Reseña: The Amityville Murders (2018)

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Por increíble que parezca, es probable que haya hablado demasiado pronto cuando nombre a Amityville Dollhouse (1996) la más floja entrega de la saga de Amityville. Parece que más bien ese puesto debe ser reservado para su entrada más reciente, The Amityville Murders (2018), precuela de explotación que descubrí hurgando en servicios de streaming y de la que no sabía nada a pesar de que debería haber escuchado hablar de ella gracias a su guionista y director, Daniel Farrands, quien en los últimos años se ha granjeado mala fama gracias a películas «polémicas» que explotan casos reales con ángulo de cine de terror como The Haunting of Sharon Tate (2019) o The Murder of Nicole Brown Simpson (2019), además de esta de la que hablamos hoy.

Lo cierto es que las tres películas terminan pareciéndose mucho, no sólo por el hecho de usar un evento real como base argumental sino también en unos valores de producción bastante mejorables. Esta cinta, sin embargo, tiene un componente de género mucho más marcado ya que pese a ser indepentiente de otras entregas de Amityville, sí que mantiene su mirada fija en la saga original al relatar no la historia de la familia Lutz y su mudanza a una casa embrujada sino el misterioso crimen original, el asesinato por parte de Ronald DeFeo a todos los miembros de su familia, todos ellos con sus nombres reales. En realidad estamos hablando de un remake encubierto de Amityville 2: The Possession (1982), algo que queda bastante claro con la presencia de Diane Franklin en el elenco, quien hacía de la hija DeFeo en la película del 82 y que aquí interpreta a la madre.

Una cosa curiosa de esta nueva entrega es que Farrands ha decidido por lo visto mantenerse lo más fiel posible no sólo a los hechos «reales» sino también a la percepción que estos han tenido en la cultura popular. Varios de los elementos más conocidos de la saga de Amityville están aquí: las ya icónicas ventanas de la casa, la «habitación roja» del sótano, las distintas apariciones que van atormentado al hijo mayor. Pero también hay un énfasis muy fuerte en el drama de una familia disfuncional traumatizada por un padre tiránico, así como un guiño hacia una quizá menos conocida teoría de la conspiración que involucraba a la mafia. Todo esto por desgracia está mezclado con un componente místico/fatídico increíblemente forzado, que busca dar a la historia un aire de fatalidad demasiado solemne y que termina pareciendo una broma, lo que sólo se ve empeorado por una estética muy cutre y unas actuaciones realmente pobres.

A todo esto hay que sumar el hecho de que esta es una película muy monótona que tarda mucho tiempo en mostrar algo interesante. Comparada con la segunda entrega de la saga está claro que se trata de un trabajo muy inferior a pesar de tocar el mismo tema, y por momentos pareciera que no sabe muy bien si quiere ser una cinta de terror al uso o un pseudo-documental dramatizado de los crímenes que dieron origen a la historia de la casa. En realidad se trata de un trabajo muy pobre que delata un afán de explotar vulgarmente una tragedia real vendiéndola como algo dotado de un mayor significado del que realmente tiene, con lo que entiendo el rechazo que han generado las películas de este director hasta ahora. Por mi parte, esta es la última cinta de Amityville que me faltaba por reseñar, y aunque sé que en cualquier momento habrá más, considero que con esta hemos realmente tocado fondo.

Reseña: Amityville: el despertar (2017)

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Después de pasar años en un infierno de distribución que todavía no se ha resuelto del todo (se trata de una película nada fácil de ver legalmente en muchos países), algunas expectativas se habían levantado en torno a Amityville: el despertar (2017), a las que mi afán de completismo por supuesto no se ha podido resistir. Contrariamente a lo que creía en un principio, esta nueva película acerca de la casa embrujada más famosa de los Estados Unidos no es una secuela tardía de la película de 2005, pero tampoco es un remake de la original de 1979. Se trata, por increíble que parezca, de una película completamente independiente producida por Blumhouse y puesta bajo la dirección del muy eficiente director francés Franck Khalfoun, habitual colaborador de Alexandre Aja y que ya tiene en su haber cintas muy buenas como P2 (2007) o el remake de Maniac (2012), aunque aquí no parece que le hayan dejado demasiadas libertades.

La trama es la misma que ya hemos visto en otras encarnaciones, con una nueva familia mudándose a la casa de la Ocean Avenue 112 y comenzando a ser acosadas por un mal que habita en sus paredes. Tres cosas, sin embargo, la distinguen de sus antecesoras: la primera de ellas es su enfoque juvenil con Bella Thorne encarnando el ya muy conocido arquetipo de hija rebelde a quien nadie cree a pesar de ser la primera en reconocer el carácter maligno de la vivienda. La segunda es la subtrama de un hijo enfermo que se convierte en el blanco de las fuerzas sobrenaturales, algo que emparenta a esta película con la ya reseñada aquí Exorcismo en Connecticut (2009). La tercera, y esto es sin duda alguna lo más curioso de todo, es que en esta ocasión sus creadores han dado un giro metanarrativo a toda la historia; uno de los motivos por los cuales sabemos que no se trata de un remake es que esta película transcurre en un universo en el que las películas de Amityville existen, e incluso tenemos una escena en la que los personajes están literalmente viendo en la tele la original de 1979, a la vez que se hacen velados comentarios acerca de cómo las nuevas versiones de los clásicos del terror suelen dejar mucho que desear.

Este guiño, que por un momento pensé iba a ser más explotado, termina sin embargo siendo algo meramente anecdótico, ya que todo el resto de la película resulta muy convencional y se convierte en una historia de posesiones muy de andar por casa a pesar de que toda la subtrama del hijo en coma siendo acosado por el Mal es algo genuinamente inquietante y que podría haber dado mucho juego, tal como demuestra el por otro lado muy eficiente trabajo del actor Cameron Monaghan. Si la película se hubiera centrado más en este misterio, en la por otro lado ambigua representación de la madre interpretada por Jennifer Jason Leigh (que parece tener motivaciones ocultas que nunca son exploradas del todo en la película) o en las propias manifestaciones sobrenaturales de la casa, estaríamos hablando de algo muy superior ya que algunas de sus ideas prometen. Por desgracia esta también es una cinta que fue mutilada por la censura en un intento de hacerla más comercial para un público juvenil que en teoría era el ideal debido a la presencia de su actriz principal.

Lo triste del asunto es que estamos hablando al final de una película mediocre que ha sido condenada a la ignominia por cosas que no tienen que ver con la cinta en sí sino con los numerosos problemas que ha tenido para ser realizada y distribuida. La saga de Amityville nunca ha producido lo que se dice buen cine de terror, pero esta al menos tiene ideas y detalles que la podrían poner entre las mejores que se han producido basadas en esta casa embrujada. Tal como está lo que nos ha quedado es una película de terror del montón con unas fuertes ansias de explotación pura y dura, como demuestran sus sustos descafeinados, su muy básica mitología y sus numerosos planos de Bella Thorne en braguitas. No es terrible, pero sí francamente olvidable.

Reseña: Amityville Dollhouse (1996)

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Retomando lo que parece ser todo un proyecto de vida, llegamos a la octava entrega de la saga de Amityville, titulada Amityville Dollhouse (1996), una producción lanzada directamente en formato doméstico y que viene a ser básicamente un exploit de la premisa de las películas anteriores, con un toque ligeramente distinto pero cuyos valores de producción terminan pasándole factura de la peor manera. Reuniendo todos los vicios del terror de usar y tirar, estamos hablando de la que probablemente sea la peor entrega de la saga; las peores actuaciones, la peor dirección y sin duda el peor guión. Esto último se agrava porque todas y cada una de las escenas están rodadas como si de una comedia se tratase, con mención especial para las escenas de sexo, de las más cutres que se hayan visto incluso para los estándares de mediados de los noventa.

Una vez más, y como viene siendo tradición desde la cuarta entrega, la historia tiene lugar en otro sitio distinto a la casa de Amityville y la maldición parece provenir de un objeto, en concreto una casa de muñecas modelada (por algún motivo que se me escapa) a partir de la famosa vivienda embrujada del 112 de la Ocean Avenue.  Dicha casa de muñecas es hallada por el padre de una familia en su nueva propiedad, y a partir del momento en que se la regala a su hija comienzan a ocurrir hechos paranormales que poco a poco van minando a una familia que parecía ya un tanto disfuncional de entrada.

Pero a pesar de que todos estos son elementos que hemos visto con anterioridad, esta película no tiene realmente ninguna conexión con las anteriores; de dónde vino la casa de muñecas (la vivienda a la que se muda la familia fue construida por ellos sobre unas ruinas), el por qué esta es igual a la casa de Amityville o el origen de la maldición son cosas que nunca se explican, aunque francamente tampoco parece que importen nada. Por el contrario, todo el metraje se va en la formación de conflictos que afectan a cada uno de los miembros de la familia por separado, una idea que francamente me pareció buena, pero que muy pronto se abandona porque está claro que no todas estas historias tienen el mismo peso. Cosas como la pasión incestuosa de la madrastra por su joven hijastro o el gradual descubrimiento de lo sobrenatural por parte de la hija pequeña son subtramas que se abandonan y que no llegan a cerrarse nunca.

Todo esto se ve afectado, por supuesto, por unas actuaciones realmente pobres, una estética prácticamente de sitcom y una dirección poco imaginativa que lleva a momentos realmente vergonzosos ya que parece que la película no se está tomando a sí misma en serio a pesar de que toda su comedia es involuntaria. El final eleva los niveles de serie Z hasta lo indecible con una confrontación contra demonios de látex y mundos paralelos que podría haber dado juego si hubiesen al menos sido introducidas gradualmente para justificar la presencia de la casa de muñecas como puerta al horror, ya que si yo tuviera que señalar un objeto maldito de esa casa hubiese sido probablemente la chimenea, mucho más relevante para la trama. En fin, Amityville Dollhouse es hasta la fecha la peor entrega de la saga que he visto y la recomendaría únicamente para nostálgicos de esa estética tan reconocible de video club de los noventa. Esos mismos nostálgicos quizás reconozcan en un pequeño papel a la joven Lisa Robin Kelly, quien tuvo un papel secundario en las primeras temporadas de That 70’s Show y que salió de la serie debido a sus múltiples problemas con las drogas. Amityville es una saga que por lo visto se niega a morir, y estoy seguro de que volverá por más que el éxito siga escapándosele.

Reseña: Amityville: El rostro del diablo (1993)

Para el estreno de la séptima entrega, titulada en España Amityville: El rostro del Diablo (1993), la larga saga de Amityville hacía tiempo que había dejado de poner los numerales romanos junto al título, quizás por vergüenza ajena de haber reciclado la misma idea una y otra vez. El título en inglés, sin embargo, es mucho más interesante: Amityville: A New Generation, ya que en cierta forma es muy coherente con el espíritu que el guión intentó dar a su película. Es decir, no estamos aquí ante un caso como el de la cuarta parte de La matanza de Texas, en las que la apelación a una «nueva generación» no tenía nada que ver con la historia; aquí por el contrario sí que se abre la posibilidad de repetir el legado maldito de la casa a través de un nuevo crimen, idea que suena mucho más interesante en papel de lo que se ve en el resultado final.

A igual que en la cuarta y sexta entrega, Amityville 7 basa su premisa argumental en objetos malditos que alguna vez pertenecieron a aquella casa embrujada y que ahora han ido a parar a otros sitios para esparcir su maligna influencia. En este caso se trata de un espejo (un evidentísimo espejo malvado a juzgar por la pinta) que un vagabundo entrega a un joven fotógrafo y que termina en una comunidad de artistas. Dicho espejo tiene por lo visto la facultad de materializar las peores pesadillas de aquellos que miran dentro de él y les empuja a cometer terribles actos de violencia, la mayoría de las veces contra sí mismos. Hasta aquí sería una trama convencional si no fuera porque hay además un intento de enlazar al protagonista con los eventos que dieron origen a la maldición de la casa y que ahora amenazan con repetirse.

Tal como está ejecutada esta conexión argumental resulta muy pobre y un tanto descabellada, pero no se puede negar que al menos, y a diferencia de entregas anteriores, esta película intenta dar cierta continuidad al conjunto con todo lo forzado que esto puede llegar a ser. Nunca llega a tener ideas tan inteligentes como su predecesora inmediata, pero su ambientación en una comunidad de artistas ofrece ciertas oportunidades estéticas que superan su por lo demás plana pinta de producción serie B noventera (incluyendo escenas de sexo con escasa luz y música de fondo). En este sentido, la mejor y más interesante muerte de todas involucra una multitud de lienzos con demonios pintados que resulta lo más memorable incluso a pesar de sus escasos recursos.

Esos serían los puntos positivos; del resto, la verdad es que resulta un tanto aburrida y mucho más lenta de lo que su tiempo de duración parece sugerir. Parece haber tenido un mejor presupuesto que la sexta entrega (no lo sé y no tengo manera de comprobarlo) con su mayor número de locaciones y personajes, pero al mismo tiempo sus ideas son menos atractivas y a pesar de que es más violenta me pareció también más pobre como película de terror al uso. Ciertamente muy mejorable.

 

Reseña: Amityville: es cuestión de tiempo (1992)

Esto es algo que quizás os tome por sorpresa, al menos porque es algo que yo tampoco me esperaba: Amityville: es cuestión de tiempo (1992), sexta entrega de la saga de casas embrujadas más prolífica del cine de terror, es la primera en mucho tiempo que incluso me ha gustado. Ha sido toda una revelación para mí porque me esperaba una terrible continuación directo-a-vídeo sin nada de interés, y aunque en muchos sentidos obtuve eso, al menos es una de las pocas que intenta hacer algo distinto con su material sin perder de vista la conexión con la saga de la que forma parte. La mayoría de los problemas que tiene, de hecho, están más relacionados con un irregular empleo de sus recursos y algunos vicios por otra parte típicos de gran parte de este tipo de cine durante los tempranos noventa.

De entrada voy a comenzar diciendo que hubo dos cosas que me llamaron la atención de forma positiva ya desde el principio: la primera fue ver que el director de esta secuela es Tony Randel, un nombre que muy probablemente os sonará porque fue el director de la injustamente menospreciada Hellbound (1988), la única secuela de Hellraiser (1987) que realmente valía la pena, con lo que ya sabía que al menos podía esperar un mínimo de calidad. La segunda es que el argumento de esta película ignora por completo lo ocurrido en la nefasta quinta entrega, haciendo como si no hubiese existido y retomando aquella premisa de la cuarta parte en la que la maldición ya no ocurre en Amityville sino en otras casas a lo largo y ancho del país a donde han ido a parar objetos que previamente estuvieron en el caserón maldito y que han arrastrado consigo el Mal que asolaba la propiedad. En esta ocasión se trata de un reloj de mesa que un hombre trae a su casa y que por supuesto empieza a causar estragos en su familia. Una cosa extraña es que la trama intenta dar al reloj su propia historia y su propia maldición, algo que por fortuna no se explora mucho porque resulta excesivo en el contexto de la saga de la cual esta película forma parte.

Lo interesante de esta historia es que el hecho de que el Mal se esconda en un reloj da pie a un juego en el cual la maldición de la casa se manifiesta en ataques que el espíritu maligno hace y que afectan a la linealidad temporal, algo que la película hace en ocasiones y que, aunque ofrece al final una resolución algo más light de lo que estamos habituados, al menos es una muestra de un trabajo algo más inteligente que muy probablemente se veía mejor en el guión y que hoy en día sin duda habría sido más aprovechado. Asimismo, es una sorpresa ver cómo esta sexta entrega recupera algunos de los elementos más perturbadores de películas anteriores de la saga como ese énfasis en los aspectos más oscuros de la sexualidad de sus personajes, con alusiones a una infidelidad, incesto y lujuría reprimida que por supuesto el espíritu del reloj aprovecha en su beneficio. Nunca llega a ser gráfica de ninguna manera (hay sólo una muerte que se recrea en efectos especiales mientras que otras parecen comedia involuntaria) pero hay indicios al menos de cierto grado de creatividad, inusitado en un trabajo de estas características.

Cuando digo «estas características» a lo que me refiero es que, pese a sus buenas ideas y pese a ser sin duda mucho mejor que las tres entregas inmediatamente anteriores, esta es una película bastante pobre con una estética y estilo en gran medida limitados por su formato y por la época en que se estrenó. En este sentido, es importante saber que su título original era Amityville 1992: It’s About Time, y que el estudio borró la mención al año en que se estrenó cuando la película salió en DVD más de una década más tarde. Pero a pesar de sus defectos y de su pertenencia a un terror de saldo demasiado ligero e intranscendente, ha sido la primera entrega de la saga que he conseguido ver de corrido en varios años, y eso por sí solo me ha demostrado que hay algo de oficio detrás.

 

Reseña: Amityville 5 (1990)

Al igual que con la cuarta entrega que reseñamos hace ya un tiempo, Amityville 5: La maldición de Amityville (1990) intenta extender artificialmente la vida de la saga de casas embrujadas más longeva del cine de terror, y lo hace no de la mejor manera posible. Así como su predecesora fue una película hecha para la televisión, esta continuación fue lanzada directamente en formato doméstico para quedarse allí: hasta la fecha sigue relegada exclusivamente al VHS en su país de origen, y de hecho sólo existe una edición europea en DVD nada fácil de conseguir, cosa rara porque todo el resto de la saga, incluyendo las entregas posteriores, ya ha sido editado. Este hecho en sí no dice nada en cuanto a su calidad (muchas joyas de décadas pasadas se han perdido en el purgatorio de la cinta magnética) pero sí deja claro que Amityville terminó de manera «oficial» con la tercera parte, y todas las que vinieron después fueron secuelas pseudo-oficiales que buscaron aprovechar el tirón comercial de la primera aunque en el fondo no tuvieran mucho que ver.

Esto nunca fue tan evidente como en esta quinta entrega: esta vez el argumento tiene lugar en el mismo pueblo de Amityville pero en otra casa con otra maldición que nada tiene que ver con los fantasmas del 112 de la Ocean Avenue. En esta ocasión un grupo de amigos compra un antiguo caserón y decide pasar unos días en él para restaurarlo con la esperanza de revenderlo y sacar algún dinero. De entrada la idea no está mal aunque resulta un poco descabellada la forma en que está planteada ya que la película intenta cubrir con estos personajes ciertos arquetipos que normalmente se dan de forma externa. Me explico: los componentes del grupo tienen varias profesiones y cumplen distintos roles que nada tienen que ver con la idea de restaurar la casa, por lo que la forma en que están seleccionados estos personajes parece un tanto arbitraria y toda la premisa es por lo tanto sólo una excusa para mantenerlos a todos en el mismo lugar fuera de toda lógica.

Donde Amityville 5 intenta innovar es en la construcción de un misterio de baratillo que hace de la maldición el resultado de un crimen del pasado, un fantasma vengativo que obedece a una trama muy específica que nada tiene que ver con la ancestral historia de terror que era, por el contrario, el aspecto más interesante de la película original. Donde sí se parece a las otras entregas es que aquí también hay una trama de posesión en la que uno de los personajes sucumbe a la influencia del fantasma y se convierte en un asesino. Lo más triste es que por momentos pareciera que la trama busca mantener la identidad de esta persona afectada en secreto, pero fracasa estrepitosamente ya desde el primer minuto cuando vemos que entre el grupo de protagonistas está el actor Kim Coates con una pinta y manierismos de asesino en serie incluso antes de ser poseído, por lo que cualquier intento por ocultar su condición se vuelve inútil y francamente algo risible.

Coates es por cierto el único actor reconocible de un elenco que incluye la curiosa presencia de la filipina Cassandra Gava, aquella bruja que salía en Conan el bárbaro (1982) como infaltable reclamo erótico, y ni siquiera él puede salvar un cúmulo de actuaciones abismales en una secuela realmente pobre que no aporta absolutamente nada a la saga. Su mayor defecto en realidad no es el que se alejara de forma engañosa de la premisa original, sino el que resulte tan fría, aburrida y poco interesante, dejando de lado la idea del Mal presente en la casa para sustituirlo por un falso misterio que, una vez resuelto, termina siendo muy poca cosa. El completismo absoluto es la única excusa que tenemos para ir comentando todas las entregas de Amityville antes del inminente estreno de la nueva este año.

 

Reseña: Amityville 4: The Evil Escapes (1989)

Años atrás, cuando prometí revisar en este blog toda la saga de Amityville, lo hice motivado no únicamente por un mero afán completista sino también por el hecho de que yo, personalmente, sólo había visto las dos primeras entregas de la trilogía original. Digo «trilogía original» porque si bien esta saga ya tiene la nada despreciable cantidad de trece películas en su haber (con la última, Amityville: The Awakening (2017), a estrenarse pronto), hasta la llegada del remake del 2005 sólo las primeras tres llegaron a estrenarse en cines, mientras que el resto fueron producidas para la tele o el mercado de estrenos directos a formato doméstico. Este es el caso de Amityville 4: The Evil Escapes (1989), que se estrenó para la televisión y que hoy en día es famosa por ser una de las peores entregas. Los calificativos se quedan cortos, a decir verdad, y sólo podría recomendarla para esos completistas/masoquistas curiosos por ver los puntos más bajos de una saga inexplicablemente longeva.

Una cosa debo aclarar, sin embargo: la idea de la que parte esta cuarta entrega es hasta cierto punto muy interesante y da pie a elucubraciones acerca de la trama que podrían haber sido muy exitosas en otras manos. El subtítulo de la entrega no es casual ya que en esta ocasión el argumento se desarrolla por primera vez fuera de la misteriosa casa del 112 de Ocean Avenue, la cual finalmente ha sido desvalijada y sus muebles puestos a la venta en la calle. Es aquí donde comienza la historia, cuando una lámpara de pie de la casa es comprada y llevada a California sin saber que dentro de ella se esconde parte de la maldición, con las muy previsibles consecuencias. De entrada la idea de la maldición de la casa extendiéndose por todo el país a través de los objetos que en ella estaban me parece muy buena, y ciertamento más aprovechable de lo que al final hicieron, sobre todo porque al intentar darle un diseño «tenebroso» a la lámpara lo único que consiguieron fue arrojar por la borda cualquier atisbo de seriedad que uno podría haberle dado a la película.

Precisamente el diseño de la lámpara es lo que arruina por completo una historia que ya de por sí no tenía mucho que ofrecer. Aparte de las evidentes limitaciones que tiene por fuerza un trabajo hecho para la televisión en abierto, Amityville 4 no tiene ningún reparo a la hora de calcar elementos que funcionaron en otros éxitos de los ochenta, principalmente Poltergeist (1982), de la que toma la idea de una niña pequeña que tiene una particular conexión con la entidad sobrenatural y que por supuesto se convierte en el blanco principal de la amenaza que se esconde dentro del artefacto.

Hoy en día, imagino que una película como esta puede funcionar únicamente como disfrute irónico, y como prueba de que siempre se puede caer del estrellato ya que la protagonista de esta cinta es nada menos que Patty Duke, quien tuvo una carrera brillante en su juventud en la que ganó hasta un Oscar y que sin embargo hace de la cara más reconocible en este despropósito que, curiosamente, no mató la saga sino que fue sólo el punto de partida de una debacle que todavía se extiende hasta nuestros días. Atención al hilarante final cuando la lámpara diabólica es derrotada de la forma más disparatada y ruidosa posible.

Reseña: Amityville 3D (1983)

Tercera entrega de la más longeva saga de casas embrujadas hasta la fecha, Amityville 3D (1983) forma parte también de una moda que surgió a principios de los ochenta de emplear el truco de las tres dimensiones en estrenos populares, algo que en el género de terror ya vimos con Viernes 13 parte 3 (1982) o Tiburón 3 (1983), estrenada el mismo año. Es también una entrega que está a años luz de sus antecesoras en prácticamente todos los sentidos, y hoy en día su principal valor anecdótico es que cuenta en su elenco con una joven y novata Meg Ryan haciendo un papel secundario, hecho que incluso su carátula alemana explota a conciencia. Este es prácticamente el único valor añadido que le puedo encontrar, ya que no sólo el efecto 3D es bastante malo sino que encima sólo está disponible en una edición británica para DVD que ya no es tan fácil de conseguir.

Ignorando en gran medida cualquier conexión con las primeras dos partes de la saga, esta tercera entrega comienza cuando un periodista acostumbrado a desenmascarar fraudes paranormales compra la misteriosa casa victoriana en Amityville y comienza (como no) a verse afectado por la presencia maléfica que anida en los sótanos de la residencia. Hasta este punto la historia no tiene nada de especial salvo el énfasis en el carácter malévolo del edificio prácticamente desde el principio, repitiendo trucos ya empleados en entregas anteriores como la perspectiva desde aquella famosa ventana del ático, las nubes de moscas, o la muerte de algunos personajes presagiada en fotografías. Estos efectos son un poco gratuitos y sirven para distraer de un argumento muy pobre en el que nunca queda bastante claro el motivo por el cual el personaje protagonista insiste en vivir en una casa que se va cobrando varias vidas.

Pero no es solamente argumental el problema; por el contrario hay varios tropezones técnicos que denotan las prisas en sacar adelante esta secuela. El mayor de ellos quizás sea un montaje nefasto en el que se nota que hubo escenas eliminadas cuya ausencia hace que la muerte de algunos personajes no parezca tener efecto alguno en el prota masculino. Eso y la insistencia del 3D que para colmo ni siquiera es aprovechado en las partes sobrenaturales sino en vulgares intentos aleatorios de arrojar objetos a la cara del público. Para colmo la cinta tiene ya cerca del final el típico momento en el que el protagonista es asistido por investigadores paranormales que intentan dar un enfoque «científico» al fenómeno. Lo curioso es que este momento decisivo llega cuando ya la película está literalmente en sus últimos minutos, con lo que su desarrollo es casi nulo y su pertinencia para la trama casi inexistente.

Como nota positiva tengo que destacar, sin embargo, una escena en particular en la que se resuelve la muerte de un personaje de una forma muy poco común y genuinamente terrorífica e inquietante. Este momento es tan bueno que me hizo preguntarme en realidad cómo es que el resto de la película podía ser tan terrible. Porque de eso no me queda la menor duda; esta Amityville 3D no sólo fue un fracaso de crítica sino que se estrelló en la taquilla desterrando a la saga de los cines y causando que todas las entregas posteriores saliesen en formato doméstico, por lo menos hasta la llegada de su remake más de veinte años después.

 

Reseña: Amityville 2: La posesión (1982)

Hace algo más de un año reseñamos en este blog la película Terror en Amityville (1979), la primera de lo que sería una larga y exitosa franquicia de películas de terror inspiradas en el caso «real» de la casa colonial ubicada en el 112 de la Ocean Avenue de Amityville, en Long Island, y que todavía es famosa por ser uno de los más sonados ejemplos de hogares acosados por fantasmas. En aquella ocasión prometimos ponernos manos a la obra con la reseña y disección de todas las ocho películas de la saga (diez si contamos su remake del 2005 y la infaltable versión de The Asylum de 2011), pero por un motivo u otro nunca cumplimos con dicha promesa. Ahora intentamos enmendar al menos parcialmente ese error, y es bueno que sea así porque nunca me cansaré de repetir que esta segunda película es, con todo y sus numerosos defectos, bastante mejor que la primera parte y de hecho una de las mejores entregas de la saga.

Habría que empezar aclarando que pese al número que acompaña su título, Amityville 2: La posesión (1982) es en realidad una precuela que cuenta la historia de la familia italo-americana cuya masacre desencadena la leyenda negra de la casa y da inicio a una larga serie de cambios de dueño. Ya desde el principio se nota en la película una voluntad de tomar el camino de una verdadera cinta de horror al comenzar los ataques de la casa prácticamente desde el primer momento en que la familia Montelli se muda a su nuevo hogar y atrae la atención de los malignos espíritus que lo habitan. Una cosa interesante y atípica en lo que a secuelas se trata es que esta segunda cinta de Amityville no explora la mitología de la casa que ya se había insinuado en la primera película. Por el contrario, el guión del veterano Tommy Lee Wallace parece más interesado en destacar los problemas internos de la familia Montelli y sus particulares demonios, los cuales ya existían en la forma de un padre abusivo, una madre histérica y la incestuosa relación entre los dos hijos adolescentes, elementos bastante fuertes considerando que hablamos de una cinta comercial y definitivamente a años luz de la ligereza de la primera película.

Es precisamente este historia y la mayor complejidad estética del director Damiano Damiani lo que hacen de la primera hora de Amityville 2 lo mejor de la película y la prueba de que estamos ante una verdadera cinta de miedo no exenta de momentos auténticamente pavorosos que destacan por la sutileza de medios y el aprovechamiento de sus recursos, como esa larga secuencia en la que el hijo es atacado por el espíritu que habita la casa, una escena sin diálogos y con una atmósfera envidiable (siempre me pareció muy bueno el detalle de que el fantasma se comunicara con el joven a través de su walkman) que desemboca en aquello que todos conocen: el crimen perpetrado por un muchacho poseído por un espíritu maligno.

Por desgracia es aquí donde comienzan los problemas que impiden una película de terror realmente sólida, y es que la última media hora de la cinta cambia completamente de registro y protagonista al pasar a contar cómo un joven sacerdote decide plantar cara al espíritu de la casa y salvar a su joven víctima. Estos últimos treinta minutos no sólo se sienten en ocasiones como una copia mala de El exorcista (1973) sino que encima contienen detalles dramáticos que encaminan la cinta hacia los terrenos de la comedia involuntaria, como la policía y los abogados claudicando ante el discurso religioso y un abuso de efectos especiales que desentona con la sutileza que había mostrado la cinta hasta entonces. Es una lástima porque de no haber tenido este desenlace (y en cambio haber ahondado más en la propia historia de la casa y ese misterioso túnel bajo el sótano) la película habría resultado mucho mejor. Pero con todo y eso, la primera hora tiene tantos elementos positivos que me atrevo a recomendarla (por encima de la primera) como un eficiente ejemplo de casas encantadas y un argumento más a favor del sabio consejo de no construir nunca sobre un cementerio indio.

 

Reseña: Terror en Amityville (1979)

Una cosa que durante mucho tiempo me sorprendió fue el éxito inicial de Terror en Amityville (1979), que fue en su momento una película cuya inmensa popularidad sólo es comparable con los palos que recibió por parte de la crítica, lo cual no le impidió sin embargo tener una larga serie de secuelas y hasta un remake de 2005 realizado por la Platinum Dunes. Reconozco que yo me hallaba entre aquellos que no la ven como un buen ejemplo de cine de terror, una opinión que he terminado por matizar pero que por otro lado es comprensible; después de todo, esta cinta de Stuart Rosenberg ha terminado por quedar bastante eclipsada por otros trabajos posteriores que comparten su misma base temática, como Al final de la escalera (1980), El resplandor (1980) o Poltergeist (1982). Sin embargo, esta llegó antes, y la forma en como trata el argumento es lo bastante sobria y carente de efectismos como para alzarla por encima de sus mucho más explícitas continuaciones.

Dicha base temática parte del ya clásico argumento de la casa construída sobre terreno maldito y familia que se muda a ella y comienza a ser acosada por un Mal de procedencia desconocida. Lo que diferencia en todo caso a Terror en Amityville es su ambientación moderna (inusual para la época) y el hecho de que estaba supuestamente inspirada en hechos reales, contados en un famoso best-seller de entonces acerca de la familia Lutz y su experiencia con demonios, fantasmas y posesiones en su residencia. Hoy en día la fama de dicho fenómeno ha terminado por eclipsarse bastante, con la mayoría considerando hoy como fraude aquel relato y con la película siendo ninguneada incluso por sus actores, entre ellos un James Brolin que afirmaba no creerse un ápice de lo que el verdadero Lutz le había contado. Otra cosa que la ha perjudicado ante muchos fanáticos del género de terror es su general ligereza y su escasa cantidad de muertes, lo que la hacía perder muchos puntos ante otros productos sobrenaturales de la época mucho más brutales como El exorcista (1973) o La profecía (1976), las cuales tocaban temas similares con ambientación moderna y que eran sin duda mucho más eficientes como cine de terror.

Pero a pesar de las malas críticas y del hecho innegable de no haber envejecido tan bien como sus arriba mencionadas contemporáneas, un segundo visionado de Terror en Amityville me ha hecho reconsiderar mi posición y reconocer que después de todo no le faltan méritos que expliquen la enorme popularidad que suscitó en su momento (más allá del morbo generado por el libro en el que se basa). Como decíamos arriba, la película nunca se rinde ante la salida fácil del efectismo, hay atisbos de una mitología bastante bien desarrollada, y existen genuinos momentos de miedo que hacen de esta una película de casas embrujadas muy disfrutable y sobre todo muy superior a varias de sus imitaciones. Estas cosas se me han hecho bastante evidentes tras haber visto el remake de 2005, que hace que esta de la que hablamos hoy parezca una obra maestra.

Por desgracia gran parte del público actual que haya visto antes el remake tenderá a despreciar la original por el simple hecho de que no se ven los fantasmas, pero pienso que estarían cometiendo un grave error. A tantos años de su estreno, es verdad que esta primera cinta de Amityville dista mucho de ser una gran película, pero tiene auténticos aciertos a nivel de cine de terror que la nueva versión intenta compensar con efectos especiales y un elenco de gente guapa. En los próximos días iremos revisando el resto de entradas de la saga, de la que por cierto ya se espera un segundo remake (por supuesto) en 3D, así que de momento dejamos la original como una película curiosa y simpática que simplemente no está a la altura de las cintas similares que conforman su legado.