10 de hace 10: The Ring 2 (2005)

Nota explicativa: «10 de hace 10» es el nombre de una nueva sección en la que re-visitamos diez películas estrenadas hace diez años, en la esperanza de ver qué tan bien (o mal) han envejecido. La idea es que consigamos publicar estas diez entradas durante el 2015, año del décimo aniversario de Horas de oscuridad. La inspiración para este invento la tenéis aquí.

Llegamos así (finalmente y en la raya) a la última entrega de este especial aniversario de diez películas de terror re-reseñadas diez años después de su estreno. El criterio seguido para esta última cita no resultará extraño para aquellos que hayan seguido este blog desde el principio: The Ring 2 (2005) fue la primera película que reseñé en Horas de oscuridad hace ya una década, la que comenzó todo, y una de las mejores cosas de este especial ha sido ver cómo han evolucionado tanto mis gustos personales como mi soltura a la hora de dejar caer párrafos acerca de lo que iba viendo. En el aspecto puramente cinematográfico, ha sido interesante reencontrarme con una película que no había vuelto a ver desde su lejano estreno (de hecho, nunca la había visto en versión original) y si bien mantengo muchas de las cosas que pensé en aquel momento, también hay otras que he descubierto apenas ahora y que debieron resultar obvias para mí en aquel entonces.

Pero primero, como siempre, un poco de contexto. Quizás debo soltar esto de una vez para que los que me leéis tengáis una idea de cuales son mis prejuicios a la hora de abordar una película como esta: como todos sabéis bien, The Ring (2002) es una de mis películas de terror favoritas, incluso hoy en día. Considero que de todos los remakes americanos del horror oriental fue el único que se hizo realmente bien, e incluso me atrevo a decir que si tuviera que escoger una sola cinta de terror de la década del dos mil en base a lo que significó para mí y lo que me afectó en el momento en que la vi por primera vez, la versión de Gore Verbinski ocuparía sin duda ese lugar de honor. Es por eso que estaba esperando ansiosamente esta continuación a pesar de que la primera entrega ya había quedado más o menos cerrada y existían escasas posibilidades de continuar la trama. Sin embargo, este recelo se veía compensado con el hecho de que Hideo Nakata, director de la Ring (1998) original, sería el encargado de dirigir esta continuación americana, por lo que al menos por ese lado la cosa prometía.

El resultado dista mucho de ser el óptimo. El tiempo transcurrido entre su estreno y ahora me ha hecho darme cuenta de hasta que punto The Ring 2 es no sólo una decepción sino una película muy pobre y una secuela muy mal planificada a pesar de que cuenta con algunos elementos que la hubieran podido hacer un éxito, no sólo la incorporación de Nakata al equipo sino también el regreso tanto de Naomi Watts como protagonista como de David Dorfman en el papel de su hijo, acosados unos meses después de lo ocurrido en la primera película por el espíritu vengativo de Samara Morgan. De entrada esto es el primer problema porque nunca se establece realmente el por qué de esa fijación específica con dos invididuos que en teoría no deberían ser sino otros supervivientes más de la maldición viral que se extiende a través de la cinta de vídeo de la primera película. El tema de la cinta, por cierto, es completamente abandonado en esta secuela en favor de una historia de fantasmas mucho más convencional, lo que no es sino la primera de las muchas faltas que la propia historia comete contra su ya establecida mitología y sus otrora muy bien definidas reglas; ahora por el contrario parece que Samara tiene habilidades que en su momento no tenía, y la película utiliza esos poderes de la peor forma posible a través de numerosos clichés y lugares comunes que hemos visto ya demasiadas veces.

El mayor de estos lugares comunes quizás sea el haber empleado muchas convenciones de otras películas a la hora de ir tejiendo la historia de Samara y su amenaza contra una madre y su hijo. Algunos de los detalles más significativos de la trama de The Ring 2 están literalmente calcados de clásicos como Poltergeist (1982), y tal como mencionábamos en la reseña original hace diez años, el enfrentamiento entre Samara y Rachel en el desenlace de la cinta tiene parecidos demasiado grandes con Dark Water (2002) (también dirigida por Nakata, por cierto) como para creer en una simple coincidencia.

El resultado de todo esto es una película que no sabe muy bien a dónde va, no entiende su mitología y no aprovecha sus posibilidades. El único punto novedoso que ofrece es la por otro lado predecible profundización en los orígenes de Samara, apoyada por una Sissy Spacek desquiciada y demostrando por otro lado una cercanía mayor con los orígenes de la versión japonesa de lo que la primera película dejaba ver. Esta última idea es interesante pero está sugerida de forma muy vaga. Además, nada de eso importa al final, donde una vez más parece que lo crucial para derrotar a una amenaza sobrenatural es el poder del amor.

Quizás lo que más lamenté en este segundo visionado fue comprobar cómo la dirección de Nakata no parece aportar absolutamente nada al resultado final. Todo en esta película, incluyendo la estética y los efectos especiales, resulta tremendamente convencional aún teniendo en cuenta el contexto mainstream en el que se estrenó, y la trama se mueve de forma demasiado lenta sin una dirección real de investigación como sí tenía la primera película, la cual por cierto es mucho más estilizada que esta. La secuela, por el contrario, es completamente plana y en muchas ocasiones me parecía estar viendo una cinta de mediados de los noventa.

Si bien ya hace una década me pareció que dejaba mucho que desear, estaba dispuesto a dejar pasar muchos de los problemas de The Ring 2 tan sólo por el hecho de ser la continuación de una de mis películas preferidas. Ahora, diez años después, me doy cuenta de lo pobre que fue el resultado final de una secuela completamente innecesaria, que contradice sus propias reglas y desprecia gran parte del legado de la primera parte para echar mano de cosas que funcionaron en otras películas. Una muy leve mirada a los orígenes de la maldición no compensa el tedio general de una cinta considerablemente más lenta y aburrida, y aunque todavía no se me ocurre cómo se podría haber continuado una historia como la de la primera parte, sí pienso que tiene que haber habido una forma mejor de llevarla a cabo.

 

10 de hace 10: La tierra de los muertos (2005)

Nota explicativa: «10 de hace 10» es el nombre de una nueva sección en la que re-visitamos diez películas estrenadas hace diez años, en la esperanza de ver qué tan bien (o mal) han envejecido. La idea es que consigamos publicar estas diez entradas durante el 2015, año del décimo aniversario de Horas de oscuridad. La inspiración para este invento la tenéis aquí.

 

De las diez integrantes de este especial de aniversario, La tierra de los muertos (2005) era aquella a la que tenía más ganas de volver, y las tenía precisamente porque la decepción que originalmente me llevé durante su estreno se ha visto opacada por el bajón de calidad que han sufrido los posteriores trabajos de George Romero, quien se ha visto de repente acorralado por el cambio en los tiempos e incapaz de revivir aquello que causó con sus primeras películas. Esta, su cuarta cinta de zombis, contiene en muchos sentidos el germen de los problemas en los que más tarde ahondaría, y es una lástima porque independientemente de las expectativas que generó, lo cierto es que hay aquí una valiente continuación y una cinta muy coherente con aquello que ya venía tratando en su trilogía de zombis anterior.

El tema ya lo conocen todos: a pesar de que en ningún momento se vendió oficialmente como una secuela, La tierra de los muertos tiene lugar en un futuro post-apocalíptico por lo visto posterior a los eventos de El día de los muertos (1985), mostrando otros personajes humanos que viven protegidos en una ciudad donde no sólo han recreado algo parecido a la civilización humana antes de que los muertos se alzaran, sino que incluso han revivido la por lo visto recurrente división de clases entre los ricos viviendo cómodamente en un rascacielos dotado de todos los lujos y una gran masa de pobres que sobrevive como puede en las barriadas de la superficie. Todo esto se va al garete cuando un conflicto entre humanos lleva la seguridad del recinto a una situación límite, y por si fuera poco los zombis han comenzado a apilarse en las afueras de la ciudad dispuestos a llevar a cabo un ataque final. Es aquí donde reside la novedad de la película de Romero: en clara continuidad con la entrega anterior, esta vez los muertos han comenzado a desarrollar cierto grado de inteligencia y son capaces no sólo de aprender sino también de comunicarse y trabajar juntos de forma consciente, con lo que ahora representan una amenaza mucho mayor.

Esta continuidad temática en la que los muertos vivientes se van haciendo cada vez más listos es sin duda alguna lo más interesante de La tierra de los muertos, y aunque no me atrevería a decir que es una idea realmente novedosa, sí que está muy bien llevada a cabo con el equilibrio perfecto entre horror y comedia (el necesario protagonismo que se le da a los zombis hace imposible tomarlos completamente en serio). Como es habitual en el cine de Romero, el subtexto político de esta historia de zombis está muy marcado, en ocasiones demasiado ya que ciertos elementos son referencias tremendamente obvias de la era Bush en la que la película se estrenó, no sólo la división entre ricos y pobres sino también el muy evidente paralelismo del conflicto humano con la (todavía vigente) Guerra contra el Terrorismo, con un John Leguizamo (actor que siempre me ha encantado y que en esta película está genial) haciendo de un muy explícito alter-ego ficticio de Osama bin Laden. Esta intencionalidad política puede que se le atragante a muchos y a otros les parezca ingenua por lo obvia y poco sutil que es, pero está en perfecta coherencia con el desarrollo de las cintas anteriores y resalta la idea principal de que el verdadero conflicto de la trama se da siempre entre los vivos.

Otro punto en que la película me sorprendió fue en el apartado técnico: no recordaba por ejemplo que el maquillaje de los zombis fuera tan bueno (es la película de zombis de Romero con mayor presupuesto hasta la fecha) y los efectos gore están muy bien realizados por mucho que Tom Savini ya no esté al mando. El ambiente de la película está muy logrado a pesar de que sus locaciones no se explotan mucho, y al igual que ocurría en las entregas anteriores, Romero se encarga de hacer a los zombis distintos entre sí y muestra algunos bien diferenciados y recurrentes para recordarle siempre al público su anterior humanidad, algo que pocas veces se le reconoce y que se había dejado un poco de lado en otras cintas contemporáneas a esta como Resident Evil (2002) y el muy recomendable remake de El amanecer de los muertos (2004).

Entonces, ¿cuál es la conclusión? ¿Supera La tierra de los muertos la prueba proporcionada por esta espera de diez años? No exactamente. Ha tenido que pasar todo este tiempo para que le de una nueva apreciación y reconozca que, efectivamente, fui demasiado simplista en mi opinión inicial (la película, de hecho, recibió muy buenas críticas durante su estreno en su país de origen), pero aún así no me ha terminado de convencer. Y es que a pesar de tener una muy buena idea detrás y una factura técnica muy eficiente, Romero deja un poco de lado aquello que hacía especial su saga y trata de hacer una película más comercial abordando su criatura como una película de acción. Con un ritmo vertiginoso, todo en la película ocurre demasiado de prisa y no se profundiza ninguna de sus muy interesantes posibilidades tanto en la lucha de clases (grupo guerrillero incluido) como en la evolución zombi. Incluso personajes interesantes como el de John Leguizamo simplemente son abandonados y parecen renunciar a sus intenciones iniciales con demasiada facilidad. Eso y el criminal desaprovechamiento de Asia Argento hacen de esta una película un tanto superficial y definitivamente muy inferior a la trilogía que se había marcado Romero veinte años atrás. En esta ocasión no sabemos casi nada del mundo en el que transcurre la trama cuando en el pasado eso era algo a lo que se le dedicaba un tiempo y metraje que ahora se va en gratuitos enfrentamientos a tiros entre los muertos y los vivos. Al menos la sangre todavía no es digital.

Con todo y eso me alegra haber revisitado La tierra de los muertos y darme cuenta de que no era tan terrible como la recordaba (aunque sigue sin gustarme el final). La idea de la que parte es muy buena, pero sus excesivas concesiones a un tipo de cine en el que Romero no se mueve con comodidad terminan por pasarle factura y augurar los problemas que vendrían después. Lo cierto es que para 2005 ya el género zombi estaba siendo renovado con otras aportaciones más interesantes a las que hay que añadir otros trabajos posteriores no solamente en el cine sino también en la televisión como la serie The Walking Dead, que tomaría una clara inspiración en la saga romeriana y la exploraría de forma mucho más atractiva (dato curioso: el protagonista de esta película también llama a los zombis «caminantes»). Esta de la que hablamos hoy es interesante revisarla, pero me sigo pareciendo una entrega menor y muy desaprovechada, sin nada del impacto que causaron las tres anteriores, por mucho que diez años hayan matizado mi opinión inicial un poco.

 

10 de hace 10: The Skeleton Key (2005)

Nota explicativa: «10 de hace 10» es el nombre de una nueva sección en la que re-visitamos diez películas estrenadas hace diez años, en la esperanza de ver qué tan bien (o mal) han envejecido. La idea es que consigamos publicar estas diez entradas durante el 2015, año del décimo aniversario de Horas de oscuridad. La inspiración para este invento la tenéis aquí.

Tras diez años de espera ha sido curioso volver a ver The Skeleton Key (2005) y darme cuenta de su falta de originalidad y de la sensación de algo ya visto que se va apoderando de ti durante gran parte del metraje. Digo curioso porque una de las cosas que más recuerdo del momento en que la vi por primera vez fue la agradable impresión que tuve por encontrarme con algo que no era un remake de algún exito anterior: en una época marcada por el alud de nuevas versiones tanto de clásicos americanos como de recientes éxitos extranjeros, esta pequeña película llegó para saciar un hambre de historias «originales» que se hacía tan grande que casi nos convenció en aquel entonces de que no estábamos viendo otro ejemplo de terror repetitivo y completamente mainstream, cuando eso es precisamente lo que era. No exagero: casi todas las reseñas que he encontrado de ella (incluyendo la mía) comienzan mencionando el hecho de que al menos no es un refrito. Pero a pesar de que esto terminó siendo, al final, insuficiente, sigue habiendo cosas qué salvar, aunque sean pocas y no necesariamente las mismas que pensé en aquel entonces.

Lo cierto es que hay una cosa que seduce de esta película es la que llama la atención prácticamente desde el principio, y no es otra cosa que la forma en que pasa de una historia más doméstica relacionada con los estragos de la vejez y las ansias de protección de parte de la protagonista hacia un anciano enfermo hacia un tenebroso submundo relacionado con el vudú y la magia de origen africano que impregna la cultura de Nueva Orleans. En el pasado hemos tenido ya otros ejemplos de la magia afrocaribe y sus entradas en el horror, pero en esta película se trata del tema principal, aquello que la protagonista poco a poco descubre bajo las capas de historia de un antiguo caserón del pantano y del secreto que en ella se esconde. En este sentido la película tiene muy buenos recursos y algunos resquicios en su argumento genuinamente interesantes, además de un subtexto sumamente atractivo y poco común no sólo en ese entonces sino en general.

Es precisamente esto último lo que me lleva a la que sin duda es la mayor decepción de la película, ya que con todo este atractivo material y el muy interesante tema de la magia que se deja asomar en muchas ocasiones, el guión de Ehren Kruger (guionista también del muy exitoso remake de The Ring (2002), que parece ser en muchos sentidos el modelo a seguir) se deja encorsetar por las evidentes limitaciones de una producción comercial del Hollywood más comercial posible, convirtiendo lo que podría haber sido una interesante entrada en fenómenos poco explorados del horror en un simple vehículo de lucimiento para su actriz principal, Kate Hudson, inexplicable protagonista de una historia que pedía a gritos un enfoque afroamericano para su historia, o por lo menos un enfoque en el que se pusiera de relevancia el carácter intruso y foráneo de una mujer blanca de procedencia urbana en el peligroso mundo esotérico de la cultura negra y los horrores del pasado esclavista de los Estados Unidos. Es un tema que ya se ha tocado antes y que aquí hubiese tenido un gran resultado.

Nada de eso ofrece The Skeleton Key; por el contrario todas esas grandes ideas no son sino excusas para la típica trama de investigación y un argumento que funciona mejor mientras menos piensas en él. Las atmósferas, la tenebrosa historia previa de la casa y sus habitantes y todo el tema del vudú queda en segundo plano ante imágenes de Kate Hudson con una linterna hojeando libros polvorientos, y su protagonismo es excesivo teniendo en cuenta lo poco interesante de su personaje, a pesar de que la película sí tiene algunos grandes aciertos de casting como la veterana Gena Rowlands o un John Hurt que hace un gran papel en el que no dice ni una sola palabra.

Así que diez años más tarde me encuentro a mí mismo haciendo el ridículo y decepcionándome con la película por no ser aquello que podría ser, por no desarrollar el potencial de su argumento y ambientación, por dejar en simple anécdota aquello que se perfilaba desde un principio como sus mayores valores. En vez de eso lo que tenemos es una banal trama de investigación y un final sorpresa que no es más que el colofón de cinismo que por lo visto era obligatorio tener en la década en la que se estrenó.

Lo realmente frustrante de esta experiencia es que no estamos hablando realmente de un caso de decepción retroactiva ya que The Skeleton Key nunca llegó a parecerme una película demasiado destacable y de hecho ya hace diez años me pareció que era una producción mediana destinada a llenar una cuota de mercado de terror de los grandes estudios. El verdadero problema es que ha sido sólo ahora, una década después, cuando me he dado cuenta de las posibilidades de aquello que estaba viendo, algo que pasó completamente desapercibido ante mis ojos en aquel entonces, cuando era (todavía) un poco más tonto.

 

10 de hace 10: Frágiles (2005)

Nota explicativa: «10 de hace 10» es el nombre de una nueva sección en la que re-visitamos diez películas estrenadas hace diez años, en la esperanza de ver qué tan bien (o mal) han envejecido. La idea es que consigamos publicar estas diez entradas durante el 2015, año del décimo aniversario de «Horas de oscuridad». La inspiración para este invento la tenéis aquí.


Para la séptima entrega de este especial me había hecho la idea de traer de vuelta la reseña de alguna película de terror española, y la elegida ha sido Frágiles (2005), tercer largometraje de Jaume Balagueró y su segundo en inglés. El motivo por el que elegí esta en particular es no sólo porque fue probablemente la más popular producción española de terror de ese año sino también porque recuerdo que en su momento me dejó una impresión muy positiva. Una década después el veredicto es quizás algo más modesto, ya que me parece que no ha aguantado tan bien el paso del tiempo y ha quedado algo diluida en la marea de trabajos similares que proliferaron por esa época y que todavía siguen siendo un lugar común en gran parte del cine de terror mainstream a ambos lados del Atlántico.

Pero antes que nada, y como de costumbre, hay que dar un poco de contexto: Frágiles fue la tercera película de Jaume Balagueró, y aún teniendo en cuenta que todavía faltaban dos años para que consiguiera el éxito masivo de REC (2007), este cineasta ya era quizás el más reconocido (comercialmente al menos) de los directores de la productora Filmax, gracias sobre todo a las buenas críticas de su primer largometraje Los sin nombre (1999) y al éxito de Darkness (2002), también rodada en inglés y la más exitosa de las cintas de la ya difunta Fantastic Factory. Con esto lo que quiero decir es que si bien sus dos primeras películas nunca me han gustado mucho, no puedo negar la importancia que tuvo (y que sigue teniendo) este director a la hora de cimentar el estilo particular de una productora abocada prácticamente desde el principio a construir una «marca» en cuanto al género de terror, una que se ve reproducida incluso desde una perspectiva superficial: tanto Los sin nombre como Darkness y por supuesto Frágiles comparten una estética y temática muy similar que terminaría por contagiarse a gran parte de la producción de Filmax, sólo que en esta última se reciclan además para montar un trabajo con ambiciones comerciales mucho más evidentes.

Esto último es más que obvio debido al uso por parte de Balagueró de elementos clave que ya le habían funcionado con anterioridad: el empleo de los niños como objetivo del horror, la calculadísima y «perfecta» ambientación del hospital abandonado y el protagonismo de un niño (niña en este caso) que «ve fantasmas» y que es asistido por un adulto que le ayuda motivado por un trauma propio que le ha dejado un gran sentimiento de culpa. Si os parece familiar es porque lo es: el mismo esquema se ha venido usando prácticamente de forma ininterrumpida desde el éxito comercial de El sexto sentido (1999), y aquí se emplea con toda la intención del mundo, empleando además un montón de trucos y recursos estéticos de cosas que previamente han funcionado. De todas las películas de Balagueró, Frágiles es probablemente la menos original y la que menos riesgos toma a la hora de meter miedo en el espectador.

Este quizás sea el principal motivo que hace que la película no haya envejecido tan bien como otros ejemplos del cine de terror español y ahora, diez años después de su estreno, se sienta como una película de terror sobrenatural del montón, con un diseño de producción muy cuidado y algunas escenas realmente tenebrosas pero por otro lado muy pobre a nivel de argumento y llena de recursos facilones, no sólo en el ambiente que intenta crear sino también en lo inverosímil de muchas situaciones: la sola idea de un hospital funcionando con una de sus plantas clausurada como si fuese un edificio abandonado es de risa, aparte de que la estética del fantasma (revelada cerca del final) sólo resulta tenebrosa al principio, antes de que te des cuenta de lo exagerada que es y de lo poco coherente que resulta con el resto de la trama creada por Balagueró. El alcance de los poderes de dicho fantasma tampoco queda muy claro y ejerce su temible ataque sobre los personajes de forma un tanto arbitraria.

Por supuesto, no todo es malo en esta película. Después de todo sigue siendo probablemente una de las estéticas más cuidadas de Filmax y un aprovechamiento muy bueno de sus recursos, por mucho que todo tenga un estilo tremendamente artificial. También los actores infantiles están muy bien, sobre todo la niña protagonista, ya que Callista Flockhart (una actriz que confieso nunca me ha gustado mucho) se siente muy poco natural y encima tiene que cargar con un personaje escrito de forma muy superficial con un trauma del pasado que nunca llega a tener relevancia alguna en la trama.

Me acerqué a Frágiles después de estos diez años pensando que me gustaría igual que en aquel entonces y debo admitir que he quedado un tanto decepcionado. Se aguanta bien hasta el final y tiene un par de momentos que siguen siendo muy buenos, pero aquellos metidos de lleno en el terror sobrenatural (con niños o sin ellos) no encontrarán nada en ella que no hayan visto muchas veces antes y mejor. La década transcurrida le ha pasado factura, y si bien las dos cintas anteriores de Balagueró no estaban tan bien realizadas a nivel técnico, sí me parece que tenían cosas más interesantes a nivel de imaginario que esta que hemos rescatado hoy.

 

10 de hace 10: Dark Water (2005)

Nota explicativa: «10 de hace 10» es el nombre de una nueva sección en la que re-visitamos diez películas estrenadas hace diez años, en la esperanza de ver qué tan bien (o mal) han envejecido. La idea es que consigamos publicar estas diez entradas durante el 2015, año del décimo aniversario de «Horas de oscuridad». La inspiración para este invento la tenéis aquí.


 

Continuando con nuestro objetivo de revisar películas estrenadas (y reseñadas) hace diez años, toca el turno de volver a evaluar nuestra impresión original de Dark Water (2005). Los que llevan tiempo siguiendo este blog saben que este es un trabajo difícil de valorar por muchos motivos, principalmente por ser un remake de una cinta que llegó a ser muy conocida en su momento y de la que se sacó una nueva versión con apenas tres años de diferencia. Pero lo primero que tengo que decir tras esta década que ha pasado antes de volver a verla es que fue también (por lo visto) un proyecto muy extraño que, por increíble que parezca, pasó por alto muchos de los preceptos que consideramos ineludibles en una producción comercial de este calibre. Vamos a tratar de nombrarlos uno a uno para que se entienda a qué nos referimos.

Lo primero que salta a la vista de este Dark Water del 2005 es su director, el cineasta brasileño Walter Salles. El por qué fue precisamente él el encargado de dar vida a un proyecto como este es algo que honestamente se me escapa. Para el 2005 Salles era un director que estaba en un punto muy alto de su carrera gracias a cintas oscarizables como Estación Central (1998) y Diarios de motocicleta (2004), por lo que no entiendo qué extraño proceso mental haya decidido que sería el indicado para una película de terror comercial. Porque de eso es lo que estamos hablando después de todo: en teoría Dark Water debía seguir el ejemplo que ya habían dado otras adaptaciones americanas del terror japonés como las muy exitosas The Ring (2002) y The Grudge (2004), y sin embargo no es así. Quizás la presencia de Salles (o no, eso no tengo forma de saberlo) es la responsable de que tengamos entre manos lo que probablemente sea el remake de terror menos comercial con el que me haya topado en mucho tiempo, algo que ciertamente no recordaba y que me ha sorprendido mucho tras haberme reencontrado con la cinta.

Aunque claro, también es cierto que para el 2005 todavía la fiebre del terror asiático no había llegado a morir del todo, y este tipo de remakes eran todavía algo relativamente nuevo. Sólo de esa forma me consigo explicar que a pesar de mantener más o menos el mismo argumento sin grandes cambios (más allá del evidente cambio de ambientación), esta versión de Dark Water sea aún más parca en elementos de terror que la original. La versión del 2002 dirigida por Hideo Nakata no era lo que se dice muy explícita en cuanto a su imaginario de terror, pero esta versión americana lo es incluso menos: las apariciones del fantasma están mucho más dosificadas, y las poquísimas concesiones al horror (hechas principalmente a través de efectos especiales) se sienten algo fuera de lugar y como un simple añadido posterior. Una de las cosas más sorprendentes, por ejemplo, es que en ningún momento se intenta hacer del fantasma algo más tenebroso de lo que ya es; no hay trucos de maquillaje ni imaginario grotesco alguno más allá de la sempiterna mancha de humedad en el techo de la protagonista. De hecho el elemento más terrorífico de todos no es otro que ese enorme y viejo edificio que se antoja como un lugar en perpetuo abandono.

Y es que en realidad lo que estamos viendo aquí no es una historia de fantasmas sino un drama acerca de una madre acosada en todos los frentes y amenazada constantemente por las penurias económicas y la presión de sacar adelante a su pequeña familia. Es un drama además muy sobrio que cuenta con una ambientación magnífica y una magnífica fotografía del también brasileño Affonso Beato, quien curiosamente también es un nombre más frecuente en películas alejadas del canon comercial al que esta producción supuestamente pertenece. La ambientación es también otra manera de resaltar los aspectos más alegóricos del argumento tales como la mancha de humedad, el agua insalubre que beben los personajes, elementos ambos que hablan de un crimen del pasado que, curiosamente, no constituye la trama central de la película, es decir que la protagonista no emplea todo su tiempo en investigar lo que ocurrió en el piso de arriba, como sin duda habría sucedido en una película con intenciones más comerciales que esta.

Llegados a este punto tengo que mencionar la que para mí es la mayor diferencia entre esta película y la versión original del 2002, y es el cambio en la forma cómo es tratado el personaje principal. Quizás por la adaptación cultural y el cómo se responde a unos estereotipos de género específicos, la Dark Water americana tiene una visión mucho más positiva de su protagonista que su homónima japonesa. No olvidemos que la película original mostraba a una mujer enfrentada a una maternidad que la supera y con la que es incapaz de lidiar. La versión americana, por el contrario, tiene en su personaje principal a una madre abnegada y enfrentada no sólo a las dificultades económicas sino también a la influencia negativa de dos hombres que se presentan como rivales: el indolente casero de John C. Reilly y el ex-marido interpretado por Dougray Scott, pero a pesar de todo es una mujer que continúa luchando y que poco a poco es capaz de salir del foso en el que está metida. Gran parte del mérito de esto se encuentra en el trabajo de Jennifer Connely, una gran elección de casting que consigue el equilibrio perfecto entre fuerza y vulnerabilidad y que ayuda a hacer de su personaje algo creíble. Es por eso que el desenlace (el mismo de la versión japonesa) se hace incluso más doloroso para el espectador a pesar de tener un epílogo más positivo.

Con un argumento sobrio, una excelente fotografía y unas destacables actuaciones, Dark Water lo tenía casi todo a su favor, y sin embargo tuvo un recibimiento muy frío en aquel entonces, principalmente por la mala decisión de sus responsables de promocionarla como una película de terror al uso, estrenándola justo antes de Halloween, con lo que su principal público quedó muy confundido al encontrarse con un drama más alejado del terror de lo que había sido original. No fue este el único problema puesto que la película no es del todo perfecta (la resolución del misterio se da de forma muy repentina y casi fortuita) y en definitiva no aporta mucho más allá de lo que ya había logrado Nakata tres años antes, pero si se hubiese intentado vender como una cinta dramática quizás habría sido mucho mejor recibida, aunque claro está que la cercanía temporal con la original no hubiese ayudado a soltar las expectativas propias de una producción de este calibre. Es una lástima porque la he disfrutado más de lo que inicialmente recordaba, y tras diez años creo que simplemente tuvo la desgracia de estrenarse en un muy mal momento.

 

10 de hace 10: Saw 2 (2005)

Nota explicativa: «10 de hace 10» es el nombre de una nueva sección en la que re-visitamos diez películas estrenadas hace diez años, en la esperanza de ver qué tan bien (o mal) han envejecido. La idea es que consigamos publicar estas diez entradas durante el 2015, año del décimo aniversario de «Horas de oscuridad«. La inspiración para este invento la tenéis aquí.


 

Es imposible hablar del horror mainstream de la década pasada sin hablar de Saw. El motivo no tiene que ver sólo con el éxito que tuvo y por haber levantado la que probablemente sea la franquicia de terror por excelencia de la década del dosmil, sino también por haber dado inicio a la carrera del director James Wan y el guionista Leigh Whannell, que con el tiempo (y algunos cuantos éxitos más en su haber) se han convertido en referentes de una nueva tanda de directores de género que todavía estamos disfrutando. Pero es que además Saw, al dar inicio a una tendencia que algunos calificaron de porno-tortura (término que no me gusta nada, a decir verdad), propició el regreso del horror físico a la pantalla, uno en el que el sufrimiento de las víctimas, la muestra gráfica de charcutería y el nihilismo en el desenlace pasó a ser la norma y terminaría por convertirse en otro lugar común más. En este sentido podemos decir que fue la primera película del terror que se sentía completamente perteneciente al nuevo milenio, y eso no es poca cosa.

Con todo y eso debo reconocer algo: la primera entrega, que se estrenó causando conmoción en el 2004, no me convenció demasiado. En aquel momento no la aprecié mucho y a decir verdad la consideraba poco más que un remedo algo más accesible de Seven (1995), con el interés puesto no tanto en la trama de investigación sino más bien en las diferentes trampas del asesino, aparte de que la idea de las trampas elaboradas con trasfondo moralista remite de forma casi inevitable a la famosa cinta de Robert Fuest El abominable dr. Phibes (1971), aquella en la que Vincent Price también interpretaba a un genio del mal decidido a cobrarse una venganza ofreciendo a sus víctimas la posibilidad de sobrevivir sólo a costa de un gran sacrificio personal. Hoy en día mi opinión al respecto se ha matizado un poco: la verdad es que la primera Saw (2004) es una película muy eficiente y genial en su sencillez, su limitado escenario y el genuino interés que puede llegar a despertar su argumento. Las trampas de su guión o lo inverosímil de algunos momentos son aspectos que siguen siendo innegables, pero palidecen con el nivel de desvergüenza que luego alcanzarían sus secuelas.

Y hablando de secuelas, esta saga también se lleva el premio a la mayor constancia que jamás haya tenido una franquicia de terror comercial: entre 2004 y 2010 hubo siete películas de Saw, todas ellas estrenadas religiosamente a razón de una por año y siempre alrededor de las festividades de Halloween. Ninguna otra saga puede presumir de lo mismo, pero es que además se hizo un intento bastante loable de dotar a todas estas películas de al menos algún grado de continuidad, lo que en cierta forma anticipa nuestra actual obsesión con el formato de larga duración típico de las teleseries. No siempre funcionó, es cierto, y de hecho hay una clara división entre las tres primeras entregas de Saw (que giraban alrededor del asesino, Jigsaw) y el resto (que iban más sobre su discípulo y su legado). La principal diferencia entre las tres primeras y las demás viene dada, en mi opinión, porque sólo en las tres primeras participaron sus creadores originales, Wan y Whagnell.

Lo que nos lleva finalmente a la cinta de la que queremos hablar hoy y cuyo balance hacemos luego de diez años de su estreno: Saw 2 (2005) fue, evidentemente, la primera secuela, la reacción inmediata al increíble éxito de la original. Wan esta vez no ejerce de director, sino que el puesto fue para Darren Lynn Bousmann, otro joven integrante de esa nueva ola de directores de terror, que terminaría dirigiendo también las siguientes dos entregas de la saga y también sacando adelante otros proyectos personales en los que por desgracia no corrió con tanta suerte. Es por supuesto una secuela hecha a lo grande, no sólo por el mayor presupuesto sino también por la premisa: un mayor número de víctimas y una casa entera llena de trampas mortales, así como el argumento de una búsqueda con llaves y mecanismos secretos que a decir verdad funciona bastante bien para mantener el interés aunque la referencia obvia sea esta vez Cube (1997), algo reconocido por los propios realizadores. A pesar de que en su momento no me agradó tanto, un segundo visionado tras una década me ha hecho cambiar de opinión. Es incluso en muchos sentidos una cinta superior a la original principalmente por la mayor cantidad de tiempo en pantalla que tiene Jigsaw, lo cual además sirve para disfrutar de la actuación de Tobin Bell en el que probablemente sea el papel de su carrera. También es un gran acierto la sustitución de Danny Glover por Donnie Whalberg en la trama policíaca, y a diferencia de lo que ocurriría en otras entregas de la saga, la contraposición entre el argumento del «juego» de Jigsaw y la investigación policial está planteada prácticamente desde el principio. Además, la revelación sorpresa del final tiene un punto novedoso en su manejo de los tiempos narrativos como el principal velo puesto ante los ojos del público, engañado por medio del montaje cinematográfico al hacérsele creer que los eventos que veía intercalados ocurrían al mismo tiempo cuando en realidad no era así. Es un muy buen truco y uno nada fácil de pillar.

Pero la verdadera apreciación por Saw 2 viene tras revisar de nuevo las secuelas: con el tiempo, Lionsgate exprimiría la saga hasta lo indecible, y ya de hecho el final se sintió muy desganado y típico de una franquicia que había perdido su razón inicial de ser. Esta segunda entrega por el contrario es el punto justo, la única continuación que debió haber existido, y una película muy entretenida con algunos momentos y trampas perturbadores. No todo es bueno, obviamente, puesto que algunas situaciones requerirán de una suspensión de la incredulidad considerable, pero al menos Jigsaw no había llegado a los niveles de omnipotencia de los que haría gala en entregas posteriores. Después de haber renegado de ella en varias ocasiones, debo decir que Saw y Saw 2 son mucho mejores de lo que recordaba. En pocas ocasiones hemos hablado del momento idóneo para bajarse de una franquicia, y este es uno de ellos. La saga de Saw nunca volvería a alcanzar este nivel, y la avalancha de imitadores que vinieron después proyectarían su sombra sobre la original, pero una década es suficiente para solventar ese error.

 

10 de hace 10: The Descent (2005)

Nota explicativa: «10 de hace 10» es el nombre de una nueva sección en la que re-visitamos diez películas estrenadas hace diez años, en la esperanza de ver qué tan bien (o mal) han envejecido. La idea es que consigamos publicar estas diez entradas durante el 2015, año del décimo aniversario de «Horas de oscuridad». La inspiración para este invento la tenéis aquí.


Incluso si no has estado siguiendo este blog desde sus inicios, lo más probable es que conozcas The Descent (2005). Después de todo, fue esta película la que puso en el mapa al director británico Neil Marshall, componente de un nutrido grupo de jóvenes cineastas de terror que comenzaron a despuntar en la primera mitad de la década pasada. Marshall, cuyo estilo de terror parece estar impregnado de sus preferencias por la acción desenfrenada, ya muestra prácticamente todos sus puntos fuertes en este su segundo largometraje, uno que en su momento fue todo un éxito que cosechó numerosas alabanzas de gran parte de la crítica de terror mainstream de aquellos años. Yo también quedé muy impresionado en aquel entonces, tanto que la cinta coronó el ránking de lo mejor que había visto en el género ese año. Ahora, diez años después, surge de nuevo la pregunta: ¿qué tal le ha sentado esta década desde su estreno? Para resolver la duda he vuelto a ver la película después de algunos años sin hacerlo (tengo más de uno y dos visionados de ella, valga decir) y trataré de poner algunas reflexiones al respecto aquí.

En primer lugar, y para aquellos que no sepan de que va el tema, The Descent es la historia de un grupo de amigas aficionadas al deporte extremo que viajan hasta un remoto bosque en el norte de los Estados Unidos para hacer espeleología en una cueva hasta entonces inexplorada, hasta que un derrumbe las deja aisladas del exterior y perdidas en medio de aquel laberinto. Tan sólo esto ya sería suficiente para hacer de la película una buena muestra de terror, pero Marshall decide ir a por más al hacer que las protagonistas tengan que lidiar no sólo con la búsqueda de una salida sino también con unos terribles monstruos habitantes de la caverna que les harán la vida imposible.

Ha sido precisamente este detalle lo primero que se me ha venido a la mente a la hora de revisionar la cinta: toda la primera media hora, cuando las protagonistas se adentran en la misteriosa caverna y quedan finalmente atrapadas, es tan angustiosa y está hecha de forma tan efectiva que perfectamente podría haber sido toda la premisa y seguiríamos estando ante un trabajo bien hecho. En particular la escena en la que una de ellas se queda atascada en medio de un túnel que debe atravesar arrastrándose con rodillas y codos me causó una sensación considerable de claustrofobia, aunque esto puede que sea una apreciación subjetiva. Lo que sí está claro es que Marshall maneja muy bien todo este tramo, y aunque todas las escenas de cuevas están realizadas en un plató artificial construido en un estudio en Londres, la fotografía minimalista y cerrada con abundantes tinieblas e irregularidades sabe ocultarlo muy bien, al menos en esta primera parte.

De hecho, es precisamente en su segunda mitad, cuando finalmente aparecen los monstruos, que Marshall cambia el tono de la película y se deja llevar más por su lado de acción. Llegados a este punto las escenas cobran otra dinámica, y las necesidades de espacio hacen que las cuevas se noten más artificiales y sacrifican el realismo de la película en beneficio de lo que está ocurriendo. Algo similar ocurre con la luz, que pasa de la casi total oscuridad a un juego de colores con las luces fluorescentes (verde) y las antorchas (rojo), lo cual sirve también para definir ciertos rasgos de los personajes como el derrumbe de la salud mental de la protagonista. El invento, como decía arriba, le quita realismo pero al mismo tiempo le da a la película un discurso único y empuja a Marshall por el camino de la acción que tan bien se le da.

Ha sido precisamente esa tendencia lo que moldeó la carrera de este director tanto antes como después de esta cinta. Tanto en The Descent como en su película anterior, la también muy recomendable Dog Soldiers (2002), el cine de Marshall es casi siempre asociado a esa manera despreocupada de afrontar el cine de acción y mezclarlo con otros géneros, y ha sido eso a lo que se ha dedicado después, mezclando este género con la ciencia-ficción apocalíptica en Doomsday (2008) y la épica histórica con Centurion (2010), donde termina de momento su carrera como director de cine en solitario. El que fuera una de las voces más prometedoras del horror a principio de siglo ha terminado siendo absorbido por la televisión en series como Black Sails, Game of Thrones, Hannibal o Constantine, con mayor o menor grado de éxito.

¿Y qué pasa con The Descent? Bueno, de entrada debo decir que me sorprende lo bien que sigue estando a pesar del tiempo que ha pasado y cómo algunos de sus elementos más innovadores siguen siendo (tristemente) poco comunes hoy en día, especialmente la presencia de un elenco totalmente femenino que nunca llega a ser explotativo a pesar de que algunos de sus referentes sí que lo son (la imagen de la protagonista bañada en sangre y entregada completamente a su lado salvaje es un buen ejemplo de ello). Además contiene algún que otro detalle que se me había escapado en visionados anteriores como por ejemplo el que el nombre del parque donde se encuentra la cueva, Chatooga, es el mismo del río por el que hacen piragüismo los personajes de Deliverance (1972), una más que evidente inspiración de esta cinta. Por supuesto hay algunos detalles que no son tan positivos, principalmente el abandono del realismo de segunda mitad, pero esto último está muy bien compensado con la acción que nos brinda Neil Marshall y el enfrentamiento con las criaturas. La procedencia humana de los monstruos da pie además a unas escenas de lucha muy intensas, y da gusto ver una historia en la que los personajes no son tratados como idiotas y la heroína principal muestra una evolución interesante y distinta a lo que normalmente se suele ver en este tipo de cinta.

Así que diez años después, y cuando el género de terror parece haber tomado un camino completamente distinto, es interesante descubrir que The Descent continúa siendo un ejemplo muy sólido de terror visceral salpicado de acción, con unos monstruos muy bien hechos y una dirección de primera con Neil Marshall tras el volante. Por supuesto cuatro años después nos llegó una secuela con otro director y que, tal como comentaba por aquí, resultó ser un trabajo muy inferior. La buena, sin embargo, es esta, todavía una de mis películas de terror favoritas y una que combina elementos que siempre he disfrutado como el terror de subsuelo, el poderío femenino y un final muy hijodeputa que podéis ver siempre que no cometáis el error de poner la censurada versión americana (que por cierto, fue la que dio paso a una continuación). Esta película ha aguantado muy bien el paso del tiempo y supera el tribunal de su primera década con solvencia.

 

10 de hace 10: La casa de cera (2005)

Nota explicativa: «10 de hace 10» es el nombre de una nueva sección en la que re-visitamos diez películas estrenadas hace diez años, en la esperanza de ver qué tan bien (o mal) han envejecido. La idea es que consigamos publicar estas diez entradas durante el 2015, año del décimo aniversario de «Horas de oscuridad». La inspiración para este invento la tenéis aquí.


Para esta nueva entrega de la serie 10 de hace 10 la elegida ha sido La casa de cera (2005), largometraje debut del director Jaume Collet-Serra y además una película que ha tenido una evolución interesante tanto en mi recuerdo como en mi apreciación. Esto último no es poca cosa, ya que un vistazo superficial a la premisa, elenco y época en la que fue estrenada hace que sea fácil descartarla como uno más de los olvidables intentos del horror mainstream de rentabilizar su propio pasado, parte de ese fenómeno/fiebre por los remakes que invadió la pantalla durante los primeros años de la década del 2000 y que todavía estamos viviendo, aunque quizás no con la misma intensidad que entonces. Y eso que en el caso de la película de la que hablamos hoy, estamos ante un remake sólo nominal.

Esto último viene al caso por algo que ya hemos comentado muchas veces, pero que repito aquí para aquellos que se lo hayan perdido: La casa de cera es oficialmente un remake de Los crímenes del museo de cera (1953), la cual a su vez era un remake de la menos famosa Los crímenes del museo (1933), pero mientras las versiones de los años treinta y cincuenta son muy similares entre sí, esta nueva adaptación de mediados de los dos mil es un trabajo completamente distinto que casi nada tiene que ver con sus predecesoras; ambientación, argumento y personajes son totalmente diferentes, y tan sólo se mantiene la premisa de un asesino que fabrica muñecos de cera con los cuerpos de sus víctimas. Hasta el subgénero que tocan es algo aparte: mientras que las versiones anteriores eran thrillers policiales de época con un alto componente de teatralidad en su puesta en escena, esta nueva encarnación era por el contrario un slasher rural en el que un grupo de amigos llega por una fatídica casualidad a un misterioso pueblo fuera del GPS en el que un asesino enmascarado los va despachando uno a uno con un gran despliegue de violencia. El referente, por supuesto, es La matanza de Texas (1974) pero sobre todo (y eso es algo que otros han mencionado antes que yo) hay claros préstamos de una cinta un tanto menos conocida por el público mayoritario: Trampa para turistas (1979), de la que toma sin pudor muchos de sus elementos estéticos y de atmósfera, sólo que en aquella eran maniquíes y aquí se trata (obvio) de figuras de cera.

Pero, ¿cuál ha sido el balance después de todos estos años? ¿Es La casa de cera una película reivindicable o por el contrario un producto convenientemente olvidado después de una década? Bueno, aquí reconozco que me he llevado una sorpresa, puesto que la cinta ha aguantado muy bien el paso de los años, y aunque muy probablemente no cambiará la vida de nadie a estas alturas, hay que reconocer que todavía tiene cierto gancho y que incluso en su momento logró destacar, no tanto entre la ola de remakes que llegaron a principios del nuevo milenio, sino sobre todo en medio de ese renacer del horror físico al que ya nos hemos referido. En ese sentido, la cinta de Jaume Collet-Serra se siente como una muy bienvenida evolución del clásico neo-slasher juvenil que Wes Craven y Kevin Williamson pusieron de moda: aquí también tenemos un elenco juvenil venido principalmente de la televisión, con mención especial a la protagonista Elisha Cuthbert (famosa entonces por la serie 24), Chad Michael Murray (One Tree Hill) y Jared Padalecki, quien recién estaba comenzando como uno de los protagonistas de Supernatural y de quién honestamente no recordaba que salía en esta película.

Pero por supuesto no se puede hablar de esta cinta sin mencionar el hecho de que Paris Hilton estaba entre los actores principales. Su presencia de hecho fue lo que más recuerdo que se mencionara durante la fase de promoción debido a su relación de amor-odio con el público, y sospecho que gran parte de la gente que vio La casa de cera lo hizo para ver cómo se la cargaban. No salieron decepcionados.

Claro, esto es un detalle meramente anecdótico y no tiene nada que ver con la calidad de la película en sí, pero sí que es un indicativo de otro de los grandes aciertos que tiene, y es que por primera vez en mucho tiempo estábamos ante una historia de terror que no tenía miedo alguno en hacer sufrir a sus protagonistas; no recuerdo, por ejemplo, un slasher reciente en el que la final girl pierda un dedo, o en el que incluso los personajes con los que el público se identifica salgan muy mal heridos en más de una ocasión. Pero aparte de eso, la película tiene una atmósfera realmente inquietante, sobre todo en lo que tiene que ver con el museo de cera y la idea de cómo el asesino utiliza a sus víctimas para construir poco a poco un gigantesco homenaje a la Madre Muerta, idea que aunque poco original está muy bien llevada a cabo sin necesidad de supérfluas explicaciones.

Todo esto sin olvidarnos en ningún momento que estamos ante una película de horror mainstream y que como tal tiene sus propios vicios y lugares comunes, y la orgía de efectos especiales del final y lo mucho que se regodea en la destrucción se siente como unos fuegos de artificio innecesarios, pero en general la atmósfera que tiene está tan lograda y su manejo de la violencia es tan acertado que cautiva. Aparte de eso tiene algunas muertes bastante desagradables y alguna que otra sorpresa en cuanto al destino que enfrentan sus personajes.

Jaume Collet-Serra volvería al género de terror en el 2009 con La huérfana (2009), que en su momento nos gustó mucho, y desde entonces se ha mantenido confinado en una extraña trilogía de acción no-oficial con Liam Neeson de protagonista, y creo sinceramente que su muy interesante debut se perdió en medio del mar de películas similares que surgieron en aquel entonces, tanto por el lado de los remakes de clásicos como por el de nuevas entradas en el slasher rural con jovencitos de por medio. Pero después de todo este tiempo, y tras ver los innumerables bodrios que este subgénero nos ha traído, yo diría una vez que en vez de estar perdiendo el tiempo con otro intento fallido por hacer de Leatherface una franquicia, le den una oportunidad a esta de la que hablamos hoy. Diez años no pasan en balde, pero La casa de cera ha sobrevivido durante todo ese tiempo y en mi opinión lo ha hecho de forma más que digna.

10 de hace 10: Los renegados del diablo (2005)

Nota explicativa: «10 de hace 10» es el nombre de una nueva sección en la que re-visitamos diez películas estrenadas hace diez años, en la esperanza de ver qué tan bien (o mal) han envejecido. La idea es que consigamos publicar estas diez entradas durante el 2015, año del décimo aniversario de «Horas de oscuridad». La inspiración para este invento la tenéis aquí.


Para esta segunda entrega de las revisiones de nuestro décimo aniversario he decidido incluir Los renegados del diablo (2005), segunda película de Rob Zombie y aquella que lo confirmó como una de las más prometedoras voces del cine de horror en los primeros años del nuevo siglo. De hecho, esta secuela de La casa de los 1000 cadáveres (2003), si bien no fue un gran éxito comercial y generó opiniones encontradas en la crítica mainstream de su momento, causó una gran sensación entre los seguidores del género de terror y apareció en varias listas de lo mejor de ese año y en lo mejor incluso de la década, listas en las que por supuesto incluimos la nuestra. Tanto es así, que el resto de la filmografía de Rob Zombie, tanto en su vertiente más comercial como en sus proyectos más arriesgados, no ha podido escapar de las inevitables comparaciones con este trabajo, todavía considerado por muchos como uno de sus mejores. Pero, ¿es realmente así? Diez años después ha llegado el momento de revisitarla para ver qué tal ha envejecido y cuál ha sido su legado.

Como ya mencionaba arriba, Los renegados del diablo es una pseudo-secuela de La casa de los 1000 cadáveres. Digo pseudo-secuela porque a pesar de que existe una continuidad narrativa y que definitivamente hay que haber visto la primera película para al menos tener claro en qué posición comienza el argumento, los cierto es que son dos cintas muy diferentes que se parecen en muy poco. Esto fue algo que Zombie tenía muy claro desde el principio, y puso por lo visto todo su esfuerzo en hacer que esta segunda entrega tuviese un ritmo, una estética y unos referentes alejados de los de su primer largometraje. La primera película, como ya sabemos, tiene una estética y un tono en sus actores y en su escenografía completamente extravagante y exagerado, tanto que por momentos parecía que estábamos viendo un cartoon de terror completamente lleno de artificios en los que sin embargo se colaba un sadismo similar al de La matanza de Texas (1974), innegable fuente de inspiración de esta historia acerca de una familia de asesinos ocultos en la América rural de principios de los setenta.

La segunda parte abandona por completo esa idea y acomete la nada fácil misión de ofrecer una película en la que el norte a seguir no parece ser ya el cine de terror setentero sino el western, si bien no se puede negar que en gran medida Zombie construye el argumento como un homenaje a La matanza de Texas 2 (1986), a la que sin duda se parece mucho y en la que encontramos un número considerable de paralelismos en su trama de venganza de un enloquecido sheriff contra los asesinos de su hermano. Tal como sucedía en aquella película, el personaje de William Forsythe comienza como un justiciero pero termina convirtiéndose en un ser tan desquiciado como los monstruos a los que persigue, y Zombie termina de dar la vuelta a este concepto poniendo esta vez el foco de atención en los integrantes de la terrible familia Firefly, quienes pasan a ser una especie de antihéroes que si bien continúan con su serie de asesinatos aleatorios, demuestran también una innegable humanidad que hace que el público termine identificándose con ellos. Esto último es el verdadero gran mérito de la película y aquello que la emparenta con un western trágico al estilo de Grupo Salvaje (1969), así que en ese sentido el objetivo de Rob Zombie se cumple a la perfección.

Pero este fin se cumple en muchas ocasiones a costa de una coherencia interna tanto de la película como de la saga a la que pertenece; no exagero si digo que algunos personajes, principalmente la Baby Firefly de Sheri Moon, parecen aquí personas completamente distintas sin ninguna continuidad con su trabajo en la película anterior, algo que también sucede en menor medida con el Otis de Bill Moseley, mucho más calmado y taciturno que en su demencial encarnación de La casa de los 1000 cadáveres. Sin embargo esto es una queja sólo a medias, ya que el elenco sigue siendo no sólo lo mejor de la película en sí sino también de lo más impresionante que he visto en muchos años en el cine de terror. De hecho, es bien sabido que en su momento los fans de esta película hicieron una petición a la Academia para que nominaran a Moseley al Oscar por su actuación en esta secuela, algo que honestamente no me puedo imaginar como un evento posible.

El resto se sostiene muy bien a pesar de algunos elementos específicos que dejé pasar entonces y que hoy en día me chirrían un poco: la estética granulosa y falsamente setentera choca con el ocasional uso de una sangre CGI que se ve terriblemente falsa y que resta poder incluso al (por otro lado) excelente final, y todavía se nota que Zombie presta más atención a sus fetiches estilísticos que al argumento. Esto último forma una parte muy importante de su legado ya que el director insistiría en sus preferencias formales en dos cintas futuras que (para mí al menos) representan lo mejor de su carrera: Halloween 2 (2009) y The Lords of Salem (2012), las cuales explotarían mucho más su imaginario de terror surrealista, que curiosamente tiene en esta película de la que hablamos hoy su ejemplo menos elaborado.

Por todos estos motivos me temo que debo soltar algo con lo que quizás muchos de los que leéis este blog no estaréis de acuerdo, y es que Los renegados del diablo es una cinta que no ha envejecido tan bien como el resto de la obra de Rob Zombie. Con diez años de por medio, considero que gran parte de su éxito tuvo que ver con el hecho de que se estrenó en el momento ideal, cuando a mediados de la década pasada presenciábamos un renacer del horror físico y «realista» que glorificaba el gore, la tortura y el sufrimiento corporal como los principales elementos de un cine de terror que hoy en día ya no parece ser la norma. En ese sentido, y aunque en muchos aspectos es una obra mucho más amateur, considero más arriesgada una propuesta como La casa de los 1000 cadáveres, la cual también vi recientemente sin este sentimiento de ligera decepción con el que me he encontrado esta vez. Sigue siendo una excelente película, sin duda alguna está entre las principales de ese horror físico al que nos referíamos, y artísticamente es todo un triunfo considerando que terminó siendo algo diametralmente opuesto a lo que el público esperaba, pero el tiempo ha terminado por matizar mi opinión inicial e incluso el propio Rob Zombie parece haber evolucionado en su propio estilo hacia trabajos mucho más interesantes que están, sin embargo, más cercanos en espíritu al terror de feria de su ópera prima que al western de esta continuación.

10 de hace 10: El exorcismo de Emily Rose (2005)

Nota explicativa: «10 de hace 10» es el nombre de una nueva sección en la que re-visitamos diez películas estrenadas hace diez años, en la esperanza de ver qué tan bien (o mal) han envejecido. La idea es que consigamos publicar estas diez entradas durante el 2015, año del décimo aniversario de «Horas de oscuridad». La inspiración para este invento la tenéis aquí.


Hoy en día Scott Derrickson es conocido principalmente como el director de Sinister (2012) pero hace diez años, cuando este blog estaba dando sus primeros pasos, sólo tenía un par de créditos como guionista tales como Leyenda urbana 2 (2000) o Hellraiser: Inferno (2000), la cual también dirigió. Eso y El exorcismo de Emily Rose (2005), una película que en aquel entonces confieso me dejó muy impresionado y que en cierta forma se adelantó a lo que sería un renacer del cine de posesiones diabólicas, pero a diferencia de lo que vendría después, en esta cinta nos encontramos con un trabajo distinto a lo que se había entendido hasta entonces por este tipo de historias. Tan positiva fue mi reacción que incluso llegué a incluirla en el primer brevísimo ránking de horror de ese año como una de las piezas más destacables que había tenido oportunidad de ver. Ahora, diez años después, hay que preguntarse qué tan bien se mantiene y si algunas de sus virtudes todavía pueden ser señaladas hoy en día.

Gran parte de mi opinión de aquel entonces se mantiene; con todos sus problemas y sus medianías típicas del cine de terror comercial de los últimos años, El exorcismo de Emily Rose sigue siendo una de las más interesantes películas de posesiones demoníacas que he visto desde El exorcista (1973), por otro lado inevitable referencia de este tipo de historias. Con toda seguridad se encuentra entre las escasas realmente destacables que se han hecho en los últimos años, cosa nada fácil puesto que fue precisamente el éxito de esta cinta de la que hablamos hoy la que propició el renacer de una serie de lugares comunes estéticos y temáticos que se repetirían una y otra vez y que todavía no parecen dejarnos del todo.

Y sin embargo, parte del motivo por el cual hoy en día no se habla tanto de ella puede que tenga que ver con lo contradictorio de sus expectativas; el público que se acerque a esta película esperando una pieza de terror puede sentirse defraudado ya que la cinta es, por encima de todo, un thriller judicial de temática religiosa en el que los componentes de terror ocupan un lugar secundario. Esto se agrava teniendo en cuenta que el material publicitario de entonces intentó venderla principalmente como una película de miedo a pesar de que en el fondo no lo era. En lugar de eso la historia se dedica a un subgénero que fue muy prolífico en los tardíos noventa pero que ya en el 2005 estaba en pleno retroceso comercial, lo que probablemente sea lo único que da cierto aire desfasado a la propuesta de Derrickson. Quizás por esto sus responsables insistieron en que el público general la entendiera como una heredera del legado de William Friedkin, y así lo hicieron saber en ambos de los carteles oficiales.

La estrategia es un tanto confusa porque al mismo tiempo la película echa el anzuelo de «basado en hechos reales» para seducir a un espectador que muy probablemente desconozca que esta cinta está inspirada en el caso de la joven alemana Anneliese Michel en los años setenta y el posterior juicio, aunque claro está las semejanzas con el caso real son muy escasas gracias al intento de «americanizar» la historia y al nada trivial hecho de que el caso judicial tuvo un resultado diametralmente opuesto a lo que finalmente ocurre en la película de Derrickson.

Dicho esto, y vuelta a ver diez años después, reconozco que la temática religiosa de la película puede echar a muchos para atrás, ya que la trama abre un debate acerca de la validez de la Fe frente a la ciencia y toma partido claramente a favor de la primera. Sin embargo, hay sobre esto algo que en su momento no supe apreciar y sólo ahora, con la apropiada distancia, soy capaz de comprender: el supuesto mensaje pro-religioso de la película es mucho más complejo de lo que la gente en su momento le dio y no es simplemente propaganda religiosa. Si algo me queda claro tras ver nuevamente El exorcismo de Emily Rose es que lo que se defiende en la película no es la existencia del Mal o el poder curativo de Dios, sino el reconocimiento de una realidad espiritual en el ser humano y el llamado a no despreciar esa experiencia. La existencia o no de Dios, el origen de lo que le sucede a Emily en la película no es lo principal; lo importante en el juicio es que el sacerdote acusado intentó realmente ayudarla validando las creencias de la joven.

Es por eso que me sorprende de buena manera que la cinta haya tomado decisiones arriesgadas teniendo en cuenta su carácter comercial. La mayor y más significativa de estas decisiones es que la abogada protagonista en ningún momento tiene un encuentro directo con lo sobrenatural; a pesar de que en determinados momentos se insinúa que el juicio está dejando algún tipo de efecto en ella, nunca llega a ver demonios o a tener ningún tipo de experiencia más allá de la realidad. Esto es algo que parece una tontería pero que, de haberse hecho la película hoy, con toda seguridad habría sido hecho de forma muy diferente, especialmente si querían vender la cinta como una historia de terror; de haberse hecho este año, la trama habría terminado por repetir en la abogada las experiencias de la propia Emily y habría tenido inevitablemente un clímax explícito de confrontación con los demonios. Nada de eso ocurre aquí, y en parte no ocurre por la decisión irrenunciable de la película de dejar el personaje de Emily Rose en un plano puramente referencial: al inicio de la cinta la joven ya está muerta (la película incluso abre con una imagen de un alambre de espino que gotea sangre, cosa que luego contradice el carácter sobrenatural de la experiencia de Emily) y todo lo que sabemos de ella es contado y referido por otros personajes durante el juicio.

Aparte de todo esto la película tuvo una gran suerte en lo que respecta a su elenco, no tanto en cuanto a su protagonista, Laura Linney, quien hace aquí prácticamente el mismo personaje que hacía en Las dos caras de la verdad (1996), sino con la joven Jennifer Carpenter, quien para entonces era prácticamente desconocida y que tuvo con su actuación como Emily su entrada en el cine mainstream por medio de un trabajo lleno de un histrionismo físico sobresaliente que por desgracia tuvo como consecuencia la repetición incesante de jóvenes poseídas que se retuercen enfundadas en un camisón de dormir blanco.

Así que, en definitiva, ¿qué tal se sostiene El exorcismo de Emily Rose diez años después? Es difícil decirlo; por otro lado los aspectos de terror de la película se siguen viendo muy bien gracias a una sobresaliente actuación y a pesar de los ocasiones efectos digitales (por fortuna escasos) pero si la cinta se mantiene dentro de lo positivo es por ser una aproximación distinta al fenómeno de las posesiones diabólicas y por acometer algunos riesgos impensables en una película de terror de hoy en día. Para algunos puede resultar difícil ya que es, tal como decíamos arriba, un drama judicial antes de todo, y su tendencia a apoyar el lado religioso del conflicto puede que se le atragante a más de uno. Muy probablemente esto último tuvo mucho que ver en la atención que llamó la cinta alemana Requiem: el exorcismo de Micaela (2006), una película estrenada casualmente justo al año después y que también estaba inspirada en el caso Anneliese Michel, abordándolo esta vez sí como un drama desprovisto de componentes de terror y con la balanza claramente inclinada en favor de la explicación racional, mostrando el verdadero efecto que dicho caso tuvo en la relación del Estado con la religión. Aún así, esta de la que hablamos hoy sigue siendo un muy buen trabajo al que ha valido la pena volver.