Apuntes para una breve historia de la explotación (8)

Todos conocemos de sobra lo que es un remake, al menos en lo que se refiere a una película. Pero el aprovechamiento de material antiguo no es exclusivo a la cinta en sí; también la publicidad se ve en ocasiones reciclada, bien sea abiertamente o de tapadillo. Los resultados también son de varios niveles de calidad. A continuación escribimos otro capítulo de nuestros exploitapuntes con tres ejemplos de carteles «remakeados» para futuras generaciones, a pesar de que las películas a las que se refieren no tienen (en la mayoría de los casos) nada que ver una con otra.
A la izquierda tenemos el cartel original de Maniac (1980), de William Lustig. A la derecha, uno de los muchos carteles de Hostel (2006), de Eli Roth. A pesar de que este último es mucho más elaborado en cuanto a sus aspiraciones de «realismo», el original no ha perdido un ápice de su fiereza y, sobre todo, mantiene los mismos elementos que seguiría su contraparte al pie de la letra, veintiséis años después: el charco de sangre en el suelo, el orgulloso despliegue del cuchillo y la cabeza cercenada (que en la versión moderna mira de forma vacía al público), y la desbordante masculinidad del sujeto retratado, evidenciada en su musculatura, sus piernas abiertas y la forma tan desafiante en que el artista ha resaltado la marcada entrepierna del asesino, lo que nos confirma una vez más el subtexto falocéntrico que muchas veces se atribuye al género slasher.
Por cierto que las dos películas no tienen en realidad mucho que ver. Las intenciones de Eli Roth aparentemente no iban más allá de homenajear uno de esos retratos de psicópatas de eras más salvajes, y Maniac ni siquiera es hoy por hoy la película más popular de su director, quien es mencionado más como el creador de la trilogía iniciada por Maniac Cop (1988).
El segundo caso lo tenemos con las semejanzas entre El barco de la muerte (1980), de Alvin Rakoff, y Barco Fantasma (2002) de Steve Beck, uno de los numerosos bodrios de la productora americana Dark Castle, compañía que, principalmente, vive de hacer remakes de casposas películas de décadas pasadas. Este, sin embargo, no es el caso, por mucho que la idea del cartel y el argumento de la película sean similares. De la calidad de las respectivas cintas no vamos a hablar aquí, pero una rápida mirada a los carteles basta para darnos cuenta de la abismal diferencia que hay entre los dos a nivel de arte publicitario. Mientras que el primero tiene ese look característico de los carteles de los setenta y ochenta que todavía hoy resulta atractivo por más que la idea sea bastante obvia, la versión del 2002 carece por completo de imaginación y podría haber sido realizada por cualquier estudiante de diseño que estuviese dando sus primeros pasos en el Photoshop.
Como siempre, he guardado para el final mi favorito. En el caso de la película Fanático (1981) no solamente encontramos un ejemplo en el que el reciclaje/plagio de carteles abarca géneros completamente distintos, sino que, a diferencia de los dos casos previos, esta vez es la versión ochentera la que se ha valido de un clásico anterior, específicamente El padrino (1972), de Francis Ford Coppola. Sin embargo, lo que me encanta de este cartel va más allá de su evidente osadía al emplear la imagen principal de una película tan reconocible como la saga de los Corleone. Se trata más bien el hecho de que, hasta cierto punto, parodie la imagen original convirtiendo el dibujo en un arma: la silueta del asesino parece «matar» con su forma a la indefensa chica, al mismo tiempo que el blanco y negro y el esmoquin da la impresión de querer dotar a la película de una «clase» muy dispar con el thriller que finalmente se rodó.
Y aquí termina otra entrega de los exploitapuntes, esos textos salvavidas ideales para épocas en la que tengo que esconder el hecho de que no saber de qué hablar.

Apuntes para una breve historia de la explotación (7)

Tengo un motivo muy bueno para no haber posteado nada: mi cerebro está inmerso en un delicado proceso de rehabilitación tras haberme pegado el maratón de The Grudge todo este fin de semana. Y cuando digo maratón, quiero decir que, básicamente, he visto seis veces la misma película: los dos telefilmes del año 2000 (Ju-on: The Curse y Ju-on: The Curse 2), las dos películas japonesas para cine (Ju-on: The Grudge y Ju-on: The Grudge 2) y el remake americano con su secuela (The Grudge y The Grudge 2). Haberlas visto todas seguidas me ha servido para postrarme una vez más ante su director, Takashi Shimizu (uno de los mayores explotadores del género) y darme cuenta de que, después de todo, las seis películas no son realmente iguales. Es cierto que comparten una esencia común y un estilo muy marcado, pero a nivel de argumento hay diferencias sustanciales que hacen que todas valgan la pena, de una forma u otra.
Pero el motivo de este texto es hablar de otra cosa: de los cortometrajes que dieron origen a la saga de Ju-on y que fueron rodados por Shimizu para Gakko No Kaidan G (1998), un telefilme episódico cuyo título podría traducirse como Historia colegial de fantasmas. Dicha película, por cierto, la desconozco, y al igual que la mayoría solo he escuchado hablar de los dos episodios rodados por Shimizu, y eso que entre los otros directores está Kiyoshi Kurosawa (!).
Los dos cortos originarios de los que hablamos hacen honor al calificativo: cada uno de ellos dura aproximadamente tres minutos, y están narrados de una forma muy básica y sencilla, cada uno en un solo escenario y con luz natural, algo que siempre había considerado impensable en una película de terror. La historia de la saga de The Grudge todavía no está presente (de hecho no hay historia, se trata sólo de escenas aisladas) pero ya había gran parte de los elementos de estilo de Shimizu y, sobre todo, ya teníamos a los personajes. En el primero de ellos, 4444444444, vemos por primera vez a Toshio; en el segundo, Katasumi (titulado en Occidente In The Corner) nos muestra por primera vez a Kayako. Esta, por cierto, está interpretada por Takako Fuji, que ha hecho el personaje en todas las encarnaciones de la saga que han sido dirigidas por Shimizu.

La efectividad, atmósfera y estilo de los cortos habla por sí sola, así que es mejor que los veáis. A manera de trivia les diré únicamente que los dos cortos son referenciados en los dos telefilmes de Ju-on: The Curse (2000), que Shimizu dirigiría un par de años más tarde, en los que también se repite el fenómeno de la llamada de móvil proveniente de ese número que se repite varias veces presagiando el horror (en la cultura japonesa el número cuatro se considera de mal agüero por su parecido fonético con la palabra «muerte»).
Ambos cortos, por cierto, están incluídos en el material adicional de la edición en DVD de The Grudge (2004), el remake americano.
Y ya que hablamos de la saga americana, podemos decir que las comparaciones son odiosas, pero en esta ocasión debo hacerlas con los tres cortos de Tales From The Grudge, una pieza que fue creada principalmente como publicidad para el estreno de The Grudge 2 (2006). Los tres cortos fueron realizados por Toby Wilkins, el mismo que ahora está preparando el estreno de la tercera película americana de la saga (primera además que no está dirigida por Shimizu), y se nota a leguas la diferencia; allí donde los cortos originales eran fundadores de un estilo muy personal de hacer cine de terror, los tres episodios de Tales From The Grudge no son más que repeticiones de una fórmula, además de un intento de legitimar esa idea equivocada según la cual las subidas repentinas del volumen del audio son suficientes para asustar al personal (no lo son).

Lo curioso en este caso es como estos cinco cortometrajes o «episodios» de alguna forma representan dos extremos opuestos de una idea explotativa: los primeros son el germen estilístico y temático de una de mis sagas de terror favoritas. Los otros son el resultado directo de la banalización de dicha saga y de la pérdida de parte de su efectividad, un juego de espejos cuando menos interesante y que ciertamente no da muchas esperanzas para la ya inminente tercera entrega.

Apuntes para una breve historia de la explotación (6)

A principios de los años cuarenta, un productor y guionista de origen ucraniano llamado Vladimir Ivan Leventon (conocido en Hollywood como Val Lewton) consiguió el trabajo de su vida al ser contratado por los estudios RKO para entrar de lleno en el mundo del terror de serie B. La RKO para entonces deseaba competir fieramente con los monstruos clásicos de la Universal, que tenían acaparado el mercado. Lewton, que ya había demostrado su valía en numerosas ocasiones, produciría una serie de películas con un presupuesto mucho menor que el que se gastaban las producciones de su rival (150.000 dólares) y estaría obligado a trabajar con una restricción harto curiosa: podía escribir el guión que quisiera siempre y cuando trabajara con los títulos que le facilitara el estudio.
La anécdota es cierta; así fue como Lewton creó las que son hoy consideradas sus mejores piezas, trabajando con títulos tan estrafalarios como Cat People (1942), conocida en España como La mujer pantera, I Walked With a Zombie (1943), The Leopard Man (1943), The Seventh Victim (1943), The Ghost Ship (1943) o Isle of the Dead (1945). Sin embargo, la ironía del asunto está en que si bien el ritmo de producción de Lewton y sus casposos nombres hacen pensar en churros producidos en serie, la verdad es que con ellos su productor y guionista creó películas en el fondo muy alejadas de la repetición de un esquema de género. La mayoría de estas piezas que nombramos aquí son cintas con un sentido de atmósfera envidiable y que, en ocasiones, esconden estudios de la naturaleza humana mucho más inteligentes de lo que cabría suponer. Al final, lo que la RKO veía como una de sus aventuras más comerciales terminó siendo la auténtica marca de un autor.
Pero lo importante aquí es el punto de partida de las película: la explotación descarada de un título que de por sí solo generaba unas expectativas muy claras.
Es una costumbre que continuó muy viva; a mediados de los ochenta otro hombre «de encargo» como el cineasta Joel Schumacher descubriría un guión titulado The Lost Boys que narraba la historia de una pandilla de niños vampiros en clave de comedia familiar. La sugerencia del espíritu melancólico de Peter Pan unido a la idea del vampirismo fascinó al director, quien sin embargo se sentía escandalizado ante el concepto que se llevaba a cabo en el guión. Schumacher cambió todo de principio a fin y dejó únicamente el título, obteniendo como resultado lo que todos conocemos. Y lo mejor de todo es que, tal como comentábamos en su momento, Jóvenes ocultos (1987) tiene el honor de ser una de las pocas (poquísimas) películas de monstruos vs. niños que no dan verguenza ajena.
El más reciente caso que tenemos de esto es la película Snakes on a Plane (2006), cuya intensa campaña de hype se basó única y exclusivamente en el carácter «molón» de un título al que encima se le agregaba la presencia de Samuel L. Jackson. Las expectativas por ver hasta donde podía llegar la explotación de un nombre fueron tales que el estreno de la película tuvo que ser retrasado para aumentar el contenido casposo y la presencia de muchas, muchas serpientes más para que se enfrentaran a nuestro héroe (todas ellas, por supuesto, creadas mediante la tecnología digital).
Y este ha sido otro breve, muy escueto e innecesario apunte para una eventual historia de la explotación.

Apuntes para una breve historia de la explotación (5)

Los que no hayan desertado durante todo este tiempo de ausencia, recordarán sin duda aquella vez en que nos burlábamos de los vergonzosos inicios de varias de las estrellas hollywoodenses de hoy en día, esas sonrojantes películas que habían proporcionado cheques alimenticios a varios de los que hoy se encuentran recubiertos de la gloria del estrellato y que incluso se cuentan entre la «prestigiosa» lista de los oscarizados del llamado cine legítimo. Pero, ¿qué sucede cuando estos inicios se juntan con las inevitables ansias de dinero fácil por parte de los estudios? Pues lo que tenemos es un nuevo exploitapunte más, aquel que se produce cuando vemos reediciones de cintas olvidables o ya siemplemente olvidadas que reciben un segundo aire gracias a la publicidad descarada de una (entonces) futura estrella en su elenco, aunque dicha luminaria no haya tenido más que una pequeña y no muy destacable participación.
Hollywood tiene literalmente cientos de ejemplos, pero aquí sólo pondremos tres porque somos así.

El primer ejemplo lo tenemos con la película Cutting Class (1989), conocida en España con el también explotativo título de Clase sagrienta. Se trata de uno de esos slashers menores (por no decir cutres) que pulularon durante los ochenta y que hoy en día, inexplicablemente, están siendo «remakeados» hasta más no poder. Por fortuna creo que no corremos el riesgo de que este particular ejemplo de asesinatos de adolescentes sea revisitado en un futuro próximo, ya que una rápida encuesta entre varios de mis allegados acerca de esta película no provoca sino una cara a la que sólo faltan los signos de interrogación. Sencillamente, nadie se acuerda ya de ella. Pero no hay que desesperar: ahora que Lions Gate se ha hecho con los derechos de su distribución, hay esperanzas de «rescate», y un primer vistazo a su cartel original es suficiente para saber cual es el filón que se intentará explotar en su nueva edición, que mostramos aquí abajo:

Así es. Lions Gate se ha dado cuenta de que si la presencia como co-protagonista de un Brad Pitt todavía en sus años mozos no es suficiente para rescatar a esta cinta del cuasi-anonimato, nada lo hará. Para asegurarse de avivar las hormonas de posibles compradores, la distribuidora ha elaborado una nueva carátula de DVD con su ya famosa estética y la estampa de Mr. Pitt en todo su esplendor ocupando casi la totalidad del espacio, con todo y su flequillo aparentemente desarreglado y su mirada de cordero degollado que le hace parecer aquí como una desvalida pre-púber (a pesar de que el actor ya tenía 26 años para el momento en el que la película se estrenó). Todavía eran aquellos tiempos en los que el apodado sucesor de Robert Redford despertaba inocentes suspiros en las colegialas, ya que su transformación en fogoso sex-symbol no llegaría hasta dos años después con su papel en Thelma & Louise (1991).

Nuestro segundo ejemplo ya lo conocen los visitantes de esta página; se trata de The Hole (2001), thriller adolescente del británico Nick Hamm y una película que, lo repito, me parece bastante más destacable de lo que la mayoría de la gente le reconoce. En este su cartel original comprobamos un viejo esquema de este sub-género, las cabezas flotantes del elenco. Sin embargo, el caso publicitario de esta película en particular es muy interesante: no hay más que fijarse en cómo la estrella juvenil a destacar aquí es Thora Birch, quien hizo gala del mejor acento británico que pudo chapucear para conseguir el protagonismo absoluto de la película. La joven actriz estaba de moda para entonces gracias a su papel en la oscarizada American Beauty (1999), por lo que es lógico que fuese la cara más reconocible del joven elenco. Digno de destacar también es que el único nombre que resalta el cartel, aparte del de la propia Birch, es el del entonces desconocido Desmond Harrington, el guaperas cuyo personaje, Mike Steel, destacaba principalmente por un nombre más apropiado para el cine porno. Todo esto, claro está, dejaba por fuera a uno de los intérpretes secundarios cuya presencia hoy en día sería el mayor reclamo. Ya todos saben cual es, pero por si no lo pillan, la nueva portada de The Hole se encarga de machacar lo obvio:

Este ejemplo de publicidad, tan sutil como una pedrada en los dientes, es tan gloriosamente explotativo que no sé por donde empezar. No contentos con expandir la cara de la proto-anoréxica Keira Knightley (que encima interpreta a una anoréxica en la película), los responsables de esta nueva carátula no han dudado en colocar su nombre en la parte superior del cartel incluso por delante del pobre Desmond Harrington (y me atrevo a creer que únicamente un ápice de decencia les ha impedido ponerlo por delante del de Tora Birch), e incluso la han vuelto a colocar en la cita que acompaña el título, palabras que evidentemente buscan explotar el morbo sexual que causa la joven actriz. Teniendo en cuenta que para entonces Keira tenía únicamente quince años, y considerando el destino que le espera a su personaje, dicha frase se vuelve tan «inapropiada» que es capaz de poner la carne de gallina al más osado. Acojonante.

Y ya para cerrar, el que probablemente es uno de los ejemplos más famosos, el de la ampliamente disfrutable Leprechaun (1993), una «pequeña» película que sin embargo tiene grandes méritos, entre ellos la presencia del para mí siempre simpático Warwick Davies en el papel del pequeño monstruo. Davies ha sido, desde los tiempos de Willow (1988), un actor que siempre he respetado mucho, no sólo por ser quizás la mayor estrella de «talla pequeña» en décadas, sino también por ser el único actor capaz de hacerme superar el patólogico miedo que de niño tenía hacia los enanos. La saga (que ya va por seis películas) ha sido un placer culpable desde hace mucho tiempo, parodiada hasta el cansancio en el Show de Conan O’Brian gracias a sus francamente risibles elementos, pero al menos esta primera parte representa un esfuerzo bastante destacable hasta cierto punto gracias a los ya inevitables chascarrillos sobre los irlandeses que tanto hemos disfrutado. Ni siquiera el tagline ha podido resistir la tentación de colocar uno que señalaba directamente al público: Your luck just ran out.

Pero claro, es lógico pensar que hoy en día no habrá muchos posibles compradores de DVD principalmente atraidos por el fan-base de un actor treintañero de poco más de un metro de altura, así que la segunda opción, por supuesto, es Jennifer Aniston, la joven estrella de Friends y… bueno, de Friends, y que aparecía por primera vez de protagonista en una película, dando inicio a una carrera que no compartiría su nariz original. Importante fijarse aquí en un detalle que ya veíamos en el ejemplo anterior: aparte de machacarnos con la presencia de la actriz colocando su careto en la portada (y relegando espacialmente la presencia de Warwick Davies), esta nueva carátula de Leprechaun no se olvida de colocar el nombre de su joven actriz en los títulos principales, algo que había olvidado en la versión original, que únicamente muestra el nombre de su bajito protagonista antes del título de la película. La figura de Jennifer también ha sido bañada en un aura verde más apropiada con las festividades del día de San Patricio, pero lo más interesante sin duda es ver como la ex de Brad Pitt ha terminado por desplazar del cartel no sólo a su compañero de reparto, sino también al público: no hay más que observar como el tagline ha pasado de la segunda persona a la tercera, poniendo ahora Her luck just ran out. Y es que, ¿quién necesita a un gilipollas como tú cuando se tiene a Jennifer Aniston acosada (creemos que sexualmente) por un hombrecito diminuto vestido de verde? ¿Quién es el genio que inventa estas cosas?

Y así concluye una nueva entrega en esta breve historia de la explotación, ideal para esas temporadas de absoluta sequía creativa.

Apuntes para una breve historia de la explotación (4)

Los adeptos a las películas directo-a-vídeo probablemente hayan escuchado hablar de The Asylum, una pequeña productora independiente que lleva operando en el mundo de la serie B desde 1997. Desde su fundación, la compañía se ha especializado en modestas producciones que, inexplicablemente, le han generado los suficientes dividendos para seguir en activo. La mayoría de sus (sub)productos están enmarcados, por supuesto, en los géneros de terror, acción, ciencia-ficción y demás, e incluso de vez en cuando son capaces de fichar grandes talentos que pasen por sus horas bajas, como es el caso del semi-dios de serie B Lance Henriksen (que ha participado en varias de sus producciones) o el también grande Stuart Gordon, a quien la compañía produjo su modesta pero efectiva película King of the Ants (2003).
Pero lo más interesante de The Asylum sólo ha llegado desde el año 2005, cuando la compañía pegó un giro radical para dedicarse exclusivamente a la producción de películas de bajo presupuesto que copian descaradamente a los grandes estrenos holywoodenses y que son estrenados en fechas cercanas a su «hermano mayor» con la esperanza de captar público aún a costa del engaño. Dicho estilo, referido cómicamente como «Mockbuster«, no es una práctica nueva, ya que incluso los mismos estudios lo hacen de vez en cuando; después de todo, ¿acaso es casualidad que una película menor como El ilusionista (2006) sea estrenada casi al mismo tiempo que otra cinta mucho más ambiciosa como El truco final (2006)? ¿No es acaso Impacto profundo (1998) una versión más modesta de Armaggedon (1998), aunque en este caso la primera sea mucho más interesante que la patriotera épica de Michael Bay?
Pero volvamos a The Asylum; lo que diferencia la práctica de esta pequeña productora de la copia realizada por los mismos estudios es, en primer lugar, que su plagio es mucho más descarado y desvergonzado, a veces provocando vergüenza ajena. En segundo lugar, la pequeña productora de Serie B realiza sus productos pensados para el mercado de directo-a-vídeo, lo cual muchas veces les garantiza la posibilidad de adelantarse a los estrenos que desvergonzadamente buscan parasitar. En tercer y último lugar, The Asylum es probablemente la única compañía actual que se dedica exclusivamente a esta dudosa práctica que, aunque raya en la inmoralidad, es perfectamente legal y, repito, nada nueva. Esto hace que la pequeña compañía merezca ser incluida en esta antología con lo mejor del cine de explotación.
A continuación podéis ver las portadas de varias películas de The Asylum. Desde aquí propongo un juego bastante fácil: tratar de adivinar cual es la película que se está copiando en cada uno de estos casos. Recordad, todas ellas fueron estrenadas poco antes o poco después de la cinta a la que hacen referencia, y en todas ellas hay suficientes diferencias como para que ninguna corte de justicia pueda condenarles por plagio, aún cuando habrá más de un ejecutivo de los grandes estudios esperando para darles una paliza en cuanto les vean por la calle.

Increíble.

Apuntes para una breve historia de la explotación (3)

He aquí la portada de la edición en VHS de The Slumber Party Massacre (1982), probablemente una de las mejores piezas de publicidad gráfica paridas por el cine de género en la década de los ochenta. Las razones por las cuales ha de ser incluida en nuestra particular colección de exploitapuntes saltan a la vista. Lástima, sin embargo, que nos encontremos ante otro de esos incontables ejemplos en los que la publicidad resulta ser engañosa; si bien el tono de la película es realmente el que nos muestra la imagen, no deja de ser cierto que esta se haya un poco «idealizada». Lo que sí es innegable es que este cartel representa el cánon en lo que se refiere a la reiterativa explotación de la fantasía misógina por excelencia, aquella en la que el macho recio y anónimo, en total control de sí mismo, masacra a las indefensas, frágiles e hipersexuadas féminas, ante cuyo encanto nuestro psicópata resulta inmune (no siempre las chicas son indefensas; a veces luchan y son valientes, lo importante es que estén vestidas en la menor medida posible). La virilidad a toda prueba del matón en cuestión está más que clara al ver sus fornidas piernas abiertas en desafiante pose de cowboy, con el taladro apuntando entre ellas cual potente símbolo fálico de dominación, toda una fiesta de analogías. Aunque claro, en el caso de esta película no podemos dejar de lado su intención paródica, ya que el guión está firmado por la activista feminista Rita Mae Brown (algo que ya explicaremos más a fondo cuando la inevitable reseña caiga dentro de muy poco).

De lo que queremos hablar aquí es de cómo la estética de The Slumber Party Massacre consiguió crear una legión de seguidores, empezando por sus dos secuelas inmediatas. De hecho, el cartel de Slumber Party Massacre 2 (1987) se caracteriza por ser completamente irreal y alocado, sin la fuerza del original pero resaltando el hecho de que la película se afinca más en el humor que su antecesora. La cinta (y esto se nota en el cartel) es una explotación banal de algo que ya era una explotación banal, un rizar el rizo hasta el inifinito. Algo similar ocurre en la siguiente entrega, Slumber Party Massacre 3 (1990), donde la saga ya abandona el fértil terreno de los ochenta y termina convirtiéndose en una trista parodia de sí misma. Esta vez vemos a las chicas desde arriba, en una pose menos sugerente que las dos entregas anteriores, meros adornos de una versión algo descafeinada de un clásico. Rescato, sin embargo, la frase del ídolo Joe Bob Briggs que podéis ver pulsando sobre la imagen. Tal como Bob, otros se encargarían pronto de recoger el testigo.

El error de Sorority House 2 (1990) y Cheerleader Massacre (2003) es que, evidentemente, deciden abrazar aquellos clichés de los que The Slumber Party Massacre se burlaba. Esto es evidente ya en la primera, cuyo cartel promete lo que en el fondo otorga: tetas, escotes y tangas contra cuchillos, garfios y demás instrumentos cortantes. La evocación de los preceptos estéticos de la película original es más que obvia, y la pose practicada de horror de las chicas nada tiene que ver con la estructura casi manierista del primer cartel antes mostrado en este texto. Mucho más vergonzoso es el caso del cartel de la derecha, en el que vemos no ya un homenaje, sino un descarado y barato plagio de la cinta del 82, esta vez aprovechando el filón erótico de las animadoras para un directo-a-vídeo en nada merecedor de ser asociado con siquiera la más cutre de las películas antes mencionadas.

No quería terminar, claro, sin hacer una pequeña referencia al cartel de The Mutilator (1985), la casposa película de Buddy Cooper que, de alguna manera, recicla el ya manido tema del frío metal del arma contra la cálida piel de la fémina pronta a ser despachada. La verdad es que es curioso ver como una pieza de arte gráfico que se originó en una parodia de las más dañinas fantasías misóginas ha terminado por convertirse en un modelo a seguir para aquellos que en cierta forma perpetuan dicho discurso de explotación. En el interín, el género nos ha deparado algunos casos muy disfrutables y otros no tanto. En esta época en la que la tortura más o menos gratuita parece estar de moda otra vez de una forma bastante frívola (aunque parece ser que, por fortuna, dicha moda está dando sus manotazos de ahogado), resulta cuando menos interesante echar un vistazo a aquella década en la que dichos productos sí que abundaban. De todas formas, el que un cartel como el de The Slumber Party Massacre haya podido generar prácticamente un género de publicidad engañosa de videoclub es algo notable. ¿Vil? ¿Explotador? ¿Divertido? Pues sí, sí y (oh Dios) sí.

Apuntes para una breve historia de la explotación (2)

Lo que tenemos arriba de estas líneas es uno de los primeros carteles oficiales de The Hills Have Eyes 2 (2007), película que inexplicablemente decidieron titular en España como El retorno de los malditos. La cinta, además, forma parte del creciente catálogo de Fox Atomic, un estudio recientemente creado por la Fox y que se dedica principalmente a la producción de películas de terror rentables, es decir, casquería y poco más, y que en nuestros tiempos se producen como churros. A estas alturas ya sabemos que este engendro resultó ser de lo peor que nos ha caído este año, pero eso no nos impide apreciar las buenas artes del póster. La imagen de esa mano que sale del bulto arrastrado por el mutante, clavando sus dedos desesperada e inútilmente sobre la tierra, es el resumen perfecto de aquella máxima que ya conocíamos de la película anterior: la peor suerte les espera a aquellos que no tienen la «dicha» de morir instantáneamente. Sin sangre y sin mayores artificios, el cartel resume el espíritu de la película a la perfección (no olvidemos aquel excelente teaser trailer que prometía grandes cosas en apenas unos segundos).

Pero claro, alguien debe haber decidido que dicha versión del cartel era demasiado fuerte para el espectador promedio del Multiplex, por lo que una versión «censurada» no tardó en salir a la calle. En ella podemos ver al mismo mutante del primer cartel arrastrando su víctima, sólo que en esta ocasión, la futura pitanza humana está completamente envuelta en una mortaja cual momia de segunda categoría. Los censores al parecer indicaron que el cartel debía dejar bien claro que la víctima estaba muerta para no excitar demasiado el morbo del público, capaz de imaginarse toda clase de vejaciones posibles al pobre desdichado o desdichada que llegase a la guarida de los habitantes de las colinas radioactivas. No me deja de resultar al menos curioso que en una industria que prohíbe explícitamente la muestra de cadáveres en su material publicitario se hayan tomado tantas molestias a la hora de exhibir correctamente la condición de fiambre de una de sus creaciones. Me pregunto cuántas otras veces habrá sucedido. Ya lo sé: ninguna.

En Europa tuvimos una versión un poco menos light del cartel de marras. En ella se ve que la víctima efectivamente está muerta (la pose relajada de los pies así lo demuestra al menos) pero al mismo tiempo podemos ver algo de ella que nos demuestre que el mutante, esta vez caminando en otra dirección, no está arrastrando algo salido de la sección egipcia del Museo Británico. El tono del cartel es un poco más oscuro que en los ejemplos anteriores, pero la idea se mantiene, y sobre todo, lo hace de forma suavizada. Parece que los censores han ganado, ¿verdad? Pues no del todo.

Ya se sabe que el mercado de DVD’s de horror es el nuevo autocine de nuestros tiempos, el terreno fértil donde «todo vale» y uno puede ser todo lo bestia que quiera, incluso más de lo que debería. La portada del DVD americano de The Hills Have Eyes 2 así lo atestigua. Una mirada basta para darnos cuenta de que con esta portada se han desquitado de todas las sutilezas que han tenido que inventar para las versiones anteriores. Aquella mano desesperada del primer cartel se convierte ahora en un torso humano convulsionado por el horror, entablando una lucha desesperada por escapar del maniático que le arrastra a lo que sin duda será un destino horrible (hecho evidenciado no sólo por las apetencias ya conocidas de los mutantes endogámicos, sino por el nada trivial hecho de que las letras del cartel están hechas con sangre, un líquido que además salpica la portada en más de un sitio). Así, con el método de la taza y media, pero a lo bestia, el cartel no solamente se cobra todas las malas pasadas de sus antecesores, sino que además logra hacer bastante ruido para atraer a los pobres incautos que no hayan visto la película durante su paso por los cines. Por supuesto no puedo dejar de notar (¿cómo hacerlo?) el hecho de que en esta ocasión sí nos queda bastante claro que la víctima es una mujer joven. Obviamente, una obra de arte tan «exquisita» como El retorno de los malditos no podía dejar por fuera a ese pequeño pero fiel grupo de pajilleros del gore, cuyo máximo deleite es contemplar en pantalla la evisceración de aquellas féminas que nunca les darán ni una mirada en la vida real. Si pensáis que estoy siendo demasiado duro con esta afirmación, os invito a revisar algunos de los comentarios dejados en el enlace de Youtube puesto más arriba.

Este ha sido el segundo de los apuntes para una breve historia de la explotación. ¿Habrá un tercero? Quien sabe.

Apuntes para una breve historia de la explotación (1)

En 1981 Wes Craven estrenó Bendición mortal (1981), un thriller a la vieja usanza que sin embargo hacía gala de una trama que bien podría ser convertida en una cinta de corte erótico: un misterio que gira en torno a una secta de fanáticos religiosos puritanos y una hermosa viuda a quien ven como un demonio tentador y asesino. La cinta no sería hoy demasiado conocida si no fuera porque en ella encontramos parte de los orígenes actorales de Sharon Stone, mucho antes de que Paul Verhoeven la convirtiera en una estrella. Precisamente es la señorita Stone la que aparece en el cartel de la película, y que es el que mostramos arriba de estas letras. No hay que ser muy observador para darse cuenta de dónde está el llamado de este cartel: la expresión de innombrable placer de la chica unida al apretujamiento de esos pechos turgentes pobremente cubiertos por un escote de categorías mayores. Lo calenturiento de la escena está, por supuesto, contrastado por esos colores fríos que parecen ser los indicadores de que esas manos intrusas (oscuras, toscas) no vienen con buenas intenciones, por mucho que la damisela en apuros parezca entregarse voluntariamente a las apetencias carnales de su agresor.

Pero claro, el carácter explotativo de este cartel sólo se manifiesta realmente cuando vemos el fotograma al que hace referencia, con la verdadera Sharon Stone (quien, hay que decirlo, no es ni siquiera la protagonista) en el momento en el que es sorprendida por el desconocido asesino. A la vista saltan no sólo las más modestas «prominencias» físicas de la chica en cuestión, sino además el gesto que acompaña su cara: ojos abiertos, expresión de súbito espanto, sin el mentón apuntando hacia arriba en gesto Herbal Essence. En fin, que salta a la vista que el cartel ha buscado revertir el efecto que crea esta escena particular, y lo que en la película da miedo, en el póster es sólo morbo del clásico.

Dicho truco fue bastante común en los años ochenta y se ha mantenido hasta la actualidad, y no sólo en los limitados circuitos del vídeo y las producciones más modestas. Quizás en otra ocasión volvamos sobre este tema. De momento, este ha sido el primero de una serie de pequeños textos sobre los momentos más deliciosamente explotadores que los desvergonzados publicistas cinematográficos nos han dejado.

Y por cierto, si queréis saberlo, no tengo ni idea de qué pondré en el número 2.