Míticos: Lucio Fulci (1927 – 1996)

Lo primero que tendría que decir de la obra de Fulci es que es tan extensa que se hace inabarcable. De hecho, todavía me falta gran parte de su filmografía por revisar, por lo que este breve recuento, que obviamente jamás podrá hacerle justicia, sólo incluye algunas de sus obras más conocidas. Caracterizado por su ritmo de trabajo demencial y por su truculencia en cuanto a imágenes, la idea que muchas veces se quiere dar de Fulci se reduce a la de un virtuoso del gore, lo cual en mi opinión es una idea bastante simplista para un hombre que incluso en sus trabajos de encargo hacía sobresalir su visión y sus ideas particulares sobre lo que debía ser el cine. Fulci tiene además la particularidad de haber llegado en una época en la que otros autores italianos del género de horror se hacían visibles para el público mundial, pero su estilo no se parece al de ningún otro, y aunque lo prolífico de su obra le convirtió en un autor en ocasiones un tanto irregular, sus aciertos son sin duda mayoritarios, e incluso sus relativos fracasos guardan momentos muy interesantes.
Todo esto hace que incluso en el confuso panorama del horror italiano, su estilo sea bastante reconocible debido a ciertos elementos que se repiten: sus influencias literarias, su deuda confesa con los surrealistas, su obsesión estética con los ojos (imagen recurrente en casi todas sus películas) y su relación de amor/odio con el catolicismo son constantes a lo largo de su muy prolífica carrera. A pesar de estar presente en el mundo del cine ya desde los años cincuenta y haber trabajado prácticamente todos los géneros, no fue sino hasta finales de los sesenta cuando comenzó a tener cierta notoriedad gracias a su entrada en el Giallo (palabra que en italiano define el género policial o lo que se conoce en inglés como crime thriller) gracias a la película Una historia perversa (1969), a la que siguieron algunos de sus más famosos éxitos «tempranos» como Una lagartija con piel de mujer (1971) y Angustia de silencio (1972), para las cuales, por cierto, son mucho más divertidos los títulos originales.
Sin embargo, y a pesar de todo esto, fue en el género de terror donde cosechó sus mayores éxitos y donde adquirió fama internacional, comenzando con su primer trabajo para dicho género, la producción de Fabrizio de Angelis Nueva York bajo el terror de los zombis (1979), que en italiano se conoce como Zombi 2 y que es, lo sabemos todos ya, una secuela bastarda de El amanecer de los muertos (1978), conocida como Zombi en gran parte de Europa. En un caso que sólo se puede calificar de justicia poética, la fama de la película de Fulci (que muy poco tiene que ver con la de Romero, valga decir) fue tal que originó su propia ristra de secuelas falsas por parte de otros directores italianos de menor ralea.

De hecho el auge de Fulci coincide con la época en la que el cine de terror italiano está en uno de sus mejores momentos, gracias a la obra de varios de sus contemporáneos como Dario Argento y que se extendería hasta autores más jóvenes como Lamberto Bava y Michele Soavi. Nuestro director de hoy alcanzaría de todas formas su cima de popularidad a principios de los ochenta, una de sus épocas más frenéticas en cuanto a ritmo de producción y donde también encontramos algunas de sus piezas más celebradas. Quizás su punto más alto esté en su ya famosa trilogía de las «Puertas del Infierno», tres películas unidas entre sí por una misma temática: Miedo en la ciudad de los muertos vivientes (1980), El más allá (1981) y Aquella casa al lado del cementerio (1981) son referenciadas a menudo como sus mejores películas, especialmente la segunda, considerada por muchos su obra maestra. Estas tres cintas son también en ocasiones mencionadas principalmente como piezas de regodeo gore, aunque en realidad esconden sus ya habituales comentarios sobre los temas que le interesaban, especialmente el del imaginario religioso y una inspiración lovecraftiana que se hacía más evidente con cada trabajo.

Otras películas de Fulci durante los ochenta tocarían temas de éxitos pasados y profundizarían en su estilo. De esta época son cintas como El destripador de Nueva York (1982) o Los fantasmas de Sodoma (1987), a la cual no puedo dejar de ver como una parodia en clave de horror de la famosa película Saló (1975) de Passolini. Al año siguiente Fulci rodaría Zombi 3 (1988), la única secuela que llegó a hacer de su propia obra, aunque debido a problemas de salud no pudo terminar el rodaje, que pasó a las manos de Bruno Mattei y del guionista Claudio Fragasso, dos de los más fieros explotadores de la serie B italiana de quienes hablaremos en otro momento.
A medida que pasaban los años, las películas de Lucio Fulci fueron aficándose más en la idea de conseguir un estilo surrealista que estuviese por encima del argumento. Una prueba más del genio del director es que sus últimas películas se dedican a parodiar su propia condición de maestro del terror en cintas como La sombra de Lester (1988), Demonia (1990) y, sobre todo, Un gato en el cerebro (1990), donde incluso llega a reproducir imágenes de sus películas más conocidas. Esta última etapa y su frenético ritmo de trabajo, sumados a la diabetes que padecía desde hacía años, desgastaron considerablemente su físico, hasta que finalmente murió en Roma en el año 1996, dejándonos un catálogo de grandes obras que se encuentran entre lo mejor del género de horror, tanto de Italia como del mundo en general.

Míticos: Roger Corman (1926 – )

A lo largo del siglo XX hemos asistido a toda una evolución del cine de terror que obedecía a las inquietudes culturales de cada década específica. Un cineasta que ha recorrido gran parte de esa evolución es Roger Corman, probablemente uno de los nombres más recurrentes de este tipo de cine, y también uno de los creadores más prolíficos que han pasado por esta bitácora, razón de más para aparecer en esta sección.
Roger Corman comenzó su carrera realizando modestas producciones serie B tocando todo tipo de género. El año de su debut, 1955, dirigió un western llamado Cinco pistolas (1955) y una cinta de terror/ciencia-ficción titulada Las mujeres del pantano (1955). Ya desde sus inicios, Corman solía trabajar con gran rapidez y eficacia a pesar de los escasos presupuestos que manejaba, y conocidas son las anécdotas según las cuales solía terminar muchas veces el rodaje de una película antes del tiempo pautado. Corman, viendo que todavía disponía del plató por unos días más, solía comenzar inmediatamente el rodaje de otro proyecto, casi siempre con el mismo equipo y elenco. Fue así como realizó durante estos años otras famosas películas como Conquistaron el mundo (1955), Un cubo de sangre (1959), La mujer avispa (1959) y La pequeña tienda de los horrores (1960), entre otras muchas. De hecho, la carrera como director de Roger Corman se extiende a lo largo de más de cincuenta películas, todas ellas de bajo presupuesto y todas ellas rodadas en tiempo récord.
Fue a partir de 1960 cuando la carrera de Corman tomaría un giro más ambicioso gracias a su proyecto para la American International Pictures en la que realizaría ocho películas basadas en la obra de Edgar Allan Poe, todas ellas rodadas entre 1960 y 1964. El presupuesto para estos trabajos fue relativamente mayor, aunque nunca llegando al nivel de otras producciones más comerciales. Sin embargo, algunos consideran estas ocho cintas la obra cumbre de Roger Corman como director, y motivos no faltan para ello. En casi todas ellas el protagonista es Vincent Price, quien para entonces ya era un nombre de primera fila en el fantaterror cinematográfico. Corman también trabajó con otros famosos actores del género como Peter Lorre, Basil Rathbone, Ray Milland y Boris Karloff, así como un entonces desconocido Jack Nicholson. Las películas no eran adaptaciones lo que se dice muy fieles, pero lograban de forma bastante sobresaliente la nada fácil tarea de llevar a la pantalla la atmósfera de Poe, esto gracias a la labor del escritor Richard Matheson, que trabajó de guionista en varias de ellas.
Fiel a su frenético ritmo de trabajo, Corman no se conformó con este proyecto sino que fue intercalando sus adaptaciones de la obra de Poe con otros trabajos como La torre de Londres (1962), El terror (1963) y El hombre con rayos X en los ojos (1963), que es probablemente una de sus películas más conocidas y admiradas.

Después de las Poe-movies, Roger Corman fue distanciándose cada vez más del trabajo como director. Su última película en este rol fue Frankenstein desencadenado (1990), una singular adaptación de la novela homónima de Brian Aldiss que «reinventaba» la historia del monstruo de Frankenstein. Sin embargo, Corman estaba muy lejos de la jubilación, pues siguió trabajando como productor de una serie casi interminable de cintas de serie B. La lista de producciones de Roger Corman es demasiado larga para abarcarla en este texto; IMDB registra casi cuatrocientas películas producidas por nuestro mítico de hoy. Por este motivo son muchos los que creen que es en su faceta de productor donde yace el auténtico legado de Roger Corman al cine. Tal argumento cobra fuerza una vez que nos damos cuenta de que produjo, efectivamente, todo tipo de películas, y no sólo de género sino también proyectos independientes que dieron el pistoletazo de salida a muchos grandes directores actuales como Francis Ford Coppola, Martin Scorsese, James Cameron y Joe Dante. Dante es quizás el mayor pupilo de Corman en el sentido de que ha sido aquel que en mayor medida ha continuado la obra de su mentor en cuanto a estilo, temática y alcance, pero todos estos directores que nombramos aquí han reconocido abiertamente la influencia en su carrera del que ha sido uno de los más prolíficos creadores que el cine de género ha tenido y que todavía sigue en activo.

Míticos: Wes Craven (1939 – )

Antes de que su estilo como director se desviara hacia cómicos afroamericanos en decadencia haciendo de vampiros o (peor aún) la nefasta combinación de Meryl Streep + Gloria Estefan + violines, el nombre de Wes Craven era sinónimo de uno de los últimos autores de cine de terror de la vieja guardia. Los que le queremos aún seguimos esperando su regreso triunfal, cuyas esperanzas yacen principalmente en aquellas películas en las que Wes sí desplegó su particular universo de terror auto-referencial pero no por ello exento de otro tipo de constantes temáticas. En el presente, Craven se ha dejado llevar en demasía por su condición de mercader hollywoodense, a menudo apadrinando películas de dudosa calidad o participando en cualquier proyecto que le caiga entre manos desdeñando la construcción de ese corpus cinematográfico que, en mayor o menor medida, se había venido forjando durante los setenta y ochenta. Quizás sea eso lo que a la larga le haya impedido ganarse el aura de culto que sí se ha formado alrededor de niños maltratados por la industria como John Carpenter, o guerrilleros inmutables como George Romero. Aún asi, si Wes no merece estar en esta categoría de míticos, ¿quién lo merece?
Contrariamente a los dos nombrados arriba, Wes Craven llegó tarde al panorama cinéfilo, rebotado de sus estudios de filología y psicología, y por lo tanto del conservador ambiente académico. Sorprende entonces que su primera película de terror, La última casa a la izquierda (1972), no lo haya descolocado a él tanto como a la crítica. Más una cinta de venganzas que de terror al uso, su debut junto a uno de los padres del slasher, Sean S. Cunningham, supone también el inicio de un tema que se repite en varios de sus más importantes trabajos: la brecha muchas veces insalvable entre las distintas generaciones del clan familiar, el vacío que se produce entre progenitores e hijos y que encuentra su salida en la forma de secretos, mentiras y, por supuesto, muerte. La película, por cierto, fue calificada en su momento como una vulgar explotación a pesar de que, en la práctica, era poco menos que un remake encubierto de El manantial de la doncella (1960) de Ingmar Bergman, dando inicio a una serie de imitadores de historias de violación/venganza que encontraría su clímax a finales de los setenta con La violencia del sexo (1978), de Meir Zarchi.
Pero volvamos a Craven y a la que fue su segunda gran obra de culto: Las colinas tienen ojos (1977). Esta historia de paletos mutantes caníbales nace, como la anterior, a la sombra de otra gran obra, La matanza de Texas (1974), pero con mayor énfasis en esa temática familiar de su director y en el discurso violento de patio trasero de la civilización que ya se había visto en la película de Tobe Hooper. El éxito de esta nueva producción (mancillado por una terrible secuela realizada varios años después) permitió a Craven hacerse un nombre dentro del panorama de los cineastas de género, dando inicio a una serie de películas no necesariamente destacables que sin embargo fueron una preparación para la que sería su gran obra maestra, una película parida entre sus propias experiencias de juventud y la creatividad de alguien que planeaba llevar el subgénero slasher hasta el sitio en teoría más seguro que tiene el ser humano: sus propios sueños.

Con Pesadilla en Elm Street (1984), Wes Craven realiza no sólo la que fácilmente se puede considerar su mejor película, sino también una de las mejores cintas de terror de los ochenta o de cualquier época. Al igual que otros slashers de entonces, Freddy Krueger se convirtió en un icono moderno del terror tan reconocible hoy en día como Drácula o el monstruo de Frankenstein, y como estos, ligado también al rostro de un actor en específico, el omnipresente mercenario Robert Englund, quien ha dado vida al personaje a lo largo de ocho películas y una serie de televisión hasta el punto de ser, hasta la fecha, imposible de separar de la cinta de Wes (razón por la cual el futuro remake lo tiene muy difícil de entrada). Por desgracia Pesadilla… sufrió la suerte de todos estos grandes personajes: su inusitado éxito (responsable directo de que New Line Cinema se convirtiera en un estudio competitivo) le convirtió en pasto de los videoclubs, y durante una década el título se vio acompañado de números romanos que conformaron una larga lista de secuelas en las que el espíritu de la original terminó por perderse. Fue el propio Wes Craven quien puso fin a aquella demencia al dirigir La nueva pesadilla (1994), última secuela de la saga en la que se desmonta el mito de Freddy Krueger a través de una auto-referencia de la que no se salva ni el propio director, quien sale en un cameo haciendo de sí mismo.

Esa misma referencialidad sería la marca de fábrica de Scream (1996), la última gran película de Wes Craven y tras la cual se da inicio a su decadencia como director, productor y guionista. Su alianza con el escritor Kevin Williamson nos trajo una película con más inteligencia de la que normalmente se le concede, una cinta de terror hecha para explicar la banalización del cine de terror sufrida precisamente a manos de aquella pandilla de directores de los que Wes sin duda forma parte. Las ironías no acaban, por desgracia, allí: Scream terminó causando un efecto diametralmente opuesto a su intención inicial, convirtiéndose precisamente en aquello que criticaba al generar una ola de imitadores entre los que se contaba su máximo responsable, director de dos secuelas (hasta la fecha). Contrariamente a lo que se pretendía, el género de terror se aferró con más fuerza a sus clichés y topicazos, suavizados esta vez para satisfacer las demandas del público preadolescente, ahora con mayor poder adquisitivo y por lo tanto con una creciente influencia sobre el éxito taquillero de una película.

Desde entonces la carrera de Wes Craven ha entrado en picada con ocasionales sub-productos poco dignos de mención: Un vampiro suelto en Brooklyn (1995), Cursed (2005) y Vuelo nocturno (2005) son películas que mientras menos sean nombradas mejor. Su labor como productor tampoco ha dado resultados memorables, tampoco aquellas producciones de su faceta no-terrorífica (¿o sí?) como Música del corazón (1999) o Paris, je t’aime (2006). Sin embargo, su anunciado regreso para este año siempre será una noticia que causará algún revuelo en el corazón de sus martirizados fans. Que sí.

Míticos: Frank Darabont (1959 – )

Se le conoce como el hombre en quien se puede confiar a la hora de adaptar a Stephen King, y no es para menos, ya que la relación entre Frank Darabont y el autor de Maine viene desde muy lejos: su primer trabajo como director data de un corto de 1983, titulado The Woman in the Room (1983), adaptación muy libre del relato de Stephen King La mujer de la habitación. Si resalto las libertades que se tomó el corto es porque el trabajo de Darabont tiene unos tintes sobrenaturales y terroríficos de los que carece el cuento de King, que va más bien sobre la eutanasia y la aceptación de la pérdida de la madre. Al parecer, ell gusto por lo macabro debe haberse quedado con Darabont, cuya siguiente película fue un trabajo para la televisión titulado Enterrado vivo (1990), a decir verdad no demasiado destacable.
La hora decisiva para Darabont llegaría cuatro años después, cuando estrenara su primer largo para cine, Cadena perpetua (1994), una vez más adaptando a Stephen King. La diferencia está en que esta vez el director se mantuvo lo más alejado posible del terror, entregando una película dramática que estuvo a punto de otorgarle el Oscar, experiencia que repetiría con su segunda película, La milla verde (1999), también basada en una novela de King y, curiosamente, también con una trama carcelaria. Todos podríamos pensar que a la tercera va la vencida, pero no fue así, ya que su siguiente película, The Majestic (2001), pasó con más pena que gloria y sólo es recordada actualmente como otro de los chascos que se ha llevado Jim Carrey al tratar de pasarse a roles más «serios».
Pasarían casi seis años para que Frank Darabont se atreviera con otro largo, y esta vez finalmente volvería al género del que había salido: nuevamente adaptando a Stephen King, Darabont ha estrenado en Estados Unidos La niebla (2007), adaptación de un relato que Stephen King ya había reciclado (hasta cierto punto) en su guión para La tormenta del siglo (1999). Para la fecha en la que escribo esto, todavía no hemos tenido la oportunidad de verla en España, pero ha cosechado buenas críticas, demostrando que, efectivamente, el nombre de Darabont sumado al de Stephen King es algo que no se puede desdeñar tan fácilmente. Ahora bien, si este es su primer largometraje para cine de terror, ¿por qué incluir el nombre de este personaje en la sección de míticos?

Muy sencillo: porque Frank Darabont es más conocido para el género de terror por su faceta como guionista, mucho más prolífica de lo que deja ver su por lo demás escasa obra como director. Escribir ha sido la actividad que más tiempo le ha llevado a este hombre desde el día en que The Woman in the Room le dio la notoriedad necesaria para que New Line Cinema le fichara para escribir el guión de Pesadilla en Elm Street 3 (1987), parte de una saga en la que se formarían varias personalidades del género y que en aquella ocasión era dirigida por Chuck Russell. Darabont volvería a firmar un guión para este director al año siguiente, específicamente en el remake de The Blob (1988), uno de esos raros casos en los que (para mí al menos) una versión actualizada de una película es capaz de superar a la original. Los ochenta para Darabont se cerrarían luego con su guión para La mosca 2 (1989), secuela explotativa de la película de David Cronenberg y que Darabont firmó junto a Mick Garris.
Ya en los noventa, Darabont se mantuvo bastante ocupado con la televisión, escribiendo los guiones para dos episodios de Cuentos de la cripta, así como varios para la serie de Las aventuras del joven Indiana Jones, algo que cimentaría un largo vínculo laboral con George Lucas que se rompió al parecer cuando el creador de La guerra de las galaxias (1977) rechazó su guión para la cuarta entrega de las aventuras del hombre del sombrero y el látigo. Durante toda esa década Darabont sólo escribiría un guión para cine: el de Frankenstein de Mary Shelley (1994), película que Francis Ford Coppola produjo para aprovechar el inesperado éxito de Drácula de Bram Stoker (1992), que le había literalmente salvado el pellejo a su productora.
Hoy en día, mientras se esperan los resultados taquilleros de La niebla, Frank Darabont prepara el rodaje de uno de sus proyectos más antiguos: la nueva adaptación de Farenheit 451 (2009), en la que nuevamente tendrá a Tom Hanks de protagonista. Del género de terror no parece haber mucho, pero sí de Stephen King: al parecer, nuestro personaje de hoy se ha agenciado los derechos de adaptación de La larga marcha, aunque todavía no se sabe si será el director. Dados los resultados previos, esperemos que sí.

Míticos: Clive Barker (1952 – )

foto muy cortesmente cedida por Jodi Kurland
El inglés Clive Barker es lo que en otra época se llamaba un «artista integral». A pesar de lo mucho que el cine de terror le debe, sus incursiones como director han sido más bien escasas, aunque bien podría esto deberse a una falta de tiempo: la verdad es que este excéntrico personaje ha desbordado su pulso creativo en infinidad de medios como el cómic, la pintura, la escultura, el teatro y, como no, la literatura, que es el campo en el que con seguridad es más conocido y en donde ha cosechado los mayores frutos. El propio Barker define su estilo como «fantasía oscura» (término que comparte con su amigo y ocasional colaborador Neil Gailman), un cúmulo historias en las que se repiten ciertas obsesiones temáticas: mundos paralelos, el dolor como forma de placer y la sexualidad retorcida que acompaña al mundo sobrenatural. En su caso, además, dichos temas están acompañados de un gusto estético por esa belleza violenta, a menudo manifestada en la profanación artística de la carne que acompaña el mundo del sadomaquismo. Fue precisamente su obra literaria la que convertiría a Clive Barker en un autor inmensamente popular en su Inglaterra natal, donde al mismo tiempo trabajaba con su compañía teatral y hacía pequeñas incursiones en el cine a través de sus cortometrajes «experimentales» (decida usted si el término es peyorativo o no).
Pero el espaldarazo definitivo a la carrera de Clive Barker vino durante los años ochenta, cuando sus libros comenzaron a publicarse en los Estados Unidos y se ganaron la admiración confesa de otros grandes autores del género, especialmente el prolífico (y ya para entonces superestrella) Stephen King, quien definió a Barker como el futuro del género de horror. El éxito de sus relatos (recopilados en la colección de los Libros de Sangre) le ganó tal cantidad de fama que en muy poco tiempo resultó obvio que el universo de terror de Clive Barker llegaría al cine, así que el autor reclutó a sus antiguos colaboradores de las tablas inglesas para llevar a la realidad su ópera prima.
Decidido a trabajar con su propio material, Barker adaptó su novela corta The Hellbound Heart, obteniendo resultados que superaron todas sus expectativas: el estreno de Hellraiser (1987) se convirtió en un gran éxito, terminó de poner a Clive Barker en el mapa e hizo del actor Doug Bradley un icono del terror gracias a su papel como el líder de los cenobitas («Pinhead» para los fans). La película se convertiría también en una de esas sagas que se niegan a morir, generando siete secuelas hasta la fecha, aunque la participación de Clive Barker en ella fue cada vez menor. Con el pasar del tiempo, el autor ha intendo alejarse cada vez más de la influencia de su opera prima, pero inevitablemente siempre termina regresando a ella. No es de extrañarse, ya que Hellraiser contiene todas las constantes temáticas que este ha mostrado en su obra literaria.
Constantes que, por cierto, volverían a aparecer en cierta forma en su segunda película, Razas de noche (1990), que más que una historia de terror es uno de esos casos de «fantasía oscura» a la que se refiere su autor. Al contrario de lo que ocurría en Hellraiser, en esta ocasión los «monstruos» eran los buenos, seres perseguidos por los humanos y que sobreviven ocultándose de estos en una sociedad subterránea debajo de los cementerios. En esta ocasión el éxito no acompañó a Clive Barker; su película fue un fracaso comercial, y las pobres críticas que recibió le hicieron alejarse de la pantalla para dedicarse a otras formas de expresión. Esta ausencia se prolongaría durante cinco años más.

En 1995 Barker estrenó El señor de las ilusiones (1995), cinta muy libremente basada en el relato The Last Illusion. La película es, con todo y lo evidente de sus obsesiones temáticas y estéticas, la más floja del director, quien desde entonces no ha vuelto a estrenar ningún largometraje, si bien se ha mantenido en la industria cinematográfica como ocasional productor de películas como Dioses y monstruos (1998), Saint Sinner (2002) y The Plague (2006). El mundo de Barker también ha alcanzado el campo de los videojuegos, y fruto de su imaginación son los visualmente impresionantes The Undying y Jericho.
Pero aparte de sus propias incursiones cinematográficas, la obra de Barker ha sido llevada a la pantalla en otras ocasiones. De todas estas, quizás la más destacable sea la excelente Candyman (1992) de Bernard Rose, basada en el relato The Forbidden y que exploraba el tema de las leyendas urbanas como puente entre los horrores de la vida cotidiana y el mundo sobrenatural. Mick Garris también adaptó el relato The Body Politic como uno de los segmentos de su telefilme Quicksilver Highway (1997), así como dos episodios de Masters of Horror: Haeckel’s Tale (2006) y Valerie on the Stairs (2006). Este último es, además, representativo del giro que ha dado la narrativa de Barker en los últimos años, durante los cuales se ha afincado menos en el terror y más en esa fantasía oscura de la que tanto hacen gala sus escritos.
En la actualidad, Clive Barker prepara lo que al parecer será su cuarto largometraje: Tortured Souls (2009) que no verá la luz hasta dentro de un par de años (eso si llega, ya que no sería la primera vez que uno de estos proyectos se queda a mitad del camino). También se sabe que el japonés Ryuhei Kitamura, director de Azumi (2003), prepara para el año que viene una adaptactión del relato The Midnight Meat Train. Su novela juvenil, El ladrón de los días, será llevada también al cine. Por lo visto, únicamente el ya más que confirmado remake de Hellraiser proyecta su sombra sobre el futuro de uno de los grandes iconos del terror de los últimos años.

Míticos: Richard Matheson (1926 – )

En 1954, el escritor norteamericano Richard Matheson publicó su novela Soy leyenda, que en apariencia era otra novela pulp de terror poblada de vampiros, mutantes y situaciones escabrosas. La historia trataba del único superviviente de una guerra que había dejado la Tierra desolada y a merced de una raza de criaturas de la noche que eran los nuevos dueños del planeta. De día, nuestro protagonista recorre las ruinas de la civilización para dar muerte a las criaturas mientras estas duermen en sus escondrijos. De noche, es él quien debe atrincherarse en su refugio mientras las hordas de no-muertos buscan acabar con su vida. Creo que ni siquiera el propio Matheson sabía aquello a lo que se enfrentaba, porque da la casualidad que con su trama y sus arquetipos narrativos, Soy leyenda es quizás una de las novelas más influyentes en toda la historia del cine de terror, superada (en mi opinión) únicamente por Drácula, la inmortal obra de Bram Stoker.
Asimismo, Matheson es sin duda uno de los autores clave para el cine de miedo. Este escritor, nacido el 20 de febrero de 1926 en Nueva Jersey (Estados Unidos), es una de las primeras grandes lumbreras de la era de la televisión, ya que fue precisamente la «caja tonta» la que le dio a conocer, gracias a sus numerosas colaboraciones como guionista para series de culto. Eso sí, de tonta su obra no tiene nada, ya que el nombre de Richard Matheson empezó a verse en los créditos de seriales que todavía hoy son atesorados por sus fanáticos, como es el caso de Have Gun, Will Travel (1958-1961), The Lawman (1958-1962) o incluso Thriller (1960-1962), la efímeria serie de terror presentada por Boris Karloff. También firmaría algunos episodios de otras series como The Alfred Hitchcock Hour (1962-1965) o la primera encarnación de Star Trek (1966-1969). Sin embargo, todos sabemos que lo que realmente le transformó en un ídolo televisivo fueron los dieciséis episodios que escribió para la mítica serie The Twilight Zone (1959-1964), auténtico ejemplo de lo que es televisión de culto. Tanto es así, que si se pregunta a cualquier fanático de dicha serie cuáles son sus capítulos preferidos, lo más probable es que varios hayan salido de la mente de este escritor. Incluso, de los cuatro segmentos en que se divide la famosa película de 1983, tres son de Matheson, con lo que dicha preferencia estaría más que justificada.

Pero aquí hablamos de cine, y en la gran pantalla el hombre no se queda atrás. Las adaptaciones de la obra de Matheson son innumerables, hasta el punto de que muchos sin duda habremos visto más de una aún sin conocer la obra original. Clásicos de la ciencia-ficción como El increíble hombre menguante (1957) son conocidos por todos, pero también están obras de terror como The Legend of Hell House (1973) o la eficiente Stir of Echoes (1999), incluso películas fantásticas de corte romántico como Somewhere in Time (1980) o What Dreams May Come (1998). En cuanto a la novela que le lanzó a la fama, Soy Leyenda, esta ya ha sido adaptada en dos ocasiones: la primera con el nombre El último hombre sobre la Tierra (1964), con Vicent Price en el papel principal, y la segunda bajo el título The Omega Man (1971), con un Charlton Heston haciendo de impagable héroe de acción. Durante mucho tiempo se habló de la posibilidad de hacer una tercera adaptación con Arnold Schwarznegger a la cabeza del reparto, pero dicho proyecto (por desgracia) nunca llegó a realizarse. Este año nos llegará una nueva versión con Will Smith, y por primera vez llevará el nombre original de la novela (1). De todas formas, la novela ha inspirado gran parte del cine de terror actual. George Romero no ha tenido problemas en confesar, por ejemplo, que dicho libro fue la principal fuente de inspiración de La noche de los muertos vivientes (1968), por lo que no es exagerado decir que con Matheson nace uno de los arquetipos narrativos básicos del cine de terror moderno: ese estado de sitio declarado entre el hombre y su reverso tenebroso.
También es necesario dar una repasada a los guiones que Matheson elaborara. Entre los primeros de importancia habría que mencionar las dos «Poe Movies» que dirigió el gran Roger Corman: La caída de la casa de Usher (1960) y El pozo y el péndulo (1961), así como The Devil Rides Out (1968), la cinta de Terence Fisher que muchos críticos consideran lo mejor de la Hammer Films. Y claro está: muchos reconocerán en la foto que encabeza estas líneas la figura del terrible camión protagonista de la primera película de Steven Spielberg, Duel (1971), que Matheson escribió basada en su propio cuento corto. Tras este éxito vendrían otros telefilmes de género como The Night Stalker (1972) y el clásico Trilogy of Terror (1975), del cual se realizaría una secuela en 1996.
Pero a pesar de su éxito cinematográfico, el prolífico Matheson no abandonó la tele, y para probarlo está su trabajo en series como Amazing Stories (1985-1987) o The Outer Limits (1995-2002). En la actualidad, a pesar de estar semi-retirado, su obra sigue siendo adaptada, ya que su hijo, el también guionista Richard Christian Matheson, versionó un relato suyo para Dance of the Dead (2005), de Tobe Hooper. Son varias las películas que se nos vienen encima que adaptan la obra de este escritor, quien es, para mí, uno de los tres nombres más influyentes de la literatura de terror del siglo XX (2). Este escueto texto en un escueto blog no puede hacerle justicia, pero por fortuna, la lectura de su obra sí, y eso es en definitiva lo que importa.

(1) Vale, esto no es del todo cierto. Por medio de la IMDB me entero de que existe una versión cinematográfica de Soy Leyenda estrenada en 1967, ¡y española! Sin embargo, como no tengo información sobre ella, he optado por la vía fácil de obviarla.
(2) ¿Los otros dos? Muy sencillo: H.P. Lovecraft y Stephen King. Pero repito: esto es algo muy personal.

Míticos: Terence Fisher (1904 – 1980)

Bizácoras lanza la llamada y nosotros acudimos: este agosto es el mes dedicado a Hammer Films, y este blog, como otros, tiene el sagrado deber de «hammerizarse». Si, después de varios meses de ausencia, debe resurgir de sus cenizas la sección de míticos, esta es una oportunidad dorada, y si lo pensamos bien, ¿quién más mítico en la Hammer que Terence Fisher, el director que catapultó al ya extinto estudio británico hasta lo más alto del panorama de terror allá por los finales de los cincuenta? Pocos discutirían que este singular realizador (del que ruego a todos me paséis una mejor foto que esta que he puesto) realizó las mejores películas del estudio, y que bajo su visión transcurrieron algunos de los más logrados momentos del horror gótico inglés, especialmente en las ocasiones en que trabajaba con actores de la talla de Christopher Lee o Peter Cushing.

Nacido en Londres, el 23 de febrero de 1904, la sedentaria vida de Fisher (producto de haber contraido el tifus durante su juventud) le llevó a interesarse por el cine, hasta el punto de entrar a trabajar en él literalmente desde abajo. Su primer empleo en la industria cinematográfica inglesa fue accionando la claqueta para varias películas de los estudios Lime Grove, y no será hasta 1945 cuando finalmente logrará ponerse tras las cámaras. La época era propicia para el surgimiento de nuevos talentos, ya que el cine británico pasaba por una gran crisis debida a los destrozos de la Segunda Guerra Mundial y a la migración en masa de sus grandes estrellas a Estados Unidos. El resultado: Terence Fisher comenzó a realizar varios encargos de todo género, y para 1957, año en el que hace su entrada triunfal, ya contaba con más de una veintena de películas en su haber.

Estamos en el momento clave de este director: el año en el que comienza la edad de oro de Hammer Films. La productora británica decidió sacar una serie de películas de terror de ambiente gótico, que serían rodadas en color, y que estaban destinadas a competir con los productos de factura americana, asociada con las grandes películas de monstruos de la Universal Pictures y las pesadillas psicológicas de Val Lewton. Para su primera película de horror, Terence Fisher fue encargado de dirigir una versión de la novela de Mary Shelley, Frankenstein, lo cual representaba un reto titánico: el monstruo ya había sido interpretado hasta la saciedad por actores como Boris Karloff, Bela Lugosi y Lon Chaney Jr, y se pensaba que era ya una mina agotada. Para colmo, Universal poseía los derechos cinematográficos de la criatura, y no permitió que la Hammer utilizara su ya famoso diseño de maquillaje elaborado por Jack Pierce. Es muy probable que dicha prohibición resultara beneficiosa para Fisher, ya que su película La maldición de Frankenstein (1957) se vio forzada a reinventar el mito del científico loco y su demoníaca creación. Colocando frente a frente a actores de la talla de Christopher Lee y Peter Cushing, Fisher consiguió una película legendaria, la primera gran obra de terror gótico en color, consiguiendo una fórmula que se repetiría con éxito durante años. El nivel de violencia gráfica mostrado en la cinta, aunque pueda parecer poco hoy en día, era atroz para la época, y eso encantó al público a la vez que horrorizó a la crítica. Hammer Films había dado con su estilo.

A partir de aquí vinieron las grandes historias de Terence Fisher. Universal, impactado de que aquello que creían muerto volviera a generar dividendos, vendió los derechos de todos sus monstruos clásicos a la Hammer, quien se lanzó a elaborar reinterpretaciones de Drácula, Frankenstein, la Momia o el Hombre-Lobo. El encargado de todas estas revisiones fue, como no, Terence Fisher, quien no dudó en utilizar el mismo equipo humano una y otra vez. Fue así como surgió Drácula (1958), en la que Christopher Lee y Peter Cushing se convirtieron, respectivamente, en las mayores y más grandes encarnaciones del Conde y de su eterno archienemigo Van Helsing. A pesar de estar basada en un material más que explotado, la película resultó toda una innovación no solamente por poner a los dos personajes en un nivel bastante equilibrado, sino por dotar al vampiro de una carga sexual inusitada para la época. El erotismo se convertiría en la pieza clave de este personaje y sus súbditos (en especial apetecibles hembras humanas) a lo largo de toda una saga que incluiría películas como Las novias de Drácula (1960) y Drácula, príncipe de las tinieblas (1966), dos de sus más conocidas secuelas. Curiosamente, Lee y Cushing no coincidirían en estas películas.

Frankenstein también contaría con una saga propia, y nuevamente Fisher fue el encargado de llevarla a cabo. Tras su primera incursión llegarían La venganza de Frankenstein (1958), Frankenstein creó a la mujer (1967), Frankenstein debe ser destruído (1969) y Frankenstein y el monstruo del Infierno (1973). De todas, la más destacable es la tercera, conocida en España con el título El cerebro de Frankenstein, y que volvía a poner a Peter Cushing en el papel del sádico barón convertido en científico desquiciado. Se dice que esta fue la última gran película que Fisher realizara para la saga, una que evidenciaba los excesos violentos y eróticos de la Hammer, que para la época era (gracias principalmente a estas películas) el único estudio británico que generaba ganancias. Pronto la popularidad de Fisher se extendió al nuevo continente, y la Warner Bros. comenzó a distribuir las películas de la Hammer en Estados Unidos. De allí surgió el encuentro de Terence con otro maestro del género: el escritor americano Richard Matheson, quien manifestó su interés por trabajar con el mítico estudio inglés.

El resultado de la unión de estos dos creadores fue la película The Devil Rides Out (1968), una historia con Christopher Lee a la cabeza que tocaba temas como el satanismo con una alta carga de sexualidad. Hoy en día no son pocos los críticos que opinan que esta cinta (conocida en España con el insulso título de La hija del Diablo) es la gran obra maestra de Terence Fisher, y una de las mejores cintas de la Hammer.

Fisher también realizó revisiones de otros personajes clásicos, con cintas como El fantasma de la Ópera (1962) y La maldición del hombre-lobo (1961). Para esta última, se basó en la novela de Guy Endore y la siguió de forma bastante fiel, si bien el libro se ambientaba en Francia y la película en España. El director, en esta ocasión, volvió a trabajar con un actor de primer orden: Oliver Reed, quien se encasquetó un maquillaje de licántropo muy parecido al que creara Jack Pierce para la película de Universal El hombre-lobo (1941). Otras películas de Fisher incluyen La momia (1959) y La gorgona (1964), película que contaba con una Medusa estrambótica y que también es considerada por muchos una de sus mejores cintas.

La carrera de Fisher se vio estancada tras el fracaso económico de Frankenstein y el monstruo del Infierno. Fatídicamente, esta época coincidió con el declive de la Hammer, que se había quedado estancada en su vieja fórmula de horror gótico y no pudo competir con la avalancha de películas de horror «realista» que decretaron la nueva forma de hacer cine. Sin embargo, el boom del VHS a principios de los ochenta supuso el surgimiento de un culto desmesurado por los antiguos productos de la casa británica, y el nombre de Terence Fisher destacaba por encima de todos como el mayor creador de monstruos y depravaciones varias. Por desgracia este fue un éxito que no pudo presenciar, ya que la muerte se lo llevó el 18 de junio de 1980, convirtiéndole en un personaje tan legendario como aquellas criaturas a las que diera vida en tantas ocasiones.

Míticos: Joe Dante (1946 – )

Si algún director necesita ser reinvindicado hasta el infinito, ése es sin duda Joe Dante, uno de los más creativos, innovadores y corrosivos directores de género que habitaron el pantanoso pero fértil terreno de la década de los 80, y al que la «industria» todavía no ha dado el reconocimiento que se merece. Su obra abarca casi todos los géneros, pero es indudable que es en el terror y la ciencia-ficción donde ha dejado sus más profundas huellas. Su curriculum es prácticamente un catálogo continuado de películas de culto que, para su desgracia, han trascendido a su propio sello como director, pero aunque no se recuerde su nombre, nunca se pueden olvidar aquellas películas suyas que han perdurado.
Joe Dante nació el 28 de noviembre de 1946 en Morriston, Nueva Jersey. Entre sus mayores influencias como creador (según él) está el dibujante Chuck Jones, creador de los Looney Tunes (a los cuales ha hecho referencias en numerosas de sus creaciones). Asimismo, su estilo es una extraña mezcla de los dos hombres que se convirtieron pronto en sus maestros y mecenas: Roger Corman y Steven Spielberg. Precisamente a este último homenajea en su primer largometraje: Piraña (1978), auténtico clásico de serie B que es, asimismo, el mejor plagio que se ha hecho de Tiburón (1975) hasta la fecha. La película fue hecha con las uñas y rodada en 30 días en medio de un esfuerzo titánico (odisea que repetiría James Cameron con la secuela, años después).
Su siguiente trabajo resultó otra película de culto que no necesita presentación: El aullido (1981), una de las películas de licántropos más famosas y memorables de todos los tiempos, eclipsada en ese momento (injustamente) por el estreno de Un hombre-lobo americano en Londres (1981), de John Landis, que obtuvo un mayor éxito comercial gracias a los efectos especiales de Rick Baker. Sin embargo, la película de Dante sí era un auténtico filme de terror despiadado, que ya le convertía en una personalidad de este género de cine. Aún así, Joe no se daba por vencido. Dos años después, cuando su maestro Spielberg le propone una película sobre la serie de televisión The Twilight Zone, no se lo piensa dos veces. El proyecto constaba de cuatro segmentos independientes dirigidos cada uno por un director de renombre. Uno era George Miller, el creador de Mad Max. Otro era el propio Spielberg, y el tercer compañero era John Landis, el hombre que le había arrebatado el éxito el año anterior. Dante consiguió su venganza compitiendo contra Landis con su propio segmento, basado en una historia de Richard Matheson acerca de un niño con poderes sobrenaturales que mantiene prisionera a una familia en medio de una casa poblada con sus fantasías. El resultado es que Twilight Zone: The Movie (1983) resulta una de las películas más sobresalientes de ese sub-género ochentero de las «cintas de antologías». Curiosamente, en esa misma película, en el segmento dirigido por George Miller (el mejor de los cuatro) aparece por primera vez el concepto de la siguiente película de Dante: el «gremlin».
Con Gremlins (1984) no cabe duda de que Joe Dante explora su faceta más chirriante. La película es un cuento de navidad protagonizado por una raza de pequeños monstruos verdes que aterrorizaban un tranquilo suburbio americano, resultó uno de los mayores éxitos de los años 80 y la consagración de su director. La historia, originalmente pensada como una fantasía gore con alusiones al consumismo desaforado de las fiestas decembrinas, fue alterada y «aligerada» por sus productores, pero al menos Joe consiguió lo que quería: un éxito arrollador que podía atribuirse a él. La película, además, causó furor en el público infantil, razón por la cual se pondría a Joe Dante al frente de producciones destinadas a ese sector, tales como Los exploradores (1985).
Los siguientes años de Dante como director oscilaron entre grandes producciones de ciencia-ficción como El viaje insólito (1987) y proyectos personales como Los suburbios (1989), una perversa historia con Tom Hanks acerca de un hombre esencialmente bueno empujado por sus vecinos a comportarse como un psicópata. Poco después, y buscando recuperar el afecto del todopoderoso dólar, llegaría Gremlins 2 (1990), bienintencionada secuela que, como tantas, abusa de su carisma y nos proporciona una combinación de momentos muy buenos con otros sencillamente terribles, como el insoportable cameo de Hulk Hogan. Mucho mejor fue sin duda su «reinterpretación» llamada Small Soldiers (1998), película en la que reinventaba el concepto hablando de unos juguetes dotados de vida propia que imitan las peores y mejores conductas de los humanos. Nuevamente aquí se manifestó su conexión con el público más joven, que se había sentido encantado con Dante gracias a varios episodios de Eerie, Indiana, serie de televisión tristemente desaparecida. También para este público dirigiría El faro encantado (2001), película basada en los cuentos de terror para niños de R.L. Stine, y Looney Tunes: Back in Action (2003), que por sus influencias le vino como anillo al dedo.
Lo último que sabemos de Joe Dante es que ha dirigido con gran éxito el episodio más polémico de Masters of Horror, titulado Homecoming (2005), un alegato político acerca de zombis que vuelven de la guerra para votar en contra del presidente que les mandó a morir de forma inútil. Lo más gracioso de todo este asunto: la cara de John Landis diciendo recientemente en una entrevista cuanto le envidia. Rivalidad entre amigos hasta el final.

[Nota: debido a un error por parte mía, había atribuido a Joe Dante la dirección del cuarto segmento de The Twlight Zone, cuando en realidad él había dirigido el tercero]

Míticos: Steve Miner (1951 – )

Injustamente olvidado en nuestra época, Steve Miner es uno de los muchos directores de horror que vieron florecer su carrera durante la década de los ochenta, pero a diferencia de la mayoría, supo combinar un interesante estilo personal con un conocimiento objetivo del género lo suficientemente amplio como para resucitar el material de otros creadores. Su filmografía no se limita al horror, ya que ha probado suerte literalmente en todo, y a pesar de que la llegada de la década de los noventa prácticamente lo desterró a los terrenos de la televisión, los nuevos proyectos en los que se ha embarcado parece ser que su regreso está más que asegurado. A lo mejor es la parte nostálgica de mí la que pide esto, ya que las películas de este cineasta ocuparon muchas horas de mi niñez.
Steve Miner comenzó su carrera a las órdenes de otros dos míticos del cine de horror: Wes Craven y Sean S. Cunningham, quienes a principios de los 70 luchaban por sacar adelante su proyecto personal que les colocaría en la mira de aquel sub-género de «violación-asesinato-venganza»: La última casa a la izquierda (1972). Miner trabajó como asistente de dirección, y la experiencia sirvió para que Cunningham solicitara sus servicios varios años más tarde, específicamente como productor asociado para Viernes 13 (1980). No hace falta decir que la película resultó un éxito colosal, y Steve finalmente obtuvo su primer trabajo como director a cargo de la secuela. Efectivamente, Viernes 13 parte II (1981), su ópera prima, le dio el honor de ser el hombre que por primera vez dirigiera a esa máquina de matar llamada Jason Vorhees. Privilegio similar tendría al año siguiente, cuando dirigiera Viernes 13 parte III (1982) y colocara al asesino de Crystal Lake la máscara de hockey que le acompañaría por el resto de su vida. Miner realizó esta película en 3-D, en el mejor estilo de auto-cine, y aunque no resultó un éxito tan colosal como las dos anteriores, sí consiguió que la industria se fijara en él como realizador.
En 1983, Steve Miner propuso a los estudios realizar una versión americana de Godzilla, e incluso consiguió que los estudios Toho en Japón aceptaran el proyecto. A pesar de eso, su visión del monstruo resultó demasiado ambiciosa para la época, y el presupuesto de 30 millones de dólares que lanzó sobre la mesa espantó a los estudios. Por fortuna, pocos años después realizaría una de sus mejores películas, la comedia de horror House (1986), que se convirtió rápidamente en un film de culto. El éxito estaba prácticamente asegurado para Miner, que pasó al género de la comedia y a realizar varios trabajos para la televisión. Pocos años después regresaría a los vericuetos del horror con Warlock (1989), la película que supueso el descubrimiento en serie B del actor británico Julian Sands, cuya presencia prácticamente acapara la película.

La década de los 90, transcurría sin mucha gloria para este director, ya que sus siguientes intentos de cambiar de género no resultaron tan exitosos. Desde la melodramática Forever Young (1992) con Mel Gibson hasta la comedia del dúo Rick Moranis/Tom Arnold Bully (1996), algo parecía decirle a Steve Miner que no estaba en su sitio. Mientras tanto cubría su cheque alimenticio trabajando como director en numerosas series de televisión. En este sentido llevó su estilo a prácticamente todo cuanto saliera por la tele, desde Chicago Hope y The Practice hasta Dawson’s Creek y Felicity, en un caso de auténtica esquizofrenia creativa.

Por aquellos días, el éxito de Kevin Williamson hizo que los estudios pusieran sus ojos nuevamente en el género del terror, y ya que Dimension Films estaba en la cresta de la ola, se pensó en Miner para resucitar la franquicia de Michael Myers. Fue así como nuestro amigo fue contratado para dirigir la séptima entrega de la saga: Halloween H20 (1998). Sabiendo perfectamente a aquello a lo que se enfrentaba, Steve Miner tomó la sabia decisión de ignorar completamente todas aquellas secuelas que habían sido realizadas después de la segunda parte, y retomar la historia como si las entregas 3, 4, 5 y 6 nunca hubiesen sucedido. Fue así como la séptima parte nos llevó al reencuentro entre el slasher Michael Myers y su hermana Laurie veinte años después, cuando ella pensaba que se había librado para siempre de su perseguidor. En un toque magistral de ironía y auto-cita, Steve Miner sitúa la historia en un campamento de adolescentes que Laurie (interpretada nuevamente por Jamie Lee Curtis) administra junto a su hijo. La película resultó exitosa, y permitió a su director embarcarse en otro proyecto, Lake Placid (1999), remake de una olvidada película de monstruos acerca de un cocodrilo gigante que aterroriza un destino turístico.

Actualmente Steve Miner ha vuelto a caer en los terrenos de la televisión, dirigiendo episodios de Smalville o Jake 2.0. Sin embargo, ya prepara sus dos nuevos proyectos para el futuro, y que podrían significar su regreso a la palestra: The After Killer (2006) y El día de los muertos (2007), la nueva versión del clásico de George Romero. ¿Cómo es posible que lo hayan olvidado para la serie Masters of Horror? La respuesta a esto se me escapa. En todo caso, algún día aprenderán.

Míticos: Stuart Gordon (1947 – )

Nacido en Chicago (EEUU), el 11 de agosto de 1947, la carrera de Stuart Gordon como director se vio cuesta arriba desde el principio, cuando fue encarcelado por cargos de obscenidad pública debido a una «poco covencional» versión de Peter Pan para teatro universitario en la que Campanilla era gay y el héroe de Barrie un niño hippie que viajaba a Nuncajamás gracias a una dosis de LSD. Por fortuna, sus problemas con la ley no le cerraron la puerta del cine de género, y a principios de los 80 ya se había abierto un hueco en la compañía Empire Pictures, presidida por el mítico productor de serie-B Charles Band. Fue allí precisamente donde Gordon rodó su primer largomentraje y hasta, la fecha, su obra más conocida: Re-Animator (1985), toda una fantasía gore basada en el relato Hebert West: Re-Animator, de H.P. Lovecraft. La película, entre otras cosas, supuso el descubrimiento del genial Jeffrey Combs (el Cary Grant de la serie-B) y el inicio de una serie de películas en las que Gordon aprovecharía el inmenso filón que Lovecraft dejara en su literatura.
Precisamente su segunda película, From Beyond (1986), volvió a reunir a Combs y a Lovecraft bajo su dominio. Gordon seguía fiel a su estilo de rodearse de actores serie-B como Barbara Crampton (que había trabajado también en su anterior película) y Ken Foree para rodar películas hechas con poco presupuesto pero con mucho desprecio hacia cualquier tipo de concesión. También en esta película contó con la colaboración de su amigo Brian Yuzna, que también le echaría una mano en Dolls (1987), su siguiente película, que trataba de una pareja asediada por una horda de muñecas asesinas.
Por desgracia, en esta ocasión el éxito comercial no le acompañó, y Gordon tuvo que pasar tres años sin dirigir, aunque se ganó la confianza de la industria gracias al argumento de Honey, I Shrunk the Kids (1989), uno de los mayores éxitos de Disney en el campo de las películas no-animadas. Este prestigio le permitió estrenar en 1990 la cinta de ciencia-ficción Robojox (1990), así como dos tv-movies de horror que le mantuvieron en forma: la primera fue El pozo y el péndulo (1990), nueva versión del cuento homónimo de Edgar Allam Poe con el mítico Lance Henrikssen como Torquemada. La otra fue Hija de las tinieblas (1990), un thriller con Anthony Perkins a la cabeza del reparto.
En 1993 llegaría uno de los mayores éxitos comerciales de Stuart Gordon, la película de ciencia-ficción La fortaleza (1993), con Christopher Lambert. Este éxito fue lo que permitió la financiación de Castle Freak (1995), su tercera película basada en la obra de H.P. Lovecraft y protagonizada por un Jeffrey Combs que ya se había convertido en referencia obligada del cine de género diez años después de que saltara a la fama como el doctor Herbet West. La historia de un niño deforme abandonado en el sótano de un castillo que acosaba a la pareja protagonista no fue ningún éxito, pero dejó claro cual era la línea que su director pensaba seguir en el futuro.

Y ese futuro efectivamente llegó. Tras flirtear de nuevo con la ciencia-ficción e incluso con el cine infantil, Gordon recibió la invitación de su amigo Brian Yuzna, quien se encontraba probando suerte en Barcelona con su compañía Fantastic Factory, para rodar en España el proyecto que había acariciado durante más de una década: Dagon (2001), cuarta película lovecraftiana de Gordon y uno de sus trabajos más ambiciosos hasta la fecha, siempre fiel al estilo serie-B que le vio nacer. Combs no estuvo presente en esta ocasión, pero aún así Gordon no dejó de hacer un guiño a los espectadores al dotar al personaje protagonista de un look muy parecido al de su actor fetiche.

Tras Lovecraft vino El rey de las hormigas (2003), homenaje personal de Gordon al cine de explotation de los años 70, y una película que todavía (lo confieso) estoy por ver. En la actualidad, Stuart Gordon continúa con su carrera, habiendo ya estrenado su propio segmento de la serie Masters of Horror: Dreams in the Witch-House (2005). También a este año pertenece su último largometraje: Edmond (2005), una bizarra historia sobre el bajo mundo de las calles de Nueva York, con guión de David Mamet y un elenco menos serie-B que antes, pero que por lo menos encuentra espacio para el inevitable cameo de Jeffrey Combs. Y es que algunos fetiches no mueren nunca.