


El primer ejemplo lo tenemos con la película Cutting Class (1989), conocida en España con el también explotativo título de Clase sagrienta. Se trata de uno de esos slashers menores (por no decir cutres) que pulularon durante los ochenta y que hoy en día, inexplicablemente, están siendo «remakeados» hasta más no poder. Por fortuna creo que no corremos el riesgo de que este particular ejemplo de asesinatos de adolescentes sea revisitado en un futuro próximo, ya que una rápida encuesta entre varios de mis allegados acerca de esta película no provoca sino una cara a la que sólo faltan los signos de interrogación. Sencillamente, nadie se acuerda ya de ella. Pero no hay que desesperar: ahora que Lions Gate se ha hecho con los derechos de su distribución, hay esperanzas de «rescate», y un primer vistazo a su cartel original es suficiente para saber cual es el filón que se intentará explotar en su nueva edición, que mostramos aquí abajo:
Así es. Lions Gate se ha dado cuenta de que si la presencia como co-protagonista de un Brad Pitt todavía en sus años mozos no es suficiente para rescatar a esta cinta del cuasi-anonimato, nada lo hará. Para asegurarse de avivar las hormonas de posibles compradores, la distribuidora ha elaborado una nueva carátula de DVD con su ya famosa estética y la estampa de Mr. Pitt en todo su esplendor ocupando casi la totalidad del espacio, con todo y su flequillo aparentemente desarreglado y su mirada de cordero degollado que le hace parecer aquí como una desvalida pre-púber (a pesar de que el actor ya tenía 26 años para el momento en el que la película se estrenó). Todavía eran aquellos tiempos en los que el apodado sucesor de Robert Redford despertaba inocentes suspiros en las colegialas, ya que su transformación en fogoso sex-symbol no llegaría hasta dos años después con su papel en Thelma & Louise (1991).
Nuestro segundo ejemplo ya lo conocen los visitantes de esta página; se trata de The Hole (2001), thriller adolescente del británico Nick Hamm y una película que, lo repito, me parece bastante más destacable de lo que la mayoría de la gente le reconoce. En este su cartel original comprobamos un viejo esquema de este sub-género, las cabezas flotantes del elenco. Sin embargo, el caso publicitario de esta película en particular es muy interesante: no hay más que fijarse en cómo la estrella juvenil a destacar aquí es Thora Birch, quien hizo gala del mejor acento británico que pudo chapucear para conseguir el protagonismo absoluto de la película. La joven actriz estaba de moda para entonces gracias a su papel en la oscarizada American Beauty (1999), por lo que es lógico que fuese la cara más reconocible del joven elenco. Digno de destacar también es que el único nombre que resalta el cartel, aparte del de la propia Birch, es el del entonces desconocido Desmond Harrington, el guaperas cuyo personaje, Mike Steel, destacaba principalmente por un nombre más apropiado para el cine porno. Todo esto, claro está, dejaba por fuera a uno de los intérpretes secundarios cuya presencia hoy en día sería el mayor reclamo. Ya todos saben cual es, pero por si no lo pillan, la nueva portada de The Hole se encarga de machacar lo obvio:
Este ejemplo de publicidad, tan sutil como una pedrada en los dientes, es tan gloriosamente explotativo que no sé por donde empezar. No contentos con expandir la cara de la proto-anoréxica Keira Knightley (que encima interpreta a una anoréxica en la película), los responsables de esta nueva carátula no han dudado en colocar su nombre en la parte superior del cartel incluso por delante del pobre Desmond Harrington (y me atrevo a creer que únicamente un ápice de decencia les ha impedido ponerlo por delante del de Tora Birch), e incluso la han vuelto a colocar en la cita que acompaña el título, palabras que evidentemente buscan explotar el morbo sexual que causa la joven actriz. Teniendo en cuenta que para entonces Keira tenía únicamente quince años, y considerando el destino que le espera a su personaje, dicha frase se vuelve tan «inapropiada» que es capaz de poner la carne de gallina al más osado. Acojonante.
Y ya para cerrar, el que probablemente es uno de los ejemplos más famosos, el de la ampliamente disfrutable Leprechaun (1993), una «pequeña» película que sin embargo tiene grandes méritos, entre ellos la presencia del para mí siempre simpático Warwick Davies en el papel del pequeño monstruo. Davies ha sido, desde los tiempos de Willow (1988), un actor que siempre he respetado mucho, no sólo por ser quizás la mayor estrella de «talla pequeña» en décadas, sino también por ser el único actor capaz de hacerme superar el patólogico miedo que de niño tenía hacia los enanos. La saga (que ya va por seis películas) ha sido un placer culpable desde hace mucho tiempo, parodiada hasta el cansancio en el Show de Conan O’Brian gracias a sus francamente risibles elementos, pero al menos esta primera parte representa un esfuerzo bastante destacable hasta cierto punto gracias a los ya inevitables chascarrillos sobre los irlandeses que tanto hemos disfrutado. Ni siquiera el tagline ha podido resistir la tentación de colocar uno que señalaba directamente al público: Your luck just ran out.
Pero claro, es lógico pensar que hoy en día no habrá muchos posibles compradores de DVD principalmente atraidos por el fan-base de un actor treintañero de poco más de un metro de altura, así que la segunda opción, por supuesto, es Jennifer Aniston, la joven estrella de Friends y… bueno, de Friends, y que aparecía por primera vez de protagonista en una película, dando inicio a una carrera que no compartiría su nariz original. Importante fijarse aquí en un detalle que ya veíamos en el ejemplo anterior: aparte de machacarnos con la presencia de la actriz colocando su careto en la portada (y relegando espacialmente la presencia de Warwick Davies), esta nueva carátula de Leprechaun no se olvida de colocar el nombre de su joven actriz en los títulos principales, algo que había olvidado en la versión original, que únicamente muestra el nombre de su bajito protagonista antes del título de la película. La figura de Jennifer también ha sido bañada en un aura verde más apropiada con las festividades del día de San Patricio, pero lo más interesante sin duda es ver como la ex de Brad Pitt ha terminado por desplazar del cartel no sólo a su compañero de reparto, sino también al público: no hay más que observar como el tagline ha pasado de la segunda persona a la tercera, poniendo ahora Her luck just ran out. Y es que, ¿quién necesita a un gilipollas como tú cuando se tiene a Jennifer Aniston acosada (creemos que sexualmente) por un hombrecito diminuto vestido de verde? ¿Quién es el genio que inventa estas cosas?
Y así concluye una nueva entrega en esta breve historia de la explotación, ideal para esas temporadas de absoluta sequía creativa.
Increíble.
El error de Sorority House 2 (1990) y Cheerleader Massacre (2003) es que, evidentemente, deciden abrazar aquellos clichés de los que The Slumber Party Massacre se burlaba. Esto es evidente ya en la primera, cuyo cartel promete lo que en el fondo otorga: tetas, escotes y tangas contra cuchillos, garfios y demás instrumentos cortantes. La evocación de los preceptos estéticos de la película original es más que obvia, y la pose practicada de horror de las chicas nada tiene que ver con la estructura casi manierista del primer cartel antes mostrado en este texto. Mucho más vergonzoso es el caso del cartel de la derecha, en el que vemos no ya un homenaje, sino un descarado y barato plagio de la cinta del 82, esta vez aprovechando el filón erótico de las animadoras para un directo-a-vídeo en nada merecedor de ser asociado con siquiera la más cutre de las películas antes mencionadas.
No quería terminar, claro, sin hacer una pequeña referencia al cartel de The Mutilator (1985), la casposa película de Buddy Cooper que, de alguna manera, recicla el ya manido tema del frío metal del arma contra la cálida piel de la fémina pronta a ser despachada. La verdad es que es curioso ver como una pieza de arte gráfico que se originó en una parodia de las más dañinas fantasías misóginas ha terminado por convertirse en un modelo a seguir para aquellos que en cierta forma perpetuan dicho discurso de explotación. En el interín, el género nos ha deparado algunos casos muy disfrutables y otros no tanto. En esta época en la que la tortura más o menos gratuita parece estar de moda otra vez de una forma bastante frívola (aunque parece ser que, por fortuna, dicha moda está dando sus manotazos de ahogado), resulta cuando menos interesante echar un vistazo a aquella década en la que dichos productos sí que abundaban. De todas formas, el que un cartel como el de The Slumber Party Massacre haya podido generar prácticamente un género de publicidad engañosa de videoclub es algo notable. ¿Vil? ¿Explotador? ¿Divertido? Pues sí, sí y (oh Dios) sí.
Pero claro, alguien debe haber decidido que dicha versión del cartel era demasiado fuerte para el espectador promedio del Multiplex, por lo que una versión «censurada» no tardó en salir a la calle. En ella podemos ver al mismo mutante del primer cartel arrastrando su víctima, sólo que en esta ocasión, la futura pitanza humana está completamente envuelta en una mortaja cual momia de segunda categoría. Los censores al parecer indicaron que el cartel debía dejar bien claro que la víctima estaba muerta para no excitar demasiado el morbo del público, capaz de imaginarse toda clase de vejaciones posibles al pobre desdichado o desdichada que llegase a la guarida de los habitantes de las colinas radioactivas. No me deja de resultar al menos curioso que en una industria que prohíbe explícitamente la muestra de cadáveres en su material publicitario se hayan tomado tantas molestias a la hora de exhibir correctamente la condición de fiambre de una de sus creaciones. Me pregunto cuántas otras veces habrá sucedido. Ya lo sé: ninguna.
En Europa tuvimos una versión un poco menos light del cartel de marras. En ella se ve que la víctima efectivamente está muerta (la pose relajada de los pies así lo demuestra al menos) pero al mismo tiempo podemos ver algo de ella que nos demuestre que el mutante, esta vez caminando en otra dirección, no está arrastrando algo salido de la sección egipcia del Museo Británico. El tono del cartel es un poco más oscuro que en los ejemplos anteriores, pero la idea se mantiene, y sobre todo, lo hace de forma suavizada. Parece que los censores han ganado, ¿verdad? Pues no del todo.
Ya se sabe que el mercado de DVD’s de horror es el nuevo autocine de nuestros tiempos, el terreno fértil donde «todo vale» y uno puede ser todo lo bestia que quiera, incluso más de lo que debería. La portada del DVD americano de The Hills Have Eyes 2 así lo atestigua. Una mirada basta para darnos cuenta de que con esta portada se han desquitado de todas las sutilezas que han tenido que inventar para las versiones anteriores. Aquella mano desesperada del primer cartel se convierte ahora en un torso humano convulsionado por el horror, entablando una lucha desesperada por escapar del maniático que le arrastra a lo que sin duda será un destino horrible (hecho evidenciado no sólo por las apetencias ya conocidas de los mutantes endogámicos, sino por el nada trivial hecho de que las letras del cartel están hechas con sangre, un líquido que además salpica la portada en más de un sitio). Así, con el método de la taza y media, pero a lo bestia, el cartel no solamente se cobra todas las malas pasadas de sus antecesores, sino que además logra hacer bastante ruido para atraer a los pobres incautos que no hayan visto la película durante su paso por los cines. Por supuesto no puedo dejar de notar (¿cómo hacerlo?) el hecho de que en esta ocasión sí nos queda bastante claro que la víctima es una mujer joven. Obviamente, una obra de arte tan «exquisita» como El retorno de los malditos no podía dejar por fuera a ese pequeño pero fiel grupo de pajilleros del gore, cuyo máximo deleite es contemplar en pantalla la evisceración de aquellas féminas que nunca les darán ni una mirada en la vida real. Si pensáis que estoy siendo demasiado duro con esta afirmación, os invito a revisar algunos de los comentarios dejados en el enlace de Youtube puesto más arriba.
En 1981 Wes Craven estrenó Bendición mortal (1981), un thriller a la vieja usanza que sin embargo hacía gala de una trama que bien podría ser convertida en una cinta de corte erótico: un misterio que gira en torno a una secta de fanáticos religiosos puritanos y una hermosa viuda a quien ven como un demonio tentador y asesino. La cinta no sería hoy demasiado conocida si no fuera porque en ella encontramos parte de los orígenes actorales de Sharon Stone, mucho antes de que Paul Verhoeven la convirtiera en una estrella. Precisamente es la señorita Stone la que aparece en el cartel de la película, y que es el que mostramos arriba de estas letras. No hay que ser muy observador para darse cuenta de dónde está el llamado de este cartel: la expresión de innombrable placer de la chica unida al apretujamiento de esos pechos turgentes pobremente cubiertos por un escote de categorías mayores. Lo calenturiento de la escena está, por supuesto, contrastado por esos colores fríos que parecen ser los indicadores de que esas manos intrusas (oscuras, toscas) no vienen con buenas intenciones, por mucho que la damisela en apuros parezca entregarse voluntariamente a las apetencias carnales de su agresor.
Pero claro, el carácter explotativo de este cartel sólo se manifiesta realmente cuando vemos el fotograma al que hace referencia, con la verdadera Sharon Stone (quien, hay que decirlo, no es ni siquiera la protagonista) en el momento en el que es sorprendida por el desconocido asesino. A la vista saltan no sólo las más modestas «prominencias» físicas de la chica en cuestión, sino además el gesto que acompaña su cara: ojos abiertos, expresión de súbito espanto, sin el mentón apuntando hacia arriba en gesto Herbal Essence. En fin, que salta a la vista que el cartel ha buscado revertir el efecto que crea esta escena particular, y lo que en la película da miedo, en el póster es sólo morbo del clásico.
Dicho truco fue bastante común en los años ochenta y se ha mantenido hasta la actualidad, y no sólo en los limitados circuitos del vídeo y las producciones más modestas. Quizás en otra ocasión volvamos sobre este tema. De momento, este ha sido el primero de una serie de pequeños textos sobre los momentos más deliciosamente explotadores que los desvergonzados publicistas cinematográficos nos han dejado.
Y por cierto, si queréis saberlo, no tengo ni idea de qué pondré en el número 2.