Una de las reglas no escritas que seguimos aquí es esa que dice que cada año tiene que haber al menos una película de zombis (en realidad son dos; una tiene que ser una comedia). La de este año bien podría ser The Sadness (2020), una producción proveniente de Taiwán (aunque curiosamente su director y guionista es canadiense) que ha desperado un gran interés por ser particularmente violenta. Esta fama, os puedo adelantar ya, está más que justificada. También es su mayor seña de identidad porque aquello que muestra es algo que hemos visto muchas otras veces y no se aparta mucho de allí.
Para empezar, estamos ante otro ejemplo de la variante zombi al estilo de 28 días después (2002), ya que la amenaza no son muertos reanimados sino un virus altamente contagioso que convierte a los infectados en depravados asesinos que matan a sus víctimas con lo que tengan a mano y a veces de forma muy creativa. En medio del caos, una pareja de novios se encuentra separada de forma fortuita e intentan reunirse a la vez que huyen de las hordas que se multiplican por toda la ciudad.
Por supuesto, y antes de que os lo preguntéis, la película traza paralelismos muy claros y oportunistas con la actual pandemia del COVID 19, aunque se abstiene en gran medida de hacer comentarios políticos sobre ella. Si por algo destaca, como decía arriba, es por el alto nivel de violencia que se muestra en pantalla, la cual no solo se traduce en sangre y casquería sino también en un amplio catálogo de depravaciones ante las cuales la película no se corta. De hecho, estoy casi seguro de que lo que realmente afectará al público no son los momentos gore sino las numerosas escenas de violencia sexual en las que la película se recrea y que constituyen casi el principal arco argumental de la chica protagonista y el infectado que la persigue insistentemente.
En parte por ese motivo me pareció poco imaginativa en cuanto a historia y muy predecible en todo momento, pero la acción frenética que muestra y la intensidad de algunas de sus escenas más incómodas son algo a destacar y al menos le dan a la película cierto grado de singularidad que la diferencia del resto de ejemplos de un subgénero que tiende a la incesante repetición. Eso s´í, todavía no tengo ni idea de por qué se titula The Sadness, y eso es algo que me interesa saber.
Con One Cut of the Dead (2017) pasa algo curioso y es que no la pude ver cuando se estrenó (en festivales, porque nunca tuvo un pase comercial donde vivo) a pesar de todo el furor que causó y todo el hype que se tejió en torno a ella. He tardado todo este tiempo en verla y ahora siento que esa buena prensa está más que justificada porque esta es sin duda una pequeña joya y una de las películas de zombis más ingeniosas que he visto en un buen tiempo, por mucho que al principio no lo parezca.
Si quieres saber de qué se trata, lo máximo que puedo decir es que va sobre un equipo de rodaje de una película barata de zombis que se ve sumido en un verdadero ataque durante el rodaje, pero incluso esto es simplificarla mucho. Lo cierto es que mientras menos sepas de ella antes de verla mejor, y de hecho algo que siempre me llamó la atención de las reseñas entusiastas que leí es que todas eran muy vagas a la hora de contar de qué iba la trama, y solo tras haberla visto es que me he dado cuenta por qué. La película tiene varios giros interesantes que te hacen replantearte todo y, curiosamente, es algo que sucede más de una vez y descubrir esos momentos por ti mismo es gran parte de la gracia que tiene.
Por supuesto se pueden mencionar cosas más técnicas como su estética amateur, el evidente comentario meta sobre la propia industria del entretenimiento o, sobre todo, el frenético ritmo de una producción empeñada en mantener su gimmick de un único plano secuencia a como de lugar. Pero si hay algo que la haga destacar quizá sea la calidad de sus actuaciones y lo muy bien diseñados que están todos y cada uno de los personajes, sobre todo el protagonista. Esto último es algo que se ha mencionado en muchas ocasiones pero sinceramente creo que si eres cineasta, o incluso si simplemente eres un espectador interesado en los trucos y técnicas del oficio cinematográfico, esta es una cinta que vas a disfrutar mucho y que jugará con tus expectativas recompensándote en todo momento.
Pero ojo: esto no es indispensable, ya que también tiene un gran disfrute incluso a un nivel superficial. No lo esperaba, si he de ser sincero, pero al final One Cut of the Dead ha resultado ser algo maravilloso y una de las mejores comedias zombis de los últimos años. Si es que incluso el final me ha parecido tremendamente emotivo y la confirmación de cómo la película termina de seducirte con la gesta casi heróica de ese pequeño equipo de rodaje serie Z. Muy buena y recomendable hasta el hartazgo.
A pesar de que se vendió desde el principio como una secuela de la excelente Train to Busan (2016) y de que está escrita y dirigida por el mismo responsable de esta, Peninsula (2020) podría perfectamente ser un trabajo independiente ya que no solo no tiene ninguna conexión argumental con su antecesora sino que incluso parece un tipo de película completamente distinto, con zombis representados de la forma en que por lo visto el cine coreano suele hacer. De hecho, la cinta resulta ser una ligera decepción si pensamos en ella como secuela ya que resulta claramente inferior, aunque no deja de tener su encanto si la vemos como un producto más de acción/zombis un tanto más eficiente.
Quizá haya jugado a mi favor el hecho de que si bien esperaba con ganas una secuela de la primera parte, los primeros trailers de esta no me parecieron nada buenos de entrada ya solo por el argumento: en este universo ficticio, Corea del Sur se ha convertido en una ruina y su población en un mar de refugiados extendidos por el mundo mientras su antiguo país se encuentra puesto en eterna cuarentena. En este contexto, un grupo de cuatro supervivientes son contratados por un mafioso de medio pelo para infiltrarse en la ciudad devastada de Busan y encontrar un camión que contiene veinte millones de dólares en efectivo simplemente esperando a que alguien los recoja.
El abandono de la trama del Apocalipsis zombi y la inclusión de este ángulo de cine de acción y atracos es algo que me echó para atrás desde el principio, y tal como muchos han comentado ya, el resultado final deja bastante claro qué es lo importante. La trama está no solo más enfocada en la acción sino que incluso hay un montón de secuencias y escenas CGI de persecuciones en coche y que tienen tanta importancia o más que los zombis. Este énfasis en la conducción está rodado además de una forma muy poco realista en beneficio del espectáculo puro y duro, y se nota cuales han sido las influencias detrás de esta idea ya que el clímax de acción de la película parece claramente inspirado en Mad Max: Fury Road (2015) aunque con menos arte y con (casi) tanta hipérbole como la saga de Rápido y Furioso. Entre eso y la estructura clásica tipo Escape de Nueva York (1981) este trabajo es un ejemplo muy genérico de cine postapocalíptico que no va a sorprender a nadie y que probablemente desagrade a aquellos que esperen una nueva entrada de muertos vivientes.
Pero lo cierto es que a pesar de todo no puedo negar que funciona; incluso teniendo en cuenta los evidentes préstamos de otras películas, el mundo creado por Peninsula sugiere un espectro más amplio que se podría, en teoría, explorar en el futuro. A pesar de su poco realismo sabe mantener la acción trepidante que tenía la original y al mismo tiempo respetar algunas de sus constantes de estilo como por ejemplo el melodrama en cámara lenta que a estas alturas ya asocio con gran parte del cine mainstream coreano. No quiero ponerme demasiado exigente con esto porque la he disfrutado a pesar de todos sus problemas, y solo lamento que teniendo en cuenta el hecho de que su director ya había entregado dos grandes obras de cine zombi como la ya citada Train to Busan y el grandioso largometraje animado Seoul Station (2016), para la tercera parte haya decidido darnos un trabajo mucho más comercial y olvidable.
Aunque no llega nunca a los niveles de la primera parte, Bride of Re-Animator (1990) es una muy digna secuela que lleva la historia de Herbert West a nuevos niveles pese a contar más o menos la misma historia. En este sentido, uno de los mayores aciertos del equipo responsable fue el de pasar las riendas de la dirección a Brian Yuzna, quien fuera también productor de la original y probablemente el cineasta más indicado para dar continuidad a la visión de Stuart Gordon gracias a su predilección por lo grotesco y lo surrealista, cosas que dan a su estilo un empaquetado de horror al que no abandona ni siquiera durante sus evidentes concesiones a la comedia.
En esta ocasión Yuzna construye además una entrañable parodia de La novia de Frankenstein (1935) en la que Herbert West intenta ayudar a su amigo y compañero Dan a encontrar la forma de traer de vuelta a su chica aunque para ello tenga que construir una criatura a base de partes reanimadas de distintos cadáveres. Al igual que en la primera entrega ambos deberán enfrentarse a una serie de dificultades encarnadas no solo en la comunidad médica sino también en un policía que intenta vengar a su esposa (quien fuera reanimada por el misterioso suero del doctor West en la película anterior) y en el regreso del villano de la primera parte dispuesto a cobrar su propia venganza a pesar de haber quedado reducido solo a una cabeza viviente a la que terminan pegándole alas de murciélago.
De todas formas el argumento es lo de menos, a pesar de que es demencial y lleno de secuencias alocadas como todo lo que hace Brian Yuzna. Si hay un auténtico protagonista en esta película sería el increíble trabajo de efectos especiales prácticos de Screaming Mad George, que consiguen superar a los de la película original proporcionando algunos de los mejores momentos de la cinta, sobre todo en el clímax cuando el experimento de Herbert y Dan rinde sus frutos a la vez que son atacados por la horda de muertos vivientes traídos por su rival. Es en este apartado donde realmente la película hace justicia a sus orígenes y se convierte en una secuela mucho mejor de lo que cabría esperar, por mucho que se sientan carencias en cuanto a ciertos detalles interesantes que se dejan de lado. Uno de estos sería por ejemplo el regreso del villano de la primera parte, que parece estar aquí únicamente para proporcionar el toque épico del final sin que tenga mayor justificación en el resto de la historia, una que maneja quizá demasiadas subtramas simultáneas sin el mismo grado de interés.
De todas formas y a pesar de todo esto es una película muy divertida y una continuación más que solvente que eleva a la cinta original y al mismo tiempo nos regala más de aquello que la hacía grande, como los ya mencionados efectos especiales o el siempre genial Jeffrey Combs, aquí de vuelta en el papel que le hizo famoso. Si no me creéis, basta compararla con la tercera película, Beyond Re-Animator (2003), la cual sí vio reducido su presupuesto considerablemente y no resulta ni por asomo tan memorable o energética como esta. Una pequeña joya a rescatar, y para los seguidores de la obra de Yuzna una de las imprescindibles.
No estoy mintiendo si digo que esta probablemente haya sido la película que esperaba con más ganas este año. No debo haber sido el único, porque lo cierto es que El ejército de los muertos (2021) es en muchos sentidos una de las obras más personales de Zack Snyder hasta la fecha, una en la que metió toda su voluntad y buena fe y que no solamente representa una especie de vuelta a los orígenes que lo hicieron famoso sino en la que además hace tanto de director como de guionista y (por primera vez en su carrera) de director de fotografía. El resultado es curioso, y si bien contiene muchos detalles interesantes y únicos del cine de Snyder, debo decir que no terminó de impresionarme tanto. De hecho, considero que lo más interesante de la cinta es la posibilidad que abre para el futuro de su director, ya que su estreno fue por lo visto todo un éxito por mucho que haya tenido a gran parte de la crítica en contra.
Debo decir de entrada que una de las cosas que me echaba para atrás era la premisa, en la que un grupo de mercenarios se infiltra en las ruinas de lo que una vez fue Las Vegas, ciudad amurallada en eterna cuarentena después de haber sido arrasada por los zombis años atrás. El objetivo de este grupo es recuperar 200 millones de dólares de una caja fuerte y salir con vida mientras las hordas de muertos vivientes van a por ellos. Me hizo gracia cuando supe esto porque me parece recordar que este es más o menos el mismo argumento de la surcoreana Península (2020), secuela de Train to Busan (2016) que se estrenó hace relativamente poco. No puedo confirmarlo porque no la he visto aún, pero de todas maneras pronto queda muy claro que los intereses de la película de Snyder van por otro lado, y aunque el suyo es un trabajo que recicla varias obras del pasado, su mirada parece estar más puesta en los clásicos de acción como Aliens (1986), a la que se fusila sin piedad en más de una ocasión y sin ningún tipo de vergüenza.
De todas formas, la introducción de zombis inteligentes hablan de una evolución de la amenaza zombi en la que la historia nos mete de lleno y que funciona. De hecho, una cosa que me sorprendió mucho es que la historia de la plaga que arrasa Las Vegas es contada a través de un montaje musical durante los créditos de inicio, los cuales parecen de por sí otra película de la cual esta vendría siendo la secuela. Es un detalle del cual he leído muchas quejas argumentando que lo más interesante de la película en cuanto cine zombi se encuentra en estos primeros minutos. Personalmente estoy en desacuerdo en cuanto a que esto sea un problema, porque la verdad es que muy pronto se hace obvio que el tema de los muertos vivientes parece importarle a Snyder más bien poco.
Esto lo digo porque una vez que la aventura de los protagonistas comienza empezamos a ver detalles de un mundo mucho más enrevesado en el que la evolución de los zombis (que no solo piensan sino que además son capaces de reproducirse y organizarse en un tipo de sociedad) dejan en evidencia lo mucho que el esquema clásico de zombis se ha dejado de lado. En este sentido es muy representativa una escena en la que los personajes se encuentran con un mar de zombis inertes disecados al sol, escena en la que uno de los personajes revela que dichas criaturas no están muertas realmente sino solo esperando a que caiga la lluvia para levantarse y volver a atacar. Esta lluvia nunca llega en la película, por lo que se me hizo inexplicable que anunciaran el peligro de esa manera.
Aquí es donde comienzan mis auténticos problemas con El ejército de los muertos y que tienen que ver con los habituales excesos de un director que encima parece haber tenido todo el control sobre su obra; con casi dos horas y media de duración, se hace demasiado larga, con demasiados personajes (algunos de ellos, como la Coyote que los guía en la ciudad y la hija del protagonista, podrían haberse combinado) y encima visualmente fea con ese look cien por cien digital de fondo desenfocado deliberadamente, algo que me jode porque Snyder siempre ha sido un director principalmente visual. Pero es que encima su componente de acción tampoco es gran cosa, y la amenaza zombi no se percibe en realidad a la altura que una producción de este tipo merece, y en este sentido se ve ampliamente superada no solo por los clásicos de este subgénero sino incluso por la propia El amanecer de los muertos(2004), también de Snyder y que definitivamente estaba mucho mejor a pesar de ser menos ambiciosa.
Con todo y eso se disfruta a pesar de su abultado tiempo de duración, su ocasional horterismo, autocomplacencia y ocasionales toques de comedia involuntaria. Tiene momentos muy ingeniosos y algunos del elenco están geniales, sobre todo Tig Notaro, quien como ya saben todos no participó en el rodaje original sino que fue digitalmente agregada en postproducción (¡!) en sustitución del actor Chris d’Elia luego de que este se viera sumido en un escándalo sexual. Lo más impresionante es que esto parece ser el principio de una franquicia o universo compartido del que los zombis solo son una parte del misterio que rodea a la plaga, un misterio que incluye hasta zombis robots, algo que vemos en la película y que ha sido hasta confirmado por el director a pesar de que nunca se justifica, explica o menciona. Todos estos detalles por separado hicieron que pudiera ver la película hasta el final, pero mentiría si no dijera que el estilo que su director ha adquirido con los años no es algo que me ha terminado cansando. No descarto que en un futuro sea capaz de verla con otros ojos, pero de momento pienso que lo más destacable de ella es la forma en que deliberadamente busca imitar películas más sencillas pero también muy superiores.
Si estás leyendo esto es muy probable que hayas visto #Alive (2020) durante el confinamiento y te hayas comentado a ti mismo lo apropiada que resulta para este momento en particular. Lo digo porque si bien es cierto que cada película de zombis que surge durante los últimos años debe tener por fuerza un gimmick que la separe de sus congéneres, el de esta cinta surcoreana de Cho Il-hyung se vale precisamente de uno que le viene perfecto para nuestros tiempos: una historia de muertos vivientes narrada desde el punto de vista de un joven que se encierra en su apartamento para sobrevivir a la pandemia, reduciendo así severamente nuestro punto de vista a únicamente aquello que él puede presenciar.
Y eso es exactamente lo que ocurre: la inmensa mayoría del metraje tenemos al personaje central de Oh Joon-woo enterándose de lo que ocurre por los medios o asomándose a su balcón, y a pesar de que llegado un momento la cinta sí que incluye a otro personaje, el punto de vista de este es también limitado a las paredes de su domicilio, lo que proporciona una perspectiva si se quiere novedosa y que está para variar muy bien aprovechada mediante la comunión de estos dos individuos y las redes sociales (de ahí el título con el hashtag y todo). El uso de la tecnología, sin embargo, no es simplemente un truco más ya que parte de la gracia de la película está en lo que ocurre cuando un personaje cuya vida depende de la interconexión constante se ve limitado cuando esta red de comunicación cae y se encuentra literalmente perdido y aislado a pesar de encontrarse en un ambiente familiar. Es una cinta con ideas muy inteligentes y que sorprendentemente son aprovechadas de forma hasta cierto punto exitosa.
Fuera de esta idea principal, eso sí, no es algo que vaya a cambiar nuestras vidas. Las escenas de violencia zombi (muy escasas al principio pero en un evidente crescendo a medida que la película transcurre) son algo que hemos visto muchas veces y casi podría jurar que con una estética y acción idénticas a las de otros éxitos de zombis coreanos como Train to Busan (2016) o la serie Kingdom, con lo que al final he llegado a concluir que esta es la forma en que los muertos vivientes son representados en el cine de este país. Por supuesto no podía faltar el elemento melodramático ya llegando hacia el final, por mucho que la película siga siendo en cierta forma un relato optimista sin el bajón que este tipo de historias suele dar la mayoría de las veces.
No esperaba nada pero la verdad es que he quedado gratamente sorprendido con #Alive, y aunque ciertamente no creo que vaya a tener un puesto privilegiado en el terreno de lo zombi sí me pareció lo suficientemente innovadora como para hacerla un poco más interesante de lo habitual, además que su premisa ha resultado ser tan apropiada que el hecho de que la hayamos terminado viendo a través de streaming encerrados en nuestras casas tiene su gracia. Ojalá nos caigan más como esta de vez en cuando.
Una cosa que siempre repetimos aquí es que cada año al parecer es obligatorio que nos llegue al menos una película de zombis, y resulta que este año han sido tres las novedades. No sólo eso sino que las tres han sido cintas provenientes del cine asiático. Claro, no hemos visto todavía las surcoreanas Alive (2020) ni Peninsula (2020) así que toca hablar sobre Get the Hell Out (2020), una comedia de infectados proveniente de Taiwan que basa su efectividad no sólo en los elementos cómicos sino en una premisa ya de por sí interesante.
Esta premisa es también muy sencilla: en esta ocasión la epidemia zombi se desata dentro de los muros del parlamento de Taiwan, famoso en todo el mundo por sus habituales y elaboradas trifulcas y peleas que se han convertido en un espectáculo recurrente en la tele. Es allí donde se desata la pandemia y donde nuestros protagonistas (una joven parlamentaria caída en desgracia y su torpe pupilo recién electo) deben luchar por sobrevivir mientras encuentran la salida. Hay también una subtrama acerca de una planta de desechos tóxicos que podría ser la causante de la epidemia, pero esta pronto es dejada de lado y no tiene lo que se dice mucha importancia.
Mucho más importante es, como sin duda podéis imaginar, el componente de sátira política producto de mostrar al parlamento como un lugar poco serio donde las rencillas y juegos de poder conforman un espectáculo de feria donde la gestión pasa a un segundo plano en favor del culto a la personalidad y las luchas internas entre los parlamentarios y sus ambiciones personales. En este contexto la idea de tener un protagonista idealista y algo tonto no hace sino reforzar ese estereotipo que a pesar de todo no está tratado con seriedad; esto es ante todo una comedia con gran énfasis en el slaptick, un ritmo y edición frenética y la incorporación del espectáculo de redes a la pantalla, incluso con memes creados para la película e incorporados a ella para beneficio del público.
Entiendo que a mucha gente se le pueda atragantar el muy básico sentido del humor de una película como Get the Hell Out, pero a pesar de sus poco elaboradas salidas cómicas y su final más parecido a una historia de superhéroes, se trata de un trabajo muy divertido que al menos no desperdicia lo que de entrada es una premisa muy atractiva. Además sus personajes caen muy bien, y las dinámicas cómicas entre ellos terminan teniendo incluso mayor gracia que los ataques de violencia de los zombis/infectados, lo cual sí que está muy visto ya.
Otro de esos descubrimientos que de vez en cuando se dejan caer, The Dark (2018) es una producción austríaca rodada en inglés, la cual si bien tiene componentes claramente tomados del cine de terror, termina teniendo un desarrollo más similar al de un cuento de hadas oscuro o un drama juvenil acerca de dos marginados que se encuentran y terminan descubriendo un lado distinto de sí mismos gracias a su compañía. En cierta manera es muy similar a lo que ocurrió con la producción sueca Let the Right One In (2008) hace ya más de una década, en el sentido de que también trata acerca de la amistad entre dos jóvenes, uno de los cuales es un monstruo de origen sobrenatural pero que termina teniendo una mayor humanidad gracias a su fortuito encuentro.
En este caso en particular, dicho ser sobrenatural es una joven no-muerta, una especie de zombi inteligente que ha habitado durante décadas en una casa en ruinas ubicada en la parte del bosque donde fue asesinada y que se ha convertido con el paso del tiempo en una leyenda para los lugareños. La soledad de su exilio es rota cuando se topa con un chico ciego que ha sido secuestrado y aparentemente abusado por su captor, y juntos deben intentar volver a la civilización, algo que genera un inesperado cambio en la chica a medida que ambos comienzan a conocerse.
Es importante destacar que todo esto que acabo de poner es sólo la superficie de un argumento mucho más complejo del cual sin embargo se nos dice muy poco de forma explícita; de hecho, salvo algunos flashbacks muy puntuales la película es parca en explicaciones y muchos de sus aspectos dramáticos son intuídos por el espectador a través de pistas sutiles o detalles que en principio parecen poco importantes, mientras las grandes preguntas de su premisa quedan sin responder. La cinta por ejemplo no explica en ningún momento por qué la chica es un zombi aunque se deja claro que su transformación es en gran parte algo alegórico. De hecho, lo realmente importante aquí es el historial de abusos de los dos personajes principales y la transformación (en cierta forma, disminución) física a la que ambos han sido condenados y que es en un principio lo que los une. Este es un ángulo muy interesante que está muy bien tratado aunque termine alejando a la obra de lo que podríamos llamar una historia de terror al uso.
Digo esto último porque el hecho de que la película esté narrada desde el punto de vista de la chica hace que los elementos de miedo sean muy escasos y tanto esta perspectiva como el tema del abuso infantil terminan irremediablemente poniendo al público de su parte. Pero es precisamente esto, así como el tono de cuento de hadas macabro de su argumento, lo que terminó haciendo de este un trabajo mucho más interesante que no me esperaba para nada. Es verdad que su desarrollo y sobre todo su final son hasta cierto punto predecibles (en parte porque la película no hace nada por ocultarlos) pero aún así es algo que vale la pena y es un acercamiento distinto a algo que, en otras manos y con otra perspectiva en su narración, podría haber sido una historia de terror del montón en lugar de esta obra tan curiosa.
Publicitada por su propio director como la «primera película de zombis del cine belga» (afirmación que por supuesto no puedo confirmar), lo que sí es seguro es que Yummy (2019) es otra entrada en el apartado de comedia de muertos vivientes, una que toma varios de los lugares comunes de este tipo de cine y los presenta con el empaquetado de una película con un humor de muy baja estopa y deliberadamente ofensivo. Esta sería su principal marca de identidad, y aunque funciona muy bien por momentos, habría que ver si es suficiente para mantenerla con vida de aquí a unos años.
Parte de este ambiente de comedia ofensiva es algo que se presenta ya desde el principio, cuando la chica protagonista acude junto a su novio y su madre a una clínica de cirugía estética de muy dudosa reputación ubicada en un país de Europa del Este que nunca es nombrado para hacerse una operación de reducción de pecho y dejar de ser así cosificada por cuanto hombre se le cruce. Por supuesto, una vez allí se produce la liberación accidental de un paciente afectado por una extraña condición experimental que hace que los muertos se levanten, y el resto ya os lo podéis imaginar: personajes en estado de sitio intentando escapar de la clínica mientras esta es tomada por los muertos vivientes.
El apartado de los zombis y sus estragos parece ser aquello en lo que los responsables de esta película han puesto sus mayores esfuerzos. Estamos hablando de una cinta muy violenta y sangrienta con unos efectos físicos francamente muy bien hechos aunque sean todos algo que hemos visto antes. El resto del cóctel está por supuesto en ese humor que como decíamos arriba busca ser deliberadamente provocador rozando a veces (y otras más que rozando) el mal gusto; al no ser nunca nombrado este país ficticio los personajes de la clínica hablan todos en un falso idioma ruso inventado (cosa que creo resulta más ofensiva que si simplemente hubiesen decidido que fueran rusos) exagerando su acento, y la gran cantidad de chistes hechos a costa de la cosificación de sus personajes femeninos y el apetito sexual de sus personajes masculinos (incluyendo una secuencia que alcanza su clímax con la imagen de un pene en llamas) es algo que seguramente no calzará muy bien con todo público. Es aquí donde se pondrá a prueba vuestra resistencia ya que es este sentido del humor y no los zombis o el gore donde está puesta la verdadera identidad de la película.
Con todo y eso debo decir que es mucho más divertida de lo que parece a simple vista, su elenco principal es muy bueno (sobre todo su protagonista, Maaike Neuville) y una vez desatado el caos zombi la película no para en su frenética muestra de violencia y humor de baja calaña. Es muy poco original incluso en su nivel de absurdo, ya que otras cintas del pasado como Evil Dead 2 (1987) o Braindead (1992) lo han hecho mucho mejor, pero me pareció rescatable aunque definitivamente no sea para todo el mundo.
Lo decimos siempre, pero está claro que no puede pasar mucho tiempo antes de que tengamos una nueva película de zombis en cartelera, una que además casi siempre viene acompañada de una premisa hasta cierto punto innovadora o que aporte algo distinto al ya abultado subgénero de muertos vivientes. Es lo que ocurre con Blood Quantum (2019), una pequeña producción canadiense en la que el alzamiento de los muertos se combina con una premisa de marcado contenido político que por desgracia no es completamente aprovechada y se queda a mitad de camino de lo que podría haber sido un interesante acercamiento a este tipo de cine.
La premisa a la que nos referimos es una que tiene lugar en medio de una comunidad indígena en una reservación del norte de los Estados Unidos, en la que varios fenómenos inexplicables revelan la existencia de un virus que hace que los muertos se levanten con ganas de devorar a los vivos. Lo curioso es que, por algún motivo que nunca es explicado, el virus parece no afectar a los nativos americanos, quienes rápidamente se organizan para defenderse de las hordas de no-muertos y sobrevivir a lo que a todas luces parece el fin del mundo.
Esta idea de la que parte es la principal marca de diferenciación de la película (el título en inglés hace referencia a las leyes estadounidenses que determinan la pertenencia al colectivo indígena por el porcentaje de antepasados nativos), pero por desgracia es algo que muy pronto se queda en nada. De hecho es sólo al principio cuando la película parece algo distinto ya que muy pronto termina abrazando todos los clichés del cine de zombis mainstream, incluso algunos recientes como un personaje que lucha con una katana. Es curioso porque la cinta lo tiene todo para hacer un comentario muy interesante acerca del apocalipsis zombi como catalizador de una retribución de los nativos ante la dominación del hombre blanco, y aunque por momentos pareciera que quiere ir en esa dirección, esta idea se olvida rápidamente ya que la mayoría de los personajes son nativos americanos y nunca se da una interacción que haga esto posible.
Las carencias temáticas de Blood Quantum se hacen aún más evidentes teniendo en cuenta que uno de sus actores principales, Michael Greyeyes, apareció hace pocos años en la serie Fear The Walking Dead protagonizando un arco argumental en el que sí se tocaban todos estos temas de una forma mucho más interesante y entretenida. Esta por el contrario es una película muy sencilla y hasta aburrida en la que hay poco que destacar más allá de unos valores de producción eficientes y algunas transiciones con tono de mitología indígena que por desgracia tampoco son aprovechadas. No es que me pareciera mala, pero sí poco destacable y fácil de perder de vista en el nutrido paisaje de lo zombi en los últimos años.