
Tras una larga ausencia volvemos con las reseñas, en concreto con la número mil, dedicada esta vez a revisitar la que para muchos es la última gran película de John Carpenter, hecha cuando el director estaba a punto de tirar la toalla tras numerosos fracasos comerciales y de crítica. Por mi parte es la segunda vez que veo Vampiros (1998) y reconozco que esta vez la he disfrutado más que cuando la vi en la época de su estreno. Si bien es cierto que para mí resulta claramente inferior al resto de la filmografía de Carpenter, no puedo negar que contiene todos los elementos que hacen grande a este director y varias de sus marcas de identidad son claramente reconocibles.
Para la película, Carpenter elimina gran parte del subtexto de sátira corporativista de la novela de John Steakley en que se basa para construir una especie de western moderno en el que un grupo de mercenarios a la orden del Vaticano se dedica a cazar vampiros de la forma más brutal posible, hasta que una traición desde sus propias filas deja como únicos supervivientes a dos de sus miembros, quienes deben resolver el misterio de quién les traicionó y a la vez detener al villano principal antes de que se apodere de un artefacto que podría permitir a los vampiros vivir a plena luz del día.
Si una cosa quiero dejar clara es que Carpenter parece estarse pasándolo muy bien con la premisa principal, y aquellos espectadores actuales que no estén familiarizados con su obra muy probablemente arquerían la ceja ante el despliegue de machismo y socarronería de sus protagonistas, algo por otro lado habitual en el héroe carpenteriano por excelencia. Sin embargo, esa misma actitud de los personajes es probablemente lo mejor y más atractivo de toda la película y lo que hace que funcione. Además, por mucho que me negara a aceptarlo, gran parte del mérito de esto lo tiene el personaje de James Woods, quien se luce por completo en un papel protagonista muy distinto de lo que solía hacer en su carrera. Es curioso pensar que Carpenter ha reiterado en muchas ocasiones lo bien que se llevó con Woods durante el rodaje, teniendo en cuenta que este último siempre ha tenido una fama de difícil incluso antes de que sus posturas políticas acabaran con la simpatía que el público podía tenerle.

Las limitaciones de la película son principalmente de carácter técnico, ya que el presupuesto de Carpenter se redujo a la mitad durante el rodaje y se nota. De la misma forma, la trama hace ciertas concesiones a la comedia involuntaria con escenas y diálogos que puede que sonaran bien en papel pero que en pantalla no parecen calzar con algo que parecía más serio de entrada. En este sentido hay la escena que más recordaba de la primera vez que la vi es aquella en la que Daniel Baldwin se cauteriza una herida usando una ametralladora caliente, momento que todavía me parece de risa. Aunque es también posible que la representación de este tipo de antihéroes que Carpenter popularizó ya con obras como Escape de Nueva York (1981) o Están vivos (1988) sea algo que hoy en día no tiene el mismo gancho y se preste a ironías de todo tipo.
De todas formas las virtudes que tiene son innegables: unas muy eficientes escenas de acción, cero reparo en mostrar el carácter monstruoso de sus villanos y por supuesto Sheryl Lee haciendo de vampira. Algunas escenas son asimismo inolvidables como la presentación de los héroes en los primeros minutos del metraje, momento en el que queda claro el tono de western que la cinta mantendrá. En definitiva, un trabajo muy sólido que sería mejor recordado si no fuera por el hecho de que ese mismo año se estrenó Blade (1998), que acaparó el tema vampírico durante esa temporada en concreto. Con todo y eso, y aunque Vampiros estuvo lejos de ser el éxito que Carpenter necesitaba en aquel entonces, sí que consiguió ganarse cierto culto con el tiempo, cosa que ha ocurrido con gran parte de la obra de este director. Incluso hay dos secuelas (la primera de ellas producida por el propio Carpenter), aunque esas no las he visto… todavía.