Reseña: Wrong Turn (2021)

Esto era algo que francamente no me esperaba, y vaya sorpresa ha resultado ser la nueva versión de Wrong Turn (2021). Recuerdo que durante mucho tiempo se estuvo discutiendo sobre esta película (la séptima de la saga iniciada en el 2003) y se especuló mucho acerca de su continuidad con las anteriores, y de hecho varias publicaciones daban por sentado que se trataría de una nueva secuela. Pero resulta que no; se trata de un reinicio de la saga en toda regla, con un guión de Alan B. McElroy, el mismo guionista de la Wrong Turn (2003) original que se aleja por completo del camino trazado no solo por esta sino por todas sus secuelas, con las que no tiene pr´ácticamente nada que ver.

A decir verdad, lo único que parece estar relacionado con la saga es su premisa principal de un grupo de jóvenes citadinos que se pierden en los bosques de West Virginia y terminan enfrentados a una comunidad semi-salvaje que habita los bosques, pero hasta allí llegan las semejanzas. En lugar del truculento survival de mutantes caníbales, McElroy y el director Mike P. Nelson construyen un entramado complejo y elaborado que mezcla sectas macabras, conspiranoia y folk horror que funciona mucho mejor de lo que podría parecer en un principio, sin abandonar del todo los aspectos más puramente de terror pero dando a la historia una motivación un tanto menos fortuita que lo que ocurría en la película original en la que simplemente teníamos a un grupo de protagonistas muriendo uno a uno en espectáculos gore.

Lo que ocurre aquí, por el contrario, es un intento de hacer de este envoltorio efectista una muestra de terror con un claro discurso político que parece tocar varios temas de forma simultánea: el enfrentamiento entre las élites urbanas y la América rural (habitada esta también por un submundo aún más radical), la trampa de los prejuicios, el pensamiento-colmena y la falta de propósito vital como caldo de cultivo para las peores muestras de miseria humana. Y en medio de todo esto, claro, una historia acerca de un depravado grupo de primitivistas que incluye una caverna de horrores. A veces todos estos temas son presentados de forma un tanto chusca y tan poco sutil que parece por momentos una parodia, y honestamente es una pel´ícula larga en la que pasan un montón de cosas que normalmente habrían dado para dos o tres películas distintas, pero la vi de un tirón y ya solo eso es algo que no me esperaba.

Al final ninguna de sus carencias me molestó porque el resultado es más que eficiente. No es algo que hubiese esperado porque si de algo estaba claro es que esto sería una explotación barata de la original solo que a lo bestia y quizá con un elenco menos conocido pero ha resultado ser todo lo contrario, algo que se hace especialmente evidente teniendo en cuenta los niveles de cutrerío a los que llegó la saga original. Claramente digo sí y la meto desde ya como una de las sorpresas (positivas) de este año.

Reseña: Humanoides del abismo (1996)

Carne de videoclub en estado puro, esta nueva versión de Humanoides del abismo (1996) forma parte de una serie de remakes televisivos que Roger Corman realizó de varias de sus películas clásicas para la cadena Showtime. Aquí en este blog de hecho ya reseñamos en su momento una de ellas, y esta sigue más o menos la misma senda: un elenco de actores en horas bajas y unos valores de producciones menores incluso que los de la original, pero sobre todo (y esto creo que es lo peor del asunto), un acabado mucho menos extremo que el de su antecesora y una voluntad de hacerla al menos en parte más digerible para todos los públicos.

Siguiendo la estela de la original, esta nueva versión transcurre también en un pequeño pueblo costero de los Estados Unidos donde un vertido ilegal de productos químicos ha propiciado la aparición de monstruos anfibios que se dedican a matar a todo el que encuentran y secuestrar a hembras humanas con las que aparearse. La principal diferencia esta vez es que los monstruos en cuestión son humanos modificados genéticamente por un experimento fallido del ejército y que han escapado a las cercanías del pueblo, donde la presencia del vertido les ha hecho más poderosos.

El añadido de la trama militar es quizá lo único interesante que la película tiene ya que introduce un ángulo de crítica antigubernamental del que la primera película carecía, aunque ello no se traduce necesariamente en grandes cambios; la mayor parte del argumento ni siquiera tiene que ver con esto sino con los intentos de los protagonistas por rescatar a una chica en peligro y derrotar a la amenaza de los monstruos que por supuesto terminan atacando al pueblo. Tampoco estas escasas ambiciones están bien llevadas a cabo: por momentos pareciera que los personajes se olvidaran de la chica desaparecida, y los valores de producción de la película son tan bajos que cuesta mucho tomársela con la más mínima seriedad. El ejemplo más sangrante de esto quizá ocurre durante el clímax, cuando los monstruos atacan una feria en el puerto: las escenas en exteriores (¡incluyendo a los monstruos!) son metraje reciclado de la original de 1980, y estas escenas se intercalan con los personajes protagonistas de esta en otra locación en interiores, en una secuencia tan chapucera que no me lo podía creer mientras lo estaba viendo.

Al cutrerío generalizado hay que añadir, por supuesto, el hecho de que esta versión suaviza en gran medida el contenido más transgresor de la original en lo que se refiere a la fascinación perversa por la sexualidad de los monstruos. Es cierto que aquellas escenas de la versión de 1980 que incluían agresiones sexuales de las criaturas hacia mujeres humanas eran de un muy cuestionable gusto, pero también es verdad que ese detalle argumental era una de sus principales señas de identidad y esta película tampoco se preocupa por sustituirla por nada más. Lo único que consigue es proyectar una luz positiva sobre la original, que sin ser una obra maestra resulta mucho más disfrutable que esta versión desdentada y francamente mediocre. Siento curiosidad, sin embargo, de ver otras de estas versiones tardías de la obra de Corman, así que quizá caiga alguna más en el futuro.

Reseña: Candyman (2021)

Es muy difícil para mí ser objetivo en este caso porque la versión original de Candyman (1992) es una de mis películas de terror favoritas. Con todo y eso nunca he pensado que fuese imposible superarla, y aunque Candyman (2021) no lo logra sí que tiene algunas ideas interesantes y provocadoras que al menos dejan entrever que la directora Nia DaCosta entiende de qué va la original y ha decidido poner todo ello en esta secuela disfrazada (muy superficialmente) de remake. En este sentido es todo un acierto el abordar la historia de Candyman y Cabrini Green desde una perspectiva afroamericana esta vez (a diferencia del resto de la saga que ha sido siempre desde el punto de vista del ciudadano blanco de clase media) tocando temas como la gentrificación, la imposibilidad de dejar atrás la violencia y sobre todo el aprovechamiento por parte del protagonista que utiliza la leyenda para su propio beneficio, algo que enlaza perfectamente con la primera película.

En esta ocasión la historia tiene lugar treinta años después de la original, ignorando además las dos secuelas anteriores y devolviendo la acción a Chicago y al barrio de Cabrini Green, donde los megabloques populares han sido demolidos y la zona gentrificada en beneficio de la nueva clase de artistas que llegan a inyectarle nueva «vida» a un área depauperada en la que los vecinos originales han sido desplazados. Nuestro protagonista es esta vez un artista que encuentra inspiración en la leyenda que se ha tejido alrededor de los eventos de la primera entrega y que comienza su propio descenso a los infiernos cuando repite el nombre de Candyman cinco veces delante de un espejo.

Por desgracia la conexión con la película original no hace sino resaltar el hecho de que esta vez no tenemos un guión tan sólido, y por momentos sientes que la historia va de aquí para allá sin adentrarse en lo que está pasando y por qué (los mejores momentos son siempre de exposición), centrándose en cambio en el cliché del artista atormentado por su obra y en una violencia mucho más gráfica que la de su antecesora pero también más superficial y convencional. También es cierto que todos los temas que toca son cosas de las que se habla constantemente en la película y están reflejados de forma muy evidente dejando muy claro que esta no es simplemente una de película de terror sin más sino que además «tiene cosas qué decir», algo que resulta un tanto decepcionante ya que la original era mucho más sutil en ese sentido. Además el nuevo Candyman sale poco y no tiene ni de lejos la presencia de Tony Todd, con lo que ni siquiera parece tan importante. Los últimos quince minutos quizá sean lo peor, hasta el punto en que parece que al final estamos viendo una película muy distinta a aquella que era cuando comenzó.

No resultó tan buena como esperaba, y aunque tiene sus cosas positivas y algunas escenas y conceptos muy atractivos, debo reconocer que los detalles más interesantes que tiene provienen del diálogo que plantea esta película con la original, y para eso hace falta haberla visto. Lo que sí me encantó fueron los títulos de crédito finales, que rescatan el tema musical de Phillip Glass y consiguen un ambiente que me hubiese gustado ver en el resto del metraje.

Reseña: Drácula (1931)

Una de las mayores deudas cinéfilas que guardé durante mucho tiempo fue esta versión en español de Drácula (1931) realizada por Universal y que se rodó de forma paralela a la versión con Bela Lugosi. La cinta estaba destinada al público hispanohablante y por lo visto formaba parte de una práctica común en una época en la que el doblaje no estaba generalizado y las regulaciones laborales de la industria del cine no eran lo que se dice muy sólidas. No es esta por supuesto la única versión alternativa (también se hicieron versiones en alemán, francés o italiano) pero sí es de las pocas que han conseguido sobrevivir hasta nuestros días y de hecho se consideró perdida durante mucho tiempo hasta que una copia apareció en Cuba durante los años setenta. Su condición de rareza ha hecho de ella una película con un culto propio hasta el punto de que es casi tan conocida como la de Lugosi, con la que se le compara muchas veces.

Por supuesto el argumento es exactamente el mismo así como la estructura dramática de la película, basada no tanto en la novela de Bram Stoker como en su versión para teatro de Hamilton Deane y John Balderstone, aunque sí hay que destacar el hecho de que esta versión parece haber tenido mayores libertades a la hora de construir su propio estilo y discurso; pese a que utilizó los mismos decorados de la versión en inglés, el director George Melford (quién no hablaba ni una palabra de español) pudo aprovechar el hecho de rodar de noche para inspirarse en el trabajo de Tod Browning y «corregir» algunos detalles que daban a su obra un dinamismo mayor que el de su contraparte angloparlante. Una cosa que se menciona mucho es que en esta versión, a diferencia de la de Bela Lugosi, la cámara se mueve y algunos planos son mucho más «cinematográficos» y menos como una obra de teatro de filmada, a pesar de que se mantienen detalles de la época como la ausencia de música y algunas actuaciones muy extravagantes. Esto último es evidente sobre todo en lo que concierne al conde Drácula, interpretado por el actor español Carlos Villarías, quien de todo el elenco sería el único que tuvo acceso al rodaje de la versión en inglés y a quien de hecho se le animó expresamente a que imitara el trabajo de Lugosi.

Lo que no se suele mencionar tanto son las diferencias que ambas versiones tienen a nivel de exposición; esta versión es casi treinta minutos más larga y dedica este metraje a incorporar escenas que redondean un poco el trasfondo de los personajes, aunque momentos clave como las muertes siguen ocurriendo fuera de cámara. Otro detalle interesante es que el subtexto erótico está mucho más marcado que en la versión original, y mientras las actrices de la versión de Browning iban por lo general tapadas hasta el cuello, la Eva Harker de Lupita Tovar luce un escote que difícilmente habríamos visto en otras producciones de Universal. Este detalle es otra muestra más de esa mayor libertad que parece haber tenido esta producción amparada en su objetivo de complacer a un público específico y no haber estado destinada a una distribución mayor.

Son precisamente detalles como estos los que han llevado a muchos críticos a defender la idea de que esta versión de Drácula es superior a la original, opinión que se ha mantenido durante mucho tiempo. A decir verdad, no sé si estoy de acuerdo con ese juicio, ya que si bien es cierto que a nivel técnico resulta mucho más ingeniosa, considero que comete otros errores como una duración un tanto excesiva o un sentido del humor que a veces choca con el tono general de la historia. Pero sobre todo lo que no se puede negar es que la original tiene a Bela Lugosi, quien por sí solo era el alma de esa película y que está muy por encima del trabajo que (muy dignamente) logra hacer Carlos Villarías. Con todo y eso es una obra fascinante de ver y pese a que muchos de sus elementos estéticos ya eran historia pasada en el momento de su rodaje, forma parte de una historia del género de terror de la que me hubiese encantado ver más ejemplos. Quizá estos aparezcan algún día.

Reseña: Our House (2018)

Si habéis visto alguna vez la cinta de antología Holidays (2016), entonces es probable que os suene el nombre de Anthony Scott Burns, director de uno de sus mejores segmentos. El estreno de su primer largo con Our House (2018) fue por lo tanto algo que recibí con grandes expectativas, a pesar de que no se trataba de un proyecto original. En realidad se trata de un remake de una cinta independiente titulada Ghost From the Machine (2010), que utiliza un argumento pseudo-científico con ángulo sobrenatural. No he visto todavía la original así que no puedo compararlas, pero sí debo decir que esta versión me terminó decepcionando un poco ya que pese a algunos detalles interesantes (la mayoría estéticos) no deja de ser una historia de fantasmas muy típica con casi ninguna sorpresa.

El ángulo paracientífico al que me refería antes tiene que ver con la creación por parte del protagonista de una máquina capaz de extraer electricidad del aire y que termina accidentalmente siendo un puente entre el mundo de los vivos y el de los muertos, atrayendo la atención de unos fantasmas que habitan la casa donde habita la familia. La idea es buena sólo en su concepción inicial ya que todo lo demás es algo que hemos visto muchas veces: fantasmas vengativos, un crimen del pasado sin resolver y unos protagonistas asolados por la pérdida de sus padres y que cometen el error de pensar que esa presencia sobrenatural con la que se han topado es en un principio benévola.

Donde la película sí que acierta, sin embargo, es en la manera de presentar a los fantasmas, una que resulta no tan habitual y que parece tomar su inspiración de la representación sobria del horror que vimos, al menos parcialmente, en la primera entrega de Insidious (2010). De nuevo, no sé si es original o no porque no he visto la cinta en la que se basa, pero las apariciones de los espectros me parecieron de lejos lo mejor de la cinta y causante de algunos momentos de auténtico miedo que por desgracia no se vieron apoyados por una trama interesante.

Espero sinceramente que Anthony Scott Burns se embarque en algún otro proyecto donde pueda lucirse más, ya que en esta ocasión lo que parecía un prometedor debut se ha quedado en poca cosa. No es terrible del todo y tiene momentos interesantes, pero si eres alguien que ya ha visto muchas entregas de horror sobrenatural de los últimos veinte años es muy probable que reconozcas cada uno de los quiebres narrativos y los recursos de una entrada un tanto regular. Se trata de una producción modesta, pero que al final termina siendo lo mismo que otros trabajos más comerciales a los que se parece demasiado.

Reseña: Flatliners (2017)

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Esta vez dedicamos algunas líneas a una película que pasó casi por debajo de la mesa, concretamente la nueva versión de Flatliners (2017), remake de la cinta homónima de 1990 que ya reseñamos aquí y que en esta ocasión está protagonizada por Ellen Page, Diego Luna y otros actores de los que no he escuchado hablar nunca. Esto último me parece algo importante a destacar porque la original de Joel Schumacher es precisamente recordada, entre otras cosas, por su impresionante elenco de jóvenes estrellas en alza como Kevin Bacon, Julia Roberts, William Baldwin y sobre todo Kiefer Sutherland, quien también aparece brevemente en esta nueva versión.

Lo que sí parece haberse mantenido es la premisa: unos jóvenes, ambiciosos e irresponsables estudiantes de medicina que deciden experimentar en sus propias carnes aquello que ocurre en el cerebro en el momento de la muerte, experimento que en un principio parece tener consecuencias muy positivas ya que despierta el potencial de estos personajes (algunos se vuelven más inteligentes, otros más atléticos, etc), aunque luego por supuesto todo sale mal cuando empiezan a tener extrañas visiones del más allá y se convierten en blanco de lo que en un principio parecen ser presencias de ultratumba.

Aparte del tema de las habilidades (que tampoco es que tenga grandes consecuencias para la trama), esta película no introduce grandes cambios, por lo que la mayor parte de sus aportaciones son más bien superficiales, encima con una estética mucho más de andar por casa y un ritmo mucho más frenético acorde con su ambientación juvenil. La que sí ha cambiado, sin embargo, es la valoración moral, ya que esta versión establece más o menos desde el principio el carácter peligroso e irresponsable del experimento cebándose sobre todo con el personaje de Ellen Page, quien aquí es representada como alguien mucho menos carismático y genial que su equivalente interpretado por Sutherland en la original. Su contraparte masculina, el personaje de Diego Luna, es por el contrario el miembro más sensato del grupo y el único que se niega por completo a participar de la experiencia cercana a la muerte.

Aunque quizá el mayor problema que tenga es que no sólo es considerablemente menos terrorífica que su antecesora sino que por algún motivo intenta por todos los medios complicar un argumento que en la original era muy sencillo. Encima trata de encajar (incluso más que la original) un confuso mensaje moralista que nunca queda del todo claro, como tampoco queda claro el verdadero alcance de la amenaza sobrenatural que los protagonistas están sufriendo. La única sorpresa es una muerte que ocurre a la mitad de la película y pese a que inicialmente pareciera lo contrario, no tiene en realidad ningún peso para la trama. En realidad estamos hablando de una película un tanto vacía que no tiene los aciertos estéticos, ni de casting, ni la química que la versión anterior mostraba, así que no me sorprende que haya pasado desapercibida.

Reseña: Martyrs (2015)

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Confieso que esta era una que tenía mucha curiosidad por ver. La verdad es que en su momento no me enteré siquiera de que Blumhouse había realizado en el 2015 este remake de la francesa Martyrs (2008), y no debo haber sido el único porque esta nueva versión pasó sin pena ni gloria resultando prácticamente ignorada a pesar de que la original fue no sólo muy popular sino también muy admirada por la mayoría de la crítica mainstream como una de esas piezas emblemáticas del terror francés de mediados/finales de los dosmil. Esta versión americana, muy previsiblemente, es un refrito descafeinado que suaviza gran parte del impacto de su predecesora, pero también intenta en cierta medida algunos cambios destinados a darle otra sensación dramática a la misma historia. No puedo decir que funcione, pero me ha resultado al menos interesante de ver.

La premisa base es la misma, así como aproximadamente dos terceras partes del argumento. De todas formas, lo más interesante de estos remakes siempre ha sido ver exactamente en qué se diferencian; en esta ocasión, el Martyrs (2015) de Blumhouse parece buscar un mayor ángulo dramático al dedicar más tiempo de metraje a la amistad entre las dos chicas protagonistas, algo que no hacía el original de Laugier (más preocupado en los giros de trama y su crueldad nihilista) y que personalmente me pareció una gran idea que por desgracia no lleva a ninguna parte.

Si digo que no lleva a ninguna parte es porque precisamente toda esta construcción del amor entre estas dos huérfanas hermanadas por la desgracia parece sólo una excusa para un tercer acto que abandona casi por completo el camino trazado por la original y se convierte en un enfrentamiento justiciero que muy probablemente se haya hecho para dar a la película un final moralmente más satisfactorio para el público, algo que en cierto sentido me recordó a la también reciente Inside (2016), que reseñamos aquí hace relativamente poco. Este cambio, que se ve venir desde muy lejos valga decir, no me parece malo en sí mismo, pero esta hecho con mucha menos imaginación y resalta todos sus temas y explicaciones hasta el hartazgo mediante diálogos, como si alguien hubiese decidido hacer Martyrs pero volviéndola más accesible para un público mayoritario, algo que también se deja ver en el hecho de que es considerablemente menos violenta que la original, pese a que tengamos que soportar un primer plano de tortura bastante desagradable.

La cinta de Pascal Laugier del 2008 es hoy por hoy recordada como una de las más emblemáticas de su momento, mientras que esta nueva versión es la marca blanca de esta. Siendo sincero, algunas de sus ideas me agradaron y en general no la encontré tan ofensiva como la ya citada Inside, pero entre el hecho de parecer mucho más barata, mucho menos violenta y haber sustituido su brutalidad por un final de acción apresurado y hasta algo risible hace que no termine de convencerme. Creo que la mayor decepción ha sido descubrir que el guionista de esta nueva versión es Mark L. Smith, quien no sólo tiene experiencia en el género de terror con trabajos como Vacancy (2007) u Overlord (2018), sino que encima también ha escrito guiones de éxito en el mainstream como The Revenant (2015). Mi consejo: si tenéis estómago, mejor la original.

 

Reseña: Child’s Play (2019)

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Decir que la nueva Child’s Play (2019) ha sido una sorpresa es quedarme corto porque la verdad no esperaba que me fuera a gustar tanto. Mis expectativas en el momento en que se anunció estaban bajísimas, principalmente por la forma tan distinta en que replanteaba su premisa y al mismo tiempo decidía mantener los aspectos más icónicos del diseño original. Finalmente esta aparente contradicción ha resultado ser una de sus mayores virtudes, y aunque falla en muchos aspectos, se trata de una película muy entretenida a la que se le puede sacar mucho jugo ya que toma su propio camino que en nada se asemeja a la saga de Don Mancini, la cual no olvidemos continúa teniendo su vida propia.

Como todos sin duda sabéis ya, en esta ocasión nuestro muñeco asesino Chucky no es un juguete habitado por el espíritu de un psicópata. Es más, ni siquiera es humano; se trata de un robot de compañía, un asistente virtual defectuoso que ha perdido todas sus inhibiciones de comportamiento y que sólo desea ser el fiel compañero de su dueño Andy y protegerlo, pese a que los métodos que usa para ello incluyan asesinatos. El prólogo de la película en el que cuentan el origen de Chucky en una distópica fábrica china es glorioso y algo sin duda muy coherente no sólo con lo que quiere contar la película en sí sino también con la cinta original de 1988, la cual también dejaba colar su sutil puya al mercantilismo. Reconozco que ya desde el principio quedé enganchado ya que el origen de Chucky tiene cierto componente de arbitrariedad que le sentó muy bien e hizo de la historia algo sencillo y fácilmente extrapolable al contexto de entretenimiento nostálgico al que la cinta hace referencia, como bien demuestran cosas como la paleta de colores o el jersey rojo de Andy que nos trae al recuerdo la estética claramente Amblyn de la que esta película hace gala.

El apartado estético es algo que también tiene su significado y que justifica decisiones que en un principio yo ninguneaba; una de las cosas que me hacían desconfiar de este remake era que sus creadores habían mantenido en gran medida el diseño original de Chucky a pesar de haber cambiado sus orígenes, pero incluso esto tiene un propósito mayor. El diseño del muñeco y su comportamiento hacen de él un ser anacrónico y desfasado (hay incluso un chiste recurrente a lo largo de la cinta en cuanto al inminente lanzamiento de otro modelo superior) que hasta cierto punto es poseedor de cierta inocencia que se ve corrompida por sus dueños humanos. La relación entre Chucky y Andy al principio de la película tiene cierto componente de ternura hasta el punto de que como público hasta llegamos a sentir pena por un robot que sólo busca complacer a su dueño en todo y que termina infectándose de la trivialidad con la que los humanos reciben la violencia; en este sentido una de las mejores secuencias de la película es cuando Chucky observa las hilarantes reacciones de sus dueños a las escenas más sangrientas de La matanza de Texas 2 (1986), un sutil pero brillante ejercicio metanarrativo que elevó la película un poco más ante mis ojos.

Por supuesto está muy lejos de ser perfecta ya que sigue siendo en muchos sentidos una película un tanto chapucera que nunca llega a explotar del todo sus posibilidades y que peca en muchas ocasiones de invoresímil y ambigua en cuanto al alcance de los poderes de Chucky, especialmente en las escenas que incluyen un enfrentamiento físico con el muñeco. Pero esto es algo que la cinta sabe muy bien ya que nunca llega a tomarse a sí misma demasiado en serio. Por el contrario, es un divertimiento muy básico aunque bastante violento, y un remake que pese a todos sus problemas ha sabido sacar algo muy distinto de la original y abrirse su propio espacio. Espero sinceramente que esta nueva Child’s Play tenga algún tipo de continuidad ya que hay mucho potencial que explorar y considero que este ha sido un primer paso más que eficiente. Si eres fan de la saga original deberías sin duda alguna echarle un vistazo.

Reseña: The Grudge (2020)

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Apenas veinte años tras su primera encarnación, la gente de Ghost House Pictures nos trae esta nueva versión de The Grudge (2020), su segundo remake americano y décimosegundo largometraje de una saga que se niega a morir (décimotercero en realidad sin contamos este). El anuncio de este remake fue algo que en su momento me tomó por sorpresa, porque no sé si en realidad alguien lo estaba pidiendo. Había sin embargo cierto entusiasmo por ella teniendo en cuenta que su director era Nicolas Pesce, el mismo de la muy celebrada Los ojos de mi madre (2016). Al final no sé qué tanta influencia haya tenido este cineasta ya que esta nueva versión no pasa de ser una película de terror muy convencional de nuestros tiempos, y a pesar de que tiene innegables aciertos, es poco lo que puede hacer para hacernos olvidar el recuerdo ya no de la original, sino incluso de su primera versión occidental del 2004.

A pesar de que en esta ocasión estamos hablando de un soft reboot (es decir, una cinta que pese a ser un remake busca tener también algo de continuidad con la saga original) la trama es básicamente la misma de todas las entregas anteriores: una maldición viral que gira alrededor de un horrible crimen y que se aferra a todos aquellos que ponen pie en la casa donde se perpetró el asesinato. La principal novedad es que en esta ocasión los personajes son todos americanos y la película transcurre por completo en los Estados Unidos. Todo lo demás resulta igual; de hecho, una de las mayores sorpresas positivas que me llevé es que la película mantiene el esquema narrativo de las originales al estructurar el argumento en varias tramas que se intercalan en desorden cronológico. Eso sí, no parece que se hayan fiado mucho de la inteligencia del público ya que la cinta te va guiando no sólo indicando mediante rótulos el año en el que transcurre cada historia (curiosamente entre 2004 y 2006 por algún motivo) sino también con ub marco narrativo que engloba todas las subtramas y lo deja todo bien atadito.

Curiosamente, no he leído casi comentarios acerca de otro de los aspectos que este remake consigue recuperar de la original y es el lado dramático; aparte de la historia de fantasmas, todos los personajes de esta película parecen estar afectados por una pérdida o una situación familiar muy jodida, lo cual puede parecer poca cosa pero tiene el efecto de hacer que como público nos identifiquemos con los personajes y terminemos sufriendo con ellos, algo que puede que no salve la película del todo pero que al menos le da ese tono deprimente y desesperanzador que la original japonesa tenía y que sus contrapartes americanas en mayor parte no supieron reproducir. En ese sentido está muy bien y pienso que consigue momentos y escenas rescatables, ciertamente mucho más que el muy superficial gore (excesivo e innecesario en muchos momentos), los sustos baratos y ciertos momentos de la trama poco creíbles.

Ese viene a ser el único problema que tengo en realidad con la película; no hay casi sorpresas, resulta muy predecible en todo momento y pese a que ciertos pasajes demuestran un oficio mayor de lo que podría esperarse, sigue siendo en el fondo una cinta de terror de las muchas que se estrenan en enero y que están destinadas por lo visto a cubrir una cuota. Me alegra que haya recuperado algunos elementos de la original que se habían perdido con sus numerosas encarnaciones (incluso en Japón) pero sigue teniendo muy poca personalidad. De hecho, la curiosa manera en la que transcurren los créditos finales es lo único que se sale de los convencionalismos del terror comercial y algo que la gente que acudió a mi pase comentó a la salida. No sé por qué, pero esperaba más, y pese a que no es la peor encarnación de The Grudge que hemos visto, dudo mucho que esto vaya a resucitar la saga.

Reseña: Black Christmas (2019)

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Abrimos la tríada de reseñas navideñas de este año con Black Christmas (2019), tercera versión del clásico de Bob Clark de 1974 que ya había visto un remake del 2006 dirigido en aquella ocasión por Glen Morgan. Ahora, cuarenta y cinco años después del original, esta nueva adaptación cae en las manos de la directora Sophia Takal, quien además escribe un guión que reinventa por completo la película; estamos ante una nueva versión que no solamente no se parece en nada a las dos encarnaciones anteriores sino que tampoco tiene que ver nada con la Navidad. Por el contrario, Takal y su coguionista April Wolf construyen una alegoría marcadamente feminista muy alejada del protoslasher de Clark y más al estilo de otras muestras de horror con protagonistas femeninas como Satan’s School for Girls (1973), The Slumber Party Massacre (1982) y la versión original de The House on Sorority Row (1983), a la que me recordó muchísimo ya incluso desde sus primeros avances.

A decir verdad, este subtexto feminista del que hablo arriba es probablemente lo más interesante que la película tiene, algo que debe haber estado muy claro para sus realizadoras teniendo en cuenta lo destacado y explícito que está. Si bien es cierto que la Black Christmas (1974) original también hacía mención de temas políticos de su época, esta nueva versión lo subraya tanto que su trama termina yéndose de las manos. La cinta balancea una cantidad impresionante de temas, desde la crítica a los típicos roles de género, la cultura de la violación, el estereotipo del Macho Alfa universitario y la representación de la mujer en los estudios clásicos, así como la valoración de la sororidad por encima de todo y lo hace de una forma tan frontal y carente de sutileza que se convierte ya desde el principio en su principal muestra de identidad hasta el punto de hacerla parecer una parodia. Para que lo tengáis claro, imaginaos una de esas películas de propaganda cristiana pero sobre las principales causas del feminismo, con escenas y diálogos tan evidentes en su intención que, honestamente, se me hicieron imposibles de tomar en serio.

Por si fuera poco, la campaña publicitaria parecía haberla dañado de forma muy especial debido a un espantoso trailer que destripaba casi toda la película, aunque después de haberla visto me he dado cuenta de que no ha sido completamente así porque el misterio acerca de quién está matando a las universitarias y por qué es algo que se ve claramente en los primeros diez minutos, y además se nos aclara en más de una ocasión de forma literal: personajes explicando mediante diálogos lo que está ocurriendo, como si hubiesen considerado que el público no se enteraría de otra manera. Todo esto es algo que estaba dispuesto a pasar por alto sin problemas hasta que llega el tercer acto y la película toma un giro sorpresa (el único, por cierto, que no te contaban en el trailer) que cambia la naturaleza de la cinta por completo pero a partir del cual parecen haberse dado por vencidos, desembocando en una confrontación final con los villanos que parece más bien una sátira en lugar de una cinta de terror.

Creo que lo que más me ha decepcionado es que los primeros minutos prometían algo mucho mejor. Como decía arriba, el ángulo feminista de la película, aún con su inexistente sutileza y claro sermoneo, era al menos su punto más destacado e interesante, pero el acabado final es tan cutre y poco serio que termina dañando toda su promesa inicial. Además, la cinta es tremendamente light en su intento por alcanzar una clasificación de edad PG13, por lo que ni siquiera podemos argumentar un disfrute superficial de un slasher común y corriente. Me temo que esta será una de esas obras que algunos rechazarán por los motivos equivocados, despotricando de su explícito tono político en lugar de sus poco aprovechados recursos, su guión que raya en la autoparodia, y lo ilógico de muchas de sus salidas argumentales. De momento, y a juzgar por los comentarios que he leído sobre ella, es algo que por desgracia está pasando.



Puede que la de hoy no haya valido la pena, pero recuerda que todavía puedes votar aquí por tus favoritas de este año que se acaba.