Reseña: Warlock (1989)

Recuerdo que en su momento, cuando el poco criterio que pueda tener era muy distinto, una película llamada Warlock (1989), una de las cintas más famosas de Steve Miner, ocupaba un lugar preferencial como una de mis cintas de terror favoritas. El tiempo se ha encargado de matizar un poco esta preferencia y un visionado posterior ha hecho evidentes las carencias de la película en más de un sentido. Sin embargo, he de reconocer que me sigue fascinando la curiosa mezcla de terror y fantasía que tanto Miner como el guionista David Twohy (cineasta varias veces alabado en esta página y que para aquel entonces apenas estaba en sus primeros trabajos) lograron cocer. Si quien lee estas líneas aún no la ha visto, debería remediar esa situación cuanto antes ya que ni siquiera hoy en día existen muchos trabajos similares, al menos no con ese equilibro tan delicado entre géneros.

El argumento en este sentido es bastante lineal; un hechicero del Boston del siglo XVII (interpretado magníficamente por el británico Julian Sands, quien desde entonces se vería encasillado durante muchos años en papeles de villano) escapa de su ejecución gracias a un conjuro que le transporta a la California del siglo XX, tras lo cual emprenderá una búsqueda de los tres fragmentos de un grimorio satánico que le permitirá destruir el mundo. Sin embargo, el viaje en el tiempo del villano ha traído consigo también a un cazador de brujas dispuesto a detenerle a como de lugar, y para ello recluta a una joven chica de la época moderna que debe romper un embrujo que el hechicero ha puesto sobre ella. Es precisamente la persecución del villano a lo largo de Estados Unidos de lo que trata la película, y como público vamos alternando entre las fechorías del oscuro pesonaje y los mil y un métodos de detección y lucha de los héroes, quienes van soltando cada tanto tiempo un sinfín de detalles acerca de la mitología de los hechiceros, varios de ellos bastante interesantes y que demuestran al menos que el guión de la película tiene cierto trabajo de documentación detrás.

Esta documentación está puesta al servicio de un esquema argumental bastante conocido. De hecho la trama no es más que una versión un tanto diferente de Terminator (1984), con la diferencia de que esta vez héroe y villano vienen del pasado y no del futuro, y de que el tratamiento de la historia está más inclinado hacia la fantasía oscura que hacia la ciencia-ficción. Las similitudes son tan marcadas que estaría dispuesto a jurar que Twohy tuvo a la cinta de James Cameron muy en mente a la hora de escribir el guión, y que los elementos fantásticos son asimismo un muy claro intento de parir una versión terrorífica de Los inmortales (1986), con la que también hay claras semejanzas de estilo. Sin embargo, tanto Twohy como Miner consiguen dar a su trabajo un toque original en la forma como dicho tono fantástico está metido con total naturalidad en una ambientación realista que incluso no desaprovecha la oportunidad de enlazar con tradiciones y supersticiones típicamente americanas como la presencia de ciertos cultos religiosos típicos de dicho país como los puritanos y los menonitas.

Este ángulo es sin duda lo más interesante de Warlock y el motivo por el cual la sigo considerando una película muy inteligente que por desgracia se ve un tanto afectada por lo limitado de sus recursos y su aspecto excesivamente típico de finales de los ochenta, con todo y estética muy a la moda de entonces que sin embargo se ve bastante dignificada gracias a la inclusión de dos estrellas del cine británico como el ya nombrado Julian Sands y Richard E. Grant, quien borda su papel de cazador de brujas cubierto de pieles en medio del calor californiano. El guión tiene sus carencias, evidentemente, notables sobre todo en lo poco explotado que está el choque de los personajes principales en una época tan extraña a la suya, pero por otro lado gana al incluir detalles de una crueldad inusitada para una producción comercial como la violencia que el hechicero ejerce sobre sus víctimas, una violencia que no está desprovista de un componente sexual agresivo que le reportaría al pobre Julian Sands muchos papeles similares a lo largo de los años. Por todos estos detalles, la sabia reticencia de Steve Miner a dejarse llevar por el efectismo, su clímax final en un cementerio abandonado y su coherente imaginario de terror hacen de Warlock la película perfecta de Halloween y un trabajo al que hay que volver aunque sea una vez más.

 

Reseña: Halloween H20 (1998)

Tras la pobre recepción crítica de Halloween 6 (1995), los productores de Halloween H20 (1998) decidieron aprovechar el vigésimo aniversario de la saga para intentar una peripecia entendida a la vez como vuelta a los orígenes y ruptura radical con lo anterior. Lo más publicitado en su momento fue el regreso de Jamie Lee Curtis al personaje que la hizo famosa, algo que al parecer la actriz recibió con mucho entusiasmo, hasta el punto de que se dice intentó por todos los medios hacer que el propio John Carpenter se encargara de la dirección de esta séptima entrega de los crímenes de Michael Myers. Otra cosa bastante notoria para entonces era el anuncio a bombo y platillo de que el guión estaría firmado por Kevin Williamson, autor de Scream (1996) y hasta cierto punto uno de los responsables de que los slasher films volvieran a ponerse de moda comercialmente hablando. Al final poco de eso se concretó: Carpenter declinó la oferta de dirigir la película y el guión de Williamson fue rechazado por el estudio, entre otros motivos porque intentaba hilar la historia de toda la saga, y si algo se nota en esta nueva entrega es la voluntad de enmendar los errores a lo bestia negando cualquier referencia a la tercera, cuarta, quinta y sexta entrega, como si estas nunca hubiesen ocurrido.

Ya incluso desde el inicio hay una voluntad de recapitular sólo lo que interesa y resaltar lo que serían considerados los elementos clásicos de Halloween: el tema musical de Carpenter, la voz de Donald Pleasance (ausente de la película debido a su muerte) y la obsesión del asesino con Laurie Strode. Esta primera escena, que muestra a Michael Myers haciendo una breve visita a Haddonfield, es probablemente lo mejor de la película y una prueba de que el director Steve Miner (veteranísimo realizador de los ochenta y conocedor de las reglas de los slasher films) tiene las ideas claras en cuanto a qué es lo importante. Pasada esta escena es cuando entramos propiamente en un argumento que de entrada se presenta como atractivo: nos enteramos de que Laurie fingió su muerte y ha pasado los últimos años viviendo una identidad secreta y trabajando como la directora de un internado en el que también estudia su hijo adolescente. Laurie, sin embargo, se ha convertido en una alcohólica maníaco-depresiva que año tras año ha temido el regreso de su hermano, cosa que justo ahora verá ocurrir. El por que de la elipsis de veinte años que separa su último encuentro con el asesino es algo que nunca se explica, pero eso es porque Halloween H20 no parece estar muy interesada en desarrollar el argumento de esta final-girl crepuscular que se enfrenta nuevamente al asesino, desaprovechando así una oportunidad bastante notable de dar a la saga algo de la dignidad perdida.

De hecho, me atrevería a decir que gran parte del metraje muestra un interés mayor en mostrar la película desde el punto de vista del hijo de Laurie (un entonces debutante Josh Hartnett) y sus amigos, innegables reclamos adolescentes que parecen los últimos restos del guión descartado de Williamson, y que en más de una ocasión acaparan el protagonismo de la historia. Esto hace que muy pronto Halloween H20 tome un camino conocido y mil veces transitado convirtiéndose en una entrega ligeramente mejor que varias de las anteriores, pero que indudablemente se queda corta al no aprovechar ni las oportunidades argumentales y temáticas de su premisa ni su locación de internado colegial. El resto sufre de varios de los problemas de este tipo de cintas de mediados-finales de los noventa con su estética plana y su muy predecible argumento en el que lo más interesante es ver el trabajo de Jamie Lee Curtis retomando un personaje que esta vez no huye del asesino sino que por el contrario se enfrenta a él valientemente con la esperanza de exorcizar sus demonios.

Es debido a estas ideas quizás por las que esta séptima entrega ha terminado por tener un recibimiento crítico importante entre la fanaticada de Halloween, que recuerda la película como mejor de lo que realmente fue. Incluso tuvo en su momento un notable éxito comercial que demostró que la saga de Michael Myers no estaba muerta, y llevaría al estudio a realizar una secuela más muy a pesar de que esta entrega posee un final bastante cerrado y definitivo que buscaba en su momento dar carpetazo a la odisea de uno de los asesinos más famosos del cine de terror. De dicha continuación tendremos que hablar otro día. De momento, invitaría a revisar Halloween H20 y tenerlo en cuenta como una película un poco más correcta técnicamente pero con oportunidades en cuanto a discurso criminalmente desperdiciadas, ideas que serían mejor aprovechadas por alguien como Rob Zombie cuando se hiciese con las riendas de la saga varios años después.

 

Reseña: El día de los muertos (2008)

Anunciado como el inevitable remake de la cinta homónima de George Romero, El día de los muertos (2008) suponía también el regreso al cine de terror del director Steve Miner, auténtico mercenario del género en los ochenta y que llevaba años relegado, con pocas excepciones, al mundo televisivo. Fue también una producción con muchos problemas y retrasos que terminó engavetándose por casi dos años hasta que finalmente fue lanzada al mercado doméstico en el 2008, donde recibió una auténtica lluvia de palos por parte de la crítica.

De sobra está decir que, así como El amanecer de los muertos (2004) no era para nada una secuela de la versión de La noche de los muertos vivientes (1990) de Tom Savini, esta película de la que hablamos hoy no tiene nada que ver con el celebrado remake de Zack Snyder, muy a pesar de que ambas cuentan con el actor Ving Rhames como parte del elenco principal. Sin embargo hay aquí una curiosidad: aquellos con buena memoria recordarán que el personaje de Rhames en El amanecer de los muertos intentaba llegar a una base militar donde supuestamente le esperaba su hermano. Pues bien, esta película está ambientada precisamente en una base militar y Ving Rhames interpreta a un sargento de los duros que bien podría ser el hermano gemelo de aquel poli con malas pulgas. Ignoro si esto se debe a una casualidad o es un guiño intencional, y de todas formas lo cierto es que hablamos de una película muy diferente en la que se cuenta el caos generalizado que ocurre en una base militar y un pequeño pueblo cuando se desata una misteriosa epidemia cuyo origen podría deberse a la inescrupulosa mano del hombre.

Dicho esto y tras haberla visto, tengo que reconocer que no es la peor película de zombis que me he echado a la cara, pero tampoco es nada especial. En realidad no es más que otro ejemplo de la tonelada de productos directo-a-DVD que ciertamente han abundado en los últimos años, y se encuentra en un punto medio; no es tan buena como Resident Evil (2002) pero al menos tampoco es tan terrible como Return of the Living Dead: Necropolis (2005). La comparación con estas dos películas viene muy a cuento porque, al igual que ellas, esta nueva versión de El día de los muertos utiliza una estructura similar a la de un videojuego: un grupo de jóvenes con un variado arsenal de armas de fuego viaja de un punto A a un punto B disparando a todo lo que se ponga en su camino para eventualmente enfrentarse a un monstruo final. El elenco en este sentido no podía ser más genérico, con inclusiones tan disparatadas como Mena Suvari o el rapero Nick Cannon, ninguno de ellos creíble como integrantes del cuerpo de marines y mucho menos como los contricantes de lo que sin duda son unos superzombis; aparte de producirse la infección en segundos, los muertos vivientes de esta película son unos monstruos que no sólo corren sino que encima dan grandes saltos y trepan por las paredes y los techos como si nada.

Llegados a este punto ya habréis podido daros cuenta de lo evidente, y es que esta película en realidad no tiene absolutamente nada que ver con el original de George Romero de 1985. Aparte de un muy superficial guiño al zombi domesticado, las dos películas no podrían ser más diferentes, empezando por el nada disimulado hecho de que esta versión ni siquiera transcurre en un escenario post-apocalíptico. Esta película podría haber escogido llamarse de cualquier otra manera y nadie habría siquiera sospechado que fuese un remake de la cinta de Romero, con lo que quizás habría tenido menos publicidad pero, al mismo tiempo, no habría sido tan despiadadamente criticada. Y eso es precisamente lo que me molesta: al ponerle como título El día de los muertos están echándose encima las inevitables comparaciones con la original, y en ese terreno este remake siempre saldrá perdiendo, ya que incluso considerando mi subjetividad en favor de Steve Miner, ambas películas ni siquiera se puede decir que jueguen en la misma liga.

 

Reseña: Viernes 13 parte 3 (1982)

El mejor ejemplo posible de una secuela realizada a toda prisa por motivos puramente lucrativos, Viernes 13 parte 3 (1982) continúa justo en el punto en que finalizó la segunda parte, con Jason recuperándose de sus heridas y huyendo a tiempo para escapar de la policía y comenzar una nueva masacre. Una vez más, las víctimas son una nueva pandilla de jovencitos que se han refugiado para pasar un fin de semana en una casa de campo en los alrededores de Crystal Lake, por lo que el esquema se repite nuevamente.

Todavía sin arrancar del todo, estamos ante una de las secuelas más pobres de la saga, al menos desde mi punto de vista. A pesar de que Steve Miner repite como director (siendo hasta la fecha el único que lo ha hecho), la cinta parece confeccionada por otras manos. Cosa curiosa es que, a pesar de ser la tercera parte de la saga, la película tiene una pinta mucho más barata que la segunda entrega, y las jóvenes vícitimas no son tan simpáticas ni (lastimosamente) tan atractivas. El personaje de Shelly, por ejemplo, es probablemente el más patético de cuantos han pasado por Viernes 13, si bien paradójicamente es uno de los más desarrollados. Ni siquiera los estereotipos de los jovencitos están tan bien definidos, a excepción de una ultra-típica pandilla de moteros que se cruza con nuestros protagonistas y deciden hacerles pasar un mal rato sin saber que están siendo acosados por el carnicero que ya todos conocemos. Asimismo, el guión en ocasiones resulta confuso, ya que uno de los personajes parece tener una historia anterior con Jason que al final resulta totalmente intrascendente, lo cual deja en evidencia que la protagonista de la anterior película decidió no repetir papel en esta secuela. La razón por la cual este detalle permaneció inalterado en el guión final se me escapa excepto que sea como relleno.

En cuanto a Jason, sabemos que es en esta película donde consigue su icónica máscara de hockey, pero lo que no recordaba es que es también la última entrega en la que pareció realmente humano; en varias ocasiones vemos a Jason esquivar golpes y hasta gemir de dolor, algo que nunca más volveríamos a presenciar en las películas siguientes.

Por supuesto una de las novedades de esta tercera entrega es el hecho de que está rodada en 3-D, pero a juzgar por este reciente visionado me parece que dicha tecnología no está bien aprovechada; con la excepción de una muerte causada por un arpón, el empleo de las tres dimensiones es por lo general bastante aleatorio y pueril, y dudo mucho que sea suficiente para compensar los tremendos fallos de la película a nivel narrativo, en especial un «susto final» totalmente absurdo que no tiene el más mínimo sentido más que como barata e injustificada referencia a la película original, continuando así con una franquicia explorativa destinada a proseguir como un serial de videoclub en necesidad de un cambio de dirección, uno que llegaría con la cuarta entrega y que ya reseñaremos en su debido momento.

 

Reseña: Viernes 13 parte 2 (1981)

El personaje de Jason Voorhees aparece por primera vez (al menos como asesino) en Viernes 13 parte 2 (1981), y lo hace de una forma inverosímil donde las haya. Quizás sea ese el mejor indicativo de hacia donde apuntaba la saga que comenzó en 1980 con el director Sean S. Cunningham y que regresaría apenas un año más tarde en una secuela hecha a toda prisa debido al inesperado éxito de su antecesora. Y si bien el asesino es otro, esta segunda parte es muy parecida a la anterior: al igual que en la primera entrega, las víctimas son todos unos jovencitos universitarios y libidinosos que pretenden abrir un campamento de verano (situado en la orilla opuesta al nefastamente famoso Crystal Lake Camp), y de la misma forma que su predecesora, la ola de crímenes desatada por su silente exterminador se desarrolla toda en una misma noche.

El director Steve Miner parece haber aprendido bien la lección, ya que todos los elementos de la primera película están aquí extrapolados: los estereotipos de los jóvenes protagonistas están mucho más definidos, hay un mayor número de víctimas, e incluso las ropas de estas son aún más escasas que las de la primera parte. Cierto es que también recurre a un montón de jugadas que ya eran topicazos incluso a principios de los ochenta, como el de la única superviviente de la primera película reviviendo una pesadilla en muy convenientes flashbacks del metraje usado en la anterior Viernes 13, eso y el ya famoso «susto del gato» (sustituído aquí por un perro), la clásica vícitima que se aventura sola en lugares oscuros o personajes que no encuentran nada mejor que hacer en una situación de peligro que darle la espalda a una ventana abierta.

Pero no todo son pruebas a nuestra paciencia: los personajes de Viernes 13 parte 2 son mucho más simpáticos que los de la primera entrega (hasta el de la silla de ruedas pilla) y al ya saber algunas cosas del villano, este se hace mucho más siniestro. De hecho, la confrontación final entre Jason y la final girl que le ha tocado en esta ocasión está dotada de un evidente e intencional guiño a Psicosis (1960), con todo y violines estridentes. El desenlace es similar al de la primera parte, con la cámara lenta que da paso a un epílogo de horrores que nos promete una nueva continuación de una saga explotativa por excelencia. Todo esto hace que (al menos para que el que esto escribe) sea fácil perdonar los muchos y destacables fallos, aunque contrariamente a lo que mi memoria me dictaba antes de este visionado reciente, esta no sea ni mucho menos la mejor entrega de la saga. El auténtico Viernes 13 todavía no había llegado, pero ya estaba en camino.

 

Míticos: Steve Miner (1951 – )

Injustamente olvidado en nuestra época, Steve Miner es uno de los muchos directores de horror que vieron florecer su carrera durante la década de los ochenta, pero a diferencia de la mayoría, supo combinar un interesante estilo personal con un conocimiento objetivo del género lo suficientemente amplio como para resucitar el material de otros creadores. Su filmografía no se limita al horror, ya que ha probado suerte literalmente en todo, y a pesar de que la llegada de la década de los noventa prácticamente lo desterró a los terrenos de la televisión, los nuevos proyectos en los que se ha embarcado parece ser que su regreso está más que asegurado. A lo mejor es la parte nostálgica de mí la que pide esto, ya que las películas de este cineasta ocuparon muchas horas de mi niñez.
Steve Miner comenzó su carrera a las órdenes de otros dos míticos del cine de horror: Wes Craven y Sean S. Cunningham, quienes a principios de los 70 luchaban por sacar adelante su proyecto personal que les colocaría en la mira de aquel sub-género de «violación-asesinato-venganza»: La última casa a la izquierda (1972). Miner trabajó como asistente de dirección, y la experiencia sirvió para que Cunningham solicitara sus servicios varios años más tarde, específicamente como productor asociado para Viernes 13 (1980). No hace falta decir que la película resultó un éxito colosal, y Steve finalmente obtuvo su primer trabajo como director a cargo de la secuela. Efectivamente, Viernes 13 parte II (1981), su ópera prima, le dio el honor de ser el hombre que por primera vez dirigiera a esa máquina de matar llamada Jason Vorhees. Privilegio similar tendría al año siguiente, cuando dirigiera Viernes 13 parte III (1982) y colocara al asesino de Crystal Lake la máscara de hockey que le acompañaría por el resto de su vida. Miner realizó esta película en 3-D, en el mejor estilo de auto-cine, y aunque no resultó un éxito tan colosal como las dos anteriores, sí consiguió que la industria se fijara en él como realizador.
En 1983, Steve Miner propuso a los estudios realizar una versión americana de Godzilla, e incluso consiguió que los estudios Toho en Japón aceptaran el proyecto. A pesar de eso, su visión del monstruo resultó demasiado ambiciosa para la época, y el presupuesto de 30 millones de dólares que lanzó sobre la mesa espantó a los estudios. Por fortuna, pocos años después realizaría una de sus mejores películas, la comedia de horror House (1986), que se convirtió rápidamente en un film de culto. El éxito estaba prácticamente asegurado para Miner, que pasó al género de la comedia y a realizar varios trabajos para la televisión. Pocos años después regresaría a los vericuetos del horror con Warlock (1989), la película que supueso el descubrimiento en serie B del actor británico Julian Sands, cuya presencia prácticamente acapara la película.

La década de los 90, transcurría sin mucha gloria para este director, ya que sus siguientes intentos de cambiar de género no resultaron tan exitosos. Desde la melodramática Forever Young (1992) con Mel Gibson hasta la comedia del dúo Rick Moranis/Tom Arnold Bully (1996), algo parecía decirle a Steve Miner que no estaba en su sitio. Mientras tanto cubría su cheque alimenticio trabajando como director en numerosas series de televisión. En este sentido llevó su estilo a prácticamente todo cuanto saliera por la tele, desde Chicago Hope y The Practice hasta Dawson’s Creek y Felicity, en un caso de auténtica esquizofrenia creativa.

Por aquellos días, el éxito de Kevin Williamson hizo que los estudios pusieran sus ojos nuevamente en el género del terror, y ya que Dimension Films estaba en la cresta de la ola, se pensó en Miner para resucitar la franquicia de Michael Myers. Fue así como nuestro amigo fue contratado para dirigir la séptima entrega de la saga: Halloween H20 (1998). Sabiendo perfectamente a aquello a lo que se enfrentaba, Steve Miner tomó la sabia decisión de ignorar completamente todas aquellas secuelas que habían sido realizadas después de la segunda parte, y retomar la historia como si las entregas 3, 4, 5 y 6 nunca hubiesen sucedido. Fue así como la séptima parte nos llevó al reencuentro entre el slasher Michael Myers y su hermana Laurie veinte años después, cuando ella pensaba que se había librado para siempre de su perseguidor. En un toque magistral de ironía y auto-cita, Steve Miner sitúa la historia en un campamento de adolescentes que Laurie (interpretada nuevamente por Jamie Lee Curtis) administra junto a su hijo. La película resultó exitosa, y permitió a su director embarcarse en otro proyecto, Lake Placid (1999), remake de una olvidada película de monstruos acerca de un cocodrilo gigante que aterroriza un destino turístico.

Actualmente Steve Miner ha vuelto a caer en los terrenos de la televisión, dirigiendo episodios de Smalville o Jake 2.0. Sin embargo, ya prepara sus dos nuevos proyectos para el futuro, y que podrían significar su regreso a la palestra: The After Killer (2006) y El día de los muertos (2007), la nueva versión del clásico de George Romero. ¿Cómo es posible que lo hayan olvidado para la serie Masters of Horror? La respuesta a esto se me escapa. En todo caso, algún día aprenderán.