
Una de las mayores deudas cinéfilas que guardé durante mucho tiempo fue esta versión en español de Drácula (1931) realizada por Universal y que se rodó de forma paralela a la versión con Bela Lugosi. La cinta estaba destinada al público hispanohablante y por lo visto formaba parte de una práctica común en una época en la que el doblaje no estaba generalizado y las regulaciones laborales de la industria del cine no eran lo que se dice muy sólidas. No es esta por supuesto la única versión alternativa (también se hicieron versiones en alemán, francés o italiano) pero sí es de las pocas que han conseguido sobrevivir hasta nuestros días y de hecho se consideró perdida durante mucho tiempo hasta que una copia apareció en Cuba durante los años setenta. Su condición de rareza ha hecho de ella una película con un culto propio hasta el punto de que es casi tan conocida como la de Lugosi, con la que se le compara muchas veces.
Por supuesto el argumento es exactamente el mismo así como la estructura dramática de la película, basada no tanto en la novela de Bram Stoker como en su versión para teatro de Hamilton Deane y John Balderstone, aunque sí hay que destacar el hecho de que esta versión parece haber tenido mayores libertades a la hora de construir su propio estilo y discurso; pese a que utilizó los mismos decorados de la versión en inglés, el director George Melford (quién no hablaba ni una palabra de español) pudo aprovechar el hecho de rodar de noche para inspirarse en el trabajo de Tod Browning y «corregir» algunos detalles que daban a su obra un dinamismo mayor que el de su contraparte angloparlante. Una cosa que se menciona mucho es que en esta versión, a diferencia de la de Bela Lugosi, la cámara se mueve y algunos planos son mucho más «cinematográficos» y menos como una obra de teatro de filmada, a pesar de que se mantienen detalles de la época como la ausencia de música y algunas actuaciones muy extravagantes. Esto último es evidente sobre todo en lo que concierne al conde Drácula, interpretado por el actor español Carlos Villarías, quien de todo el elenco sería el único que tuvo acceso al rodaje de la versión en inglés y a quien de hecho se le animó expresamente a que imitara el trabajo de Lugosi.
Lo que no se suele mencionar tanto son las diferencias que ambas versiones tienen a nivel de exposición; esta versión es casi treinta minutos más larga y dedica este metraje a incorporar escenas que redondean un poco el trasfondo de los personajes, aunque momentos clave como las muertes siguen ocurriendo fuera de cámara. Otro detalle interesante es que el subtexto erótico está mucho más marcado que en la versión original, y mientras las actrices de la versión de Browning iban por lo general tapadas hasta el cuello, la Eva Harker de Lupita Tovar luce un escote que difícilmente habríamos visto en otras producciones de Universal. Este detalle es otra muestra más de esa mayor libertad que parece haber tenido esta producción amparada en su objetivo de complacer a un público específico y no haber estado destinada a una distribución mayor.
Son precisamente detalles como estos los que han llevado a muchos críticos a defender la idea de que esta versión de Drácula es superior a la original, opinión que se ha mantenido durante mucho tiempo. A decir verdad, no sé si estoy de acuerdo con ese juicio, ya que si bien es cierto que a nivel técnico resulta mucho más ingeniosa, considero que comete otros errores como una duración un tanto excesiva o un sentido del humor que a veces choca con el tono general de la historia. Pero sobre todo lo que no se puede negar es que la original tiene a Bela Lugosi, quien por sí solo era el alma de esa película y que está muy por encima del trabajo que (muy dignamente) logra hacer Carlos Villarías. Con todo y eso es una obra fascinante de ver y pese a que muchos de sus elementos estéticos ya eran historia pasada en el momento de su rodaje, forma parte de una historia del género de terror de la que me hubiese encantado ver más ejemplos. Quizá estos aparezcan algún día.