Reseña: Get Out (2017)

Get Out (2017), debut como director de Jordan Peele, está llamada a ser uno de los estrenos de terror a destacar de este año y por varios motivos. No sólo se trata de un impresionante primer trabajo de un artista más asociado a la comedia, sino que es una película que toma elementos ya conocidos y los reinventa gracias a una perspectiva poco habitual en el cine de terror de esta o de cualquier época: un trabajo de contenido claramente racial visto desde la perspectiva de un hombre negro, y que mediante una muy básica historia de misterio en la línea de The Twilight Zone consigue hablar sobre temas muy actuales y por lo general poco tratados en ficción como es el racismo de la clase «progresista», uno que no se manifiesta a través de la violencia o el odio sino de la condescendencia y la apropiación de una causa. Es una película que con muchos más detalles y lecturas de las que ofrece en un principio.

El mismo director Jordan Peele manifestó en una ocasión que la idea del argumento proviene precisamente de su faceta como comediante gracias a una anécdota contada por Eddie Murphy (quien originalmente era su candidato principal para el papel protagonista hasta que se hizo demasiado mayor para el personaje), así como la película Adivina quien viene esta noche (1967). Ambas, a pesar de no tener nada que ver con el género de terror, sí que tocan un tema bastante serio que sin embargo pocas veces se había tratado como tal: el miedo y recelo que el hombre negro siente hacia el hombre blanco, especialmente aquel que tiene poder, independientemente de sus supuestas buenas intenciones. Aquí los racistas no son miembros del Ku Klux Klan o votantes de Trump sino todo lo contrario: blancos acomodados de izquierdas, que abrazan entusiastas la cultura del «otro», que coleccionan souvenirs de países exóticos y que votarían por un tercer gobierno de Obama si pudieran, seres «post-raciales» que pueden darse el lujo de decir que han dejado todo el tema racial atrás porque no en realidad no les afecta.

Detrás de toda esta idea se esconde, como decíamos arriba, un argumento muy sencillo y una premisa que se puede resumir un pocas líneas: un joven negro que visita por primera vez a los padres de su novia blanca en un suburbio de clase alta y que descubre que algo en aquel lugar no pinta bien. Hay una maravillosa tensión y suspense logrados ya desde el principio puesto que la situación por la que hacen pasar al protagonista ya es inicialmente muy incómoda y genuinamente inquietante una vez que nos adentramos en el ambiente de esta familia de blancos pudientes y sus conocidos. Y lo mejor de todo es que ese ambiente de tensión se logra, como comentábamos, en medio de una atmósfera que en la superficie no se presenta como algo hostil. Lo fácil en este sentido habría sido algo como 2000 maníacos (1964), una película con la que se le ha comparado de forma errónea porque la violencia y el racismo de estos personajes no es tan evidente sino que subyace detrás de su trato condescendiente y su paternalismo.

La verdadera naturaleza de la amenaza que se cierne sobre el protagonista de Get Out no es realmente una sorpresa, no sólo por su demasiado explícito trailer sino también porque la película en sí no hace muchos esfuerzos por ocultarlo y tampoco es lo principal. Pero sí es cierto que una vez que se revela el misterio y los elementos de horror se ponen sobre la mesa la película cambia de tono y se convierte en algo mucho más violento y entregado a un gore algo más convencional que, en mi opinión, es el único punto flaco que la película tiene. Este cambio de registro me recordó mucho, por cierto, a La cura del bienestar (2016), otra gran película estrenada este año que también cambiaba radicalmente de estilo en sus últimos minutos convirtiéndose en algo mucho más explícito y serie B. Esta además adereza los horrores con algunos toques de humor muy bien integrados, y es en general una película que invita a varios visionados. Reconozco que el hype alrededor de ella viene no tanto por la película en sí sino por su inusual perspectiva y por la forma en que aborda temas poco tratados en el cine comercial, pero aun así es muy recomendable y se queda contigo mucho tiempo después de verla.

 

Reseña: La cura del bienestar (2016)

Tras llevar un tiempo sepultando en el mundo de las franquicias Disney, Gore Verbinski regresa a proyectos más personales con la muy interesante La cura del bienestar (2016), una de sus películas más atractivas en el apartado visual y, al menos en sus inicios, también una de las más arriesgadas de su director. El conjunto de esta obra termina siendo algo mucho menos inteligente de lo que promete, pero al menos para mí ha sido uno de sus trabajos más disfrutables en muchos años, hasta el punto de que me alegro que durante la mayor parte de su metraje me haya engañado. Mi único consejo aquí es que os dejéis engañar también, porque el viaje realmente vale la pena.

Tal como se establece desde el principio, la película habla sobre las miserias del mundo moderno y el asfixiante mundo laboral del capitalismo tardío, del que un millonario intenta escapar internándose voluntariamente en un sanatorio apartado en los Alpes suizos. Nuestro protagonista, un joven ejecutivo acorralado por sus ambiciones, es forzado a ir a buscarlo sólo para descubrir que en aquel remoto castillo alejado del mundo moderno hay un secreto mucho más perturbador de lo que parece en un principio. Por supuesto, esto es un thriller gótico en su corazón, algo que Verbinski sabe muy bien porque adorna la historia con una preciosista ambientación de estética medieval y un misterio que involucra pasadizos secretos, antiguas maldiciones familiares y un ambiente de culto malsano que mantiene el interés por la historia en todo momento y definitivamente me atrapó desde el principio.

Reconozco que algo que ayuda mucho en este sentido es que la película participa de un elemento argumental que desde siempre ha sido uno de mis mayores miedos: al igual que en Shutter Island (2010), cinta con la que se le ha comparado en muchas ocasiones de forma un tanto exagerada, el verdadero conflicto comienza cuando el protagonista es retenido en el sanatorio en contra de su voluntad, y la idea de permanecer «prisionero» en un sitio mientras todos dicen que es por tu bien es una idea que siempre he encontrado en extremo terrorífica, especialmente cuando la idea incluye médicos o, como en este caso, una milagrosa cura presente en un agua que supuestamente tiene grandes facultades. Aunque la idea de la que parte no es muy original, Verbinski lo compensa con un ambiente muy logrado y tanto el escenario del castillo como los giros argumentales y los personajes revelan que la verdadera inspiración de esta película no es el thriller moderno sino el horror decimonónico, perfectamente traído a la modernidad y adaptado al contexto actual.

Pero a pesar de su magnífica atmósfera y su ambiciosa (y adulta) estética, pareciera que Verbinski claudica una vez que se va acercando al final. Todo el principio es mucho más elaborado con sus imágenes surrealistas y su estructura narrativa no-lineal, así como la intriga que rodea a la chica que habita el castillo (espectacular Mia Goth, el mayor acierto de casting de la cinta), pero una vez que el misterio se va revelando la película se convierte en algo mucho más convencional que finaliza en una secuencia climática más apropiada a la serie B que Roger Corman hizo con sus adaptaciones de Edgar Allan Poe que a aquella pausada historia que el director nos había mostrado en un principio. Imagino que este desenlace es lo que podría influir de forma negativa en la impresión que muchos tengáis de la película, y aunque me parezca sin duda menos «serio» que lo que había visto hasta ese momento, todo lo que viene antes es tan sobresaliente que le perdono todo. Una gran película sin duda, muy poco habitual hoy en dia y precisamente por ello muy recomendable.

 

Reseña: Split (2016)

Tras haber pasado ya demasiado tiempo en la lista negra de gran parte de la critica mainstream, y luego de un interesante pero definitivamente tímido regreso con La visita (2015), M. Night Shyamalan pone todas las cartas sobre la mesa con Split (2016), con la que no sólo se ha marcado un impresionante regreso sino que ha conseguido la que en mi opinión es una de sus mejores películas, sin duda alguna la mejor en más de una década. También es uno de sus trabajos más pequeños: bajo presupuesto, pocos personajes y escenarios, elementos que muy han sabido ser muy bien explotados por el omnipresente productor Jason Blum, quien una vez más se ha aliado con M. Night en una interesante propuesta que construye el suspense principalmente a base de diálogos y actuaciones, y lográndolo de forma envidiable.

Es poco lo que se puede decir sobre la trama porque es muy básica: un trío de chicas adolescentes son secuestradas a plena luz del día y llevadas al sótano de un misterioso hombre que las ha recluido con un fin que de entrada no les es revelado pero que tampoco augura nada bueno. El hombre en cuestión sufre además de una enfermedad mental conocida como trastorno de identidad disociativo, que hace que en su cuerpo convivan veintitrés personalidades distintas, cada una con su propia historia y características, por lo que las chicas deberán buscar la manera de lidiar con todos estos «individuos» si desean escapar con vida. Todo esto está narrado con el acostumbrado tono oscuro y tenso del cine de Shyamalan, y la película engancha desde el primer momento y crea un genuino interés por saber qué es lo que ocurrirá a medida que la situación se vuelve más desesperada y las posibilidades de supervivencia de las chicas se ven reducidas.

Por supuesto, si tal como ponía arriba esta es una película que se sostiene mediante diálogos, está claro que las actuaciones tienen que ser su principal fuerte, y es así; tal como ha mencionado todo el mundo ya, James McAvoy en el rol del secuestrador «Kevin» está absolutamente enorme, demostrando una vez más ser un actor que domina una gran cantidad de registros por mucho que su reciente omnipresencia en el cine comercial haga poco por lucir su talento. No es el caso aquí: McAvoy consigue dominar las seis o siete personalidades que muestra en la película con una sutileza que pone los pelos de punta. Esto no es raro porque Shyamalan suele sacar trabajos muy buenos de sus actores incluso cuando estos no son tan conocidos por sus dotes histriónicas (no es el caso aquí, pero es importante señalarlo). Otra que está espectacular es la chica protagonista, Ana Taylor-Joy, a quien ya conocíamos de La bruja (2015) y que, aunque tiene una considerablemente menor cantidad de diálogos, muestra un arco argumental muy interesante que se va desenvolviendo a lo largo de la película y que hace de ella una heroina bastante poco común. En general todo el aspecto del secuestro está muy bien llevado a cabo y huye de prácticamente todos los clichés que se podrían esperar de un trabajo así. Si esta película se hubiese hecho hace diez años en plena efervescencia del cine de torturas, el resultado habría sido mucho menos interesante.

Es una lástima quizás que estos dos personajes, la chica protagonista y el secuestrador, sean los únicos que están realmente desarrollados ya que Shyamalan no parece haber mostrado ningún interés en los demás más que como apoyos para la trama principal. También imagino que esta película se granjeará comentarios negativos por la si se quiere amarillista manera que tiene de retratar la enfermedad mental y sus características, pero honestamente creo que juzgarla en ese sentido sería un error: la intención de Split no es en ningún momento erigirse como una representación seria de un trastorno psicológico real, sino que pertenece a un universo de ficción cien por cien fantástico, como sin duda alguna queda claro por su tramo final. No lo voy a revelar aquí porque vale la pena verlo de primera mano, pero digamos simplemente que esta película transcurre en un mundo con unas reglas distintas a las nuestras y que termina siendo partícipe de esa ruptura con la realidad que el cine de M. Night nos ha mostrado tantas veces: ya sea con fantasmas, alienígenas o superhéroes, este es un mundo en el que hay cosas más allá de lo que podemos ver o conocer, y eso me ha convencido.

Definitivamente muy recomendable, de las mejores de su director con diferencia. Aquellos que han venido siguiendo su obra desde el principio la disfrutarán mucho porque en muchos sentidos es un regreso de M. Night a aquellos trabajos de sus inicios que le hicieron ganarse nuestro corazón. Pero como bien han dicho por ahí, Split debería funcionar al menos como una prueba de que en realidad nunca se fue, por mucho que fracasos comerciales y ocasionales trampas del ego hayan podido dar señas equívocas de lo contrario. Me ha encantado. Quiero más.