Reseña: Cuento de Navidad (2006)

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Nuestra trilogía decembrina de este año cierra con una entrada que debería haber caído por aquí hace mucho tiempo, en los inicios mismos de este blog. El telefilme Cuento de Navidad (2006), sexta y última de aquellas Películas para no dormir que produjo Narciso Ibañez Serrador a mediados de los dos mil (y de las cuales todavía nos queda una por reseñar) es una que además ha crecido en mi recuerdo con el pasar de los años, y un nuevo visionado reciente me ha servido para darme cuenta no sólo de que estamos ante la que con toda seguridad es la mejor de su particular ciclo, sino también ante uno de los mejores trabajos del director Paco Plaza. Es una película que además engaña al público tentándole con la carnada de la nostalgia facilona de los ochenta para luego adoptar un tono y contexto oscuro y violento que poco tiene que ver con la Navidad pero que aún así no pierde en ningún momento su perspectiva infantil.

Esta perspectiva a la que me refiero es porque, como todos sabemos, la película está ambientada en un pueblo costero en la España de los ochenta y protagonizada por un grupo de niños que descubren en un agujero en medio del bosque a una ladrona de bancos vestida de Papá Noel, a la que torturan y maltratan para intentar localizar el dinero que ha robado. Esta premisa de la que parte todo es interesante no sólo por mostrar el siempre efectivo tabú de la crueldad infantil sino también porque representa un giro tremendo con unos chavales que en las primeras escenas constituían una referencia a los Goonies y al Equipo A y que terminan viviendo su propia aventura pero como villanos, todo de una forma muy grotesca y malsana pero también muy efectiva y por momentos genuinamente desagradable.

El tono infantil se mantiene también no sólo a través del ambiente desfasado de «veraneo» o la batería de referencias a los años ochenta que hay (sobre todo la secuencia inicial) sino en detalles estéticos como el hecho de que, salvo la ladrona, nunca vemos la cara de ningún personaje adulto, lo que mantiene a los niños de protagonistas. Y lo mejor de todo es que en ningún momento se siente condescendiente hacia los críos, ni siquiera durante el clímax de persecución, que es el único momento en que la película parece bajar la guardia en cuanto a su oscuridad a la hora de intercalar la violencia con momentos de humor hechos a costa de su antagonista y que se ven de repente truncados por un desenlace oscuro y siniestro que francamente no me esperaba y que le sienta de maravilla al relato.

El experimento de Ibáñez Serrador con Películas para no dormir no terminó lo que se dice demasiado bien ya que no tuvo continuidad ni ayudó particularmente a impulsar las carreras de los directores en él involucrados, pero ahora, doce años después de su estreno, Cuento de Navidad merece convertirse en un ejemplo de un relato de terror sencillo pero efectivo, y sobre todo un nuevo clásico navideño sumamente cruel que merece mucho la pena. Como propósito para el Nuevo Año prometo ponerme al día y reseñar el último de estos seis telefilmes que nos queda por visitar, así que si no los habéis visto ya tenéis algo que hacer.

Reseña: Regreso a Moira (2006)

La cuarta entrega de las Películas para no dormir cae sobre el regazo de Mateo Gil, guionista habitual de Alejandro Amenábar y que realiza con Regreso a Moira (2006) su primera incursión como director en el género de terror. Sin embargo, justo es decir que su capítulo es, en gran parte, un melodrama acerca del despertar sexual de un joven de pueblo en la España del franquismo, y es sólo al final cuando ocurre un desenlace que coloca a la historia en las lindes de la narrativa de miedo.

Esta diferencia se percibe en la manera como la historia se va contando a dos bandas: la película abre con la figura de Tomás, un escritor que ha vivido en un exilio personal desde que abandonara España hace más de cuarenta años, y que un día, tras la inesperada muerte de su esposa, recibe una carta del Tarot que sólo pudo haberle enviado una persona: Moira, la mujer de la que estuvo enamorado siendo apenas un muchacho y de la cual sólo sabemos que lleva muerta más de cuatro décadas. Tomás decide, ante este extraño hecho, regresar a España y a su pueblo natal para enfrentarse finalmente a su propio pasado y al fuerte remordimiento que al parecer fue la causa de su fuga.

Esta historia se va entrelazando con una serie de flashbacks a través de los cuales vemos a Tomás en sus años mozos, cuando conoce a Moira y comienza con ella una relación amorosa que poco a poco se convierte en obsesión ante todo el misterio que rodea la vida de esta bella mujer, que vive aislada y odiada por todo el pueblo, en medio de acusaciones de brujería. Estos saltos al pasado constituyen el grueso de la historia, y la verdad, no son nada que no hayamos visto antes. La relación de Tomás con sus amigos pasa por todos los clichés típicos de la «madurez» de los adolescentes varones, y la historia misma de una mujer que resulta ser una bomba sexual en medio de un pueblo atrasado de la Europa mediterránea (y que termina revelando la absoluta barbarie de una sociedad de viejas beatas y hombres rústicos) es una trama que hemos visto literalmente cientos de veces. Si se salva es precisamente por la presencia de Natalia Millán, quien es más que correcta como Moira en su efectiva mezcla de sensualidad enigmática. Por desgracia, la elección del inexpresivo Juan José Ballesta como el joven Tomás es bastante desafortunada, ya que nunca pude superar la sensación de que aquel muchacho era un perfecto imbécil.

La otra historia, aquella en la que un Tomás viejo regresa al pueblo (y a Moira) es, por el contrario, excelente, y acapara por sí sola toda la tensión y el misterio que rodea el delicado halo sobrenatural de la trama. Casi todos los aspectos terroríficos de Regreso a Moira están concentrados aquí, desde las visiones fantasmagóricas de Tomás hasta el miedo que siente al visitar los antiguos espacios de su juventud, especialmente la abandonada casa de su antigua amante, que permanece como un ruinoso cáncer enclavado en el corazón de un pueblo que crece gracias al progreso. El final es, asimismo, lo mejor, y lo único que coloca a este episodio de las Películas para no dormir en el género al cual supuestamente pertenece.

Si toda la cinta hubiese tenido esta contundencia, sin duda tendríamos una valoración mucho más positiva. Sin embargo, este melodrama de Mateo Gil se queda como un producto correcto, pero poco más si lo comparamos con los primeros capítulos de la serie.

 

Reseña: La culpa (2006)

La culpa (2006), tercera de las Películas para no dormir, era sin duda alguna la más esperada, ya que marcaba el regreso a la dirección de Narciso Ibáñez Serrador, cuya corta filmografía, compuesta por La residencia (1965) y ¿Quién puede matar a un niño? (1976), supone no sólo dos excelentes películas, sino dos de las mejores producciones de terror jamás realizadas en España. Por desgracia, Los más de veinte años en los que Chicho se ha mantenido alejado de las cámaras no parecen haber pasado en balde, ya que su episodio particular resulta el más flojo de toda esta propuesta televisiva.

Participando de la influencia de su propia filmografía, el capítulo de Ibáñez Serrador se sitúa en la España de principios de los setenta, centrándose en Gloria, madre soltera y enfermera sub-empleada que acepta la ayuda de una amiga que le ofrece trabajo y sitio donde vivir en la enorme y antigua casa donde tiene su consulta privada.

No pasa mucho tiempo, sin embargo, antes de que Gloria se de cuenta de que no todo es tan bonito como parece: en primer lugar, los continuos avances sexuales de su amiga le hacen darse cuenta de que su ayuda no es del todo desinteresada, y la famosa consulta privada que tiene lugar en la enorme y vieja casona es, en la práctica, una clínica de abortos clandestina. A eso hay que sumar la inquietante presencia de un desván polvoriento (al que su pequeña hija parece sentirse muy atraída) y una misteriosa puerta en las escaleras que constantemente lucha por abrirse. Todos estos elementos construyen un misterio que, por desgracia, no lleva a ninguna parte, ya que al final, cuando el meollo de la historia es finalmente revelado, descubrimos que todos aquellos detalles que constituían la mayor tensión del relato son en realidad meros adornos que absolutamente nada tienen que ver con el misterio principal.

Esto resulta especialmente doloroso en el caso de personajes y situaciones inquietantes pero que no vienen al cuento, como las constantes llamadas telefónicas que recibe Ana (la benefectora de Gloria) y, sobre todo, las viejas vecinas de aquella enorme casa, elementos completamentre desaprovechados y que parecen estar diseñados únicamente para distraer nuestra atención y pensar que la historia va por otros derroteros. Además, tal como ocurría en La residencia, la súbita llegada de un crimen revela casi por completo el final, ya que deja pocas explicaciones posibles, lo que no impide que aún así el episodio trate de llevarnos por senderos que finalmente no conducen a sitio alguno.

Y aunque en la primera hora de metraje no pasa literalmente nada, el final es sin duda lo más terrible de todo, abrupto, inverosímil y sobre todo con una carga moralista demasiado evidente (aunque no tan sorprendente si se pone atención al título). No cabe duda de que Chicho sabe utilizar muy bien elementos mínimos (los mayores miedos provienen de aquello que no vemos, como una cajita cerrada o una pequeña cuna cubierta con una manta) pero desde el momento en que se hace obvio que dichos recursos no son más que una mera distracción para que no veamos un pobre resultado final, no nos queda más remedio que sufrir por la decepción causada por un episodio del que se esperaba más, pero que mucho más.

 

Reseña: Para entrar a vivir (2006)

La segunda de las Películas para no dormir corre a cargo de Jaume Balagueró, y lo primero que se puede decir de ella es que representa un cambio notable dentro de lo que es su filmografía, una cinta que se aleja bastante del terreno que ya tiene conocido. Con esto quiero decir que en Para entrar a vivir (2006) no hay niños chungos, ni sectas demoníacas ni tampoco una fotografía bañada constantemente en azul. Ni siquiera hay un componente sobrenatural. Se trata de un survival horror de lo más setentero, hecho en la línea de películas como Toolbox Murders (1978) o Trampa para turistas (1979). No ha de extrañarnos esto, ya que este género está bastante de moda hoy en día. Lo sorprendente es que sea aquí en España donde se geste una cinta de terror casi sin ninguna pretensión autoril, y que el responsable sea un director que, a diferencia de muchos, sí puede presumir de cierta trayectoria (1).

Para entrar a vivir comienza con una joven pareja que visita un piso en venta en un ruinoso edificio de las afueras. Desde el momento en que llegan a aquella urbanización decadente y abandonada de la mano de Dios, ya se sabe que algo irá mal, y efectivamente, aquello que en un principio parecía una visita inmobiliaria cualquiera se convierte en una trampa mortal, en la que todo el edificio se convierte en una ratonera donde la pareja debe enfrentarse a un asesino que pretende convertirlos en parte de su colección personal.

Aparte de alejarse de sus temáticas frecuentes, Balagueró parece realizar acá un trabajo meramente artesanal, reduciendo toda la trama a un espacio cerrado que a través de interesantes recursos estéticos (una lluvia constante, muebles destartalados y paredes estrechas) se transforma en un auténtico laberinto. La tensión creada por el director es constante, y la situación en la que se encuentran los protagonistas adquiere los tintes de una histérica pesadilla. Tal como en el episodio anterior, cualquier revelación final es secundaria ante la desesperación y el mal rollo que crea este curioso juego de gato y ratón, desprovisto por completo de los aderezos «intelectuales» que han debilitado el cine de Balagueró en obras anteriores. Esto es tan evidente, que incluso nos sentimos dispuestos a pasar por alto las no siempre efectivas actuaciones de sus protagonistas, como un Adrià Collado bastante soso en su papel de víctima y una Macarena Gómez que lo compensa llegando a los límites de la capacidad pulmonar humana a base de grito pelado.

En definitiva, esta segunda entrega es diametralmente opuesta a su predecesora, pero no queda eclipasada en su tremenda efectividad. Es un slasher que va a por todas, y aunque no tiene un despliegue gore tan fastuoso como muchos de sus congéneros, sí les da pelea en cuanto al estado de constante tensión a la que nos somete. Entre sus defectos yo señalaría (como dije antes) ciertos desaciertos por parte de sus actores, y sobre todo, unos infames títulos de crédito iniciales, colocados en el peor lugar posible y de una forma casi intromisiva. Del resto, es una lástima que esta pequeña joya haya quedado relegada al mercado de alquiler, porque definitivamente se merece un destino y una difusión mucho mejor (2). Películas como estas que estamos tocando son, en definitiva, las que necesitamos en este país. Las entregas de Mateo Gil y Narciso Ibañez Serrador estarán en los videoclubs a finales de este mes. Estaremos vigilantes y esperando que el ejemplo cunda.

 

(1) Me refiero aquí a películas como Hipnos (2004) o Ausentes (2005), en las que se nota una pretensión pedante por parte de los directores de querer hacer más que una «simple y vulgar peli de miedo», como si les diera vergüenza su propio trabajo y quisiesen inflarlo con delirios de grandeza. Pues bien, vergüenza es precisamente algo que un cineasta de género no puede tener, y en las películas antes citadas se nota por qué.

(2) Que suerte tuvo John Trent de haberla visto en una sala de cine. Por cierto, aprovecho para darle las gracias por esta recomendación.

Reseña: La habitación del niño (2006)

El hecho de no haber crecido en este país me impide apreciar el valor histórico de Historias para no dormir, la serie de Narciso Ibáñez-Serrador que hoy en día permanece desterrada en el horario noctámbulo de algunos canales privados. Aún así, la creación de las seis Películas para no dormir supone una de las propuestas más interesantes dentro del panorama del cine de terror español actual. Es una lástima, sin embargo, que la miopía de los responsables de Tele5 haya decidido al final despreciar la transmisión de estas películas, relegándolas al mercado de alquiler de DVD.

Tomando como antecedente inmediato el éxito en Estados Unidos de Masters of Horror, los seis capítulos de Películas para no dormir consisten en distintas muestras de cine de terror a cargo de un igual número de directores españoles, algunos de ellos ya experimentados en el género, y otros menos. Ha querido la suerte, en esta ocasión, que el primer capítulo quede en manos de Alex de la Iglesia, indiscutible director de culto y el único de los seis que goza de gran prestigio al otro lado del charco (esto lo digo con conocimiento de causa). Su episodio, titulado La habitación del niño (2006) resulta una más que correcta contribución al género de terror en este país, aún cuando se trata indudablemente de un producto atípico en su filmografía.

De lo que también se trata esta película es de un ejemplo contundente de lo que significa meter miedo a través de esquemas ya conocidos pero no por eso menos efectivos. Comenzando como una simple historia de fantasmas, La habitación del niño parte de la ya conocida situación de una pareja joven que se muda a la casa de sus sueños, una gran mansión en una zona pija de Madrid que han podido adquirir a precio de gallina flaca. Una vez allí, la tranquilidad de los jóvenes esposos es interrumpida por unos ruidos extraños provenientes de la habitación de su bebé: a través de un escuchador, los angustiados padre escuchan la voz de otra persona en el cuarto del pequeño, a pesar de que las posteriores investigaciones no dejan entrever la presencia de nadie.

Al principio, el padre de la familia (principal atormentando de esta nueva situación), se angustia ante la posibilidad de un extraño forzando la entrada a su domicilio, lo que da pie a una muy real demostración de paranoia ante los desconocidos y del nada desdeñable miedo urbano a la delincuencia. Sin embargo, cuando finalmente el fenómeno comienza a adquirir tintes sobrenaturales, la historia nos mete de lleno en una trama de espíritus, mundos paralelos y trastornos personales, unidos a la inquietante historia de aquella casa. En realidad, mientras menos se sepa de la trama mejor, tan sólo es necesario decir que la historia toma giros realmente interesantes, y si bien es probable que su twist final sea bastante cantado, no es este el punto principal de la película.

Una queja, sin embargo, de este capítulo es que el estilo característico de Alex de la Iglesia está bastante diluido, ya que salvo ocasiones muy puntuales (y la aparición de Sancho Gracia y Terele Pávez en dos pequeños papeles), no se aprecia por ningún lado el corrosivo humor negro del gordito de Bilbao. Probablemente sea este su trabajo más «serio» hasta la fecha, pero al menos una cosa es evidente: De la Iglesia es un director que conoce el género fantástico al dedillo sabe meternos en la historia, respetando el espíritu de la serie que da origen a esta película y sin perder la oportunidad de lanzar varios guiños a obras maestras del horror de los fantasmas «domésticos». Eso, unido al nihilismo de su desenlance, causa que La habitación del niño sea una muy agradable sorpresa. Si así comienza esta primera tanda de las Películas para no dormir, no nos queda más que dar la bienvenida a lo que promete ser toda una referencia del horror español, muy por encima de la mayoría de los productos nacionales destinados a las salas de cine. De momento, esperaremos a que caiga el segundo episodio, encargado a Jaume Balagueró. Entretanto, el visionado de esta pieza de Alex de la Iglesia es, en mi opinión, una decisión acertada.