Reseña: Dream Cruise (2007)

Por fin, el último capítulo de Masters of Horror, el que cerró la serie (no precisamente con broche de oro) tan castigado por la medianía como otros, pero al menos con un par de conceptos interesantes. Con Dream Cruise (2007), la serie creada por Mick Garris intentó repetir parte del éxito de la anterior temporada trayendo de nuevo a un director asiático, en esta ocasión el poco conocido cineasta japonés Norio Tsuruta, quien había dirigido antes la película Premonition (2004), una de las integrantes del proyecto J-Horror Theater, así como Ringu 0: Birthday (2000). En este caso, su capítulo en particular está basado, como gran parte de las más populares producciones de este género venidas de Japón, en un relato corto del escritor nipón Koji Suzuki.

El libro de Suzuki en cuestión se llama Dark Water, un compendio de cuentos que tienen el agua como principal elemento temático, y uno de sus relatos, Agua flotante, ya había sido adaptado al cine y reseñado aquí. Antes que nada hay que advertir que esta adaptación es bastante libre a nivel de argumento, principalmente porque la premisa base de la que parte se ha modificado para hacer del protagonista un americano, y también porque el episodio de Tsuruta enfrenta los diferentes conceptos del «fantasma» en Oriente y Occidente en una confrontación mucho más interesante de lo que en un principio puede parecer. La trama comienza como un thriller bastante afincado en lo terrenal, con un triángulo amoroso desarrollado en medio de un yate en alta mar que de repente coincide con una venganza de ultratumba que afecta a uno de los personajes. Dentro de este apartado Dream Cruise es bastante convencional, y las imágenes terroríficas que emplea son ya bastante conocidas como el arquetipo del relato de fantasmas japonés: la venganza es casi siempre femenina e irracional, deseando no simplemente gratificación sino repetición. Hasta aquí el argumento no ofrece nada novedoso, y Tsuruta ciertamente no saca nada nuevo de la manga para aquellos que ya hayan visto decenas de ejemplos similares.

Sin embargo, el punto más interesante de Dream Cruise está en un elemento argumental que es involuntariamente novedoso: el hecho de convertir al protagonista en un americano viviendo en Japón hace posible el enfrentamiento entre dos ideas de lo sobrenatural; veréis, el protagonista también es perseguido por un fantasma propio, el espectro de su pequeño hermano que se ahogó en su presencia cuando ambos eran niños (no es un spoiler, se muestra al principio del episodio), y obviamente «se lleva» al fantasma con él en el viaje. Este detalle produce (no sé si de forma consciente) una «lucha» entre dos visiones diferentes de lo fantasmal: el vengativo espíritu oriental que sólo busca destruir contra el alma en pena occidental que busca la redención. Quizás no sea suficiente como para entronizar el episodio, pero en una serie que en su última temporada se vió destruída por la banal búsqueda del gore, la aparición de elementos hasta cierto punto originales no es del todo desdeñable.

Por cierto, existe una versión extendida de Dream Cruise que alcanza la hora y media. A pesar de que su estética sea principalmente televisiva, sería interesante echarle un vistazo para comprobar si estos detalles únicos de los que hablamos aquí están desarrollados. De momento, el canto de cisne de Masters of Horror pasa con un muy ligero aprobado. Hasta la próxima será.

 

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Reseña: The Washingtonians (2007)

Ya en la recta final de la serie, Masters of Horror sufrió una de sus horas más bajas con el estreno de The Washingtonians (2007), en mi opinión el más pobre y prescindible de todos los veintiséis capítulos que llegaron a realizarse. Para añadir burla al insulto, el responsable de elaborarlo fue el director de origen húngaro Peter Medak, quien a pesar de no tener una carrera muy destacable a nivel global, es principalmente recordado por haber dirigido Al final de la escalera (1980), una de las mejores películas de casas encantadas jamás hechas. Su episodio, por desgracia, nada tiene que ver con el estilo de esta vieja gloria, ya que The Washingtonians únicamente fue un desvergonzado intento por repetir el estilo polémico de Homecoming (2005) en aras de una controversia política que en esta ocasión resulta sonrojante.

El relato corto en el que se basa, obra del escritor americano Bentley Little, tiene al menos una premisa interesante: el descubrimiento de un manuscrito que revela las hasta entonces desconocidas apetencias caníbales de George Washington sirve como vehículo perfecto para un discurso que cuestiona el espíritu patriótico a menudo tan manoseado por los dirigentes de un país, así como la excesiva idolatría hacia el pasado que puede sufrir una sociedad ególatra y engreída. Quizás el mayor desastre que ha ocurrido con este episodio de Masters of Horror es que sus responsables han decidido arrojar por la borda todo el humor negro de Little en favor de un tratamiento casposo de la premisa original, en el que, con una estética burdamente televisiva, se ha terminado por caricaturizar el argumento en cuanto a un tema con tanto potencial como es el canibalismo para convertir a los «Washingtonianos» (una especie de Hermandad dedicada a perpetuar el auténtico legado del Padre Fundador) en monstruos salidos de las páginas de un tebeo de horror para niños.

El discurso político de The Washingtonians ya era evidente en el relato de Little, pero en su versión para la pantalla llega a ser incluso molesto. A diferencia de lo que ocurría en la sátira de zombis de Joe Dante, en esta ocasión no se utiliza el argumento de la política para construir una historia, sino que se machaca una y otra vez una redundante crítica al patriotismo paleto de un poblado anacrónico de una forma que sólo se puede catalogar de infantil. La trama es lo de menos: no hay un proceso creíble de descubrimiento de los misterios presentes en la historia (todo se da por casualidad) y para colmo, en el momento en el que los «villanos» hacen su aparición, resultan ridículos y sin ninguna gracia. Para colmo el conflicto se resuelve de una forma facilona y cómoda para los guionistas (casi un Deus Ex Machina), y encima luego hay que soportar un epílogo construido completamente sobre un chiste final que apunta a una controversia política superficial y bobalicona que sólo logra dar verguenza ajena.

Tras el que había sido uno de sus mejores capítulos, la serie de Mick Garris toca fondo con The Washingtonians. Una auténtica lástima porque, en su momento, este fue uno de los episodios con los que se tuvo mayores expectativas y, ciertamente, ha terminado por ser lo contrario de lo que se esperaba. Se puede pasar de él sin remordimiento alguno.

 

Reseña: The Black Cat (2007)

El mejor episodio de la segunda temporada de Masters of Horror viene esta vez de la mano de Stuart Gordon, quien, junto a su guionista habitual Dennis Paoli, se aleja esta vez del mundo de H.P. Lovecraft (a quien el duo dinámico ya ha adaptado en cinco ocasiones anteriores, incluyendo su episodio de la primera temporada) para llevar a la pantalla uno de los relatos más conocidos del escritor americano Edgar Allan Poe. Esto de entrada ya resultaba un reto bastante considerable, ya que El gato negro es un cuento que ha sido adaptado para el cine en reiteradas ocasiones, por lo que podríamos pensar que una versión más sería redundante. Nada más lejos de la verdad; lo cierto es que The Black Cat (2007) representa no sólo el mejor episodio de la segunda tanda de la serie, sino además una prueba de que Gordon sigue con el pulso muy firme en lo que al terror se refiere, una confirmación muy importante en estos tiempos en los que el director parece estarse alejando con sus últimos trabajos del género que le dio a conocer.

En lo que se diferencia esta versión de El gato negro de las demás es que Gordon y Paoli han decidido mezclar la historia del relato con la vida del propio Poe, que aquí se convierte en protagonista. Utilizando el anecdotario real del autor, vemos a un Edgar Allan Poe que ya es un escritor famoso, y que sin embargo está pasando por un gigantesco bache creativo que le obliga a refugiarse en el alcohol. Abrumado por las deudas y por la enfermedad de su esposa, Poe comienza a desarrollar una obsesión enfermiza por el gato de su mujer, a quien ve como un ente diabólico que le persigue recriminándole su fracaso. Poco a poco, el escritor comienza a sucumbir ante esta demencia, sin saber que al mismo tiempo está siendo inspirado para escribir la que será una de sus obras más populares.

Una de las razones del éxito de The Black Cat es que se trata de uno de los pocos episodios de la segunda temporada que realmente se siente como una película de miedo. Esto se debe no sólo al argumento (que se va volviendo más truculento a medida que avanza) sino a la estética, una fotografía preciosista en la que Gordon parece dejar a un lado su habitual estilo comiquero para acometer un trabajo lleno de una elegancia que en él es poco habitual. Esta sofisticación casi de blanco y negro, salpicada aquí y allá por el color rojo intenso de la sangre, recuerda mucho a la visualmente impresionante pero por lo demás vacía película de Tim Burton, Sleepy Hollow (1999), sólo que, a diferencia de esta, la de Stuart Gordon nunca llega a ser una violencia estrambótica, con lo que podríamos decir que estamos ante uno de sus trabajos de terror más contenidos pero visualmente mejor acabados, con un cuidado por el detalle que el director no mostraba desde los ya lejanos tiempos de From Beyond (1986), esa gran película que aquí en España recibía el imperdonable título de Re-Sonator.

Pero encima de todo eso, la auténtica estrella del espectáculo es, una vez más, Jeffrey Combs. El actor fetiche de Gordon realiza aquí uno de sus mejores trabajos con el papel de Edgar Allan Poe, no porque se parezca al Poe histórico (que lo hace, sobretodo con su nariz de látex) sino porque logra verse cómodo en el personaje y otorga a él sus propias dotes como actor de culto. El Poe de Combs es una especie de Charles Chaplin macabro, horroroso por su patetismo, y al que la evolución de la trama convierte en un auténtico monstruo que deja aflorar los impulsos más oscuros que se ocultan en la mente de un hombre a quien el horror se le daba particularmente bien.

Los fallos del episodio se deben, quizás, a los «fallos» de la propia historia, ya que The Black Cat intenta ser fiel al relato de Poe aún en sus aspectos menos cinematográficos. La inverosimilitud de algunas situaciones hará mella en espectadores más exigentes en cuestión de argumento (aún cuando dichas inverosimilitudes queden más o menos resueltas en su desenlace), ya que, para bien o para mal, y aún con el factor biográfico de por medio, esta es una de las versiones de El gato negro más cercanas a la fuente. Aún así, vale inmensamente la pena, no sólo por ver uno de los mejores episodios de Masters of Horror, sino también por ver como Stuart Gordon, un director que últimamente está teniendo una muy buena racha, se atreve con una ambientación de época y sale airoso. Muy airoso.

Reseña: We All Scream for Ice Cream (2007)

Más que muchos otros capítulos de Masters of Horror, We All Scream for Ice Cream (2007) huele a potencial desperdiciado. No tanto por su historia, bastante típica incluso para los estándares más medianos, sino por la gente involucrada en él. Al menos yo, en esta ocasión, esperaba grandes cosas de Tom Holland, realizador que sólo por haber dirigido Noche de miedo (1985) y Child’s Play (1988) ya merece alguna consideración, por mucho que después se haya perdido en sub-productos televisivos hasta caer en la (cuando mucho) olvidable Thinner (1996), su último largometraje hasta la fecha. Tampoco el guionista David J. Schow, responsable del episodio Pick Me Up (2006) de la temporada pasada, parece estar a la altura del desafío. Para más inri, el capítulo cuenta con un irreconocible William Forsythe en lo que es una más que sobresaliente actuación.

La historia trata de un grupo de amigos que se reencuentran después de muchos años separados para enfrentar al fantasma de «Buster», un payaso vendedor de helados que ha regresado desde la tumba para cobrarse una deuda contraida cuando el grupo de colegas eran sólo unos niños. La trama, muy a pesar de saber que se basa en un relato de 1990 del escritor americano John Farris, tiene un regusto a Stephen King bastante considerable, no sólo por sus semejanzas con It, El cazador de sueños u otras historias que siguen la estructura de amigos que se reencuentran tras varios años para luchar contra un Mal de su pasado, sino también porque, al igual que el autor de Maine, Farris pertenece a esa generación de escritores que vio venir el boom de la novela pulp de terror entre los años setenta y ochenta (1). Por desgracia esta adaptación para Masters of Horror no parece aprovechar ninguno de sus posibles filones terroríficos, ni siquiera los más básicos.

Lo más vergonzoso es que el episodio ni siquiera ha sabido explotar esa gran mina de escalofríos que son los payasos (y a decir verdad, los vendedores de helados también han sido representados más de una vez en el cine de terror), ya que las apariciones de «Buster» con su camión envuelto en una espesa niebla se vuelven repetitivas y cansinas, así como la cancioncilla que sirve de preámbulo a sus tropelías y que da titulo al relato. Esta reiteración constante hace que el episodio se sienta estirado incluso para los estándares de una hora de duración, con un guión hecho casi de forma automática y afincado en casi todos los clichés imaginables, empezando por la tipología de los chicos involucrados en la historia: el empollón, el maduro-para-su-edad, el gamberro, etc. De los actores, únicamente William Forsythe hace un buen trabajo (es él quien proporciona las escenas de mayor miedo y que, curiosamente, acontecen durante una serie de flashbacks, cuando el personaje de Buster es «normal» y no un payaso asesino). Por si esto no fuera suficiente, es necesario recordar aquella máxima según la cual trabajar con niños es una de las cosas más difíciles que se pueden hacer en el cine; este relato se afinca demasiado en personajes infantiles y sale mal parado.

Para cuando llega el final, en el que el protagonista se enfrenta por fin al payaso de sus pesadillas, el resultado es no sólo previsible, sino que está también entre los más absurdo que hemos visto jamás. Habrá que sumar We All Scream for Ice Cream a la lista de resbalones televisivos de Tom Holland, así como las horas bajas de la serie, que parece dar una de cal y una de arena.

 

(1) Una de las novelas más famosas de John Farris es, por cierto, La furia, que fue adaptada al cine por Brian de Palma en 1976.

 

Reseña: Right to Die (2007)

Después de la notoriedad que alcanzara Homecoming (2005), de Joe Dante, se ha desatado una moda de ansias de polémica en gran parte del género del terror. Siguiendo este orden de ideas, la segunda temporada de Masters of Horror ha decidido al parecer capitalizar este anhelo a más no poder: la mayor parte de los episodios de esta segunda tanda esconden algún tipo de «mensaje» político o social a veces disimulado y a veces descarado, en una ocasiones acertado y en otras bastante cutre. Desde la fábula sobre la maldición del petróleo en The Damned Thing (2006), pasando por el retrato de Dick Cheney en el salón del asesino de Family (2006) hasta los patriarcales psicópatas de The Screwfly Solution (2006) y los chauvinistas caníbales de The Washingtonians (2007), parece que la política está a la orden del día en la serie de Mick Garris. Sin embargo, es Right to Die (2007) el que presenta la analogía más evidente en su marcado afán de polémica.

Dirigido por Rob Schmidt, realizador con poca experiencia de quien sólo conocemos el survival horror Wrong Turn (2003), este episodio toma prácticamente toda su inspiración de un hecho real: el circo mediático que se formó en Estados Unidos alrededor de la muerte de Terri Schiavo, la paciente comatosa que desató por enésima vez el debate sobre la eutanasia hace dos años. Esta experiencia está camuflada bajo la historia de una pareja, Cliff y Abbey Addison, que tras una fuerte pelea matrimonial sufren un terrible accidente de carretera. Cliff ha salido ileso, pero Abbey ha quedado al borde de la muerte y con horribles quemaduras en la totalidad de su cuerpo. Convertida en un amasijo inconsciente de carne viva, Abbey entra y sale de sus signos vitales sin parar, por lo que su esposo considera la posibilidad de «dejarla morir con dignidad». Sin embargo, Cliff tiene un problema mucho mayor que las hordas de detractores de la eutanasia que montan guardia en la clínica: cada vez que Abbey cae en un estado de inconsciencia, su espíritu regresa bajo la forma de un fantasma sediento de venganza.

Lo más increíble es que, a pesar de todo, funciona. Y es que a pesar de todo lo que he escrito arriba, Rob Schimdt acierta al mantener el centro de la historia un poco alejado de la polémica acerca de la eutanasia y con mayor énfasis en la venganza sobrenatural. Parte de los motivos por los cuales la trama se hace atractiva (al menos en sus inicios) es porque se siente como algo perfectamente plausible: Cliff es un hombre ordinario que comete un error y ahora no sabe como repararlo. La culpa que le atormenta constantemente lleva a situaciones realmente escabrosas en las que las visiones y ataques de su vengativa consorte le llevan a creer que ha perdido la razón. La figura de Abbey es, asimismo, lo suficientemente aterradora como para pensar que Schimdt podría brindarnos cosas interesantes en el fututo (irónico que directores en un principio poco prometedores como el que hoy nos ocupa y William Malone terminen mostrando garra mientras que grandes veteranos como John Carpenter o Dario Argento nos han fallado esta temporada).

Cerca de su final, Right to Die toma un giro argumental que no pienso develar aquí pero que me parece bastante desafortunado, ya que cambia gran parte de nuestra apreciación por los personajes. El episodio realmente no necesitaba este giro, pero a pesar de sus defectos, Rob Schmidt ha conseguido brindarnos un episodio compacto, efectivo y con sus correspondientes dosis de mal rollo y humor negro (atención a último cuadro, que sólo puedo calificar como macabramente descojonante). Una nota superior a la media es lo mínimo que, en mi opinión, se merece un director que, a primera vista, no merecería el calificativo de un «maestro del horror».


[Nota: no puedo dejar de comentar que después de cierta escena de bañera, las búsquedas en Google de fotos de la actriz principal (Julia Anderson) se han multiplicado por diez. Me pregunto por qué será…]

 

Reseña: Valerie on the Stairs (2006)

Mick Garris, creador de la serie Masters of Horror, fue responsable del (para muchos) peor capítulo de la temporada pasada, así que cuando se anunció que volvería para la segunda tanda, casi nadie esperaba nada de él. A esto hay que sumar el hecho de que, para ser sinceros, no hablamos de lo que se dice un buen director. El pico como creador de Garris llegó, para mí al menos, con películas entretenidas como Critters 2 (1988) y Sonámbulos (1992), pero desde que le dio por adaptar cuanta obra de Stephen King cayera en sus manos, dejó de convencerme. Si digo todo esto es porque de alguna forma tengo que justificar el hecho de que Valerie on the Stairs (2006) me haya sorprendido gratamente.

Dejando de lado al prolífico autor de Maine, Garris adapta esta vez un relato más o menos reciente del escritor británico Clive Barker, miembro como él de toda esa cuadrilla de amiguetes del horror ochentero. Sin embargo, aquellos que sigan la obra de Barker harán bien en recordar que últimamente su literatura está yéndose más por los lados de la fantasía oscura que del terror propiamente dicho, y este capítulo lo demuestra. En él se cuenta la historia de un joven aspirante a escritor que es aceptado por los miembros de una curiosa comunidad habitada sólo por autores que no han sido publicados. La dueña de dicho edificio provee a sus inquilinos de alojamiento y comida gratis hasta el día de su primera publicación, por lo que, apenas poner pie en el viejo y ruinoso lugar, nuestro protagonista es envuelto por el siempre notable olor del fracaso. Sin embargo, sus planes de dedicarse por completo a su labor creativa dan al traste cuando empieza a tener visiones en las que una hermosa mujer (por supuesto de nombre Valerie) se le aparece en las escaleras pidiéndole ser salvada de una bestia sobrenatural que al parecer la tiene prisionera. Qué significan estas visiones y qué misterio se esconde en aquel cubículo de escritores fracasados es lo que nuestro joven autor debe averiguar.

Aunque muy probablemente los mayores méritos de Valerie on the Stairs residan en la trama creada por Barker, reconozco que Mick Garris ha sabido, por esta vez, engancharme con la historia. No sé si será por mi interés confeso hacia las historias que traten sobre los escritores y sus fantasmas, por la plasmación de esas energías creativas que cobran vida en las paredes de un recinto de sueños frustrados, o por el simple hecho de que Garris nos ha dado uno de los pocos capítulos de la nueva temporada que no explota el filón del «mensaje político» que tanto éxito dio a la temporada pasada y que parece ser el lei motiv de esta.

Lo que al parecer no ha evitado es esa ya característica mezcla de sexo y violencia que se ha convertido también en la marca de la casa. En Valerie on the Stairs no falta la charcutería que (previsiblemente) rodea las apariciones del monstruo, y de más está decir que los encantos físicos de la chica protagonista son sabiamente aprovechados. Sin embargo, el principal interés de esta historia no radica en el indudable festín para los ojos, sino en la construcción de esa metáfora que es el ansia creativa y la frustración que produce cuando no encuentra una salida real. El cúmulo de perdedores que puebla el edificio en el que el protagonista se hospeda es inquietante, entre ellos un Christopher Lloyd que por desgracia se ve poco aprovechado. Asimismo, el personaje de la bestia (que recae en las no poco hábiles manos del veterano Tony Todd) parece más propio de una película de fantasía que algo proveniente del universo del terror (por las razones arriba expuestas).

Por su temática y la manera de abordarla, no dudo en recomendar este episodio. Más allá de los elementos de terror, se trata de una fábula alegórica de lo más disfrutable. Ah, y atención a la escena final, inusualmente poética para un capítulo de esta serie. Al menos por una vez, Mick Garris parece haber pisado seguro.

Reseña: The Screwfly Solution (2006)

Después de haber rodado el episodio más sonado de la primera temporada de Masters of Horror, era normal que para esta segunda tanda todos los ojos estuviesen puestos en Joe Dante, y tanto fanáticos como detractores (se ganó muchos de ambos con su anterior trabajo) esperaban su próximo episodio con los brazos y las fauces abiertas, respectivamente. Y al igual que como ocurría con Homecoming (2005), en The Screwfly Solution (2006) encontramos una historia de corte apocalíptico que oculta un no tan sutil comentario sobre el destino de la Humanidad, si bien esta vez muy diferente.

Basado en el cuento homónimo de Racoona Sheldon (pseudónimo de la escritora Alice Seldon), muy conocido en los círculos literarios de la ciencia-ficción, The Screwfly Solution cuenta la historia de un virus de procedencia desconocida que ataca súbitamente a los seres humanos, convirtiéndoles en voraces y cruentos asesinos. Los que se ven afectados por el virus, sin embargo, son sólo los hombres, y su violencia va dirigida exclusivamente hacia las mujeres. Los detalles de estos crímenes a menudo se ocultan al ojo público bajo la forma de histeria religiosa («God told me to») o simple machismo, pero el resultado es el mismo: los hombres están matando a las mujeres en masa, y como el virus se propaga a una velocidad vertiginosa y por medios insospechados, nadie está a salvo. El episodio sigue la pista de una mujer que debe aprender a defenderse por sí misma mientras su marido y un grupo de científicos buscan la manera de detener la plaga, que al principio se ve disfrazada dentro de las aberrantes prácticas de una secta religiosa conocida como los «Hijos de Adán».

Con su episodio, está claro que Dante busca varias cosas, la primera de ellas más que evidente: realizar un reflejo ficcional de la llamada «violencia de género» y de la naturaleza agresiva del hombre sin ningún tipo de control. A un segundo nivel, sin embargo, su relato se construye como una historia apocalíptica vista desde una perspectiva completamente doméstica. Casi nunca abandonamos el punto de vista de nuestra prota, ni siquiera cuando el mundo entero se desmorona a su alrededor. No estamos, sin embargo, ante un apocalipsis histérico y descontrolado como el que veíamos, por ejemplo, en 28 días después (2003), sino ante la gradual destrucción de una sociedad y su sustitución por otra donde el salvajismo, la depredación y la violencia irracional son entronizadas. El fin del mundo llega de forma gradual, y considero que a medida que avanza el metraje la historia se hace cada vez más interesante. Los últimos minutos, en este sentido, me parecen espectaculares, con un espíritu apocalíptico que hace de este episodio una de las muestras más oscuras de su director (al menos en mi memoria).

El final, o mejor dicho, la revelación final, es lo más controvertido de The Screwfly Solution, y puedo entender por qué. Si bien es cierto que Joe Dante ha sido aquí bastante fiel a lo que se narra en el relato original, los eventos de este final son quizás mucho más contundentes en forma escrita y demasiado explícitos para una película. Atención, sin embargo, al último plano, contundente a más no poder a pesar de que su extrema sencillez. La verdad es que, desde que leí sus opiniones sobre el estado del cine actual, no recordaba a un Dante tan pesimista.

En definitiva, est episodio no llega a la maestría de Homecoming, pero sí resulta uno de los más interesantes y recomendables de esta nueva temporada de Masters of Horror. Al menos se trata de un capítulo ambicioso y, además, el primero que no se siente alargado, tanto que de hecho podría perfectamente haber servido de base a un largometraje. Algunos defectos menores sí son evidentes, como un primer acto que cojea un poco y (sobretodo) una estética demasiado similar a la que han mostrado el resto de los capítulos. Aún así, el licántropo que esto escribe lo ha disfrutado mucho, y por eso no dudo en recomendarlo.

 

Reseña: Pelts (2006)

Por lo visto, ni siquiera Darío Argento se salva del reciente bache de calidad de la segunda temporada de Masters of Horror. Su episodio, Pelts (2006), uno de los más anticipados tras la (para mí) sorprendente Jenifer (2005), es otro de esos capítulos no demasiado memorables. Si bien tiene algunos puntos a destacar que hacen que no sea una pérdida total de tiempo, está muy por debajo de lo que cualquiera podría esperar tanto del director como de la serie, ya que ambos nos han brindado suficientes momentos agradables como para que todo fan del cine de terror pueda desear grandes cosas.

Cualquiera que haya conocido la genial serie basada en los cómics de EC, Cuentos de la cripta, no tardará en reconocer el esquema de Pelts: el auge y caída de un personaje que es castigado por su extrama codicia y/o lujuria. En este caso, dicho personaje es Jake (el cantante/actor/ídolo Meat Loaf), un comerciante de pieles de poca monta que sueña con elaborar el abrigo que no sólo le ponga en la pista central del negocio de la peletería, sino que también le haga lo bastante rico para seducir a una stripper por la que anda obsesionado pero que le deja bien claro lo repulsivo que es. La oportunidad se presenta finalmente a la puerta de Jake cuando encuentra, en el taller de su proveedor predilecto, doce pieles de mapache absolutamente perfectas, con las que podría finalmente confeccionar su abrigo soñado. Las pieles son tan hermosas, que Jake pasa por alto el desagradable detalle de que dicho cazador y su hijo han sido víctimas de un asesinato/suicidio capaz de revolverle las tripas al más pintado. Y es que las pieles, tomadas de animales provenientes de un bosque sagrado de los alrededores, llevan consigo una maldición de esas que no se deben pasar por alto.

Ya sabemos de sobra que esta segunda temporada de Masters of Horror parece haber caído en la creencia (errada, por lo demás) de que lo que hizo grande a la primera parte de la serie fue su muestra liberal de gore y tetas, y Pelts no es la excepción al tratarse del más sangriento de todos los capítulos hasta hoy visto. Sin embargo, se les ha pasado bastante la mano, porque la casquería de este capítulo de Argento es tan estrambótica que resulta inverosímil e incluso ridícula. Además, la comparación anterior con la serie de Cuentos de la cripta sirve para ver dónde está el problema, ya que aunque comparten una misma estructura narrativa, en Cuentos… esta funcionaba al tratarse de un formato de media hora. Al alcanzar la hora de duración, Pelts se siente estirado e innecesario, un mal que ha aquejado a todos estos primeros seis capítulos. Esa es una deficiencia narrativa que todo el gore y el sexo del mundo no pueden ocultar.

Y es que si un problema veo con casi todos estos episodios que hemos visto hasta ahora es que todos (salvo el de Brad Anderson) se parecen demasiado, cuando lo realmente interesante de la primera temporada era las diferencias entre los estilos de cada director. Esta segunda tanda parece haber ignorado eso por completo al cortar casi todos sus capítulos con la misma tijera. Pelts no está tan mal después de todo, ya que la historia es lo suficientemente interesante como para manternos en espera de su evidente aunque no menos brutal desenlace, pero aún sigue estando muy por debajo de lo que se puede esperar. Esperemos solamente que el séptimo episodio, destinado a Joe Dante, eleve un poco el listón de esta temporada.

 

Reseña: Pro-Life (2006)

John Carpenter realizó, con Cigarette Burns (2005), uno de los más celebrados episodios de Masters of Horror, de los pocos que hubiesen podido perfectamente adaptarse al formato de largometraje, y que fue considerado por muchos (no necesariamente por mí) el mejor de la primera temporada de la serie. Por lo tanto, era de esperarse que al confirmarse su participación para la segunda tanda de capítulos, el suyo sería uno de los más esperados por todo fan del cine de terror. Inexplicablemente, el mismo equipo que realizó aquella singular pieza televisiva repite en Pro-Life (2006) únicamente para darnos el que de momento ha sido el capítulo más flojo, lamentable y anodino ya no de la temporada, sino incluso me atrevo a decir de la serie entera.

Cambiando radicalmente el discurso de su anterior capítulo, Carpenter se va esta vez por los derroteros de un horror más convencional al narrar el acoso que sufre una joven dentro de una clínica de abortos asediada por su desquiciado padre y sus no más equilibrados hermanos, todos ellos armados hasta los dientes y con ganas de montar un barullo. Y es que el padre cree que Dios mismo es quien se ha encargado de impregnar a su pequeña, y está dispuesto a todo para que el retoño nazca sin problemas. La verdad es que la hija ha sido embarazada por fuerzas mucho más oscuras, hecho que se evidencia en la asombrosa velocidad con la que se desarrolla su gestación.

Prácticamente todos los elementos que hacían de Cigarette Burns una obra maestra se han ido al traste en Pro-Life. De entre todos sus despropósitos, sólo la presencia del siempre grande Ron Perlman logra levantarlo un poco del suelo, pero del resto prácticamente nada se salva. La historia es de una dispersión narrativa impresionante (al principio creemos que los jóvenes médicos de la clínica de abortos son los protagonistas, cuando en realidad apenas tienen importancia), una dirección nula y, sobre todo, una estética que le da una pinta barata en el peor sentido posible. El toque de Carpenter no se ve por ningún lado, y por el contrario, el episodio trata de impactar por el camino fácil de un gore tan desproporcionado que resulta inverosímil y ridículo. Para el momento en el que llega el clímax de la historia, la presencia del demonio responsable de la trama y su pequeño retoño infernal es cutre hasta más no poder, y salvo una ligera referencia a La cosa (1982), no hay absolutamente nada que destacar. El monstruo en cuestión, además, está muy por debajo de los estándares a los que nos tienen acostumbrados Berger y Nicotero, ya que su criatura es literalmente un hombre enfundado en un traje de látex que canta por todos lados, y para colmo, sus apariciones están ralentizadas, lo que lo convierte en algo casi ridículo e infantil.

Asimismo, aquellos que pensaran que verían acá una sátira sobre el tema del aborto (y sus correspondientes legiones de fanáticos a un lado y otro de la valla de la polémica) quedarán aún más defraudados. En Pro-Life sólo hay un exploit superficial, un Carpenter en modalidad de piloto automático, una decepción en toda regla. Y eso, viniendo de quien viene, es lo más grave. Vaya lástima comenzar el año así.

 

Reseña: Sounds Like (2006)

Desde hace varias semanas, el señor Max Renn, del blog de cine Videodrome, nos ha estado obsequiando sus reseñas particulares de la segunda temporada de Masters of Horror, y ya están tardando en pasarse por allá. Deben hacerlo no sólo por el hecho indiscutible de que míster Renn ha publicado sus reseñas con una mayor celeridad que yo, sino también porque en él encontrarán una línea de opinión diferente a la que pueden hallar aquí. Por lo visto, él no ha quedado muy satisfecho con la manera en que ha transcurrido esta primera mitad de la segunda tanda, y la verdad es que razones no le faltan. Sin embargo, creo sinceramente que Sounds Like (2006), cuarto capítulo de la temporada, ha recuperado el buen paso para la serie de Mick Garris. No solamente estamos ante el que, para mí, es el mejor capítulo de esta nueva camada, sino también ante uno de los que más me ha sorprendido.

No niego que mi opinión pueda estar sesgada, ya que el director que en esta ocasión hace su aporte, Brad Anderson, es para mí uno de los más prometedores realizadores que el género nos trae de momento, y sus cintas Session 9 (2001) y El maquinista (2004), son indispensables para tener una muestra de un cine de terror donde lo que predomina es la atmósfera más que cualquier otra cosa. Y al igual que sucedía en estos dos ejemplos, en Sounds Like no ocurre casi nada, convirtiéndose más bien en una mirada a un personaje a través de la reiteración de un fenómeno paranormal que sirve de metáfora para un drama interior. En este sentido, el capítulo de Anderson formaría una correcta trilogía con sus dos cintas anteriores, y aunque no alcance su nivel de maestría, sí representa una entrada más que coherente con el resto de su obra.

El fenómeno en cuestión se da cuando Larry Pierce (interpretado aquí por Chris Bauer, a quien algunos recordarán como el bruto sadomasoquista de 8mm), un hombre que trabaja monitoreando la centralita de llamadas de una compañía de software, comienza de repente a desarrollar un oído extremadamente agudo que le lleva a escuchar todo lo que sucede a su alrededor con extremo detalle. El fenómeno (que jamás es explicado) poco a poco le aisla cada vez más de sus ya de por sí alienados coetáneos, llevándole así a una locura que encuentra su salida de una forma violenta.

Es a través de este fenómeno, reiterado una y otra vez aunque creciendo en intensidad, que nos acercamos a la autodestructiva mente de Larry, que busca en el silencio una manera de permanecer en un estado contemplativo que refleje el vacío en el que se ha convertido su vida, la cual ha ido voluntariamente desconectando de los demás, negándose a escuchar la voz de su frágil esposa y rehuyendo la conección personal con sus compañeros de trabajo. Larry desea la soledad, el vacío, el silencio, y su inexplicable condición le empuja una y otra vez contra esa realidad que detesta, hasta el inevitable clímax que le hace arremeter contra todo.

Todo este concepto es llevado, en mi opinión, de manera magistral por Anderson, quien logra así un capítulo completamente distinto al del resto de la temporada de Masters of Horror (de hecho, mi principal problema con esta nueva tanda es que los capítulos se parecen demasiado), aunque carente esta vez de la estética sucia y oscura a la que nos tenía acostumbrados. Sounds Like, por el contrario, es brillante y luminosa hasta más no poder, y sobre todo las escenas en exteriores están llenas de luz, tan agobiantes en su representación sensorial como los sonidos que escucha Larry. Precisamente en estos sonidos es donde el apartado técnico brilla más (no podía ser de otra manera): la calceta que hace la esposa suena como cuchillos afilándose, una gota de lluvia sobre el parabrisas es tan sutil como una pedrada, y hasta el aliento normal de una persona puede delatar a un fumador clandestino.

Quizás sea mi apreciación un tanto subjetiva; la verdad es que el capítulo se hace un poco largo y reiterativo (aunque creo que en este caso dicha reiteración es necesario). Esto puede impacientar a muchos, pero para mí no cabe duda de que Sounds Like es uno de los episodios más atípicos de Masters of Horror, y sólo por eso, vale la pena verlo.