Reseña: Color Out of Space (2019)

Hay más de un motivo para celebrar la llegada de una película como Color Out of Space (2019), y el primero de ellos quizá sea el regreso del director Richard Stanley, condenado a un injusto exilio involuntario que duró más de dos décadas tras aquella fallida adaptación de La isla del Dr. Moreau (1996). El otro es que dicho regreso ha traído consigo el estreno de una de las mejores piezas del año y una de las más sólidas adaptaciones que se han hecho de la obra de H.P. Lovecraft, concretamente del relato El color del espacio exterior, y aunque se toma grandes libertades con el texto original, es de las pocas veces que un cineasta ha entendido a cabalidad los puntos principales del horror cósmico y los ha plasmado exitosamente en pantalla.

Es una lástima que me la haya perdido en el momento de su estreno porque pienso que esta es una película que habría disfrutado mucho más si la hubiese visto en una pantalla grande, principalmente por la estética, una realmente espectacular y que pese al evidente bajo presupuesto sabe conseguir ese ambiente de extrañeza que el argumento tiene. Esto es algo que comienza de forma sutil, cuando la caída de un meteorito en el jardín del protagonista precede a una serie de fenómenos ligados todos a un vistoso color magenta que se va a apoderando del ambiente y que se manifiesta en plantas, animales y hasta en el aire. Tal como sucede en muchas de estas entradas de horror sobrenatural que hemos visto en el pasado, esta presencia si bien inquietante no parece en principio malévola, hasta que la infección se sale de control y comienza la verdadera historia de miedo.

Es aquí cuando la película cobra definitivamente otro matiz y se convierte en un desfile de truculencias digno de La cosa (1982), con unos efectos especiales muy por encima de lo que hubiera podido esperar y Cage desatado a nivel de histrionismo. Sin embargo, como sé muy bien que sus decisiones como actor no son del agrado de todo el mundo, debo aclarar que en esta ocasión dicho grado de locura está plenamente justificado porque lo que ocurre en la cinta es realmente demencial y además muy poderoso a nivel de imagen, como demuestra el trágico destino de dos personajes en concreto, en un nivel de atrevimiento por parte de la película que ciertamente no me esperaba ni siquiera en una producción de este tipo.

Así que si bien comienza de forma regular, Color Out of Space muy pronto coge fuelle y se convierte para mí en una de las películas de terror del año y una que definitivamente vale mucho la pena. Richard Stanley, quien muy merecidamente se ha llevado una gran cantidad de elogios allí por donde esta cinta ha pasado, ya ha anunciado que esta es la primera parte de una trilogía de adaptaciones de Lovecraft que continuará con una nueva versión de El horror de Dunwich. No sé si esto llegará a hacerse realidad pero ojalá sea así porque lo cierto es que necesitamos más obras como esta.

Reseña: El horror de Dunwich (1970)

En el universo de las adaptaciones de la obra de H.P. Lovecraft, El horror de Dunwich (1970) es probablemente una de las más conocidas, y quizá algunos de vosotros estaréis en desacuerdo con su inclusión en este especial teniendo en cuenta que Roger Corman sólo aparece acreditado como «productor ejecutivo», pero lo cierto es que su huella se nota mucho, no únicamente en la producción en sí sino también en la presencia de varios miembros del elenco y equipo que habían trabajado bajo sus órdenes en el pasado. De todos ellos el más importante sin duda es el propio director, Daniel Haller, quien ya había trabajado en otras adaptaciones de Lovecraft como la ya reseñada aquí El palacio de los espíritus (1963), que el mismo Corman dirigió, o El monstruo del terror (1965), adaptación muy libre de El color del espacio exterior.

Fiel al estilo de aquella Poe movie, Haller emprende su particular visión de Lovecraft ambientándola esta vez en un contexto moderno pero sin abandonar del todo ese gótico de cartón piedra de su antecesora. Me cuesta ser objetivo en este caso porque El horror de Dunwich es uno de mis relatos favoritos de este escritor, y por eso siento que es importante para entusiastas del autor de Providence acercarse con cuidado ya que esta es una adaptación que se toma amplias libertades con el texto original, no sólo en cuanto a cambios en el argumento sino sobre todo porque Haller dota a su película de una fuerte carga de erotismo, algo que Lovecraft jamás habría hecho. A decir verdad, es precisamente la dominación sexual lo que parece estar detrás de las intenciones de Wilbur (interpretado aquí por Dean Stockwell), y la invocación de criaturas de otro plano dimensional es sólo una muy elaborada metáfora.

Es por eso que esta película resulta un especimen tan raro ya que se trata de un trabajo lento y poco dado a escenas de impacto, al menos para los estándares de serie B que Corman manejaba desde siempre (aunque en esta ocasión también asistimos otra vez a fugaces muestras de sexo forzado entre monstruos y mujeres humanas). Lo ajustado del presupuesto y la imposibilidad de mostrar de forma explícita al monstruo causa que este sea sustituido por efectos de psicodelia que resultan un tanto extraños pero aceptables dentro del carácter experimental de la película, pero el despojar de su carácter inhumano a Wilbur cambia dramáticamente el tono de la historia. Por el contrario, Dean Stockwell (elevado aquí al protagonismo absoluto de la trama) es presentado como un seductor impasible con aires de hipnotizador que habla siempre en voz baja y está muy lejos del adefesio misterioso que Lovecraft había imaginado, y el ambiente de decadencia y degeneración que constituía la marca de identidad del texto original es sustituida en cambio por una muestra de ocultismo teatral en el que destaca la figura de Wilbur con sus ropajes de hechicero y ese gesto de poner las manos en la cabeza con los pulgares hacia afuera, gesto que es una evidente referencia a una famosa foto del ocultista Aleister Crowley, pero que si no la conoces resulta imposible de tomar en serio.

Aun así se trata de una de las más interesantes producciones de Corman y una que ha logrado tener fama incluso alejada de su nombre, quizá por el hecho de que sus responsables parecen haber tenido una mayor libertad creativa para llevar la historia a su terreno, incluyendo el empleo del erotismo. De hecho es bien sabido que su protagonista femenina, la otrora estrella juvenil Sandra Dee, vio esta película como una transición hacia roles más serios, aunque no tuvo el impacto que esperaba en su carrera. Por el contrario, El horror de Dunwich recibió duras críticas en el momento de su estreno, aunque ha sido reivindicada en tiempos recientes por su valentía estilística hasta el punto de ser destacada como una de las más singulares adaptaciones de Lovecraft hasta la fecha. No es para todos los gustos, pero siempre me ha parecido más que digna.

Reseña: El palacio de los espíritus (1963)

Más que en cualquier otro caso, la sexta entrega de las Poe-movies de Roger Corman lo es sólo nominalmente: en realidad, El palacio de los espíritus (1963) es una adaptación bastante libre del relato de H.P. Lovecraft El caso de Charles Dexter Ward, y de hecho es considerada oficialmente como la primera adaptación al cine de la obra del autor de Providence. La American International Pictures, sin embargo, deseaba seguir explotando el filón de la saga de Corman, así que ordenó cambiar el título por el de un poema de Poe (The Haunted Palace) que es recitado al principio y al final pero con el que la película realmente no tiene nada que ver.

Aquellos que conozcan la fuente literaria y consideren la fidelidad como una virtud en sí misma (no es ya mi caso, he de reconocer) pueden llevarse una decepción bastante grande, puesto que el argumento del relato original está bastante simplificado para la película, aunque se mantiene el énfasis en el nigromante Joseph Curwen y su regreso de la tumba a través de uno de sus descendientes, Charles Dexter Ward, ambos interpretados por Vincent Price. La trama de investigación típicamente lovecraftiana con su triple marco narrativo y tres protagonistas es así eliminada por completo para ser sustituida por un tipo de producción más modesta y acorde con el gótico technicolor que Corman sacaba por aquel entonces. No debería sorprendernos ya que, después de todo, Lovecraft es un autor muy difícil de adaptar porque sus mejores elementos son muy a menudo dependientes del medio, en este caso de la literatura. Eso explica en parte que para esta película Corman se haya ido por lo seguro y haya dotado a El palacio de los espíritus de un ambiente que de lovecraftiano tiene muy poco: la ambientación se va más por los lados del gótico ya acostumbrado en estas producciones y heredado de los clásicos de la Universal: telarañas, candelabros, siniestros retratos embrujados, puertas chirriantes y un cementerio envuelto en niebla. Hay por supuesto elementos típicos de Lovecraft (el Necronomicón, los Antiguos, inefables monstruos en una fosa, aldeanos deformes y hasta un zigurat) pero estos se encuentran mezclados con aderezos típicos de Poe como la subtrama (ausente en el relato original) de la pasión necrofílica por la bella amante muerta, motivo recurrente de esta serie de películas.

La cinta reúne, como ya es habitual en la saga, a varios de los colaboradores de Corman como el compositor Ronald Stein (responsible de un tema musical bastante dramático e imponente aunque sobreutilizado) y el prolífico guionista Charles Beaumont. El guión también fue trabajado parcialmente por Francis Ford Coppola, aunque no aparece en los créditos. En cuanto a la película, esta guarda el mismo ambiente lúgubre de resto de las Poe-movies, aunque con ciertos toques distintos como el hecho de tener una secuencia inicial mucho más intensa de lo habitual que termina en el ajusticiamiento de Curwen a manos de una muchedumbre furiosa con antorchas y tridentes, algo ciertamente opuesto a los pausados inicios de Corman. Interesante es también la manera como la trama se desenvuelve poco a poco aunque por desgracia sin dejar de caer en los clichés propios de este tipo de producciones (la famosa regla de Corman de un-susto-cada-ocho-minutos). Vincent Price está genial como siempre, y muy buena es la sutil transformación que hace entre sus dos personajes, una metamorfosis resaltada innecesariamente por el maquillaje.

Las evidentes carencias estéticas de varias secuencias, la dejadez de algunas actuaciones como la de Lon Chaney Jr. y un muy atropellado final (que incluye la inexplicable y conveniente desaparición de los aliados del villano) hacen que El palacio de los espíritus no pueda contarse entre las mejores del ciclo Poe-Corman, mucho menos entre las mejores adaptaciones de Lovecraft, pero como primer intento de acercamiento al autor de Providence no está nada mal. Por cierto, el director de arte de esta película, Daniel Haller, seguiría la senda de adaptaciones al ofrecer, pocos años después, su propia versión de Lovecraft con El horror de Dunwich (1970), evidente deudora del estilo Corman de la que hablaremos otro día.

 

Reseña: Re-Animator (1985)

Trascendiendo los tópicos estéticos de la época que le tocó, Re-Animator (1985) es referencia ineludible de ese cine de terror heredero del sano cutrerío que tantos han intentado imitar sin éxito. Fue también la película que descubrió al director Stuart Gordon, el guionista Dennis Paoli y el productor Brian Yuzna, ese singular trío de amiguetes que cuando se juntan merecen ser tomados en consideración. En el fondo se trata de una revisión clásica de un conocido arquetipo de terror: el hombre de ciencia que va más allá de los límites moralmente aceptables y se enfrenta a su creación. Específicamente en el caso de la película de la que hablamos, dicha creación se presenta en la nada sutil forma de un suero fluorescente capaz de reanimar cadáveres, convirtiéndoles en zombis enloquecidos y dementes sin sentimientos muy benévolos hacia aquel que les ha traído de la tumba.

Re-Animator está basada, como gran parte de la obra de Gordon, en un relato de H.P. Lovecraft, pero el espíritu del autor de Providence está adaptado de una forma bastante liberal, por ponerle algún calificativo. Ciertos elementos del relato original se mantienen (principalmente el intento de emular el pathos narrativo de la novela Frankenstein, de Mary Shelley) pero la película se encarga desde el principio de adoptar un tono menos solemne hasta llegar a límites que sólo se pueden calificar como caricaturescos, un grotesco grand guignol de violencia por parte de un grupo de cineastas dedicados a la reproducción en pantalla de un cómic de terror, sin dejar de lado los componentes clásicos resumidos en la imagen de un cadáver decapitado viviente que manosea los desnudos pechos de la heroína en peligro. Los excesos sanguinolentos no se hacen esperar, pero al igual que su maestro Herschen Gordon Lewis, Stuart Gordon utiliza el gore como válvula de escape hacia la comedia, sin por eso perder un ápice de brutalidad en alguna que otra secuencia (por ejemplo la reanimación del primer cadáver).

Decir que el trabajo de Jeffrey Combs como actor es gran parte de la clave del éxito de Re-Animator es más que una frase manida, hasta el punto de que representa todo un vuelco en la idea preconcebida de lo que debe ser un mad doctor; contrariamente a la forma clásica de representar dichos personajes, el Herbert West de esta película se toma sus locuras con naturalidad, y Combs elude eficazmente la tentación de llevar su personaje a los terrenos de la auto-parodia; West es entusiasta pero no histérico, y su comportamiento no es explicable gracias a la locura, sino a una curiosidad inmesurable que le lleva a una compleja (y carismática) amoralidad. No es de extrañar que esta fuera la película que le hiciera famoso como actor.

La película tuvo dos continuaciones, Bride of Re-Animator (1990) y Beyond Re-Animator (2003), ambas dirigidas por el productor de la original, el simpático Brian Yuzna. Existe también una especie de secuela no-oficial en El regreso de los muertos vivientes 3 (1993), pero eso ya es otra historia que merece ser dejada para otra ocasión.

Reseña: Dreams in the Witch-House (2005)

De unos años para acá hemos visto resurgir el interés por la narrativa de H.P. Lovecraft, principalmente gracias a la adicción generada por el juego de rol La llamada de Cthulhu, así como el correspondiente videojuego. Lo mismo sucede cada cierto tiempo, ya que la fértil imaginación del autor de Providence es sin duda fascinante. Por lo tanto, era bastante seguro apostar a que la primera temprada de Masters of Horror incluiría alguna adaptación del universo lovecraftiano, y aún más seguro era afirmar que el responsable sería nada menos que Stuart Gordon. Con Dreams in the Witch-House (2005), segundo capítulo de la serie, este director realiza su quinta historia basada en su escritor fetiche.

Es necesario afirmar de entrada que aquellos que disfrutaron con las anteriores adaptaciones lovecraftianas de Gordon, como Re-Animator (1985) y Dagon (2001), no saldrán decepcionados con esta nueva entrega. De hecho, esta versión de Sueños en la casa de la bruja es bastante acertada, y si bien es cierto que se toma varias libertades con la historia original (algo inevitable dado el limitado tiempo de metraje), consigue capturar bastante bien el ambiente creado por el autor, a la vez que sirve de vehículo perfecto para el estilo de Stuart Gordon. La historia sigue siendo más o menos la misma: un estudiante universitario llamado Walter Gillman (Ezra Goden, repitiendo protagonismo tras Dagon) alquila una habitación en una antigua casa que tiene más de trescientos años, y pronto empieza a notar extraños sucesos que van mucho más allá de su insoportable casero o del repelente y devoto anciano que habita en la planta baja. A través de una serie de pesadillas, Walter es acosado por la presencia de una bruja y su demonio familiar (una espantosa rata con rostro humano), capaces de moverse a través de mundos paralelos y obligarle a participar en sus ritos de sacrificio.

Como decía antes, varias de las contantes de Lovecraft están aquí. Si bien no se hace realmente una conexión con el complejo corpus mitológico del autor, Stuart Gordon logra recrear de manera muy eficaz el macabro mundo lovecraftiano a través de un ambiente muy efectivo, encarnado en la casa. El viejo armatoste de madera y pasillos oscuros resulta casi un personaje más, y su aspecto ruinoso y descuidado la hace perfectamente creíble. Otra cosa que ayuda al ambiente es la banda sonora, cuyos cánticos son sospechosamente parecidos a los de Dagon, pero aunque fueran reciclados, su inclusión está perfectamente justificada.

Sin embargo, son pocas más las referencias lovecraftianas que encontramos aquí, salvo una escena en la que Walter tiene un breve encuentro con un ejemplar del Necronómicon, en la sección de libros raros de la Universidad de Miskatonic. Por desgracia, el sentimiento de fatalidad inexorable que es la norma de los relatos de este autor no está aquí presente, ya que toda la historia se da por un desafortunada casualidad: a diferencia de lo que ocurría en el relato original, Walter no sabe nada de la leyenda de la bruja, y sólo está en la casa buscando un lugar donde elaborar su tesis sobre la yuxtaposición de planos interdimensionales (una monserga pseudo-científica que chirria un poco, a decir verdad). Asimismo, Gordon se aleja un poco del sobrio estilo del autor al incluir pasajes y momentos de un muy negro sentido del humor, gracias particularmente al trabajo de su protagonista, cuya actuación desaforada, cómica y a la vez trágica, nos lo hace ver una vez más como un joven Jeffrey Combs en formación. Es una lástima, sin embargo, que toda la historia que formaba el plano de fondo de la bruja y la casa se haya perdido debido a la falta de tiempo para su desarrollo.

Pero más allá de sus carencias de «leyenda», Dreams in the Witch-House pone de manifiesto una vez más la inexplicable insistencia por parte de Stuart Gordon de colocar las historias de Lovecraft en la época actual, restando así un poco de credibilidad a aquello que sucede. El Walter Hill del cuento era un positivista con un arrogante desprecio por lo sobrenatural, pero la ingenuidad del Walter de la esta película es un poco tirada por los pelos, lo cual no se debe a una falta de talento por parte de su actor (quien de hecho lo hace bastante bien, balanceando eficazmente tanto los momentos terroríficos como los cómicos, algo típico de este director), sino a cierta incongruencia respecto al guión.

El resto es bastante efectivo. La historia no tarde nada en ponerse en marcha, y el factor inquietante ya está presente desde el primer fotograma: esa vieja y destartalada casa con el cartel de «room for rent». Los sueños de Walter se suceden casi enseguida, y el horror prácticamente no se detiene. Como viene siendo habitual en Masters of Horror, la sangre no se hace rogar, y tenemos asegurados violencia y sexo a granel. Aparte de eso, el final será sin duda difícil de soportar para muchos espectadores, e imagino que la censura norteamericana se lo debe haber pasado muy mal al saber que, por emitirse en un canal de televisión por cable, este capítulo quedaba fuera de su alcance.

Con todos sus defectos, Dreams in the Witch-House es una correcta entrada en la larga lista de adaptaciones de Lovecraft. Los fans del autor apodado como «el recluso de Rhode Island» deberán todavía esperar por su adaptación definitiva, pero aquellos que anden a la búsqueda de una historia bien contada, con varios momentos genuinamente perturbadores, no deben perder esta oportunidad. Stuart Gordon entiende Lovecraft como pocos, y aquí lo demuestra otra vez.

Reseña: Dagon (2001)

Terminando con el panegírico de Fantastic Factory, ha llegado la hora de hablar de Dagon (2001), en mi opinión la película más acertada del ya extinto estudio de Serie B, una historia con la que Stuart Gordon crea una de las más logradas adaptaciones jamás hechas de la obra de H.P. Lovecraft. Si no es más popular, se debe únicamente a que sus valores estéticos (típicos del cine sin presupuesto) tienden a alejar al público más sensible. En cuanto a mí, reconozco mis prejuicios: aparte del hecho de ser un fan más que furibundo de la obra de Lovecraft, tengo la particularidad de perder la cabeza por cualquier historia que trate de monstruos marinos, como esta que tenemos a mano.

A pesar de su título, Dagon está basada realmente en otro cuento de Lovecraft, La sombra sobre Insmouth, la historia de un pueblo costero de Nueva Inglaterra (aunque, para justificar el acento hispano de sus personajes, Gordon traslada la acción a las costas gallegas, cambiando el nombre de la aldea por «Imboca») habitado por una raza de hombres anfibios, gobernados por un culto que adora a Dagon, el Señor de las profundidades, una criatura lovecraftiana con todas las de la ley, perteneciente a la ancestral raza de «los Profundos». A este pueblo llega un día un hombre llamado Paul Marsh (Ezra Godden «disfrazado» de Jeffrey Combs) junto con su esposa y suegros, cuando un naufragio los obliga a enfrentarse cara a cara con los repelentes habitantes de Imboca, con los que Paul guarda una relación desconocida para el momento. Destaca la presencia de la actriz Macarena Gómez como Uxía, suma sacerdotisa del dios marino, y Paco Rabal (en lo que, si no me equivoco, fue su canto de cisne) como el borracho Ezequiel, un hombre cuyo inglés resulta absolutamente ininteligible.

Esta película fue el proyecto acariciado por Stuart Gordon durante casi dos décadas, y a pesar de que, insisto, ciertos elementos puramente estéticos pueden llegar a molestarnos en esta era en la que es costumbre que todo esté perfectamente pulido y esterilizado, uno no puede menos que maravillarse ante el universo lovecraftiano perfectamente ambientado que logra esta película, con la que sólo puede competir, en mi opinión, En la boca de la locura (1995), de John Carpenter.

Como siempre, tratándose de Gordon, el hombre no ha escatimado esfuerzos a la hora de mostrarnos imágenes desagradables y un despliegue de escenas sanguinolentas, hundiéndose progresivamente en los recursos ya no serie B, sino Z. El mendigo siendo desollado de la cara abajo, y la actriz Raquel Meroño colgando en topless como si fuera una res sacrificada al ente marino son cosas que sencillamente no se olvidan. El sentido de humor de Gordon puede que no sea muy lovecraftiano que digamos, pero no puede negarse su fascinación por el material original.

Porque el verdadero protagonista sigue siendo Lovecraft y su peculiar y desquiciado mundo, un universo atrayente lleno de seres espectrales que se ocultan en aquellos rincones de la Tierra donde el hombre es incapaz de llegar. El concepto de terror de este autor americano, en el que aquellos misterios más antiguos que el hombre luchan por volver al mundo que una vez fue suyo es lo que ha cautivado a todos sus lectores, y es precisamente ese ambiente el que ha prevalecido en la cinta de Gordon, un director que entiende como pocos el lugar de donde proviene toda la magia de su autor preferido. La secta de Dagon y el ruinoso pueblo de Imboca, con sus monstruosos habitantes, son dos personajes más, recreados con toda la fidelidad posible. Cuando Paul registra a fondo las calles desoladas de aquel caserío gallego, podemos percibir esa atmósfera de oscura viscosidad a la que Lovecraft nos tiene acostumbrados.

Es una lástima que el distanciamiento generado por su estética haya sido la desgracia mayor de esta película. Quienes logren vencer este distanciamiento, lograrán disfrutar de algo de lo que todo fan del cine de terror se siente gustoso de ver: el estilo inconfundible de un director a quien el tiempo no ha quitado el gusto por sus más antiguos fetiches. Dagon es sin duda lo mejor de Fantastic Factory, y una de las más recomendables de Stuart Gordon, un mítico fiel a su estilo.

A esta película sólo le falta una cosa: ella.

Reseña: Beyond Re-Animator (2003)

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Ahora que la productora Fantastic Factory es oficialmente historia, creo que es sano aprovechar unos momentos para comentar algunas de sus películas. En mi caso, la primera que vi fue Beyond Re-Animator (2003), tercera parte de la saga iniciada en 1985 por el mítico Stuart Gordon, y que tuvo que venir a España para ver de nuevo la luz. Ignoro si recibió un estreno en los cines españoles, pero puedo asegurar que su distribución en los Estados Unidos fue «directa a vídeo». Es una lástima, porque sin duda que esta tercera parte de las aventuras y desventuras del doctor Herbert West merecía un destino mejor.

La película está dirigida por Brian Yuzna, quien ya había estado al mando de la secuela anterior, Bride of Re-Animator (1990), la cual no había recibido muy buenas críticas. Las expectativas, por lo tanto, estaban bastante bajas, a pesar de que Yuzna ya había demostrado una gran dosis de talento con películas como El regreso de los muertos vivientes 3 (1993) y El dentista (1996), en mi opinión dos obras indispensables de lo que es cine serie B de calidad. Buscando salir hacia un escenario completamente nuevo, Yuzna abre la historia justo en el final de la secuela anterior, cuando uno de los cadáveres reanimados del doctor West irrumpe en la casa del pequeño Howard Phillips, asesinando brutalmente a su hermana mayor, hacia la cual el niño siente un amor fraternal un tanto sospechoso. Por supuesto, el desquiciado doctor West da con sus huesos en la cárcel, y trece años después, el joven Howard, convertido en médico, entra a trabajar en el mismo recinto penitenciario. Pero la sorpresa es que Howard no está buscando venganza… ¡sino la oportunidad de trabajar junto al doctor West en su búsqueda de la cura contra la muerte! Por supuesto, las cosas se salen de control y los muertos vivientes del «reanimador» desatan el caos y la destrucción en medio de un motín penintenciario que nada tiene que envidiar al de Attica.

Beyond Re-Animator resulta una secuela bastante digna, en primer lugar porque sabe mantener aquellos elementos que hicieron de la original un clásico, entre ellos una violencia tan caricaturesca que deriva en pura comedia. Sin embargo, estos detalles sanguinolentos y ridículos no están exentos de cierta carga grotesca y perturbadora, ya que el suero de reanimación del doctor West funciona diferente en cada personaje, a menudo desatando aquellos aspectos más escondidos de su personalidad. El loco tontainas de la prisión se convierte en una bestia llena de traumas de carácter freudiano, el maleante hispano de turno es «reanimado» en la forma de un torso, y mención especial para un Santiago Segura (infaltable en una producción de este tipo) en su papel de drogadicto que por casualidad se inyecta la sustancia equivocada y termina con su cabeza explotando como una piñata, por no hablar de la chica buena convertida, gracias a la magia del líquido verde, en una sadomasoquista de ultratumba experta en la castración por vía dental.

Pero todos sabemos muy bien cual es el plato fuerte: Jeffrey Combs. Este semidios absoluto del género está (una vez más) absolutamente genial como el doctor West, con la fría naturalidad de científico loco que se cree (mejor dicho, que se sabe) superior a todos aquellos que se oponen a sus designios. Definitivamente, la actuación de Combs es el principal atractivo de esta película (y eso que sale, Dios mío, ella).

A pesar de sus limitaciones, y del hecho de que la historia no hace un gran esfuerzo por ofrecer cosas que no hayamos visto en las dos anteriores secuelas, Beyond Re-Animator sigue teniendo gancho. Sus valores de producción resultan bastante correctos (es uno de esos casos en los que una película parece más cara de lo que es) y en mi mente queda archivado como uno de los mejores esfuerzos de Fantastic Factory, lo sucifientemente recomendable para que el doctor West (el Depak Chopra del cine hemoglobítico) se mantenga trabajando un poco más.