Para esta postergada tríada de reseñas milenarias ya hemos dedicado unas líneas a una que debía desde hace mucho y a un estreno reciente. Tiene sentido que la tercera entrada esté dedicada a continuar una serie iniciada tiempo atrás, y en ese sentido hace tiempo que quería comentar La hija de Drácula (1936), una producción que Universal se sacó de la manga cinco años después del éxito de Drácula (1931), creando con ello una secuela algo inusual en un guión escrito por John L. Balderstone basándose en varias piezas sueltas de la mitología vampírica, entre ellas Carmilla, de Sheridan Le Fanu, que parece haber sido la inspiración principal. Balderston era además un conocedor del material ya que no olvidemos fue él quien co-escribió la adaptación de Drácula para el teatro que sirvió de base a la película con Lugosi.
En esta ocasión Universal produjo una película en extremo diferente a su antecesora, un trabajo menos afincado en el gótico y más en el terror psicológico en la que la vampira en cuestión es una condesa inmortal que se ve liberada finalmente de la influencia de su creador y vusca curar su condición y recuperar su humanidad, a la vez que intenta resistir los impulsos de una naturaleza que considera perversa. De entrada este argumento es muy diferente al de la película de Browning en el sentido de que la villana no es un monstruo sino una figura trágica con la que hasta cierto punto empatiza el espectador por lo menos hasta que llega su enemistad con las figuras protagónicas, encarnadas estas en la figura de un médico del que nuestra vampira se ha prendado y la pizpireta secretaria que será la única que sospechará que esta misteriosa mujer oculta algo siniestro.
Esta estructura de triángulo amoroso es importante porque tanto su premisa como su desarrollo le han granjeado a esta película la fama (en gran parte justificada) de ser una muy poco velada metáfora homófoba en la que la condesa Zaleska es presentada no como una irresistible seductora sino como una depredadora lésbica en clara contraposición con la despierta y vital secretaria, haciendo de este enfrentamiento entre ellas algo mucho más interesante que todo lo que tenga que ver con el insufrible y soso protagonista interpretado por Otto Kruger. Si el vampiro de Lugosi era un invasor aristocrático que agitaba los temores xenofóbicos del público, la condesa de (la bellísima) Gloria Holden es una pervertida que porta su feminidad como una máscara y ve su propia condición como un castigo que solo puede levantarse a través de una muy forzada heterosexualidad, un subtexto además presentado de forma miuy poco ambigua con escenas como en la que seduce a una joven modelo que acaba por supuesto de la peor manera posible.
Sin embargo también debo decir que el principal interés que le veo a esta historia es más bien como ejemplo de una moralidad caduca de una época ya lejana. Como película en sí no es fácilmente digerible ni tampoco para seguidores de un horror más visceral. Tampoco fue una gran apuesta por el estudio en aquel entonces (la verdadera explosión de los monstruos de Universal no vendría sino hasta los años cuarenta), fue por el contrario una producción hecha a toda prisa y se nota que arrastra todavía gran parte de los valores estéticos del cine mudo. Asimismo es lenta, poco vistosa y parca en cuanto a escenas de vampirismo, y lo único que en realidad la conecta con su antecesora es el regreso de Edward Van Sloan como Van Helsing, quien aún así tiene un papel secundario.
Tiene, eso sí, virtudes innegables que la salvan: la maravillosa presencia de su villana principal, un tratamiento de lo femenino que encontraría ecos en el cine posterior, su nada disimulado erotismo (inusual en una película de Universal, que siempre fue un estudio más conservador) y la voluntad de atreverse a hacer algo distinto a lo que se hubiese esperado para una secuela de uno de los mayores éxitos taquilleros de su época. Por estos motivos vale la pena rescatarla al menos como curiosidad en medio de la larga serie de continuaciones de estos monstruos clásicos. Fue también la última película realizada bajo el régimen del fundador de Universal Carl Laemmle, antes de que este y su hijo fueran expulsados del estudio al que dieron vida, con lo que se podría decir que con ella muere una corriente artística que había hasta aquel momento y que sería transformada en un cine más de evasión que alcanzaría su cima durante la década siguiente.