A mi juicio perjudicada por un hype desproporcionado, Skinamarink (2022) es sin embargo uno de los estrenos recientes más interesantes del panorama de terror debido a la curiosa forma en que muestra su (mínimo) argumento. Es también la sublimación de un tipo de horror cada vez más habitual y centrado lejos de los artificios convencionales y más en la transmisión de una narrativa críptica pero visceral con influencias muy marcadas: el creepypasta, el cine de metraje hallado y el la paradoja del miedo causado por los espacios familiares. Más que película de horror parece una instalación de arte que habla al espectador remitiéndole a un miedo infantil muy básico hecho a través de una propuesta quizá muy radical para los elogios tan grandes que ha tenido.
Dos niños despiertan en mitad de la noche y se dan cuenta de que sus padres han desaparecido, al igual que todas las ventanas de su casa, convirtiendo la vivienda en un conjunto de pasillos iluminados apenas por la luz parpadeante de un televisor y habitados por una extraña voz que les susurra desde las sombras. Esta sinopsis es en gran parte una interpretación porque la trama no sigue lo que se dice una estructura convencional; por el contrario estamos hablando de más de hora y media de pura atmósfera que transcurre en una sucesión de planos (casi todos estáticos) en baja resolución, con poca luz y con encuadres inusuales que, junto a los extraños sonidos y los escasos diálogos, hacen que la casi totalidad de sus horrores ocurran solo en la mente del espectador.
Como propuesta y experiencia de inmersión sensorial, Skinamarink es un trabajo sin duda fascinante que hace que te termines replanteando muchos de los aspectos que buscas en una película de terror. Sin embargo, me pareció también algo excesivo que requiere un esfuerzo quizá demasiado grande por parte del espectador para conectar con algo que tal vez tendría que haber sido un corto. No exagero si digo que se hace absolutamente necesario empatizar con la parte visceral de lo que cuenta para poder apreciarla, pero incluso esta sensación es algo que se puede desvanecer fácilmente en un metraje tan largo como este, sobre todo si terminas viéndola en casa.
Esto último lo digo porque no creo que sea casualidad el que los mayores elogios que ha recibido la cinta hayan venido de quienes tuvieron la oportunidad de verla en un ambiente controlado y libre de distracciones como es una sala de cine. En ese sentido, lo que personalmente encuentro más valioso es el hecho de que una película así haya podido estrenarse de forma comercial y haya armado tal revuelo hasta el punto de haber sido apoyada por varios servicios de streaming luego de su paso por festivales. De todas formas como propuesta me sigue pareciendo algo hermética, aunque me ha servido para conocer y explorar el concepto de terror analógico, algo que confieso desconocía hasta ahora.