Reseña: Christmas Bloody Christmas (2022)

Cerramos el especial de Navidad de este año con Christmas Bloody Christmas (2022), una nueva entrega del arquetipo de Papá Noel asesino que llegó justo antes de estas navidades. El esquema es algo que hemos visto muchas veces ya, casi siempre dejando mucho que desear; de hecho considero que probablemente no habría visto esta película si no hubiese estado dirigida por Joe Begos, el mismo de la excelente Bliss (2019) y la también muy destacable VFW (2019). Esta quizá no esté entre sus mejores obras hasta la fecha, pero tiene algunas cosas que la hacen merecedora de un puesto en las inevitables listas de horrores decembrinos que suelen caer por estas fechas.

En un intento de dar un ángulo novedoso a una historia ya muy manoseada, la película de Begos crea la premisa de un Papá Noel robot, un engendro mecánico creado como reclamo publicitario por una contratista de tecnología militar que cobra vida debido a un error informático y desata una masacre en un pequeño pueblo californiano, cebándose sobre todo con un par de empleados de una tienda de discos que deberán primero huir y luego enfrentarse a la criatura para pasar con vida la Nochebuena. El resultado de esta idea es una mezcla de influencias que bebe no solo de conocidos slashers como Silent Night, Deadly Night (1984) sino también de obras de ciencia-ficción como las muy conocidas Terminator (1984) y Hardware (1990), en las que todo el mundo inevitablemente terminará pensando.

En este sentido, y teniendo en cuenta la premisa principal, la película sí que es un pequeño fracaso porque a pesar de todos los esfuerzos por hacer del Papá Noel una amenaza, la sencillez de medios y presupuesto hizo que nunca me creyera ni por un segundo que se trataba de una máquina y no de un tipo muy grande (interpretado, por cierto, por Abraham Benrubi de la serie de Parker Lewis, alguien a quien ciertamente no esperaba ver aquí). Por eso creo que la idea, si bien atractiva, está un poco desperdiciada. Ese sería mi único problema real ya que en todo lo demás esto es un trabajo muy destacable, con un nivel de violencia y brutalidad desvergonzado pero también con todas las señas de autor de Begos: estética de neón, múltiples referencias a los ochenta, una heroína dura e incombustible, un humor sucio y macarra y unos diálogos entrañables. De hecho, toda la primera media hora de la película se va en largas conv conversaciones de los protagonistas sobre música, sexo y películas de terror que parecen haber salido de un Tarantino particularmente inspirado.

Christmas Bloody Christmas ha tenido una recepción un tanto desigual, quizá por tratarse de un director que suele generar ciertas expectativas. Una atractiva idea y premisa principal que se siente un poco desaprovechada debido a sus escasos medios y su negativa a despegarse de los lugares comunes del slasher decembrino. Con todo y eso debo decir que las constantes de su director me la hicieron muy agradable y en general me gustó mucho aunque quizá no por las razones que podría esperar alguien en busca de un clásico de terror navideño.

Reseña: To All a Goodnight (1980)

Abrimos la ya habitual tríada de reseñas de terror navideño viajando al pasado, en concreto al año 1980, para revisar To All a Good Night (1980), un ampliamente conocido ejemplo de slasher temprano que es famoso no tanto por la película en sí sino por haber anticipado muchos de los elementos recurrentes que este subgénero mostraría a lo largo de su edad de oro, que coincide con los primeros años de la década de su estreno. Por mi parte nunca la había visto y aunque no me pareció muy buena sí reconozco que en su contexto tiene algunas cosas valiosas que veríamos una y otra vez en películas mucho mejores.

Esta de la que hablamos hoy comienza con un grupo de chicas en una residencia universitaria que se quedan solas durante Navidad y aprovechan para meter a un grupo de chicos con los que pasar unos días de desenfreno, con la casualidad de que también parecen haber llamado la atención de un psicópata vestido de Papá Noel relacionado, por lo visto, con una trágica muerte ocurrida en la misma residencia varios años atrás. Este argumento, en muchos sentidos calcado de la película de Bob Clark Black Christmas (1974), es sin embargo solo el punto de partida: el verdadero foco de la cinta está en una continua muestra en gran parte gratuita de violencia y sexo con algunas escenas gore y un misterio bastante torpe en cuanto a la identidad del asesino.

El énfasis en el whodunit, el elenco juvenil y las elaboradas escenas de muerte son lo que conforma el principal interés histórico de la cinta al enlazarla no solo con la arriba citada película de Bob Clark sino también (como muchos habrán adivinado ya) con la Viernes 13 (1980) original, a la cual esta cinta se adelantó por varios meses y con la que tiene enormes paralelismos a pesar de que resulta muy inferior tanto en argumento como en actuaciones y efectos especiales. Los parecidos, eso sí, son innegables, sobre todo una vez que se revela la identidad del asesino y llega el clímax de confrontación con la final girl virginal. Estos parecidos son tan evidentes que no tengo ninguna duda de que la comparación entre ambas cintas ha sido lo que la ha mantenido con vida en el recuerdo colectivo de los aficionados al terror. Eso y su ambientación navideña, que siempre asegura un público.

Personalmente diría que es allí donde reside casi todo su atractivo: aparte de su acabado algo amateur, como película es menos divertida que sus contemporáneas, mucho más enfocada en la explotación visual de las chicas y su contenido erótico que en la violencia, y con un asesino mucho menos interesante. A manera de curiosidad he de destacar que el director de esta cinta, David Hess, es alguien que sonará a los seguidores del proto-slasher ya que es conocido por su trabajo de actor como villano en La última casa a la izquierda (1972). Dicha película, por cierto, fue producida por Sean S. Cunningham, el director de Viernes 13, así que la conexión entre ambas quizás no sea tan casual después de todo.

Reseña: Terrifier 2 (2022)

Contra todo pronóstico teniendo en cuenta los hábitos de la cartelera en la ciudad donde vivo, Terrifier 2 (2022) se estrenó en cines y mi sorpresa fue tremenda porque a pesar de todo el entusiasmo que la precedía no me esperaba encontrarme, efectivamente, con una película muy superior a su antecesora en todos los sentidos. A pesar de ser una historia de terror con un nicho muy específico de gente a la que le pueda gustar, se trata de una gran obra destinada probablemente a convertirse en una película de culto para los amantes del gore y el humor cruel que destila a través de un metraje largo e inclemente.

Una de las mejores cosas que tiene es que su director, Damien Leone, hace lo que toda secuela debe hacer y es subir la intensidad de todos los elementos que hicieron famosa a la primera parte. El payaso Art (un grotesco personaje que parece en muchos sentidos una parodia de Marcel Marceau) regresa de la muerte sin muchas explicaciones y desata otra masacre en la noche de Halloween acompañado en todo momento por el espíritu de una niña-payaso a quien por lo visto solo él puede ver, y su destino se cruza con el de una chica que está teniendo sueños proféticos acerca del asesino mientras los eventos de la noche la llevan poco a poco a enfrentarse con él cara a cara.

El mayor cambio con respecto a la película anterior se da evidentemente en el ángulo sobrenatural pero también se manifiesta a nivel estético. Mientras que la Terrifier (2016) original se mantenía siempre en un plano de cierto realismo, esta en cambio tira de un imaginario surrealista de pesadilla que nunca se llega a explicar del todo pero que sugiere un trasfondo de historia acerca de los orígenes del payaso y su verdadera naturaleza, un regodeo en el lado onírico e irreal del terror similar a lo que nos dio en su momento el Halloween 2 (2009) de Rob Zombie pero enfocado hacia un sentido del humor visible incluso en el gore. Este último sigue en la línea de la primera parte, hecho con unos efectos especiales prácticos que destacan no solo por su calidad sino por la inmensa crueldad de unas escenas de muerte que se regodean en el sufrimiento de las víctimas, rozando los límites de la paciencia del espectador pero nunca sobrepasándolos, al menos en mi opinión.

Por supuesto no es una película para todo el mundo, y tanto la arriba citada crueldad como sus injustificables 138 minutazos de duración la convierten en una prueba de resistencia. Sin embargo, sí considero que en este sentido es menos fatalista y alienante que la primera y hace incluso algunas concesiones al espectador casual como por ejemplo la inclusión de una final girl antagonista a la altura del payaso y que proporciona las mayores satisfacciones de cara al público, cosa que la primera película negaba en todo momento. El resultado es una cinta hecha para un tipo de espectador específico amante del gore y los excesos sangrientos, pero también hecha con evidente respeto por su género y con una pasión innegable. Me ha gustado mucho y espero de todo corazón que tenga continuidad y hagan una tercera.

Reseña: Terrifier (2016)

El entusiasmo por su secuela estrenada este año ha hecho que finalmente me decidiera a ver Terrifier (2016), después de haberla evitado deliberadamente durante años debido a que no me llamaba para nada la atención y, para ser sinceros, el cine de terror basado en la recreación de la violencia explícita es algo que me interesa menos hoy en día. Sin embargo, hay que decir que he quedado gratamente sorprendido ante una película que si bien es sencilla y está hecha con un presupuesto mínimo, también muestra un gran oficio e imaginación que la eleva por encima de muchas otras cintas más elaboradas pero también más convencionales.

Su sencillez queda clara ya desde la premisa, en la que un psicópata vestido de payaso sale a ejecutar una masacre en la noche de Halloween y se encuentra con una pareja de chicas que tienen la desgracia de toparse con él. El hecho de que no sepamos absolutamente nada del asesino y el carácter absolutamente arbitrario de la violencia es lo que termina paradójicamente encumbrando una historia que tiene lugar casi por entero en un único escenario de un depósito en el que el payaso se refugia con sus víctimas (y otros desafortunados transeúntes) dando pie a una serie de muertes muy gráficas y elaboradas.

Es en este punto donde la película realmente destaca porque a pesar de que las actuaciones y escenarios evidencian el escaso presupuesto, este parece haber sido dedicado casi por entero a unos excelentes efectos gore que se han convertido en la mayor seña de identidad de la cinta así como la caracterización tan original del payaso, que no emite nunca sonido alguno y a quien nunca vemos fuera del «personaje» que se ha creado. Este último detalle es importante porque este asesino (que ya había salido por lo visto en otra película del mismo cineasta pero con otro actor) consigue sacar algo original y atractivo de un cliché tan repetido como el del payaso psicópata. Aunque claro, lo realmente vistoso de todo esto está en las escenas de muertes (una de ellas particularmente desagradable), tan exageradas que terminan adquiriendo cierto tono de comedia.

Dicho tono de comedia, por cierto, es algo que se limita únicamente a esas escenas en concreto porque la película en sí es sumamente deprimente y pesimista tanto en las capacidades de sus protagonistas como en el arco argumental, incluyendo un perturbador marco narrativo que podría en sí mismo dar pie a una secuela. No sé si la segunda parte ha tomado ese camino, pero fue lo primero en lo que pensé. Por cierto, la versión que anda rodando en la mayoría de plataformas está censurada y corta precisamente la muerte más brutal, así que si la pueden ver de cualquier otra manera mucho mejor. Por mi parte es una que pienso tener en casa fijo, y veré la segunda en lo que pueda.

Reseña: Body Bags (1993)

Revisitada después de mucho tiempo (aunque guardaba un buen recuerdo de ella), Body Bags (1993) es una simpática película de antología de terror de principios de los noventa muy conocida pero que no suele nombrarse mucho a la hora de hablar de las más sobresalientes de dicha década. Como suele ocurrir en varios de estos trabajos, su fama y difusión vino sobre todo gracias a su presencia en formato doméstico, ya que originalmente fue concebida como el piloto de una serie para la cadena Showtime que nunca llegó a realizarse.

La estructura que tiene es algo ampliamente conocido a estas alturas: tres historias independientes hiladas por un marco narrativo con un presentador que le da el toque de comedia de horror y que por supuesto termina siendo más recordado que los propios cuentos. Esta película no es la excepción; a pesar de ser un trabajo muy sencillo que sufre en comparación con muchas otras cintas similares de la misma época, su mayor encanto está en su condición de reunión de auténticas luminarias del terror, todos bailando al compás de John Carpenter, quien no solo dirije dos de los tres segmentos (dejando el tercero a Tobe Hooper) sino que también interpreta al maestro de ceremonias en una morgue, una suerte de Guardián de la Cripta de saldo que sin embargo está muy bien y le da a la película gran parte de su personalidad, algo interesante porque no recuerdo muchas incursiones suyas como actor.

En cuanto a los cuentos como tal, estos no son nada del otro mundo y siguen más o menos el mismo esquema Twilight Zone/Cuentos de la cripta que para entonces era prácticamente el estándar. Aunque para mí el antecedente que vale la pena nombrar es Two Evil Eyes (1990), un trabajo muy similar hecho por George Romero y Dario Argento y que también se valía de la presencia de varios rostros conocidos del género de terror, algo que aquí está exacerbado. De hecho, si algo se puede destacar de las tres historias es el maravilloso elenco que se gastan: desde apariciones muy breves (Sam Raimi haciendo de un cadáver en un armario) hasta protagonismos inspirados como Mark Hamill en el segmento dirigido por Tobe Hooper, el más violento y perturbador de los tres pero también el más convencional.

Siendo justos, el tiempo no ha tratado tan bien a Body Bags como a muchas de sus contemporáneas pero con todo y eso tiene mucho qué salvar, sobre todo teniendo en cuenta que tanto Hooper como (en menor medida) Carpenter habían ya dejado atrás sus mejores películas como directores. Vale la pena.

Reseña: Spiral (2021)

Otra de esas que me perdí a su paso por cines a pesar de que me daba mucha curiosidad, Spiral: From the Book of Saw (2021) fue una de esas películas que llegaron más o menos por sorpresa ya que casi nadie habría esperado un regreso de una saga que ya había tenido una secuela tardía que pasó sin pena ni gloria. El resultado esta vez tampoco ha destacado mucho, y debo decir que en lo personal habría sido más bondadoso con ella si no fuera porque en su momento intentaron venderla como algo más que otra secuela de Saw (2004), cuando en realidad eso es exactamente lo que es. Sus diferencias, de hecho, son superficiales y casi siempre relacionadas con lo que no tiene.

Con esto lo que quiero decir es que lo primero que salta a la vista es sus carencias en cuanto a ser parte de la saga original ya que la premisa es la misma, una serie de crímenes aparentemente realizados por un imitador de Jigsaw y que esta vez tienen una cosa en común: todas las víctimas son policías corruptos, en concreto los policías de un precinto específico, lo cual sugiere un misterio que deberá descubrir el protagonista, un Chris Rock en un papel serio e inusual dentro de su carrera.

Pero como decía, lo más llamativo es lo que esta película no tiene: la ausencia de Jigsaw y por extensión del actor Tobin Bell, quien había aparecido en todas las entregas anteriores aunque fuera por medio de flashbacks o recursos cada vez más rebuscados es algo que al final se siente y le quita a la película parte de su identidad. La idea de que el asesino es otro también se machaca mediante el empleo de otra voz (mucho menos tenebrosa y efectiva), otra marioneta y el símbolo de la espiral que se convierte en un nuevo tema recurrente, todas estas son cosas que parecen apuntar a un intento de distanciarse un poco de la saga original pero que al final son aspectos puramente superficiales porque todo lo demás es más de lo mismo, incluyendo el giro final que revela a un villano poco inspirado y definitivamente inferior. Si algo positivo se puede rescatar esta vez es que el regreso como director de Darren Lynn Bousman (probablemente el cineasta más emblemático de la saga) hace de este un trabajo ligeramente más atractivo que el de varias de las secuelas anteriores, pero poco más.

Y sin embargo, a pesar de que no puedo decir que sea una buena película, lo cierto es que tiene muchas cosas que me hicieron disfrutarla, sobre todo la intensidad del trabajo actoral de Chris Rock, quien por lo visto es un gran seguidor de la saga y se involucró de lleno en la producción. Esto último nota porque de todo el elenco es probablemente el que se lo toma más en serio. Si te gustaron las anteriores esta es una que sin duda te va a gustar también ya que pese a los sutiles cambios estéticos y temáticos, mantiene las constantes de la saga que ya conocemos como esa carnavalización de la violencia y los giros argumentales en el desenlace. Pierde un poco de fuelle al final y varias de sus sorpresas se ven venir desde muy lejos, pero me ha dado más de lo que esperaba de ella y eso es algo muy positivo.

Reseña: La matanza de Texas (2022)

Fede Álvarez y compañía se echan al hombro como productores a La matanza de Texas (2022), nuevo soft reboot de la saga y un nuevo intento de rentabilizar la película de Tobe Hooper mediante su conversión al género slasher, algo que la original nunca fue. A diferencia de la mayoría de los intentos anteriores, sin embargo, esta ha ganado una gran notoriedad en parte gracias a que Netflix se hizo cargo de su distribución, dándole así un estreno mucho más concurrido de lo que probablemente habría tenido en caso de pasar por cines. ¿El resultado? Depende de cómo se mire: si bien esta nueva Texas Chainsaw Massacre 2 (aunque tenga el mismo título, eso es lo que es) sigue sin entender lo que hacía la original algo especial, es también una de las secuelas más entretenidas que se han hecho, por mucho que el listón haya estado siempre bajo.

Por mi parte confieso que al principio me llamó mucho la atención ya que comienza con una premisa muy atractiva que utiliza como trasfondo la brecha entre la América urbanita y la rural (probablemente la mayor y más profunda división que existe hoy en día en los Estados Unidos), abordando temas como la gentrificación, el miedo al otro y sobre todo la superficialidad de un idealismo banal e ingenuo. Por desgracia, todos esos temas interesantes son completamente dejados de lado e ignorados una vez que Leatherface entra en escena, transformando la película en un festival de gore y violencia mayor que el de cualquier entrega y trayendo además al personaje de Sally, la superviviente de la película original que regresa casi cincuenta años después a acabar con el causante de su trauma de una vez por todas.

Precisamente ha sido la inclusión de este personaje uno de los aspectos más comentados de la película. Los motivos por los que está en ella son dos muy evidentes: por un lado, darle a la película cierto grado de legitimidad como secuela tardía, y por el otro terminar de copiar descaradamente el Halloween (2018) de David Gordon Green. Al final ninguno de estos dos motivos tiene sentido alguno no solo porque la inclusión de Sally resulta forzadísima e intrascendente sino también porque el personaje está interpretado por otra actriz, con lo que imagino que los responsables contaban con que el público se olvidara de que la actriz original, Marilyn Burns, murió hace ya varios años.

No todo es malo; a pesar de que no tiene nada que ver con la de Hooper ni parece saber qué era lo que hacía de esta algo especial, no se puede negar que los efectos prácticos y gore son realmente excelentes y la película tiene la ventaja de que es corta (dura menos de hora y media, incluyendo nueve minutazos de créditos finales). Además, no tuve que pagar para verla en un cine. Estas tres cosas por sí solas creo que explican que mucha gente la haya disfrutado, pero honestamente no siento que pueda concederle más que eso ya que precisamente una de las mejores cosas que tenía la original era la forma en que se negaba a banalizar su violencia, lo que a su vez hace que el espectador la recuerde como una película mucho más brutal de lo que realmente era. Esta, además, tampoco se puede decir que destaque mucho como slasher ya que incluso dentro de su propia liga hemos tenido ejemplos muy superiores que parten de una premisa y referentes similares pero mejor hechos. No ha estado mal, pero hasta ahí.

Reseña: Valentine (2001)

Reseña guardada especialmente para este día, Valentine (2001) fue en su momento uno de los ejemplos de esa fiebre por el slasher juvenil que inundó las carteleras a finales de los noventa y princios de los dosmil, sobre todo tras el éxito de Scream (1996) y sus sucedáneos. Entre estos trabajos, por cierto, se cuenta el del propio director de esta película, el australiano Jamie Blanks, quien ya había hecho su colaboración a esta tendencia con la por otro lado muy superior Leyenda urbana (1998). En esta ocasión el gancho, y aquello que la diferencia de sus congéneres, está en el empleo del día de San Valentín como clave temática, pero todo lo demás está allí: elenco joven, asesino enmascarado y una trama enrevesada en la que la identidad del asesino y la motivación tras los crímenes es de una importancia central.

Dicha trama es algo, además, que se nos revela prácticamente desde el principio a través de un innecesario flashback donde vemos al chico feo y rarito de la clase de instituto que años más tarde decide vengarse matando una a una a las chicas que lo rechazaron y cuya acusación falsa hizo que terminara en prisión. Un día, de la noche a la mañana, estas chicas comienzan a morir a manos de un misterioso asesino atavidado con una máscara de Cupido en los días previos a San Valentín, que es cuando tiene lugar la masacre principal y el clímax de la película.

Habiéndola revisitado ahora muchos años después de que lo hiciera por primera vez he terminado por descubrir muchos detalles interesantes en la película que no había visto antes y que en realidad dan para mucho juego aunque no se aprovechen del todo: tanto las motivaciones del asesino como la historia de la amistad entre las chicas muestra esbozos de una trama mucho más compleja de lo que se muestra a simple vista, con escenas y giros argumentales un tanto inexplicables que parecieran hablar de un trasfondo de personajes y subtramas que probablemente tuvieron que ser eliminadas para reducir tiempo de metraje y cuya ausencia se nota, sobre todo una vez llegado el momento de la revelaci´ón final, muy predecible para cualquiera que haya visto películas de terror pero que inevitablemente terminará generando más preguntas que respuestas. También hay muchas buenas ideas en cuanto a la cultura del ligue que incluyen referencias que quizá los más jóvenes no pillen (el speed dating, el ya difunto intercambio de cintas, etc) y que se podrían haber combinado con la temática de San Valentín, como también se habrían podido combinar sus muchas alusiones a la masculinidad depredadora o el subtexto misógino del asesino, que por lo visto va a por las chicas que lo rechazaron pero no a por los chicos que lo humillaron en el mismo incidente.

Todas estas son cosas que están ahí, sin duda, pero que inevitablemente terminan o bien dejándose de lado o bien no desarrollándose en beneficio de un tratamiento más superficial, desde el lucimiento de Denise Richards como innegable reclamo erótico del elenco hasta un balanceo un tanto ca´ótico del misterio en torno al asesino, puesto que cerca del final la película empieza de repente a traer de vuelta a varios personajes secundarios para intentar hacerte creer que el culpable podría ser cualquiera cuando en realidad resulta muy claro de quién se trata casi desde el principio. Después de tantos años le he encontrado muchos aspectos positivos que no tomé en cuenta en su momento y que me hubiese gustado se aprovecharan más, porque lo cierto es que aquí sí que hay el germen de una buena idea que por desgracia no llega mucho más allá de lo que sus contemporáneas consiguieron.

Reseña: Scream (2022)

La primera entrega de la saga de Scream hecha sin la participación de Wes Craven riza el rizo asumiéndose de entrada ya no como meta-slasher sino como una serpiente que se muerde la cola, con una cantidad abrumadora de auto-referencias tanto a la saga como a su versión meta-ficcional, Stab, algo que la acerca más a la tercera entrega de la saga, con la que tiene muchos puntos en común. Personalmente me ha parecido la menos recomendable de todas por muchos motivos, y el principal de ellos quizá tenga que ver con las inexistentes ganas de sacar algo interesante bajo la excusa de la autoparodia.

El empleo del mismo título de la original a pesar de tratarse de una quinta entrega ciertamente no es algo nuevo, pero tiene sentido si tenemos en cuenta que se trata básicamente de una vuelta a los orígenes, con un grupo de jóvenes amigos acosados por un asesino que lleva una máscara de Halloween y que guarda relación no solo con el pasado del pueblo de Woodsboro sino también con la obra de ficción Stab, la cual tiene una gran importancia para el argumento. Se hace necesario, por lo tanto, seguir no simplemente las reglas de las películas de horror (clave argumental ya hace tiempo superada) sino las reglas de las propias películas de Stab y por lo tanto de Scream: la clave del misterio está en el pasado, las víctimas están todas relacionadas entre sí y el asesino es uno (¿o dos?) del propio grupo, algo que se menciona incluso en varias ocasiones para que hasta el más tonto del público lo pille.

Esta es la idea base de la que parte, solo que los ingredientes están mal: el nuevo elenco me pareció en su mayoría terrible (sobre todo la chica protagonista) y, tal como está representado el personaje de Ghostface desde el principio, la resolución del misterio no tiene sentido alguno, cosa que los responsables saben pero a lo que no parecen dar ninguna importancia. Honestamente, casi todos los pocos momentos de brillantez están protagonizados por los personajes de la saga original, quienes resultan esenciales para la resolución de la trama a pesar de que, paradójicamente, tienen una participación tan limitada y con tan poco tiempo en pantalla que casi no tienen oportunidad de hacer nada. De hecho el único que parece hacer algo con su personaje es David Arquette, quien vuelve una vez más como Dewey y protagoniza los únicos momentos de la película en los que sentí alguna conexión emocional con lo que estaba pasando. Eso y el excelente trabajo de voz de Roger L. Jackson como Ghostface son los únicos momentos de calidad real.

Todo lo demás me pareció sinceramente muy pobre: a pesar de que la película es mucho más violenta que las anteriores, el discurso meta es ya un chiste facilón a estas alturas, incluyendo la poco sutil coña del «horror elevado» y la absurda idea de la «recuela», palabra que nunca había escuchado ni leído hasta ahora. Pero en realidad, las menciones metaficcionales, más que un chiste, me parecieron un intento bastante burdo por parte de la película de justificar su propia existencia. Lo peor quizá sea la resolución del misterio y especialmente la motivación de los crímenes, acompañada por supuesto de una reflexión acerca del fandom tóxico que me pareció vulgar, facilona y terriblemente ingenua, en un alarde de autocomplacencia discursiva similar al de la última versión de Black Christmas (2019). De verdad, si queréis ver algo mucho más interesante e innovador con la saga os recomiendo que le echéis un vistazo a la serie de televisión, que está mucho mejor. En cuanto a esta, no miento si les digo que en varias ocasiones, sobre todo cerca del final, sentí una gran pena ajena.

Reseña: Fear Street: 1978 (2021)

El verano pasado Netflix se embarcó en un ambicioso proyecto de rodar y estrenar una trilogía de películas de terror con poco tiempo de diferencia, basándose en una serie del famoso escritor de novelas juveniles R. L. Stine. Aquí ya reseñamos hace unos días la primera entrega de Fear Street y ahora toca la segunda, Fear Street: 1978 (2021). Para suerte mía, esta segunda parte ha resultado ser tan buena como la primera entrega o incluso mejor, con muchas de las mismas ideas y aciertos enfocados esta vez al slasher de la edad de oro, es decir aquel ambientado en campamentos de verano.

De entrada hay que decir que aunque la película es en s´í un gran flashback y por lo tanto cuenta una historia relativamente autoconclusiva, el argumento continúa aquello que inició en Fear Street: 1994 (2021) y explora en mayor profundidad la historia de la maldición que afecta al pueblo Shadyside, en el que cada tantos años alguno de sus habitantes es poseído por el espíritu de una bruja y desata una serie de brutales asesinatos. En esta ocasión, esto ocurre en un campamento durante el verano de 1978, en el que un grupo de jóvenes son masacrados uno a uno por un asesino armado de un hacha mientras una chica y su hermana intentan buscar la manera de detenerlo.

Poniéndonos quisquillosos podríamos mencionar que la edad de oro de los slashers ocurrió en la primera mitad de los ochenta y no al final de los setenta, pero da igual porque la película tampoco te ahoga con referencias a pesar de que su inspiración es muy evidente desde el principio: la est´ética empleada, así como varias de las escenas recuerdan a clásicos del género como The Burning (1981), Sleepaway Camp (1983) y sobre todo la Viernes 13 (1980) original, pero sus referencias son muy sutiles. De hecho, la película es más explícita en cuanto a su ambientación de la misma manera en que lo fue la primera parte, con el catálogo de temazos del rock de los setenta en la banda sonora y una poco creíble mención de Stephen King como autor de culto ya en 1978. Lo que sí es cierto es que sigue siendo disfrutable a más no poder, con un elenco joven muy simpático y una sorprendentemente generosa muestra de sexo y violencia considerando el target juvenil al que está dirigida.

Por supuesto hay cosas mejorables, principalmente que la trama es más predecible que en la primera. Incluso hay una revelación sorpresa en los últimos minutos que está tan clara desde el principio que honestamente no sabía que era una sorpresa hasta que la propia película lo dijo. Sin embargo, todo lo demás funciona, desde el ritmo que nunca decae, pasando por la violencia festiva y la manera inteligente en que expande la mitología de la película anterior. Me ha gustado mucho y ha conseguido que tenga muchas ganar de ver la tercera para ver en qué termina todo.