Fede Álvarez y compañía se echan al hombro como productores a La matanza de Texas (2022), nuevo soft reboot de la saga y un nuevo intento de rentabilizar la película de Tobe Hooper mediante su conversión al género slasher, algo que la original nunca fue. A diferencia de la mayoría de los intentos anteriores, sin embargo, esta ha ganado una gran notoriedad en parte gracias a que Netflix se hizo cargo de su distribución, dándole así un estreno mucho más concurrido de lo que probablemente habría tenido en caso de pasar por cines. ¿El resultado? Depende de cómo se mire: si bien esta nueva Texas Chainsaw Massacre 2 (aunque tenga el mismo título, eso es lo que es) sigue sin entender lo que hacía la original algo especial, es también una de las secuelas más entretenidas que se han hecho, por mucho que el listón haya estado siempre bajo.
Por mi parte confieso que al principio me llamó mucho la atención ya que comienza con una premisa muy atractiva que utiliza como trasfondo la brecha entre la América urbanita y la rural (probablemente la mayor y más profunda división que existe hoy en día en los Estados Unidos), abordando temas como la gentrificación, el miedo al otro y sobre todo la superficialidad de un idealismo banal e ingenuo. Por desgracia, todos esos temas interesantes son completamente dejados de lado e ignorados una vez que Leatherface entra en escena, transformando la película en un festival de gore y violencia mayor que el de cualquier entrega y trayendo además al personaje de Sally, la superviviente de la película original que regresa casi cincuenta años después a acabar con el causante de su trauma de una vez por todas.
Precisamente ha sido la inclusión de este personaje uno de los aspectos más comentados de la película. Los motivos por los que está en ella son dos muy evidentes: por un lado, darle a la película cierto grado de legitimidad como secuela tardía, y por el otro terminar de copiar descaradamente el Halloween (2018) de David Gordon Green. Al final ninguno de estos dos motivos tiene sentido alguno no solo porque la inclusión de Sally resulta forzadísima e intrascendente sino también porque el personaje está interpretado por otra actriz, con lo que imagino que los responsables contaban con que el público se olvidara de que la actriz original, Marilyn Burns, murió hace ya varios años.
No todo es malo; a pesar de que no tiene nada que ver con la de Hooper ni parece saber qué era lo que hacía de esta algo especial, no se puede negar que los efectos prácticos y gore son realmente excelentes y la película tiene la ventaja de que es corta (dura menos de hora y media, incluyendo nueve minutazos de créditos finales). Además, no tuve que pagar para verla en un cine. Estas tres cosas por sí solas creo que explican que mucha gente la haya disfrutado, pero honestamente no siento que pueda concederle más que eso ya que precisamente una de las mejores cosas que tenía la original era la forma en que se negaba a banalizar su violencia, lo que a su vez hace que el espectador la recuerde como una película mucho más brutal de lo que realmente era. Esta, además, tampoco se puede decir que destaque mucho como slasher ya que incluso dentro de su propia liga hemos tenido ejemplos muy superiores que parten de una premisa y referentes similares pero mejor hechos. No ha estado mal, pero hasta ahí.