Tras una pausa de cuatro años desde la última entrega, la guerra entre los vampiros y los licántropos continúa en Underworld: Blood Wars (2016), y tal como comentábamos en aquella ocasión, parece haber cierta intención de volver a la «sencillez» inicial de la primera entrega a la vez que se amplía la mitología de unos seres que poco tienen que ver con el imaginario terrorífico que nos hemos construido. Esta vez, Selene y su nuevo compañero David se enfrentan a un nuevo líder del clan de licántropos, así como a una conspiración dentro de las propias filas de los vampiros, que desean más que nada aprovechar la sangre híbrida de nuestra protagonista para adquirir nuevos poderes y vencer finalmente a sus rivales.
Lo directo y básico de su premisa ha traído sus consecuencias, ya que no solamente parecemos haber abandonado (temporalmente al menos) la subtrama de la hija de Selene sino también gran parte del discurso de lucha de clases licántropo/vampiro que parecía ser hasta ahora la esencia del universo de Underworld. Esa misma sencillez argumental y estética ha sido en cambio puesta al servicio de la que probablemente sea una de las entregas más flojas de una saga que parece haber perdido por completo su rumbo, sin poder decidirse por el camino que realmente desea seguir. En este sentido, se trata de una película hecha a las patadas y durante la cual se lanzan a la pantalla ideas que podrían haber sido perfectamente tratadas por separado en dos o tres películas distintas. Incluso la presencia de Kate Beckinsale se hace algo extraña ya que su personaje de Selene no parece tener tanta importancia como en las entregas anteriores y en ocasiones pareciera anticipar una especie de transición hacia otros protagonistas y otra historia completamente distinta de la que nunca se nos dice mucho, como tampoco se nos dice de los nuevos elementos introducidos en la historia tales como el clan de vampiros nórdicos o los súbitos cambios en las reglas del juego presentadas en la trama, que se contradice a sí misma numerosas veces en cuanto a qué es lo que los vampiros desean de Selene (¿es su sangre o la de su hija?) o el nivel de amenaza que representan realmente los lycan.
Otra cosa curiosa del argumento es que si bien se mantienen los aspectos más superficiales de la saga como su acción hiperbólica y su lavada fotografía blanco/negro/azul, todo se siente muy distinto, más enfocado hacia la fantasía y menos hacia su imaginario de terror. Esto último se hace evidente no solo en el hecho de haber recibido una clasificación por edades de 16 en Reino Unido (más que los 12 de la entrega anterior, pero sin llegar a los 18 de las primeras tres cintas de la saga), sino también en que nunca vemos a estos vampiros comportarse realmente como vampiros. Esto muy probablemente se deba al hecho de que a excepción de la primera Underworld (2003), la saga nunca ha tenido personajes completamente humanos, pero es otra muestra de esa ligereza general que parece afectarla cada vez más.
Tal como decía en otra ocasión, estas últimas entregas de la saga de Underworld me han hecho considerar que quizás fui demasiado duro con la original del 2003, y de hecho tengo ganas de volver a verla aunque sea para ver que tal se sostiene porque al menos recuerdo que tenía aspectos atractivos a nivel de estética que estas continuaciones han ido relajando cada vez más. De momento, al parecer esto no se ha acabado ya que incluso el final augura una continuación que el propio Len Wiseman ha confirmado, contando una vez más con Kate Beckinsale como la incombustible vampira Selene. Habrá que verlo, pero la verdad no es algo que me interese demasiado.