presencia de Stellan Skarsgård, que le da al conjunto al menos algo de dignidad con su representación de un joven Merrin en plena crisis de fe que se enfrenta a este demonio en medio de un clima de tensión entre nativos y soldados británicos.

La dirección de Harlin (un cineasta asociado sobre todo a peliculas de acción) es en ocasiones errática y cutre, y la pelicula se siente un tanto barata en ocasiones con sus gráficos CGI, sus escenarios abiertos que son evidentemente un plató reducido y algunas decisiones de dudoso gusto como su representación desfasada y estereotipada de otras culturas. El clímax es asimismo un poco de risa gracias a la terrible (espantosa) voz que le pusieron al demonio y un tono grandilocuente en el que lo único que faltó fue que Pazuzu explotara al final. Y sin embargo tiene sus cosas: es entretenida, la historia del templo enterrado me pareció interesante y por lo menos la parte del exorcismo en sí ocupa solo una ínfima parte del final, aspecto que por sí solo la diferencia del resto de películas de posesiones, probablemente el subgénero de terror más repetitivo y menos original de todos. Con todo y sus problemas la he disfrutado, sobre todo una vez que olvidé que estaba viendo una precuela de la cinta del 73. Sugiero que hagáis lo mismo.

Reseña: El exorcista 3 (1990)

Me temo que esta va a ser una de esas entradas en las que mi opinión quedará en la minoría, ya que El exorcista 3 (1990) es una película de la que nunca he sido muy amante. Si bien con el tiempo ha llegado a trascender su modesta recepción inicial convirtiéndose en una película de culto, esto es algo que se ha dado precisamente por motivos por los que a mí personalmente no me gusta. De todas formas esto no es importante, porque incluso teniendo en cuenta mi opinión personal, es una secuela valiente que al menos se atreve a alejarse de la sombra de su antecesora y construir una trama que no solo ignora los eventos de El exorcista 2 (1977) sino que crea una historia de terror psicológico en el que el aspecto demoníaco está presente pero es abordado de otra manera, una mucho más novedosa.

Esto se debe en gran medida al trabajo de William Peter Blatty, autor de la novela original de El exorcista (así como del guión de su adaptación) y que aquí no solo adapta su propio libro Legión sino que además dirige la película con un estilo totalmente propio. Lo que tenemos esta vez es un policial en el que un detective investiga unos asesinatos de aparente inspiración satánica idénticos a los que realizara un asesino en serie apodado «El Géminis» (evidentemente inspirado en el Asesino del Zodiaco) que fue ejecutado quince años atrás. Esta investigación le lleva por supuesto a una explicación de origen sobrenatural y a una revelación en un psiquiátrico que redimensiona en cierta manera los eventos de la película original trayendo de regreso a un personaje que creíamos muerto (o quizá no, en realidad es más complejo que eso).

Complejo sería además la palabra adecuada ya que en muchos sentidos esta es una película muy fuera de lo común con momentos muy buenos sobre todo a nivel de imagen, incluyendo una famosa secuencia de un largo plano sostenido en un pasillo que ha sido incluso copiada en numerosos trabajos posteriores. Al mismo tiempo, es también una película tremendamente discursiva con una gran cantidad de diálogos, discursos grandilocuentes y actores que por lo visto creen que gritar hace todo más dramático. Estos aspectos, que ciertamente se salen de lo común y que han terminado siendo alabados por mucha gente, me hacen sin embargo pensar en algo que cree ser más inteligente de lo que es, cuando a la hora de la verdad detrás de todos los artificios hay un argumento muy sencillo cuya mayor extravagancia es quizá la forma en que justifica la inclusión de cierto personaje y reescribe el final de la primera película, algo que probablemente funciona mejor en la novela. Esto último lo digo sin mucho conocimiento del tema porque no la he leído, pero en el contexto de la película me molesta un poco porque destruye el relativo realismo que la primera entrega tenía y que era una de sus principales señas de identidad, aunque al menos esta tiene la ventaja de intentar construir su propio argumento y no depender tanto de la iconografía de su antecesora, como sí pasaba con la fallida segunda entrega.

Tengo entendido, aunque no lo puedo asegurar, que la novela es incluso más enrevesada y que de hecho Blatty tuvo que hacer muchas concesiones para hacerla más accesible, incluyendo una escena de exorcismo en el clímax que fue literalmente una imposición del estudio y que de hecho se siente como tal. Existe por lo visto un corte alternativo mucho más cercano a la visión original del director, pero ese no lo he visto. Es muy probable que lo haga porque esta es una película a la que termino dándole otra oportunidad cada tantos años aunque sigue sin convencerme del todo, esto a pesar de los innegables aciertos de varias secuencias individuales tremendamente retorcidas y que me habrían gustado quizá en una película distinta, una menos discursiva y que no alternara de manera tan brusca sus escenas de largas conversaciones con momentos gore destinados quizá a hacerla más reconocible como cine de miedo.

Reseña: El exorcista 2 (1977)

Mientras nos acercamos poco a poco a la sexcentésima reseña, quiero aprovechar la oportunidad para traer a colación una película que desde hace tiempo quería mencionar, sobre todo en esta época que me ha dado por revisar secuelas poco agraciadas de grandes clásicos. Pero hay más en esta elección que un vulgar completismo: el verdadero motivo por el que deseo hablar de El exorcista 2: El hereje (1977) es romper una lanza a favor de su muy interesante director, John Boorman, un muy prometedor cineasta que rodó grandes obras durante los tempranos setenta y que estaba destinado a ser uno de los grandes de Hollywood, hasta que el destino quiso que su carrera se diluyese en películas muy extrañas como Zardoz (1974), Excalibur (1981) o la que hoy nos toca. Es justo que la mencionemos porque si bien las dos anteriores han sido reivindicadas con el tiempo como obras de culto (en mayor o menor grado), El exorcista 2 sigue teniendo la fama de una de las peores secuelas jamás hechas, y a pesar de que no faltan motivos para pensarlo, hay algunas cosas que deseo rescatar de ella y compartir aquí.

El argumento es, después de todo, el que se podría esperar: cuatro años después de los eventos ocurridos en El exorcista (1973), el Vaticano ordena a un sacerdote traumatizado una investigación acerca de la muerte del padre Merrin, lo cual inevitablemente lleva a nuestro protagonista a reencontrarse con la joven Reagan, quien parece haberse recuperado de su experiencia gracias a la ayuda de una psicóloga y su extraña máquina de sincronización hipnótica. Este ángulo pseudocientífico se mezcla con la historia del origen del demonio Pasuzu, quien descubrimos no ha abandonado del todo a su víctima. Esta es digamos la parte convencional de la trama, puesto que todo el resto es un delirio que mezcla sueños, jóvenes con poderes, varias almas conviviendo en un mismo cuerpo, la dualidad de la propia Reagan (desdoblada aquí en sus personalidades humana y demoníaca) y el encuentro del padre Merrin con Pasuzu en un perdido templo africano. Boorman va arrojando todos estos conceptos uno tras otro sin piedad y el resultado es, hay que admitirlo, una película caótica en la que se nota hubo un esfuerzo titánico por parte de sus responsables de vincularla con los elementos exitosos de la primera parte a como diera lugar, aún sacrificando la lógica narrativa.

Y sin embargo hay cosas que me siguen fascinando aún hoy, teniendo en cuenta que no había visto esta película en al menos veinte años: John Boorman, como siempre, consigue crear una atmósfera muy buena por momentos, y particularmente nunca he podido sacarme de la cabeza esas imágenes de Reagan en el balcón de una Nueva York que se ve imponente y asfixiante con sus enormes torres de concreto, que encuentran su paralelo en los acantilados africanos donde se mueve el sacerdote interpretado por Richard Burton. Aparte de eso, la idea de los orígenes del demonio como un Mal antiguo y exótico es en realidad muy buena, y es una lástima que la película no la haya explorado más en lugar de saltar constantemente entre una locación y otra. De hecho si algo me quedó claro tras volver a ver esta cinta es lo sobredimensionado que está el personaje de Reagan, cuando en realidad su presencia debería haber sido algo secundario. En lugar de eso la película la explota hasta la saciedad en una clímax surrealista que parece más bien una excusa para, por un lado, reciclar parte del ambiente de la original, y por otro lado erotizar a una crecidita Linda Blair que a sus dieciocho años se ve muy diferente a la niña que era cuando se hizo famosa. Y a eso tenemos que sumar algunas imágenes un tanto insólitas como la del hechicero africano disfrazado (literalmente) con un traje de langosta.

Dicha imagen, sumada al un tanto estrafalario concepto de la máquina de hipnosis y su muy endeble subtrama psiquiátrica, resume bastante bien los problemas que público y crítica tuvieron con El exorcista 2, los cuales ya venían cargados con los prejuicios que dan el ser la continuación de una de las más celebradas películas de terror de todos los tiempos. Creo sinceramente que estamos ante algo que pudo haber sido mucho mejor al estar como estaba en las manos de un cineasta con mucho que ofrecer. Por desgracia, un argumento caótico y mal llevado, una ambivalencia acerca del tono que se quería dar y algunas decisiones un tanto insólitas de casting (esa amiga de Reagan que es una evidente sustitución de su madre sólo se explica por la negativa de Ellen Burstyn a repetir su papel) terminan lastrando una obra con alguna que otra pincelada de genialidad pero que no puede evitar venirse abajo. Atención, repito una vez más, a ese rarísimo desenlace y a esa imagen final del guerrero espiritual perdiéndose en el horizonte con la damisela salvada. No me parece para nada una de las peores secuelas jamás hechas, como dicen, pero sí es verdad que es una de las más extrañas.

Reseña # 500: El exorcista (1973)

Una de esas obras canónicas cuya fama se niega a morir, El exorcista (1973) es considerada todavía, a cuarenta años de su estreno, como una de las más grandes películas que el cine de terror nos ha dado, una de esas que no sólo consiguen conquistar al público de su época sino que también consiguen el beneplácito de la crítica mainstream de entonces. Su director, William Friedkin, ya había conseguido un merecido renombre con Contacto en Francia (1971), pero es esta la que se convierte en su película definitiva y la que termina por consagrarle como un miembro destacado en esa camada de interesantes directores que surgieron durante los setenta. De sobra está decir que Friedkin no volvería a tener un éxito similar y que su película no solamente llevaría el tema del encuentro de lo sobrenatural en lo urbano sino que incluso agotaría su propia temática: desde su estreno toda cinta que toca el tema de las posesiones diabólicas inevitablemente termina siendo comparada con El exorcista, casi siempre de forma poco favorable.

Lo más interesante para mí, y el motivo por el cual continúa siendo una de mis películas favoritas, es la forma como toca un tema que en lo particular siempre me ha interesado mucho, que es la entrada de lo sobrenatural en un contexto moderno y enteramente racional. La cinta lo consigue muy bien y sobre todo de forma bastante gradual; uno de los aspectos más curiosos es que nunca queda claro exactamente cuando la presencia del demonio se apodera de la vida y el cuerpo de la joven Reagan o por qué ha sido precisamente la elegida, siendo este último detalle algo que en una película de hoy en día hubiesen sentido como necesario explicar. El otro punto interesante para mí, y algo que creo que en gran medida se ha perdido en gran parte del cine de terror actual, es esa idea del Mal absoluto como algo tangible, real y sobre todo intransigente con las míseras voluntades humanas: los héroes de Friedkin son sacerdotes pero su película no es una apología de la religión católica (como terminan siendo varias de las cintas de exorcistas que nos hemos tenido que tragar recientemente). Los curas son vistos aquí como anacronismos a los que la película recurre únicamente cuando la via racional para explicar los padecimientos de la joven Reagan se han agotado, pero también ellos están mostrados con sus claroscuros y sus debilidades producto de luchar una guerra que en el fondo es siempre la misma, cosa que queda patente en ese genial prólogo en el que el padre Merrin (un enorme Max Von Sydow haciendo de viejo a pesar de que tenía poco más de cuarenta años cuando se rodó la película) encuentra en Irak al mismo demonio con el que más adelante se habrá de enfrentar.

Estos elementos que he mencionado (la irrupción de lo sobrenatural y la idea del Mal) son cosas que están presentes también y de forma mucho más detallada en la fantástica novela de William Peter Blatty, quien además se encarga de adaptar su propio material escribiendo el guión de la película. En este sentido es una lástima que la fama de la cinta de Friedkin haya terminado por eclipsar la novela en la que se basa porque es sin duda una muy buena obra de terror que recomiendo a todos, hayan visto la película o no.

El resto son cosas que ya seguramente son de conocimiento público: el buscado estilo realista de la película (arruinado con esa nefasta «nueva versión» que se usó para su re-estreno en el 2000 añadiendo efectos especiales), la actuación de su elenco y el meticuloso control de William Friedkin sobre cada uno de los aspectos del resultado final hacen de esta su película más completa y ambiciosa hasta la fecha, y por supuesto un éxito que nunca pudo volver a repetir. El exorcista ha tenido, como bien sabéis, dos secuelas y dos «precuelas» que han intentado de alguna forma extender la historia original hasta lo indecible, pero que nunca lo han conseguido. Es difícil saber por qué sigue causando tanta admiración, pero muy probablemente la pista se encuentre en la crítica que en su momento le hizo el recientemente fallecido Roger Ebert, cuando habló de cómo la cinta de Friedkin era una agresión en toda regla al espectador, una muestra de absoluta brutalidad que contrastaba con el carácter más bien ambiguo de la novela de Blatty, y que sin embargo consigue ser una de las mejores películas de terror de todos los tiempos hasta el punto de trascender el género que toca. Es interesante también ubicarla en un contexto enmarcado entre El bebé de Rosemary (1968) de Polanski y La profecía (1976), de Richard Donner, las cuales tocaron también el tema del satanismo en medio del ambiente urbano moderno, pero sin llegar a la fuerza que la película de Friedkin alcanza.

Ya para finalizar, no quisiera cerrar esta innecesaria revisión de El exorcista sin mencionar ese extraño pero increíble trailer realizado en su momento pero que nunca se llegó a estrenar, un trailer que visto en la oscuridad da una experiencia bastante aterradora, y un abreboca perfecto para una de esas películas infaltables.