Reseña: Underworld: Blood Wars (2016)

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Tras una pausa de cuatro años desde la última entrega, la guerra entre los vampiros y los licántropos continúa en Underworld: Blood Wars (2016), y tal como comentábamos en aquella ocasión, parece haber cierta intención de volver a la «sencillez» inicial de la primera entrega a la vez que se amplía la mitología de unos seres que poco tienen que ver con el imaginario terrorífico que nos hemos construido. Esta vez, Selene y su nuevo compañero David se enfrentan a un nuevo líder del clan de licántropos, así como a una conspiración dentro de las propias filas de los vampiros, que desean más que nada aprovechar la sangre híbrida de nuestra protagonista para adquirir nuevos poderes y vencer finalmente a sus rivales.

Lo directo y básico de su premisa ha traído sus consecuencias, ya que no solamente parecemos haber abandonado (temporalmente al menos) la subtrama de la hija de Selene sino también gran parte del discurso de lucha de clases licántropo/vampiro que parecía ser hasta ahora la esencia del universo de Underworld. Esa misma sencillez argumental y estética ha sido en cambio puesta al servicio de la que probablemente sea una de las entregas más flojas de una saga que parece haber perdido por completo su rumbo, sin poder decidirse por el camino que realmente desea seguir. En este sentido, se trata de una película hecha a las patadas y durante la cual se lanzan a la pantalla ideas que podrían haber sido perfectamente tratadas por separado en dos o tres películas distintas. Incluso la presencia de Kate Beckinsale se hace algo extraña ya que su personaje de Selene no parece tener tanta importancia como en las entregas anteriores y en ocasiones pareciera anticipar una especie de transición hacia otros protagonistas y otra historia completamente distinta de la que nunca se nos dice mucho, como tampoco se nos dice de los nuevos elementos introducidos en la historia tales como el clan de vampiros nórdicos o los súbitos cambios en las reglas del juego presentadas en la trama, que se contradice a sí misma numerosas veces en cuanto a qué es lo que los vampiros desean de Selene (¿es su sangre o la de su hija?) o el nivel de amenaza que representan realmente los lycan.

Otra cosa curiosa del argumento es que si bien se mantienen los aspectos más superficiales de la saga como su acción hiperbólica y su lavada fotografía blanco/negro/azul, todo se siente muy distinto, más enfocado hacia la fantasía y menos hacia su imaginario de terror. Esto último se hace evidente no solo en el hecho de haber recibido una clasificación por edades de 16 en Reino Unido (más que los 12 de la entrega anterior, pero sin llegar a los 18 de las primeras tres cintas de la saga), sino también en que nunca vemos a estos vampiros comportarse realmente como vampiros. Esto muy probablemente se deba al hecho de que a excepción de la primera Underworld (2003), la saga nunca ha tenido personajes completamente humanos, pero es otra muestra de esa ligereza general que parece afectarla cada vez más.

Tal como decía en otra ocasión, estas últimas entregas de la saga de Underworld me han hecho considerar que quizás fui demasiado duro con la original del 2003, y de hecho tengo ganas de volver a verla aunque sea para ver que tal se sostiene porque al menos recuerdo que tenía aspectos atractivos a nivel de estética que estas continuaciones han ido relajando cada vez más. De momento, al parecer esto no se ha acabado ya que incluso el final augura una continuación que el propio Len Wiseman ha confirmado, contando una vez más con Kate Beckinsale como la incombustible vampira Selene. Habrá que verlo, pero la verdad no es algo que me interese demasiado.

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Reseña: Howl (2015)

Paul Hyett, veterano realizador de maquillaje y efectos especiales, realiza como director esta pequeña pero interesante película de licántropos que, a diferencia de la mayoría de sus congéneres de esta o cualquier otra época, comete el gran acierto de poner el énfasis en la parte estética y en el cuidado a la hora de elaborar unas criaturas acordes con la imagen que nos hemos hecho de estos monstruos. No es poca cosa, ya que precisamente uno de los motivos de que la figura del hombre-lobo no haya sido tan correctamente explotada como otras criaturas del cine de terror ha sido precisamente el poco cariño que se ha tenido a la hora de representar al monstruo como una figura temible. Incluso películas interesantes como la reciente Late Phases (2014) han visto reducida su efectividad debido a lo poco inspirado y hasta risible de sus monstruos. De otros casos es mejor ni hablar.

En el caso de Howl (2015), su director acomete un esquema mucho más sencillo optando por un estado de sitio sin muchas explicaciones en un escenario hasta cierto punto original: un tren nocturno con apenas un puñado de pasajeros que de repente se queda accidentado en medio de la campiña británica y es atacado por un grupo de licántropos ansiosos de probar la carne humana. De entrada me encanta la manera en que la existencia de estas criaturas nunca es explicada ni puesta en duda, y la película de hecho no pierde tiempo en revelar su origen ni poner en duda su naturaleza. Prácticamente desde el principio queda claro cual es la amenaza a la que se enfrentan los protagonistas y cual es el peligro real que se esconde tras su situación.

El argumento tiene, eso sí, muchas cosas que hemos visto antes, sobre todo en el cine zombi: al peligro de los hombres lobo que acosan el lugar hay que sumar el rol que juegan algunos de los pasajeros, que inmediatamente actúan unos contra otros en lugar de apoyarse para salir de su terrible situación. La película establece desde el principio el rol de cada uno de ellos, resaltando una especie de discurso acerca de la dominación y la cultura del macho alfa presente en la actitud del protagonista hacia su colega femenina y la inevitable confrontación con el tipo duro que pronto se convierte en el principal antagonista del grupo. En este sentido hay un subtexto interesante aunque obvio dentro de este subgénero, y que por supuesto tendrá sus repercusiones hasta llegar a un final que, hay que decirlo, me pareció un tanto predecible y fue para mí el único punto flojo de la película. De todas formas, lo más interesante que hace Hyatt está, como decía arriba, en la parte estética; como era de esperarse teniendo en cuenta su pasado técnico, esta es una cinta violenta, agresiva y hecha prácticamente sin efectos digitales más allá de planos de ubicación y transición a la hora de mostrar a los licántropos transformarse. Estos, en cambio, están hechos a base de maquillaje y efectos «reales» dándoles una apariencia de orco imponente y muy efectiva, y la película no duda en mostrarlos cuando es necesario sin exponerlos demasiado.

Aunque sus innovaciones no vayan más allá de su ambientación, la verdad es que Howl es bastante atractiva teniendo en cuenta el panorama desolador de los hombres-lobo en el cine. Quizás no sea tan interesante como Ginger Snaps (2000) o la arriba citada Late Phases, pero si te gustó Dog Soldiers (2002) y como yo quedaste con ganas de esa secuela que nunca se hizo, esta es una que tienes que ver. La mención de esta última película no es casualidad ya que Paul Hyett trabajó en varias ocasiones al lado del director Neil Marshall, y con este su segundo largometraje queda claro que aprendió más de un truco de él.

 

Reseña: Late Phases (2014)

Aquí en Horas de oscuridad llevamos ya un tiempo (uno que coincide más o menos con nuestro escaso ritmo de actualizaciones) metidos en la escena del terror indie, y aunque es cierto que este mundo tiene sus propios lugares comunes y clichés, también es cierto que es donde hemos visto los trabajos de terror más interesantes que nos hemos podido encontrar, trabajos que no sólos se alejan de la medianía del horror mainstream, sino también de la condescendencia a menudo desplegada hacia el fan duro del género. Una de esas películas ha sido precisamente Late Phases (2014), cinta a la que me acerqué debido a haber escuchado muy buenas críticas, pero de la cual lo que realmente me sedujo fue la posibilidad de encontrar una película de hombres lobo destacable. Al final resultó ser más que eso. Al igual que Ginger Snaps (2000), estamos ante una película que utiliza la idea del licántropo para hablar de otra cosa, y lo hace de forma muy efectiva e interesante.

Gran parte del interés que despierta esta obra está en su personaje principal, un malhumorado veterano de guerra entrado en años, ciego y completamente desconectado de sus semejantes (incluyendo si hijo) que se va a vivir a una urbanización para jubilados que de la noche a la mañana comienza a ser víctima de los ataques de un hombre lobo que acaba sin piedad con la vecina del personaje principal. Esto que cuento arriba no está narrado como un misterio: desde el principio tanto el protagonista como el público saben qué es lo que está pasando y la naturaleza exacta del monstruo que está asolando la por otro lado idílica urbanización, y el metraje se va en cómo precisamente nuestro hombre se prepara para desenmascarar a la bestia y destruirla un mes después cuando (muy previsiblemente) venga a por él en lo que será su última batalla.

Esto que acabo de escribir arriba suena muy similar al argumento de la también excelente Bubba Ho-tep (2002), de Don Coscarelli, y la verdad es que ambas cintas tienen mucho en común, no sólo la idea de un antiguo guerrero de avanzada edad enfrentado a lo sobrenatural sino también la idea del rescate de la dignidad en la vejez y el tono lento y sobrio de su metraje, aunque Late Phases no está tan inclinada hacia la comedia. Tampoco se afinca mucho en sus elementos de terror, a decir verdad; las escenas en las que aparece el monstruo son escasas y muy distanciadas entre sí, y el misterio no se trata tanto de quién es el hombre lobo sino por qué mata y qué es lo que se esconde tras la aparentemente apacible vida en esa comunidad de ancianos junto a un bosque. Donde sí destaca la película es en algunas de sus salidas dramáticas, y en este sentido tiene logros muy notables como toda la relación del protagonista con su hijo.

Como decía arriba, me acerqué a Late Phases buscando una cinta de hombres lobo más y quedé muy sorprendido al encontrarme con un argumento muy atractivo y unos personajes más que entrañables. Algunos de los que esperen una película de terror más convencional pueden salir decepcionados con su hincapié en el drama y en el diseño de sus licántropos de orejas puntiagudas, pero es en verdad una película muy buena que queda más que recomendada.

 

Reseña: Wolfcop (2014)

Hay que reconocer al menos las ambiciones de una película como Wolfcop (2014), fácil de despreciar en un primer vistazo pero que sin duda funciona (o intenta funcionar) en varios niveles: por un lado es una evidente comedia de horror sin temor alguno a aprovechar sus limitaciones técnicas, sin llegar a ser completamente irónica pero mostrando un entusiasmo muy similar al que durante años tuvo la Troma Films. Pero por otro lado, esta parodia del cine de licántropos funciona también como un intento de emular el género de superhéroes, ya que es sólo después de haber sido mordido cuando el protagonista, un policía corrupto, inepto y alcohólico, consigue convertirse en el justiciero que su comunidad necesita y obtener la fuerza necesaria para derrotar a una banda de criminales. Esta idea la hace al menos mucho más interesante de lo que se puede intuir por su premisa.

En el apartado de terror, por supuesto, hay muy poco, a pesar de que la película tiene marcadas referencias a clásicos del cine licantrópico como El hombre lobo (1941) o Un hombre lobo americano en Londres (1981), y al igual que estas gran parte del metraje transcurre viendo al protagonista adaptarse a su condición de monstruo. Pero como mencionábamos arriba, lo interesante aquí está en la inversión de roles, ya que lejos de convertirlo en un peligro, la transformación del protagonista saca lo mejor de él. Eso sí, a pesar de su tono abiertamente cómico, la película es muy violenta y su carga de subtexto sexual está muy marcada.

Lo mejor que tiene Wolfcop, sin embargo, es el apartado de comedia. En su mayoría es muy básica, y gran parte de los chistes giran en torno a las bajezas del protagonista tanto antes como después de su transformación, pero tiene momentos muy buenos y tanto el argumento como la ejecución son tan bizarros que la alejan de una comedia convencional. Es conveniente, eso sí, no acercarse con muchas expectativas, ya que ante todo es una película bastante mediana que dista mucho de ser la comedia de licántropos definitiva. De todas formas, la escena después de los créditos promete una secuela que probablemente lleguemos a ver.

 

Reseña: Aullidos 2 (1985)

Hablando de secuelas extrañas, una de las que mejor encaja en dicha definición es esta continuación del clásico de Joe Dante Aullidos (1981), la cual como cosa rara no tiene casi nada que ver en cuanto a estilo con su predecesora a pesar de que de todas las numerosas secuelas de la saga es la única que hace al menos una referencia a la original e intenta tener algún tipo de continuidad. Es también una cinta irremediablemente atada a la estética de su época y que no tarda en rendirse a sus múltiples atributos camp, por lo que aquellos que sólo conozcan la original muy probablemente terminen rechazándola, pero sería un error, y aquí intentaremos explicar por qué.

El prometedor título de Aullidos 2: Stirba, la mujer lobo (1985) debería ser un indicativo muy claro de por dónde va la cosa en esta ocasión. De hecho, el inicio del argumento es tan sólo una excusa para poner la cosa en marcga: el hermano de la protagonista de la primera película conoce a un misterioso cazador de licántropos (glorioso Christopher Lee en un nuevo trabajo alimenticio que revela como pocas cosas el ángulo británico de esta coproducción) que le anima a unirse a un viaje a las remotas tierras de Transilvania para acabar con Stirba, la reina de estas criaturas. Tanto la presencia de Lee como el argumento de corte fantástico-gótico (en contraposición con el ambiente claramente moderno de la película original) revelan a Aullidos 2 como una reinvención de la clásica historia de la condesa Elizabeth Bathory y sobre todo un intento de resucitar el estilo de las antiguas películas de la Hammer por medio de su estética con castillos y pueblos perdidos en parajes remotos de Europa, así como su marcado componente erótico.

Como ya habréis podido adivinar por la imagen que adorna esta reseña, la mayor parte de este erotismo gráfico está en la agradecida presencia de la sex symbol y figura de serie B austríaca Sybil Danning, explotada hasta la saciedad en su faceta de bomba sexual gracias a su muy revelador vestuario y por supuesto dándolo todo en una sobreactuación gloriosa que sin embargo es lo que da a la película gran parte de su encanto particular. De hecho, el principal atractivo que ha pasado a tener Aullidos 2 con el paso del tiempo ha sido gracias a su elenco que incluye auténticas glorias, no sólo Danning y Lee sino también el omnipresente Reb Brown. La presencia de todas estas estrellas eleva de categoría a lo que a todas luces es un guión absurdo que mezcla conceptos ya pasados de moda con una estética pasmosamente eighties, sumada a una estructura de explotación en ocasiones muy evidente como la ya clásica (y gratuita) escena de la orgía de los licántropos o el disfrute sexual de la reina Stirba con sus secuaces. Es curioso también como este personaje se presta a una confusión de términos ya que si bien oficialmente estamos hablando de una cinta de hombres-lobo, hay muchos elementos tomados de la mitología vampírica, no sólo en cuanto al personaje de Stirba sino también en cuanto al énfasis del argumento en el ocultismo o la ambientación en Transilvania.

Y sin embargo ninguna de esas cosas quita que estemos ante una película entrañable y sobre todo muy diferente a lo que se podría esperar. Aquellos que estén esperando una historia seria de hombres-lobo o una continuación digna de la película de Dante mejor será que vayan a otro lado, pero los que dejen un poco de lado sus expectativas se encontrarán ante una de las secuelas más insólitas posibles y una película que hay que ver sin duda. Como ya todos sabéis, la saga de Aullidos tendría varias secuelas más que aunque correctas tomarían un camino mucho más convencional y mucho menos memorable. Esta que tenemos aquí, en cambio, triunfa por méritos propios, ya que a pesar de su desastroso guión, su generalizada incompetencia, sus risibles escenas de miedo y lo descabellado de algunas de sus decisiones estéticas (la banda sonora, el montaje paralelo con escenas de una banda de rock, su arbitrario uso de la música incidental, sus cortinillas, su fascinante vestuario), resulta difícil olvidarla gracias a su desparpajo, el innegable carisma de su elenco y el sex appeal de la que sin duda es la reina de los licántropos de aquí a la eternidad. No es para todo el mundo, pero sí es muy recomendable.

 

Reseña # 499: En compañía de lobos (1984)

Honestamente no me explico cómo es que En compañía de lobos (1984) no está siendo relanzada hoy en día, cuando más que nunca estamos viviendo un auge de la ficción romántica entremezclada con elementos fantásticos, eso que en los anaqueles de la librería cerca de mi casa ha pasado a llamarse «Romantasy» (ojalá me lo estuviese inventando). El caso es que esta película de la que hablamos hoy para conmemorar la tríada de reseñas pentacentenarias es todo lo que historias como Crepúsculo han querido ser pero que no han conseguido plasmar bien: una metáfora acerca del despertar sexual de una jovencita aderezada con elementos fantásticos, en esta ocasión usando la figura del hombre-lobo y al cuento de Caperucita roja como principal eje argumental. Lo cierto además es que este segundo largometraje del siempre interesante director irlandés Neil Jordan es una de las películas de licántropos más conocidas que se han hecho nunca, y una sorprendentemente atesorada por varios de los fanáticos del cine de horror.

Digo sorprendentemente porque la verdad es que no termina de ser del todo una película de miedo sino más bien una fantasía oscura que habla de la pérdida de la inocencia, vista a través de una pesadilla en la que la protagonista se ve a sí misma en una retorcida versión de Caperucita a la que se van sumando otros relatos secundarios que exploran varias historias de licantropía en la cultura popular europea, lo que hace de esta una película muy interesante a nivel argumental y sobre todo más inteligente de lo que cabría suponer a juzgar por su preciosista envoltorio. Pero lo cierto es que es también una cinta difícil de recomendar no sólo porque los elementos de terror sean escasos, sino también porque el auténtico énfasis de la película no está en el argumento sino en el tema y sobre todo en la estética, dotada de una belleza singular que ha sido imitada en otras muestras recientes con intenciones similares aunque mucho peor llevadas a cabo. Esta estética de cuento de hadas de la que hablo choca con algunos elementos bastante grotescos, sobre todo una de las transformaciones licantrópicas más espectaculares que jamás haya visto y que se puede ver en el cartel promocional, sin duda una imagen que sirvió de reclamo a más de uno (incluyéndome en este caso) que pudo haber pensado que vería una película muy distinta a aquello con lo que luego se encontró.

El hecho de que la película deje claro desde el principio que todo se trata de un sueño no hace sino resaltar esa atmósfera surrealista de la que hablábamos anteriormente y que es la que acerca la cinta a los terrenos de la fantasía. Este es uno de los motivos por los cuales no la había reseñado antes a pesar de que es una de las que más me han pedido en los casi ocho años que lleva abierto este blog. Otra razón que tenía para evitarla es que no tenía un buen recuerdo de ella y de hecho no la había visto desde que era mucho más joven, con lo que no había sabido apreciar varias de sus fortalezas que ahora se me hacen evidentes. Ahora pienso incluso que todo fanático del cine de terror debería verla, aunque para ello se haga necesario un cambio de mentalidad que vea en el cine de miedo no únicamente la búsqueda por parte del público de la reacción emocional del terror (algo meramente subjetivo) sino también el reconocimiento de ciertos arquetipos culturales basados en lo desconocido y que son explotados en una pieza narrativa tal como la idea del licántropo es explotada aquí.

En definitiva, una excelente película que trasciende la idea del género que toca y construye un relato fascinantemente freudiano acerca de lo que vendría siendo la verdadera moraleja del cuento de Caperucita, que no es otra que la de advertir a las jovencitas guapas del peligro de los apuestos y viriles desconocidos que puedan encontrarse por el camino. Hablando de jovencitas guapas, la verdad es que volviendo a ver la cinta he vuelto a quedar perdidamente enamorado de su protagonista, Sarah Patterson, la cual misteriosamente desapareció de la actuación poco tiempo después y no ha vuelto a salir en nada salvo un par de producciones independientes. En toco caso, y para aquellos que quieran echar un vistazo a cine de terror basado en cuentos infantiles pero con cierta carga de ambición, En compañía de lobos es una de las mejores opciones a tener en cuenta, y al menos una película de licántropos muy singular que huye de las clasificaciones fáciles. Muy recomendable.

Reseña: Underworld: Awakening (2012)

La guerra entre licántropos y vampiros continua en Underworld: Awakening (2012), cuarta entrega de una saga que religiosamente regresa a las carteleras cada tres años. Esta de hoy no la vi en cines a pesar de que tenía algunos detalles que me interesaban, principalmente el regreso de Kate Beckinsale (hermosa como siempre) como protagonista después de una ausencia que tuvo como resultado la supérflua precuela del 2009. Len Wiseman, sin embargo, no dirige esta vez y se limita a escribir el guión y producir este vehículo de lucimiento para su esposa, cediendo las laboras de dirección a los cineastas suecos Måns Mårlind y Björn Stein.

No sé si la ausencia de Wiseman es el motivo, pero lo cierto es que esta entrega de Underworld, con todo y que es la secuela que la segunda debió haber tenido en su momento, se siente muy diferente al resto de la saga. Si bien se mantienen detalles superficiales como la fotografía negro/blanco/azul y las obligadas acrobacias tipo Matrix, esta cuarta parte se apoya mucho más en la acción pura y dura y deja bastante de lado toda la parte argumental reduciéndola a una trama muy sencilla que debo decir comienza muy bien, con un excelente recuento de los humanos declarando guerra abierta tanto a vampiros como a licántropos, casi exterminando a dichas razas. El «despertar» del personaje de Selene en los laboratorios de una maligna corporación dedicada a hacer con ella experimentos clandestinos es también un bastante obvio intento por seguir, al menos en parte, el camino trazado por las películas de Resident Evil, ante las que se alza una inevitable comparación no sólo en el componente de acción descabellada y poderío femenino sino también en el uso del 3D y el mayor hincapié en la sangre y la violencia desmedida. Es con toda seguridad la entrega más violenta de Underworld hasta la fecha.

Dicho esto, e incluso sin tener en cuenta que nunca he sido realmente un entusiasta de esta saga, hay que decir que es también la entrega que se siente más disparatada a nivel argumental y sin duda alguna menos cuidada como película que las tres anteriores. Parece haber en el argumento una extraña intención de devolver la línea argumental a sus inicios, cuando Underworld era simplemente una historia de licántropos contra vampiros, y este objetivo se lleva a cabo aún a costa de cargarse gran parte de los aciertos conseguidos con anterioridad. Más que tres, al ver la cinta me ha dado la impresión que habían pasado al menos veinte años desde la última entrega, a juzgar por la forma como se despachaba por completo todo lo anterior. Sólo así me explico la aparición de una camada de vampiros completamente nueva, la inclusión de una niña alrededor de la cual gira toda la trama pero a la cual nunca se le da un nombre, la inusitada crueldad del personaje de Kate Beckinsale (inédita hasta ahora en la saga) y la inexplicable ausencia del personaje de Scott Speedman, cuya cara incluso llegan a superponer digitalmente en el cuerpo de otro actor durante el prólogo (¡!).

Todos estos detalles ayudan a que Underworld: Awakening se sienta un poco fuera de lugar en la saga, con un tono bastante diferente a pesar de contar con los mismos actores. En cierta medida, es algo similar a lo que pasó con otras franquicias cinematográficas de éxito como La momia o Piratas del Caribe. Encima lo que nos han traído esta vez está rematado con un argumento débil que comete aciertos superficiales (ese nuevo monstruo…) pero que por otro lado tiene giros argumentales inexplicables y momentos francamente vergonzosos que se convierten con facilidad en comedia involuntaria. Con todo y eso, como película de acción es aceptable hasta el punto de hacerme querer revisar de nuevo las dos primeras entregas de la saga. A lo mejor después de todo el tiempo que ha transcurrido logro apreciarlas de forma distinta.

 

Reseña: Caperucita roja (2011)

No exageran aquellos que dicen que Caperucita roja (2011) es el primer clon “oficial” de Crepúsculo (2008), algo que va mucho más allá del hecho fortuito de que la directora sea Catherine Hardwicke, la misma que nos trajo en su momento la famosa saga de películas de romance vampírico adolescente. Pues bien, esta adaptación bastante libre (por decir algo) del cuento recopilado por los hermanos Grimm viene efectivamente a llenar un vacío que aquella historia de amor y chupasangres ha dejado, puesto que las semejanzas estilísticas son demasiadas para creer en la casualidad. Aunque debo decir que a pesar de la casi unanimidad de críticas negativas que ha recibido, esta película de la que hablamos hoy hace al menos un intento un tanto mayor por ser realmente una historia de terror, lo bastante para que le dediquemos unas líneas.

Decíamos arriba lo de adaptación libre en el sentido más literal de la palabra; lo cierto es que esta Caperucita roja tiene poco que ver argumentalmente hablando con el relato original, aunque sí se nota que tanto la directora Hardwicke como el guionista David Johnson (responsable del guión de La huérfana (2009), lo que en esta casa da caché) sí muestran un interés claro en explorar el lado perverso de la historia dejando entrever el subtexto erótico-agresivo del relato original y al mismo tiempo evidenciando un sinfín de referencias a otros cuentos de hadas en los que los lobos son los protagonistas, algo que se nota desde el nada casual nombre del prota masculino (Peter) hasta un personaje haciendo una parodia de “Los tres cerditos”.

Pero esta es ante todo una historia de terror, por lo que la película muy pronto se encarga de mostrarnos aquello que ya anunciaba el trailer: que el supuesto lobo que asola la aldea de la joven Valerie (una bellísima Amanda Seyfried) es en realidad un licántropo que ha pasado a tener una muy malsana fijación con ella, lo que provoca la intervención de un grupo de cazadores de brujas liderados por un inquisidor que no piensa dejar escapar al monstruo con vida. El problema en todo caso es que la historia del guión original ha terminado por ser alterada para satisfacer las intenciones del público hacia el cual va dirigido; Caperucita roja intenta ser no sólo un cuento de hadas y una historia de terror sino también un misterio de baratillo y, sobre todo, un romance adolescente destinado a hacer suspirar a la fanaticada femenina de Crepúsculo. Tal mezcla de géneros no está lo que se dice muy bien llevada, sobre todo las escenas románticas, las cuales se notan incluso más artificiales que los cursis decorados que componen la película, increíblemente falsos más allá de su estética preciosista y bucólica. Todo el aspecto romántico de la cinta está tan mal hecho que por momentos parece una parodia. El lado del “misterio” (básicamente, quién es el hombre lobo) tampoco está mucho mejor porque la película no hace sino tirar pistas falsas en un intento de parecer más lista de lo que es y fingir al menos por un momento que esta no es una orgía camp de lo más sonrojante en ocasiones, tomándose en serio un tono que en muchas ocasiones mueve a la risa. Únicamente Gary Oldman en el papel del inquisidor parece saber en qué clase de película está, y lo demuestra con una gloriosa sobreactuación que sorprende por lo caricaturesca, con su terrible villano de fina barba, uñas postizas de plata y guardaespaldas multiculturales.

Todo esto al final termina siendo una lástima porque Caperucita roja es al menos en su concepción una película mucho más interesante de lo que pintaba en su momento Crepúsculo, y si falla es precisamente por su insistencia en emular a esta a través de un triángulo amoroso plagado de clichés entre los que destaca el ofensivo estereotipo de la niña guapa enamorada perdidamente del “chico malo” mientras que da esquinazo al guaperas decente. De haber desechado este ángulo y concentrarse en el lado perverso del argumento (algo insinuado muchas veces durante el metraje) habríamos tenido lo que en un principio parecía prometer y que sólo logra a medias: un cuento de hadas oscuro que devolviese al menos en parte el auténtico legado de horror que los hermanos Grimm quisieron dejarnos. Si queréis algo de eso, yo recomendaría que os acercarais mejor a Blancanieves: la verdadera historia (1997), una película con Sigourney Weaver que a pesar de haber sido hecha para la televisión está mucho mejor que esta, tanto que os prometo será la próxima reseña.

 

Reseña: El hombre lobo (2010)

Así que finalmente, después de varios retrasos, por fin se ha estrenado El hombre lobo (2010). Tengan en cuenta que esta reseña está escrita muy poco tiempo después de ver la película así que sólo iré soltando unas cuantas ideas prematuras, aparte de que por la naturaleza de la historia es probable que haya uno que otro spoiler, aunque intentaré que sean pocos y sin importancia. En fin, como todos saben ya, El hombre lobo es un remake del clásico de Universal, estrenado en 1941 con Lon Chaney Jr. como protagonista. La idea de la que parte esta nueva versión (con Benicio del Toro como la bestia) es bastante similar: cuenta la historia de un hombre que viaja a Inglaterra tras la muerte de su hermano y es atacado por un licántropo, con el consecuente peligro para aquellos que le rodean.

He de decir que, en la película original, la muerte del hermano era un hecho apenas mencionado pero en este remake se convierte en la base del argumento y de un misterio que oculta una terrible maldición familiar. Esto es algo que de entrada me gusta, ya que es un hecho que siempre consideré estaba insinuado en el original pero que nunca se había explorado. El problema, y eso es algo que han señalado muchos de los que han visto la película, es que dicho misterio es demasiado sencillo y predecible hasta el punto de que cualquiera lo podrá pillar ya desde el principio, por lo que el énfasis de la película en el argumento no se ve recompensado con una historia tan interesante. Esto es una lástima porque se nota bastante que esta nueva versión de El hombre lobo intenta ser la película de licántropos definitiva; aparte de la cinta original de 1941, esta película es también un remake de las otras dos cintas de Universal dedicadas a esta criatura: El hombre lobo de Londres (1935), de Stuart Walker y Un hombre lobo americano en Londres (1981) de John Landis. Esto último es tremendamente evidente ya que hay situaciones dramáticas, giros argumentales y líneas de diálogos idénticas a las de estas dos cintas.

Ahora, una de las cosas que más se ha destacado de la película es su estética, pero incluso en esta hay algo que no termina de funcionar: el look victoriano de la cinta está ciertamente muy bien conseguido, pero choca frontalmente con el estilo que se ha empleado a la hora de rodar la película. La combinación de esta estética de period piece suntuoso y oscuro con cortes ultra-rápidos, extravagancias CGI y trucos visuales modernos me resulta extremadamente rara. Quizás esto sea una impresión completamente subjetiva, pero nunca pude desprenderme de la sensación de que la película era visualmente incoherente a pesar de tener momentos y planos de una belleza considerable. Y hablando de belleza, la británica Emily Blunt (el infaltable love interest del prota) es probablemente la que más me ha convencido en cuanto a actuación. El trío Del Toro/Hopkins/Weaving parecía estar ocupado en una competencia para ver cual de los tres sobreactuaba más. Este último detalle, sin embargo, tampoco es que me molestara tanto.

Todo esto ayuda a la idea de que el principal problema de El hombre lobo yace en la diferencia que hay entre las intenciones «serias» de este remake y su resultado final. Si la reducimos a sus componentes más básicos, la original era, después de todo, poco más que una película de serie B con una historia muy sencilla que aquí probablemente se haya inflado más de la cuenta para contar una trama de odios y rencores familiares demasiado simple y algo risible. Pero además, creo que esta nueva versión está algo confundida, como si no pudiese decidirse entre intentar hacer una pieza de época extravagante como el Drácula de Coppola o el Frankenstein de Brannagh o, por el contrario, una reinvindicación pop del monstruo que le toca. Quien sí parece tener las ideas muy claras es el (como siempre) genial Rick Baker, cuyo diseño del monstruo es no solamente espectacular sino también perfectamente coherente con la idea original acerca de la línea difusa que separa al hombre de la bestia. Del resto, esta película está más cerca del Hulk (2003) de Ang Lee que de la edad de oro de los monstruos de Universal. Eso seguro.

 

Reseña: Underworld: Rise of the Lycans (2009)

Al igual que con la saga de Star Wars, cada película de la trilogía de Underworld se ha estrenado tres años después de la anterior, y su historial ciertamente no le favorece. Tanto Underworld (2003) como Underworld: Evolution (2006) resultaron ser estrenos bastante lamentables: el primero, un pastiche de vampiros de la era post-Matrix; el segundo, una persecución de hora y media cuya experiencia era más parecida a mirar un videojuego que a ver una película. Ambas, si bien resultaron ser cintas con una estética atractiva (sobre todo la primera), tenían su mayor problema en la presentación de una historia excesivamente rebuscada que en ocasiones se hacía incoherente y confusa.

Este es un detalle que, por fortuna, han solventado en Underworld: Rise of the Lycans (2009), que posee una trama bastante sencilla que por desgracia no puede ocultar su condición de una de las precuelas más inútiles e innecesarias de todos los tiempos, y es que no hay absolutamente nada en esta película que no se nos haya contado ya en las entregas anteriores. La historia de amor entre el licántropo Lucian y la vampira Sonia es tan superflua e intrascendente que no puede interesar a nadie, sobre todo teniendo en cuenta que Underworld: Evolution tenía un final abierto que dejaba el camino libre para una secuela que finalmente no se llegó a hacer debido a la negativa por parte de Kate Beckinsale de retomar su papel. Es esta la única razón que se me ocurre para haber rodado esta «historia de orígenes» que en el fondo nadie pidió.

Sabiendo esto, es probable que aquellos que gustaron de las dos cintas originales encuentren virtudes en esta tercera, aunque sea por el hecho de que se repiten varios de los elementos que hicieron famosa la saga en primer lugar, especialmente esa elaborada fotografía blanco-negro-azul en la que se mueven los personajes. La ambientación «medieval» es de hecho lo único nuevo, con lo que la película pierde las escenas de tiroteos de la primera entrega para abrazar de forma entusiasta esa estética rollo El señor de los anillos (y es que la sombra de Tolkien es muy alargada), algo que se nota en la pinta evidentemente élfica de unos guerreros vampiros que para colmo siguen sin comportarse como vampiros. El empleo de la ambientación de época es asimismo ingenuo, más coherente con series como Xena, princesa guerrera, pero dotada al mismo tiempo de una absurda solemnidad que en ocasiones da bastante pena.

Algunos de los momentos más tristes vienen por culpa del elenco. El actor Michael Sheen, que interpreta a Lucian, no tiene ni de lejos el carisma necesario para ser el prota, y Rhona Mitra está criminalmente desaprovechada en su papel, con lo que el único que puede lucirse es el incombustible Bill Nighy, que gesticula como un poseso a través de los poco más de noventa minutos que dura la película. Con un rodaje de escenas de acción lamentable, una escena de sexo penosa y una de las historias más desganadas de los últimos años, esta tercera y hasta la fecha última entrega de Underworld ha conseguido, sin embargo, algo que parecía imposible: hacerme mirar con buenos ojos la primera parte de la saga. Prescindible como pocas hasta ahora.