Reseña: Child’s Play (2019)

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Decir que la nueva Child’s Play (2019) ha sido una sorpresa es quedarme corto porque la verdad no esperaba que me fuera a gustar tanto. Mis expectativas en el momento en que se anunció estaban bajísimas, principalmente por la forma tan distinta en que replanteaba su premisa y al mismo tiempo decidía mantener los aspectos más icónicos del diseño original. Finalmente esta aparente contradicción ha resultado ser una de sus mayores virtudes, y aunque falla en muchos aspectos, se trata de una película muy entretenida a la que se le puede sacar mucho jugo ya que toma su propio camino que en nada se asemeja a la saga de Don Mancini, la cual no olvidemos continúa teniendo su vida propia.

Como todos sin duda sabéis ya, en esta ocasión nuestro muñeco asesino Chucky no es un juguete habitado por el espíritu de un psicópata. Es más, ni siquiera es humano; se trata de un robot de compañía, un asistente virtual defectuoso que ha perdido todas sus inhibiciones de comportamiento y que sólo desea ser el fiel compañero de su dueño Andy y protegerlo, pese a que los métodos que usa para ello incluyan asesinatos. El prólogo de la película en el que cuentan el origen de Chucky en una distópica fábrica china es glorioso y algo sin duda muy coherente no sólo con lo que quiere contar la película en sí sino también con la cinta original de 1988, la cual también dejaba colar su sutil puya al mercantilismo. Reconozco que ya desde el principio quedé enganchado ya que el origen de Chucky tiene cierto componente de arbitrariedad que le sentó muy bien e hizo de la historia algo sencillo y fácilmente extrapolable al contexto de entretenimiento nostálgico al que la cinta hace referencia, como bien demuestran cosas como la paleta de colores o el jersey rojo de Andy que nos trae al recuerdo la estética claramente Amblyn de la que esta película hace gala.

El apartado estético es algo que también tiene su significado y que justifica decisiones que en un principio yo ninguneaba; una de las cosas que me hacían desconfiar de este remake era que sus creadores habían mantenido en gran medida el diseño original de Chucky a pesar de haber cambiado sus orígenes, pero incluso esto tiene un propósito mayor. El diseño del muñeco y su comportamiento hacen de él un ser anacrónico y desfasado (hay incluso un chiste recurrente a lo largo de la cinta en cuanto al inminente lanzamiento de otro modelo superior) que hasta cierto punto es poseedor de cierta inocencia que se ve corrompida por sus dueños humanos. La relación entre Chucky y Andy al principio de la película tiene cierto componente de ternura hasta el punto de que como público hasta llegamos a sentir pena por un robot que sólo busca complacer a su dueño en todo y que termina infectándose de la trivialidad con la que los humanos reciben la violencia; en este sentido una de las mejores secuencias de la película es cuando Chucky observa las hilarantes reacciones de sus dueños a las escenas más sangrientas de La matanza de Texas 2 (1986), un sutil pero brillante ejercicio metanarrativo que elevó la película un poco más ante mis ojos.

Por supuesto está muy lejos de ser perfecta ya que sigue siendo en muchos sentidos una película un tanto chapucera que nunca llega a explotar del todo sus posibilidades y que peca en muchas ocasiones de invoresímil y ambigua en cuanto al alcance de los poderes de Chucky, especialmente en las escenas que incluyen un enfrentamiento físico con el muñeco. Pero esto es algo que la cinta sabe muy bien ya que nunca llega a tomarse a sí misma demasiado en serio. Por el contrario, es un divertimiento muy básico aunque bastante violento, y un remake que pese a todos sus problemas ha sabido sacar algo muy distinto de la original y abrirse su propio espacio. Espero sinceramente que esta nueva Child’s Play tenga algún tipo de continuidad ya que hay mucho potencial que explorar y considero que este ha sido un primer paso más que eficiente. Si eres fan de la saga original deberías sin duda alguna echarle un vistazo.

Reseña: El culto de Chucky (2017)

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Mientras otras sagas han ido decayendo al repetir el mismo esquema una y otra vez, Chucky sigue dando batalla, y con esta séptima entrega, El culto de Chucky (2017), su creador Don Mancini intenta explorar nuevas vertientes de terror con una película muy distinta a todas las que se hayan realizado antes del muñeco diabólico. El experimento no termina de funcionar del todo, pero sus grandes ideas nos demuestran al menos que esta es una saga que todavía tiene cosas que dar, y una que demuestra cómo es que ha conseguido resucitar en más de una ocasión.

Esta vez Chucky regresa para acosar nuevamente a Nica, protagonista y superviviente de la película anterior, quien ha sido culpada por la masacre de La maldición de Chucky (2013) e internada en un psiquiátrico. Esta ambientación es doblemente conveniente no sólo por proveer al muñeco de un mayor número de víctimas sino también porque regresa en cierto modo al esquema original de Child’s Play (1988) en la que se jugaba con la idea de la incredulidad en cuanto a la naturaleza del personaje; Nica, quien con los años ha llegado a convencerse a sí misma de su culpabilidad, debe no sólo enfrentarse otra vez al muñeco sino también al personal del psquiátrico que no le cree.

Pero el mayor cambio no es ese, sino la forma en que Mancini utiliza esta ambientación como excusa para desatar todo el material que ha aprendido durante su etapa como guionista en la serie Hannibal, de la que toma tanto la representación de los psicólogos como villanos como esa estética elaborada y limpia, completamente distinta al resto de la saga, así como la incorporación de escenas y secuencias surrealistas que rompen con el tono más o menos realista que habían tenido estas películas hasta entonces. También echa mano de la nostalgia al traer de regreso a personajes de cintas anteriores interpretados por sus actores originales, sobre todo Alex Vincent en el papel de Andy, quien ya había tenido un cameo al final de la cinta anterior pero que aquí tiene una participación mayor. Y sin duda, del detalle más interesante es un giro argumental en cuanto a los poderes de Chucky que muy probablemente sus fans hayan imaginado desde hace mucho tiempo pero que hasta la fecha no se había utilizado.

Este último detalle es lo mejor porque abre la saga a un sinfín de posibilidades que se encuentra muy por encima de un argumento caótico y una estructura un tanto apresurada que muestra las debilidades de la película, como si Mancini hubiese balanceado todas las interesantes ideas de su premisa sin preocuparse por brindarnos una trama unificada. Y aquí es donde está lo malo; a pesar de sus aciertos, El culto de Chucky es una película dañada por su ambigüedad, que hace que por momentos no sepamos realmente a donde va y que llegado a un punto simplemente termina de forma abrupta. Mancini ha dicho en reiteradas ocasiones que este no es el fin de la saga sino que esta continuará muy a pesar de que este año vimos un remake que la empezaba de cero. Lo cierto es que para el 2020 ya ha sido confirmado el regreso del muñeco en forma de una serie de televisión que continuará la trama de esta película y, quizás, le de un final satisfactorio y una continuidad de sus posibilidades. Es rara e inusual para los estándares de Chucky, pero creo que precisamente por eso vale la pena.

 

Reseña: La maldición de Chucky (2013)

Tras casi una década de ausencia llega La maldición de Chucky (2013), sexta película de la saga y la primera en estrenarse directamente en formato doméstico. Vuelve también como director Don Mancini, creador del personaje y el único cineasta hasta la fecha en dirigir más de una entrada de la saga. Debo comenzar diciendo que no tenía ninguna esperanza de que esto saliera bien, mucho menos después de ver el trailer. Al final ha resultado sin embargo ser una de las más gratas sorpresas que me he llevado este año; no sólo la he disfrutado mucho sino que incluso me atrevería a decir que es una de las mejores entregas de la saga y una continuación muy digna en la que se nota que Mancini sabía perfectamente qué quería hacer con ella.

De entrada el argumento era una de las cosas que más curiosidad me daba, y tal como se había comentado en su momento Mancini se decide por una situación minimalista en la que el muñeco poseído por el asesino Charles Lee Ray acosa a una familia dentro de los confines de una casa en medio de una noche oscura y tormentosa, el perfecto escenario de terror que parece decirnos que por fin la saga intenta hacer no simplemente una continuación sino también una vuelta a los orígenes; esto se nota sobre todo en la voluntad por parte de la película de limitar sus referencias sólo a la Child’s Play (1988) original, aunque no por eso deja de haber guiños (algunos de ellos excelentes) a otras entregas. Esto puede causar un poco de confusión en cuanto a la cronología de la saga, pero honestamente dudo que este sea un detalle que importe a muchos. La película también hace borrón y cuenta nueva al dejar un poco de lado de comedia y concentrarse más en un tono de auténtica película de terror. No lo hace del todo (Chucky nunca ha sido ni podrá ser enteramente «serio») pero por primera vez el muñeco se siente como una auténtica amenaza, algo logrado no sólo gracias a la ambientación en una tenebrosa casa como único escenario sino también por la acertada decisión de enfrentar a Chucky a una chica en una silla de ruedas.

Este minimalismo de su escenario, la escasa cantidad de personajes y el gradual misterio del inicio que dosifica las apariciones sobrenaturales del muñeco (al menos al inicio) son lo que más me ha convencido de la película. Y lo mejor de todo es que Mancini parece haber anticipado todas las dudas que los seguidores de la saga hayan podido tener, y lejos de evitarlas ha decidido enfrentarlas con valentía y sobre todo con un ingenio muy peculiar. En mi caso eran dos mis mayores preguntas: el nuevo aspecto de Chucky y la ubicación temporal de la película en la cronología de la saga. Sin entrar a revelar nada, sólo puedo decir que el nuevo aspecto del muñeco tiene justificación, y la continuidad temporal es lo suficientemente ambigua para que esta película pueda ser vista a la vez como continuación y reboot siniestro de una saga más dada al humor.

Como siempre, por supuesto, el auténtico gozo es ver a Brad Dourif haciendo de la voz de Chucky y revelando más detalles sobre su personaje a 25 años de la película original, por lo que nuevamente vemos a Charles Lee Ray antes de meter su alma en el cuerpo del muñeco. El discurso sobre los miedos infantiles presente en las primeras películas de la saga se ha dejado un poco de lado, pero la socarronería de Chucky está intacta y la vulnerabilidad de los personajes es mucho más creíble que en entregas anteriores. Evidentemente no estamos hablando de una película para todos los paladares y dudo mucho que esta sea la entrega que convenza a los detractores de este muñeco, pero honestamente me parece que recupera muchas de sus virtudes perdidas con el tiempo y demuestra (a diferencia de lo que yo creía) que sí existe vida después de la autoparodia. Y es que lo que me ha gustado más ha sido comprobar que pese a todos mis miedos iniciales, Chucky ha vuelto y sigue siendo el mismo. Recomendable sin duda, y para los seguidores del muñeco diabólico imprescindible.

 

Reseña: Child’s Play 3 (1991)

Child’s Play 3 (1991) se estrenó a toda prisa un año después de la segunda parte, y verla de nuevo tras haber pasado todo este tiempo ha sido para mi algo bastante revelador. De entrada puedo decir dos cosas: la primera es que esta tercera entrega es, con toda seguridad, la peor de la saga, al menos de lo que se ha producido hasta ahora. La segunda es que he descubierto que no recordaba casi nada de ella. Es gracioso porque pensaba que la tenía bastante presente y he terminado por darme cuenta de que en todos estos años mi cerebro la había disfrazado como algo muy distinto incluso llegando a cambiar varios de sus elementos principales. Esto me hace preguntarme si no habrá otras películas por ahí a las que debería echar otro vistazo.

La historia esta vez tiene lugar ocho años tras lo ocurrido en Child’s Play 2 (1990), con Andy convertido ya en un adolescente y enviado a una academia militar. Aquí está el primero de los grandes cambios que mi recuerdo había perpetrado: por algún motivo recordaba el paso del tiempo como algo mucho más pronunciado y al personaje de Andy como un adulto, pero resulta que quien lo interpreta es un joven Justin Whalin, a quien probablemente algunos recuerden como el protagonista de aquel despropósito de Dragones y mazmorras (2000). Lo cierto es que el Whalin es un chico joven en medio de una película de ambiente abiertamente teenager, lo que al menos tiene la feliz consecuencia de que finalmente nos hemos desecho del repelente crío de las dos entregas anteriores. Con todo, la ambientación en la academia militar es muy rara y no tiene ninguna consecuencia importante más allá del hecho superficial de dar a Chucky acceso a un caché de armas de fuego. Nada de esto tiene mucha importancia ya que sigue siendo difícil imaginarse al muñeco como un peligro. Poca tensión puede haber cuando el asesino puede literalmente ser derrotado lanzándole un zapato.

El guionista Don Mancini (quien ante el fracaso de esta tercera entrega reconoció abiertamente que se le habían agotado las ideas) está aquí en piloto automático y no le queda más remedio que intentar reiniciar la saga prácticamente desde sus inicios; la secuencia de créditos muestra el cadáver de Chucky siendo reciclado y fundido con otros muchos moldes de plástico para lanzar una nueva línea de muñecos Good Guy. El regreso de Charles Lee Ray se salta de esta forma varias de las reglas establecidas en películas anteriores de la saga, aunque se encarga esta vez de presentar a otro niño, casi tan idiota como el anterior y (muy convenientemente) utilizado no como un personaje sino como poco más que un prop. Hay indicios de una subtrama de las penurias de la academia y el proceso de adaptación de Andy a una estructura militar, pero apenas se esboza, y como siempre se deja muy poco claro hasta qué punto el chaval es considerado o no un psicópata. Con esto quiero decir que en cada entrega es mayor la cantidad de gente que ve a Chucky, y sin embargo siguen sin creerle.

Lo curioso de todo este asunto es que Child’s Play 3 es una de las entregas más oscuras de la saga, una de las que menos recurre al humor y en la que (en un principio al menos) augura una mayor dosis de violencia debido al tono ligeramente más adulto de su premisa. Brad Dourif, como siempre, está genial y saca lo más que puede del papel de Chucky, pero la película es simplemente tan aburrida y anodina que no es de extrañar que se haya estrellado en la taquilla de todo el mundo. Tampoco es de extrañar que Mancini haya tirado la toalla con su creación y esperado siete años para lanzar una cuarta parte que reinventaba por completo la saga buscando sangre fresca para el muñeco favorito de todos. Esta tercera parte puede que guarde algún interés para aquellos que quieran ver la evolución de Chucky a lo largo de su periplo cinematográfico, pero para mi es imposible de recomendar.

Reseña: Child’s Play 2 (1990)

Child’s Play 2 (1990) es la entrega de la saga que recordaba con más claridad, y sé que en su momento fue la que más me gustó (eso antes de que Jennifer Tilly se sumara al elenco). El por qué es algo que de momento se me escapa, ya que esta revisión que he hecho más de dos décadas después ha sido un desencanto bastante grande. Aunque si hay algo que no puedo negar es que esta segunda parte de las aventuras de Chucky guarda el germen de un muy buen slasher y una aún mejor continuación, sobre todo en cuanto al subtexto siniestro que el guionista Don Mancini (quien firma también el guión de la original) deja caer sobre el tema de las adopciones y la supuesta herencia negativa que traen aquellos críos criados por padres postizos, una línea argumental trazada a lo largo de prácticamente toda la historia del género de horror desde La mala semilla (1956) hasta La huérfana (2009).

La comparación con estas dos cintas viene porque Child’s Play 2 utiliza como excusa argumental el hecho de que tras el final de la primera entrega la madre de Andy ha sido recluida en un psiquiátrico y el niño puesto en un hogar de acogida, debido a que muy previsiblemente nadie ha creído en la historia del muñeco poseído. Por supuesto, Chucky vuelve por medio de una pirueta argumental que ni siquiera voy a comentar aquí. El resto ya os lo podéis imaginar. El caso es que toda esta premisa es muy interesante, y la idea del niño supuestamente malvado que intenta convencer a todos (sin éxito) de que el verdadero asesino es el muñeco da para una historia muy siniestra que por desgracia no parece estar en los intereses de ninguno de los involucrados. Más que nunca queda claro que estas películas de Chucky (al menos las primeras) están concebidas como auténticos productos serie Z que sin embargo se ven dignificados gracias al hecho de contar con un gran personaje y con una actuación tan genial como la de Brad Dourif, quien una vez más hace la voz de Chucky y eleva la categoría de la película sólo con su presencia.

El resto del elenco es poco destacable; por desgracia volvemos a tener al mismo repelente crío de la original como único actor aparte de Dourif que repite en esta secuela. Curioso, sin embargo, ha sido ver la película y recordar que fue el debut como actriz de Christine Elise, que me fascinó durante gran parte de mi adolescencia y que aquí es la heroína que sustituye a Chris Sarandon. Por lo demás, el componente slasher se mantiene, con una menor tendencia a la comedia que la primera entrega aunque con ciertos detalles francamente inverosímiles al no quedar muy claro si la policía cree o no que Andy es quién ha cometido los asesinatos. En general hay aspectos de la historia que están tan poco cuidados que hacen que la primera película parezca una obra maestra en comparación.

Al acercarse el final he podido notar una cosa, y es que muy probablemente el motivo por el que tenía un mejor recuerdo de la película tenga que ver con el clímax, una larga secuencia de persecución en una fábrica de muñecos que muy probablemente sea lo mejor de la película y que ciertamente es mucho mejor que el final de la primera parte. Con todo y eso, es poco lo que se puede decir de Child’s Play 2 aparte de que lo glorioso que es el personaje de Chucky y el tremendo potencial que tiene como icono del terror, potencial que lamentablemente no se ve alcanzado con esta secuela. Prometo que seguiré revisando las que me quedan para hacer un balance tardío de esta famosa saga.

 

Reseña: Child’s Play (1988)

Supongo que a estas alturas ya todos sabéis que Don Mancini está a punto de sacar otra película de Chucky este año, casi una década después de la última entrega. Se da por lo tanto la oportunidad perfecta para revisar toda la saga desde sus inicios. Es curioso, porque a pesar de que tengo las secuelas bastante frescas en la memoria, no recuerdo haber visto la Child’s Play (1988) original desde aquella lejana primera vez, así que decidí echarle nuevamente un vistazo para ver qué tal se sostenía hoy en día. El resultado ha sido una ligera decepción puesto que, al menos desde mi punto de vista, esta archiconocida película de los ochenta no ha envejecido tan bien como algunas de sus contemporáneas, y mucho que temo que, al igual que otras sagas como Viernes 13, su verdadera notoriedad vino con las continuaciones.

A la hora de revisarla es bueno destacar las cosas que realmente funcionan. La historia, para empezar, es atractiva: un asesino en serie con conocimientos de magia negra que transfiere su alma a un muñeco y perpetua sus crímenes mientras busca la forma de volver a un cuerpo humano, enfrentado a un crío que es el único que conoce su secreto y que por supuesto se convierte en el principal sospechoso de los asesinatos cometidos por su juguete. La premisa del muñeco asesino ya se había hecho antes, pero siempre había sido tratada de una forma muy sutil que en ocasiones daba espacio a cierta ambigüedad que aquí está del todo ausente; desde el principio sabemos que Chucky está realmente poseído y que es él quien comete los crímenes, lo que sin embargo no quita que la escena en la que finalmente le escuchamos hablar por primera vez sea una de las mejores de la película.

Gran parte del mérito de Child’s Play lo tiene el excelente trabajo de voz del siempre genial Brad Dourif, quien da voz a Chucky con una maestría difícil de superar e imprimiendo una personalidad inequívoca al muñeco, por lo que no es de extrañar que los responsables de esta saga hayan seguido contando con él para todas las secuelas. Pero hay en el guión más que un simple trabajo de slasher en miniatura, puesto que la película funciona también como una gran sátira del consumismo que ya desde el principio juega con la fascinación masiva por el muñeco «Good Guy» que alberga el alma del asesino (un paralelismo bastante claro con aquellos Cabbage Patch Kids que se hicieron famosos en los ochenta). Tampoco es casualidad que el muñeco asesino sea comprado ilegalmente.

Por desgracia estos interesantes detalles son lo más destacable de una película un tanto confusa en cuanto a tono: Child’s Play podría haber sido perfectamente una película de terror para un público joven, pero en vez de eso juega con la posibilidad de ser una cinta más seria aunque nunca se decide realmente por ello, dando tumbos entre el humor y el slasher de forma bastante irregular y desaprovechando muchas oportunidades. Una de las más grandes carencias del argumento, ya desde el principio, es que nunca se establece el personaje del asesino Charles Lee Ray antes de ser Chucky, por lo que quedamos únicamente con esa imagen de vulnerabilidad que no pierde nunca durante la cinta. En ocasiones se hace difícil creer que Chucky es realmente una amenaza porque hay demasiadas escenas en las que el peligro viene de una simple confrontación física con el muñeco, como si los personajes y el público hubiesen olvidado que después de todo es una figura de plástico que no pesa casi nada. Tampoco ayuda el hecho de tener a un crío tan nefasto en la película (es verdad, el niño actor es terrible, sin duda lo peor de la cinta), cuya actuación arruina momentos genuinamente siniestros como la complicidad inicial que llega a formarse entre el crío y el muñeco asesino, una relación que ya de por sí daba para una película entera pero que aquí queda reducida a algo marginal, lo que deja esta primera entrega en una cinta con grandes ideas pero cuya indecisión de tono la hace caer en comedia involuntaria y en uno de los clímax más ridículos jamás vistos.

Aún así es una película singular, bastante entretenida y hasta cierto punto icónica, pero me temo que lo que realmente ha trascendido con el tiempo es el indudable atractivo de Chucky como personaje, por encima de aquellas películas que ha protagonizado.

Reseña: La semilla de Chucky (2004)

Tras una pausa de casi seis años el muñeco diabólico regresó con La semilla de Chucky (2004), una película cuyo argumento ya había sido anticipado en el final de la entrega anterior. En esta quinta entrega tenemos como director a Don Mancini, guionista de la saga y creador del Chucky original, que por primera vez toma las riendas del proyecto y decide hacer una película a su manera, intentando muy sabiamente seguir en la senda de la entrega anterior. Si esta conseguía un delicado equilibrio entre la comedia y el horror, esta quinta parte está totalmente entregada a su lado cómico, hasta un punto en que, tal como leí en una reseña que por desgracia no he podido encontrar de nuevo, la película no debe ser considerada en realidad como la quinta entrega de Child’s Play (1988) sino como la segunda parte de La novia de Chucky (1998).

Esto quiere decir que nuevamente el lado de terror de la historia es algo marginal frente a los problemas domésticos de Chucky y Tiffany, que ahora deben enfrentarse al hecho de que tienen un hijo, un grotesco muñeco viviente con una severa crisis de identidad que tras escaparse del ventrílocuo que lo mantenía prisionero viaja a Hollywood y resucita los cadáveres de sus padres, que estaban convenientemente siendo utilizados para rodar una película de terror inspirada en los asesinatos de la pareja de muñecos. La película incluso lleva esta componente metanarrativo al extremo al incluir también a Jennifer Tilly haciendo de sí misma y los problemas que debe encarar no sólo en cuanto a su declinante carrera sino en cuanto al hecho de que ahora Tiffany sueña con transferir su alma al cuerpo de su actriz favorita.

Al final eso es lo grandioso que tiene esta película: la forma en cómo el argumento se teje como una comedia de enredos cuya comicidad se da en varios niveles simultáneos, como la lucha entre Tiffany y Chucky por criar a su hijo/hija y la parodia nada sutil de Hollywood y sus retorcidos personajes, incluyendo un rastrero fotógrafo interpretado por John Waters (confeso admirador de la saga) cuya presencia por sí sola debería dejar claro cuál es el tono verdadero de este grotesco cuento de terror. Pero como siempre, esta es una confirmación más de que estamos ante una cinta de serie B elevada de categoría gracias a las actuaciones: Brad Dourif como Chucky y Billy Boyd como Glen/Glenda, un personaje diametralmente opuesto y que resulta grotesco y patético pero curiosamente entrañable en su crisis de identidad, la cual en el fondo es un guiño a la homosexualidad del propio Mancini. Pero sin duda, la mejor actuación recae sobre los hombros de Jennifer Tilly, no sólo como la voz de Tiffany sino como esa maravillosa parodia que hace de sí misma y la manera cómo se burla de sus propios lugares comunes y su decadencia como actriz. Tilly es el alma de la película, algo que se hace evidente a lo largo de todo el metraje.

Vista ahora, casi una década después de su estreno (y más de seis años después de la reseña original), La semilla de Chucky no ha perdido nada de su vigencia. Sigue siendo una gran comedia de terror con un componente grotesco muy divertido y una salida paródica muy eficiente a una saga que nunca fue realmente tan terrorífica. Todavía sigo prefiriendo La novia de Chucky ya que esta conseguía un equilibrio mucho mejor entre la comedia y el terror sin necesidad de decantarse por completo por la comedia como hace esta, pero sigue siendo una película muy buena y recomendable como una de las mejores entregas de la saga.

 

Reseña: La novia de Chucky (1998)

Realizada diez años después de la Child’s Play (1988) original, y siete tras su última secuela, nuestro muñeco favorito regresa completamente reinventado en La novia de Chucky (1998), una película que reviso hoy, tras nada menos que ocho años de haberla visto por primera vez. De todas las entregas de la saga, es increíble que sea esta la que haya envejecido con mayor dignidad, hasta el punto de que no siento ningún reparo en decir que me parece la mejor y más interesante de todas las películas que he visto hasta ahora del famoso muñeco asesino. La clave de por qué me parece la más grande de todas está en que por primera vez los responsables (con el guionista Don Mancini a la cabeza) parecen haberse finalmente decidido a tirar la casa por la ventana y explotar todo lo que se le puede sacar al personaje en una película valiente que rompe de forma radical con todo lo que antes había hecho la saga.

La forma de esta ruptura es obvia; La novia de Chucky decide tomar la saga en una nueva dirección al hacer de esta entrega una comedia de horror en la que Charles Lee Ray ya no intenta pasar su alma al cuerpo de un crío (ahorrándonos así más actores infantiles) sino que ahora realiza un viaje por carretera para recuperar un amuleto mágico que le permita abandonar el muñeco en el que está atrapado. El empleo de un elenco de jóvenes y la mirada irónica no sólo hacia la saga de Child’s Play sino también a otras franquicias de terror (como nos dejan claro esos guiños en el almacén de la primera escena) evidencian que esta es una película que sigue los pasos del Scream (1996) de Wes Craven, pero aumentando las dosis de comedia sin por ello renunciar a la sangre y a la violencia desmedidas. Este delicado equilibrio es uno de los mayores logros de la película y algo que por primera vez la saga parece haber conseguido de forma exitosa.

Por supuesto, gran parte del mérito está en las actuaciones, no sólo del siempre eficiente Brad Dourif sino también de Jennifer Tilly en el rol de Tiffany, la novia de Chucky. Tilly, una fantástica actriz con una presencia y un carisma innegables, es un acierto de casting fenomenal que vitaliza por completo la película, no sólo cuando aparece como humana sino también como la voz de la muñeca. Viéndola de nuevo me he dado cuenta de cómo clava el tono de su personaje como una psicópata de apariencia dura pero con ínfulas de sufrida ama de casa, y me repito a mi mismo que difícilmente me podría imaginar a otra en su lugar. La inclusión de este personaje es muy importante no sólo por el motivo evidente de la novedad sino porque por fin Chucky tiene un personaje con quien interactuar, lo que da pie a momentos de humor memorables, una complicidad entre los dos personajes a la hora de matar que los convierte en los auténticos protagonistas y que proporcionan un filón cómico que se explota a fondo, como la ya famosa escena de sexo entre muñecos o la también muy buena pelea doméstica.

Evidentemente estos dos personajes acaparan toda la atención hasta el punto en que no hay mucho qué mencionar acerca de los dos adolescentes humanos que juegan el funcional papel de protagonistas y que son bastante olvidables (por mucho que la chica sea una jovencísima Katherine Heigl). De todas formas estos y la trama (que tiene grandes paralelismos dramáticos con La novia de Frankenstein (1935), semejanzas que la película misma se encarga de dejar claras) son lo de menos; lo importante aquí es ver a Chucky y Tiffany actuar y conseguir la que sin duda es la más divertida entrega de la saga. Por supuesto el final es lo que todos recuerdan debido no sólo a que dio pie a una secuela más sino también por superar todos los límites de la película en cuanto a lo grotesco y el mal gusto bien entendido. Podéis tenerlo por seguro: La novia de Chucky es el punto más alto de una saga que sólo ha podido ser dignificada a través de la parodia.