La profecía 3 (1981) era una reseña que debía desde hace mucho tiempo, no solo a los lectores de esta web sino a mí mismo porque tenía mucho tiempo sin verla y solo recordaba que me había gustado y que había dado un cierre más que digno a la saga iniciada por Richard Donner. Creo que después de todo es posible que la memoria me haya jugado algún truco porque tras verla de nuevo cuarenta años después de su estreno algunas de sus carencias se me hicieron mucho más evidentes y termina banalizando una premisa ya de por sí menos seria de lo que se nos ha hecho creer.
En esta ocasión la película tiene lugar varios años después de los eventos de La profecía 2 (1978), con un Damien ya adulto interpretado por Sam Neill en uno de sus primeros papeles en Hollywood (este último detalle es quizá lo más recordado de la película). Damien está ahora completamente entregado a su rol como el Anticristo y la cinta muestra su lento ascenso al poder en paralelo a su desesperado intento de evitar la Segunda Llegada de Jesús. Asimismo hay una subtrama acerca de una periodista que se involucra sentimentalmente con Damien y que por supuesto tendrá un papel relevante una vez llegado el clímax.
La idea de la que parte es buena y sobre todo es la forma lógica de cerrar la historia, además de que resulta muy interesante la representación del Anticristo como un poder en las sombras que mueve los hilos del poder político a través de la alianza corrupta entre el Estado y el Capital. Este detalle está tan bien llevado a cabo que me hizo pasar por alto la discrepancia cronológica en cuanto a la edad del personaje principal, que no concuerda con las películas anteriores que parecen contemporáneas a pesar de que han transcurrido décadas en la vida de Damien. Lo que sí no me esperaba (vamos, no recordaba) es que esta es con toda seguridad la entrega más light de la saga, considerablemente menos gráfica y violenta que las anteriores a pesar de que contiene una escena de violación y múltiples instancias de niños muertos de forma horrible.
Esta ligereza es probablemente lo que terminó de tumbar la película para mí y darme cuenta de que la saga no ha envejecido tan bien como otras de sus contemporáneas. A pesar de sus aspectos salvables como la premisa y la actuación de Sam Neill (quien sin embargo ha terminado renegando de su trabajo en esta película) es una película demasiado sencilla y carente de la sensación de fatalidad de las dos entregas anteriores. Incluso se permite un final apoteósico y triunfal muy alejado del deprimente desenlace de sus antecesoras. Curiosamente, pocos años después hicieron una cuarta entrega de la que hablaremos en otro momento porque se trata de un trabajo muy distinto al de la trilogía que se cierra con esta.