Reseña: La monja (2005)

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Si habéis entrado aquí esperando leer algo sobre el nuevo spin-off del que todos hablan, habéis sido engañados. Hoy aquí lo que toca es hablar de La monja (2005), una producción española de la ya difunta Fantastic Factory que se estrenó precisamente el año en el que este blog vio la luz por primera vez, y que ahora se vuelve más relevante que nunca aunque sea como homenaje a aquella extraña casa de producción con la que Julio Fernández y Brian Yuzna intentaron hacerse un hueco en el mundo del fantaterror hispano a través de una serie de películas serie B rodadas en España pero en inglés, lo que evidencia sus intenciones de mercado internacional. Esta película de Luis de la Madrid (veterano montador de Filmax que tuvo en este su primer y único largo hasta la fecha) no fue sin embargo muy bien recibida en su momento y me temo que muchos de sus ingredientes han envejecido aún peor de lo que recordaba.

Su trama para empezar es muy básica y cuenta la ya clásica historia de una venganza de ultratumba enla que el fantasma de una monja cruel y sádica vuelve  para vengarse de aquellas mujeres responsables de su muerte dieciocho años antes. La historia, eso sí, no se cuenta desde la perspectiva de estas sino de la hija de una de las víctimas, que viaja junto a sus amigos hasta España para encontrar la respuesta a la misteriosa muerte de su madre. De entrada debo decir que es interesante la premisa de maldición generacional al estilo de Pesadilla en Elm Street (1984), pero no se aprovecha en realidad, y parte del motivo es la sobrexposición del fantasma, al que vemos desde el principio y al que se muestra a través de una estética acuática un tanto reiterativa que terminaría por convertirse en un cliché dentro del cine de fantasmas luego que se popularizara gracias a cintas como El espinazo del diablo (2000) o The Ring (2002).

A la estética hay que sumarle además una trama en ocasiones absurda en la que los personajes van encontrando las pistas de forma automática y en la que por algún motivo se reservan los mayores momentos de exposición para el acto final, cuando el misterio alrededor de la monja es revelado como si fuese algo sorprendente cuando resultaba más que obvio desde el principio. Las muertes de los personajes se van sucediendo unas a otras a través de momentos de comedia involuntaria y otros de humor intencional pero muy forzado, y la resolución final para acabar con el fantasma llega de la nada y de forma tan absurda que me imagino debe haber causado carcajadas generales en el momento de su estreno. La película además pasa de puntillas por todo el tema de la religión católica que podría perfectamente haber sido su ángulo más aprovechable y en lugar de eso se rinde a una muy trillada secuencia de persecución del fantasma a través del escenario del internado en ruinas, todo un tanto supérfluo ya que nunca entendí por qué la película se centra en personajes adolescentes cuando las mujeres que son el objetivo de la monja parecían personajes mucho más atractivos que son despachados de forma que sólo se puede tomar a coña.

Todo esto por desgracia no ayuda al disfrute de la película porque lo cierto es que a pesar de todos estos detalles estamos ante una cinta sumamente mediocre y aburrida que ni siquiera aprovecha la figura siniestra de la monja como otras películas de terror de décadas pasadas han hecho. A pesar de que me considero un defensor de la Fantastic Factory, no estamos aquí ante algo disfrutable dentro de su estética trash como pasó con Arachnid (2001), Beyond Re-Animator (2003) o Dagon (2004). Por el contrario, este es un trabajo muy mediano que se desploma por su aparente seriedad, su muy superficial terror y una subtrama romántica metida con calzador que se hace sonrojante pero de verdad. Terrible, sin duda.

 

Reseña: Dagon (2001)

Terminando con el panegírico de Fantastic Factory, ha llegado la hora de hablar de Dagon (2001), en mi opinión la película más acertada del ya extinto estudio de Serie B, una historia con la que Stuart Gordon crea una de las más logradas adaptaciones jamás hechas de la obra de H.P. Lovecraft. Si no es más popular, se debe únicamente a que sus valores estéticos (típicos del cine sin presupuesto) tienden a alejar al público más sensible. En cuanto a mí, reconozco mis prejuicios: aparte del hecho de ser un fan más que furibundo de la obra de Lovecraft, tengo la particularidad de perder la cabeza por cualquier historia que trate de monstruos marinos, como esta que tenemos a mano.

A pesar de su título, Dagon está basada realmente en otro cuento de Lovecraft, La sombra sobre Insmouth, la historia de un pueblo costero de Nueva Inglaterra (aunque, para justificar el acento hispano de sus personajes, Gordon traslada la acción a las costas gallegas, cambiando el nombre de la aldea por «Imboca») habitado por una raza de hombres anfibios, gobernados por un culto que adora a Dagon, el Señor de las profundidades, una criatura lovecraftiana con todas las de la ley, perteneciente a la ancestral raza de «los Profundos». A este pueblo llega un día un hombre llamado Paul Marsh (Ezra Godden «disfrazado» de Jeffrey Combs) junto con su esposa y suegros, cuando un naufragio los obliga a enfrentarse cara a cara con los repelentes habitantes de Imboca, con los que Paul guarda una relación desconocida para el momento. Destaca la presencia de la actriz Macarena Gómez como Uxía, suma sacerdotisa del dios marino, y Paco Rabal (en lo que, si no me equivoco, fue su canto de cisne) como el borracho Ezequiel, un hombre cuyo inglés resulta absolutamente ininteligible.

Esta película fue el proyecto acariciado por Stuart Gordon durante casi dos décadas, y a pesar de que, insisto, ciertos elementos puramente estéticos pueden llegar a molestarnos en esta era en la que es costumbre que todo esté perfectamente pulido y esterilizado, uno no puede menos que maravillarse ante el universo lovecraftiano perfectamente ambientado que logra esta película, con la que sólo puede competir, en mi opinión, En la boca de la locura (1995), de John Carpenter.

Como siempre, tratándose de Gordon, el hombre no ha escatimado esfuerzos a la hora de mostrarnos imágenes desagradables y un despliegue de escenas sanguinolentas, hundiéndose progresivamente en los recursos ya no serie B, sino Z. El mendigo siendo desollado de la cara abajo, y la actriz Raquel Meroño colgando en topless como si fuera una res sacrificada al ente marino son cosas que sencillamente no se olvidan. El sentido de humor de Gordon puede que no sea muy lovecraftiano que digamos, pero no puede negarse su fascinación por el material original.

Porque el verdadero protagonista sigue siendo Lovecraft y su peculiar y desquiciado mundo, un universo atrayente lleno de seres espectrales que se ocultan en aquellos rincones de la Tierra donde el hombre es incapaz de llegar. El concepto de terror de este autor americano, en el que aquellos misterios más antiguos que el hombre luchan por volver al mundo que una vez fue suyo es lo que ha cautivado a todos sus lectores, y es precisamente ese ambiente el que ha prevalecido en la cinta de Gordon, un director que entiende como pocos el lugar de donde proviene toda la magia de su autor preferido. La secta de Dagon y el ruinoso pueblo de Imboca, con sus monstruosos habitantes, son dos personajes más, recreados con toda la fidelidad posible. Cuando Paul registra a fondo las calles desoladas de aquel caserío gallego, podemos percibir esa atmósfera de oscura viscosidad a la que Lovecraft nos tiene acostumbrados.

Es una lástima que el distanciamiento generado por su estética haya sido la desgracia mayor de esta película. Quienes logren vencer este distanciamiento, lograrán disfrutar de algo de lo que todo fan del cine de terror se siente gustoso de ver: el estilo inconfundible de un director a quien el tiempo no ha quitado el gusto por sus más antiguos fetiches. Dagon es sin duda lo mejor de Fantastic Factory, y una de las más recomendables de Stuart Gordon, un mítico fiel a su estilo.

A esta película sólo le falta una cosa: ella.

Reseña: Romasanta (2004)

A finales del siglo XIX, en los predios rurales de Galicia, un vendedor ambulante de jabones se convirtió en uno de los primeros asesinos en serie de España (si no el primero), al descubrirse que había sido el responsable de un gran número de cadáveres, a menudo utilizando la grasa de sus víctimas como materia prima para sus productos. Este hombre alegó en su defensa una supuesta condición de licántropo que, si bien nunca fue demostrada, al menos consiguió librarle de la muerte gracias a un indulto concedido por la propia reina. La historia de Manuel Romasanta, el hombre-lobo de Allariz, ha inspirado numerosos libros y artículos, por lo que resultaba obvio que vería la luz en forma de una película. Y es que, en su momento, Romasanta (2004) fue una de las apuestas más ambiciosas de la ya difunta Fantastic Factory, y de todas sus películas, quizás sea la que más se aleja de los preceptos típicos de serie B en busca de «algo más», que lamentablemente no consigue.

El director, Paco Plaza, quien ya se había hecho un hueco con su thriller El segundo nombre (2002), intenta repetir aquí, sin lograrlo, los elementos que hicieron de su debut un acierto ante la crítica: afincarse más en el aspecto psicológico y sutil de la historia en lugar de ceder a los preceptos formales del horror. El resultado, sin embargo, no es el producto «respetable» que buscaba, sino una película que ostenta una grave crisis de identidad, sin un criterio claro, una historia anodina y aburrida que se la pasa saltando desde el típico thriller hasta los vericuetos del period-piece o dramón decimonónico, intercalando los crímenes de Romasanta (interpretado por un Julian Sands que simplemente repite el personaje silente y misterioso que le hemos visto tantas veces) con la historia de una pasión adúltera que mantiene con su cuñada (interpretada por… ella), al mismo tiempo que se concentra en representar un costumbrismo localista que se cae por incoherente: el vestuario de los personajes es demasiado extravagante para tratarse de un ambiente rural gallego, especialmente en el caso de Romasanta, que es representado en el póster con una pinta muy al estilo de The Shadow. Entre este desquicio de temas, Plaza intenta meter con calzador una discusión nimia sobre el conflicto entre ciencia y superstición. Es como si el director hubiese querido hacer algo parecido a Drácula de Bram Stoker (1992) sin decidirse nunca por el camino a seguir.

Como suele suceder en estos casos, el gancho publicitario de «basado en un hecho real» tiene muy poco que ver con la realidad misma, ya que difícilmente lograremos encontrar en esta película un reflejo fiel de los hechos que rodearon la leyenda de Manuel Romasanta. La cinta no funciona como una película de terror (más que nada porque es aburrida), tampoco como una historia de licántropos (sólo hay una transformación en toda la película, y es testimonial), ni como drama de época, ni como historia de amor (la química entre el Sands y la Pataky es nula) ni como nada. Cuando mucho serán salvables algunas escenas que buscan reflejar el marco de leyenda rural que tiene esta película, planos de los bosques con los que Plaza intenta marearnos para que no nos demos cuenta de que no tiene nada de carne en el asador. Eso y la secuencia de la carreta, que realmente me gustó. En definitiva, una película que quiere parecer más inteligente de lo que es, y eso señores, es un verdadero crimen, y no los del lobo gallego.

 

Reseña: Beyond Re-Animator (2003)

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Ahora que la productora Fantastic Factory es oficialmente historia, creo que es sano aprovechar unos momentos para comentar algunas de sus películas. En mi caso, la primera que vi fue Beyond Re-Animator (2003), tercera parte de la saga iniciada en 1985 por el mítico Stuart Gordon, y que tuvo que venir a España para ver de nuevo la luz. Ignoro si recibió un estreno en los cines españoles, pero puedo asegurar que su distribución en los Estados Unidos fue «directa a vídeo». Es una lástima, porque sin duda que esta tercera parte de las aventuras y desventuras del doctor Herbert West merecía un destino mejor.

La película está dirigida por Brian Yuzna, quien ya había estado al mando de la secuela anterior, Bride of Re-Animator (1990), la cual no había recibido muy buenas críticas. Las expectativas, por lo tanto, estaban bastante bajas, a pesar de que Yuzna ya había demostrado una gran dosis de talento con películas como El regreso de los muertos vivientes 3 (1993) y El dentista (1996), en mi opinión dos obras indispensables de lo que es cine serie B de calidad. Buscando salir hacia un escenario completamente nuevo, Yuzna abre la historia justo en el final de la secuela anterior, cuando uno de los cadáveres reanimados del doctor West irrumpe en la casa del pequeño Howard Phillips, asesinando brutalmente a su hermana mayor, hacia la cual el niño siente un amor fraternal un tanto sospechoso. Por supuesto, el desquiciado doctor West da con sus huesos en la cárcel, y trece años después, el joven Howard, convertido en médico, entra a trabajar en el mismo recinto penitenciario. Pero la sorpresa es que Howard no está buscando venganza… ¡sino la oportunidad de trabajar junto al doctor West en su búsqueda de la cura contra la muerte! Por supuesto, las cosas se salen de control y los muertos vivientes del «reanimador» desatan el caos y la destrucción en medio de un motín penintenciario que nada tiene que envidiar al de Attica.

Beyond Re-Animator resulta una secuela bastante digna, en primer lugar porque sabe mantener aquellos elementos que hicieron de la original un clásico, entre ellos una violencia tan caricaturesca que deriva en pura comedia. Sin embargo, estos detalles sanguinolentos y ridículos no están exentos de cierta carga grotesca y perturbadora, ya que el suero de reanimación del doctor West funciona diferente en cada personaje, a menudo desatando aquellos aspectos más escondidos de su personalidad. El loco tontainas de la prisión se convierte en una bestia llena de traumas de carácter freudiano, el maleante hispano de turno es «reanimado» en la forma de un torso, y mención especial para un Santiago Segura (infaltable en una producción de este tipo) en su papel de drogadicto que por casualidad se inyecta la sustancia equivocada y termina con su cabeza explotando como una piñata, por no hablar de la chica buena convertida, gracias a la magia del líquido verde, en una sadomasoquista de ultratumba experta en la castración por vía dental.

Pero todos sabemos muy bien cual es el plato fuerte: Jeffrey Combs. Este semidios absoluto del género está (una vez más) absolutamente genial como el doctor West, con la fría naturalidad de científico loco que se cree (mejor dicho, que se sabe) superior a todos aquellos que se oponen a sus designios. Definitivamente, la actuación de Combs es el principal atractivo de esta película (y eso que sale, Dios mío, ella).

A pesar de sus limitaciones, y del hecho de que la historia no hace un gran esfuerzo por ofrecer cosas que no hayamos visto en las dos anteriores secuelas, Beyond Re-Animator sigue teniendo gancho. Sus valores de producción resultan bastante correctos (es uno de esos casos en los que una película parece más cara de lo que es) y en mi mente queda archivado como uno de los mejores esfuerzos de Fantastic Factory, lo sucifientemente recomendable para que el doctor West (el Depak Chopra del cine hemoglobítico) se mantenga trabajando un poco más.