Reseña: To All a Goodnight (1980)

Abrimos la ya habitual tríada de reseñas de terror navideño viajando al pasado, en concreto al año 1980, para revisar To All a Good Night (1980), un ampliamente conocido ejemplo de slasher temprano que es famoso no tanto por la película en sí sino por haber anticipado muchos de los elementos recurrentes que este subgénero mostraría a lo largo de su edad de oro, que coincide con los primeros años de la década de su estreno. Por mi parte nunca la había visto y aunque no me pareció muy buena sí reconozco que en su contexto tiene algunas cosas valiosas que veríamos una y otra vez en películas mucho mejores.

Esta de la que hablamos hoy comienza con un grupo de chicas en una residencia universitaria que se quedan solas durante Navidad y aprovechan para meter a un grupo de chicos con los que pasar unos días de desenfreno, con la casualidad de que también parecen haber llamado la atención de un psicópata vestido de Papá Noel relacionado, por lo visto, con una trágica muerte ocurrida en la misma residencia varios años atrás. Este argumento, en muchos sentidos calcado de la película de Bob Clark Black Christmas (1974), es sin embargo solo el punto de partida: el verdadero foco de la cinta está en una continua muestra en gran parte gratuita de violencia y sexo con algunas escenas gore y un misterio bastante torpe en cuanto a la identidad del asesino.

El énfasis en el whodunit, el elenco juvenil y las elaboradas escenas de muerte son lo que conforma el principal interés histórico de la cinta al enlazarla no solo con la arriba citada película de Bob Clark sino también (como muchos habrán adivinado ya) con la Viernes 13 (1980) original, a la cual esta cinta se adelantó por varios meses y con la que tiene enormes paralelismos a pesar de que resulta muy inferior tanto en argumento como en actuaciones y efectos especiales. Los parecidos, eso sí, son innegables, sobre todo una vez que se revela la identidad del asesino y llega el clímax de confrontación con la final girl virginal. Estos parecidos son tan evidentes que no tengo ninguna duda de que la comparación entre ambas cintas ha sido lo que la ha mantenido con vida en el recuerdo colectivo de los aficionados al terror. Eso y su ambientación navideña, que siempre asegura un público.

Personalmente diría que es allí donde reside casi todo su atractivo: aparte de su acabado algo amateur, como película es menos divertida que sus contemporáneas, mucho más enfocada en la explotación visual de las chicas y su contenido erótico que en la violencia, y con un asesino mucho menos interesante. A manera de curiosidad he de destacar que el director de esta cinta, David Hess, es alguien que sonará a los seguidores del proto-slasher ya que es conocido por su trabajo de actor como villano en La última casa a la izquierda (1972). Dicha película, por cierto, fue producida por Sean S. Cunningham, el director de Viernes 13, así que la conexión entre ambas quizás no sea tan casual después de todo.

Reseña: La niebla (1980)

Siendo sinceros, La niebla (1980) nunca ha sido uno de mis trabajos favoritos de John Carpenter, pero es fácil ver por qué esta, su entrada en la década de los ochenta, fue uno de sus más grandes éxitos en una carrera que no tiene muchos. Independientemente de esto, y a pesar de ser una de las que tiene el argumento más sencillo, es artísticamente una de sus mejores películas; la atmósfera que consigue con su recreación de un horror inefable en un pequeño pueblo costero asediado por la niebla es algo envidiable y que pocas veces se ha realizado de forma tan eficaz.

Es en esta representación donde Carpenter consigue toda su efectividad tirando de arquetipos muy conocidos en el género de terror, sobre todo el de tradición anglosajona. El paisaje costero y la niebla de origen sobrenatural, así como la maldición ligada a los pecaminosos orígenes del poblado son ideas que hemos visto muchas veces pero que están manejadas aquí de forma inteligente y con un elenco interesante que balancea varias historias en paralelo unidas únicamente por la amenaza de esos fantasmas que vienen a cobrarse una deuda del pasado.

Carpenter utiliza además muchos recusos de Halloween (1978), de la que auto-plagia varios planos casi idénticos y una cadencia muy similar, aunque también tiene el acierto de contar con la excelente fotografía de Dean Cundey, con quien repetiría más adelante. También sorprende mucho con el ritmo: la película dura noventa minutos pero en realidad parece mucho más corta, siempre están ocurriendo cosas y la decisión de aislar al personajde Adrianne Barbeu y convertirla en una voz omnipresente a través de la radio le da a un toque especial y único a todo el conjunto.

Como decía antes, está lejos de ser perfecta, la trama es muy sencilla y superficial y personalmente considero que el mismo Carpenter tiene en Príncipe de las tinieblas (1987) un mucho más sólido ejemplo de terror en estado de sitio. Sin embargo, también me parece que maneja sus limitaciones de forma magistral y entiende las bases de lo que constituye un buen relato de terror, cosa que su posterior remake del 2005 decidió ignorar por completo. Esta, por el contrario, continúa vigente y ha envejecido muy bien. Fue también, como mencionaba arriba, uno de los pocos grandes éxitos taquilleros de John Carpenter, quien nunca en su carrera pudo igualar el bombazo de Halloween pero que tiene indudables joyas de las que esta forma parte.

Reseña: La profecía 3 (1981)

La profecía 3 (1981) era una reseña que debía desde hace mucho tiempo, no solo a los lectores de esta web sino a mí mismo porque tenía mucho tiempo sin verla y solo recordaba que me había gustado y que había dado un cierre más que digno a la saga iniciada por Richard Donner. Creo que después de todo es posible que la memoria me haya jugado algún truco porque tras verla de nuevo cuarenta años después de su estreno algunas de sus carencias se me hicieron mucho más evidentes y termina banalizando una premisa ya de por sí menos seria de lo que se nos ha hecho creer.

En esta ocasión la película tiene lugar varios años después de los eventos de La profecía 2 (1978), con un Damien ya adulto interpretado por Sam Neill en uno de sus primeros papeles en Hollywood (este último detalle es quizá lo más recordado de la película). Damien está ahora completamente entregado a su rol como el Anticristo y la cinta muestra su lento ascenso al poder en paralelo a su desesperado intento de evitar la Segunda Llegada de Jesús. Asimismo hay una subtrama acerca de una periodista que se involucra sentimentalmente con Damien y que por supuesto tendrá un papel relevante una vez llegado el clímax.

La idea de la que parte es buena y sobre todo es la forma lógica de cerrar la historia, además de que resulta muy interesante la representación del Anticristo como un poder en las sombras que mueve los hilos del poder político a través de la alianza corrupta entre el Estado y el Capital. Este detalle está tan bien llevado a cabo que me hizo pasar por alto la discrepancia cronológica en cuanto a la edad del personaje principal, que no concuerda con las películas anteriores que parecen contemporáneas a pesar de que han transcurrido décadas en la vida de Damien. Lo que sí no me esperaba (vamos, no recordaba) es que esta es con toda seguridad la entrega más light de la saga, considerablemente menos gráfica y violenta que las anteriores a pesar de que contiene una escena de violación y múltiples instancias de niños muertos de forma horrible.

Esta ligereza es probablemente lo que terminó de tumbar la película para mí y darme cuenta de que la saga no ha envejecido tan bien como otras de sus contemporáneas. A pesar de sus aspectos salvables como la premisa y la actuación de Sam Neill (quien sin embargo ha terminado renegando de su trabajo en esta película) es una película demasiado sencilla y carente de la sensación de fatalidad de las dos entregas anteriores. Incluso se permite un final apoteósico y triunfal muy alejado del deprimente desenlace de sus antecesoras. Curiosamente, pocos años después hicieron una cuarta entrega de la que hablaremos en otro momento porque se trata de un trabajo muy distinto al de la trilogía que se cierra con esta.

Reseña: Christmas Evil (1980)

Nuestra tradicional tríada de reseñas navideñas comienza este año con una que tenía prometiendo desde hace mucho, la fundacional Christmas Evil (1980), uno de los mayores clásicos de terror de Navidad de la historia y mencionado a menudo como la película que inauguró el subgénero del Papá Noel asesino tal como lo conocemos. A pesar de que la tengo en gran estima, tenía años sin verla de nuevo y el recuperarla para este especial me ha servido para comprobar que gran parte de sus puntos fuertes continúan intactos, pero también es necesario aclarar algunas cosas sobre ella teniendo en cuenta que la idea de San Nicolás matando gente en las fiestas es algo que se ha extendido tanto que puede dar una idea errada de lo que esta película realmente es.

Mejor dicho, es importante tener en cuenta lo que esta película no es; pese a su premisa base de un hombre que pierde la fe en la Navidad y comienza a castigar de forma mortal a aquellos que no creen en ella, Christmas Evil (también conocida con el título Better Watch Out) no es un slasher. De hecho, si tuviera que encontrar un punto de comparación este sería más bien con la también muy recomendable Maniac (1980), de William Lustig, que casualmente se estrenó el mismo año y que también utilizaba el esquema del cine de asesinos para construir un proto-slasher desde el punto de vista del monstruo y su desmoronamiento mental, más que en los crímenes en sí. En el caso de esta película es aún más evidente ya que las primeras víctimas mortales del protagonista, Harry, no llegan hasta la mitad del metraje.

Mucho más interesantes es, me parece, la idea de cómo llega hasta allí, puesto que Harry es ante todo un alma traumatizada a quien se le despoja de su inocencia cuando siendo niño descubre el momento de sexo consensuado entre su madre y Papá Noel y más adelante, ya de adulto, ve como esas mismas fiestas cuyo espíritu ha dedicado su vida a proteger son arruinadas por el consumismo depredador y la hipocresía de quienes le rodean. Esto hace que la masacre que desata adquiera los tintes de una odisea justiciera, pero también consigue momentos altamente emotivos como la escena en la que reparte juguetes en un orfanato y aquella (mi favorita) en que unos niños defienden a Papá Noel de aquellos adultos que saben quién es.

Todo esto tiene como resultado una película que combina momentos de auténtico candor navideño con escenas de gran violencia, haciendo de este un trabajo mucho más transgresor que otras obras más superficiales como Silent Night, Deadly Night (1984), con la que erróneamente se le compara. Además tiene uno de los mejores y más delirates planos finales que he visto en muchos de estos ejemplos de terror navideño. Sin duda es una gran película y siempre es buena idea rescatarla gracias a la gente de Vinegar Syndrome, que sacó hace unos años una edición en Blu Ray remasterizada y de una calidad muy sobresaliente que hace que valga la pena más que nunca.

Reseña: La mujer de negro (1989)

Pese a que ya en su momento hablamos de su remake con Daniel Radcliffe, lo cierto es que no habíamos revisitado este clásico del horror televisivo británico, y hacerlo me ha hecho reconocer que la versión original de La mujer de negro (1989) es una película que en muchos sentidos ha envejecido muy bien y cuyos más efectivos elementos de terror funcionan en parte gracias a las limitaciones propias de la televisión, y en parte también por la pericia de su director, Herbert Wise, un hombre increíblemente prolífico con una larga carrera que se extiende por casi cinco décadas, dedicándose casi de forma exclusiva a la televisión en su país de origen. Precisamente esta de la que hablamos hoy es una de sus películas más conocidas.

La película adapta la novela homónima de la también británica Susan Hill, y al igual que el libro aborda la figura del fantasma desde una perspectiva si se quiere clásica pero al mismo tiempo muy contenida: un joven abogado en la Inglaterra de los años veinte viaja hasta una apartada mansión en medio de un pantano para organizar los documentos de una anciana recientemente fallecida, y una vez allí se encuentra con una misteriosa figura de una mujer vestida de negro que ronda a la población y cuya presencia augura la muerte. Los momentos más importantes de la trama, así como las escenas de auténtico terror, son aquellas en las que el protagonista se encuentra solo en la mansión que ha venido a investigar.

Creo que lo más me ha sorprendido de esta revisión ha sido precisamente esto, el hecho de que las escenas que transcurren en la casa sean tan pavorosas y consigan esa atmósfera tan opresiva a pesar de que Wise renuncia a prácticamente todos los trucos y lugares comunes del género de caserones embrujados; a diferencia de lo que ocurría por ejemplo en el remake, en esta versión original la casa está casi permanentemente iluminada y en orden, varias de sus escenas transcurren a la luz del día y el mobiliario es mayormente convencional, es decir que no sienten la necesidad de hacer la mansión más tenebrosa de lo que ya es, y el ambiente se consigue principalmente a base de silencios y de la sensación de soledad que embarga constantemente al personaje de Adrian Rawlins, a quien los más jóvenes reconocerán irremediablemente como el padre de Harry Potter en el cine.

A pesar de que incluso para su época es una producción muy limitada y que su trama y propuestas parecen de otro tiempo, La mujer de negro es una película de terror muy eficiente que aprovecha sus recursos de forma envidiable. Además de la atmósfera a la que me refería arriba, la película contiene uno de los fantasmas más inquietantes que he visto nunca considerando lo expuesta que está desde el principio, y encima incluye uno de los mejores sustos que he visto nunca en pantalla. No voy a decir aquí cual es, pero si has visto la película sabes perfectamente de qué escena estoy hablando.

Reseña: Psicosis 3 (1986)

A diferencia de lo ocurrido con la segunda parte, estoy seguro de que vi Psicosis 3 (1986) en algún momento de mi niñez porque tengo el claro recuerdo de algunas escenas, y tenía asumido que se trataba esta vez de una película de terror más convencional. Luego de haberla visto de nuevo puedo decir que mi recuerdo era poco fiable en ese sentido porque si bien es cierto que esta tercera entrega es mucho más violenta que las anteriores y se rinde en ocasiones a lo que sería un thriller de asesinos más de andar por casa, sigue siendo por encima de todo una obra de terror psicológico tejida alrededor de la figura de Norman Bates y el impulso que lo lleva a matar a todo aquel que se acerca al motel de carretera que regenta.

En esta ocasión el argumento es una continuación directa de la segunda parte que tiene lugar apenas un mes después del desenlace de Psicosis 2 (1983), aunque ambas películas estén separadas por tres años en cuanto a su fecha de estreno. Tras la revelación al final de esta acerca de sus orígenes, Norman se ha encerrado en casa junto al cadáver disecado de su «nueva madre» y se ve nuevamente tentado a matar cuando un nuevo grupo de gente llega a su hotel, incluyendo una joven ex-monja con una crisis de fe y un complejo de culpa (cuya introducción en el prólogo parece salida de otro tipo de película) que inevitablemente traerá a su mente el recuerdo de Marion Crane pero que al mismo tiempo representa una oportunidad de conseguir el amor y la vida normal que desea.

Hay que decir que pese a algunas estridencias de tono estamos ante un guión mucho mejor de lo que esperaba en un principio y que sabe compensar de forma efectiva el hecho de que el misterio alrededor de la identidad de Norman ya no existe: sabemos desde el principio que su madre está muerta y que es él quien está cometiendo los crímenes, pero la trama muestra una genuina progresión de su locura y ya no es el mismo personaje que habíamos visto en las dos entregas anteriores. El Norman de esta tercera parte es un ser roto y desesperado que se ha recluido en una casa ruinosa y polvorienta donde vive una constante lucha contra sí mismo. Por supuesto, gran parte del mérito está en la (como siempre) impresionante actuación de Anthony Perkins, quien también dirige la película y que muestra conocer muy bien su personaje y consigue sacar cosas nuevas de este incluso cuando algunos giros narrativos parecen salidos de la nada o apresurados, incluyendo un final que nos lleva una vez más a los predios de la Psicosis (1960) original pero desde la perspectiva de un thriller de asesinatos más parecido a lo que se hacía en aquel entonces.

Con todo y eso es una película más que decente y que ha mejorado en mi recuerdo, quizá porque los años me han permitido apreciarla en el contexto de sus anteriores entregas y otros ejemplos de slashers de la misma década, los cuales sí que se prestaban a un disfrute más superficial. Si no la habéis visto y lográis pasar por alto el sacrilegio de haber realizado dos secuelas de una de las películas más celebradas de todos los tiempos, recomiendo que le deis una oportunidad. Ahora solo me falta ver la cuarta, que fue realizada para la televisión y que hasta donde sé tiene también aspiraciones de precuela. Habrá que buscarla.

Reseña: The Terror Within (1989)

Conocida en España con el abismal título de Regen: Regeneración mortal, The Terror Within (1989) no es sino otro de los muchos clones de Alien (1979) producidos por Corman durante los ochenta, aunque en este sentido me parece uno de los más disfrutables. En este caso pasamos de una nave espacial a una base militar subterránea durante un futuro post-apocalíptico en el que la humanidad lucha contra unos monstruos mutantes apodados «gárgolas», y la acción comienza cuando una de estas criaturas se cuela dentro de la base cazando a los protagonistas uno a uno mientras estos buscan la forma de destruirla.

Partiendo de este argumento tan sencillo la película consigue, sin embargo, ser mucho más entretenida de lo que originalmente estaba dispuesto a concederle, y creo que en gran parte se debe a que el elenco parece tomársela en serio a pesar de varios detalles que evidencian de forma muy clara el ajustado presupuesto de la producción, desde los obvios parajes del desierto californiano hasta el componente casero y amateur de varios de los sets en los que se desarrolla. Esto termina dándole cierto grado de legitimidad que probablemente no hubiese tenido con actores menos profesionales. Muchas reseñas destacan la presencia de George Kennedy como secundario, algo que me parece injusto porque quien realmente se luce es el protagonista, el actor serie B Andrew Stevens, quien está sorprendentemente bien como héroe de acción y sostiene la película en todo momento.

Aunque claro, es bien sabido que al final una cinta de monstruos sólo es tan buena como el propio monstruo, y este en particular es muy pobre tanto en diseño como ejecución, y para colmo está tan sobrexpuesto que termina convirtiendo algunas escenas de la película en una comedia involuntaria, aunque en su favor diré que un actor con un disfraz cutre siempre será mejor que un efecto CGI cutre. Gran parte de la trama además pone de manifiesto el hecho de que las gárgolas se reproducen impregnado a la fuerza hembras humanas, elemento que aparece en demasiadas producciones de Corman como para creer que se trate de una coincidencia. Por este motivo la película hace, quizá sin quererlo (o no) un alegato en favor del derecho al aborto que ha sido comentado por varias de las reseñas que se han hecho sobre ella, hasta el punto de que el presentador y crítico Joe Bob Briggs dijo en su momento que tendría que ser de obligatorio visionado en la Corte Suprema de los Estados Unidos.

Aunque probablemente estéis en desacuerdo, la verdad es que The Terror Within me parece una más que decente entrada en la serie B de los ochenta, y una película que consigue alzarse por encima de sus más que evidentes limitaciones, y estoy seguro de que incluso hoy en día funcionaría si no fuera por sus risibles valores de producción. Y ya para terminar les dejo un detalle curioso que no he visto mencionado en ningún otro lado: el perro que sale en esta película (un adorable chucho imposible de tomar en serio como perro militar) aparece en los créditos como «Butch Stevens», por lo que sospecho (aunque no tengo forma de probarlo) que se trata del perro del propio Andrew Stevens utilizado para la producción. Teniendo en cuenta que, según IMDB, este perro sale también en The Terror Within 2 (1991) y Night Eyes 2 (1991), ambas protagonizadas por Stevens, me pregunto si será una cláusula que el actor habrá puesto para aquel entonces en su contrato.

Reseña: Sorority House Massacre (1986)

Poco tiempo después de haber alcanzado cierto éxito con The Slumber Party Massacre (1982), Roger Corman decidió meter la mano en otra producción similar que explotara la idea de un grupo de jovencitas acosadas por el asesino de turno. De esta forma, mientras la película arriba citada estaba preparando su propia secuela para el año siguiente, Corman tomó a la asistente de dirección Carol Frank y la puso al frente de la que sería su única película como directora, Sorority House Massacre (1986), la cual no llegaría a los niveles de calidad ni éxito de su antecesora, pero conseguiría sin embargo cierto nivel de culto propio y constituye también una interesante aunque fallida entrada en la explosión slasher que la década de los ochenta nos dio.

La falta de originalidad es, eso sí, algo a lo que Corman y compañía nunca tuvieron miedo, y es así como las semejanzas de esta película con varios éxitos de años anteriores son más que evidentes y han sido mencionadas muchas veces. La premisa principal de un asesino acosando una residencia de chicas es prácticamente la misma de Black Christmas (1974), el vínculo telepático y familar de la protagonista, así como el estilo y la estética son un evidente plagio de Halloween (1978), e incluso el componente onírico de varios pasajes recordará mucho a Pesadilla en Elm Street (1984). Todo esto, sin embargo, hecho con un nivel general de incompetencia reflejada más que nada en el guión, porque a nivel de imagen la película está ciertamente al nivel de otros ejemplos más famosos de asesinos anónimos.

Falla sin embargo en cosas que ya apreciábamos en The Slumber Party Massacre: la decisión de hacer del asesino alguien que va completamente a cara descubierta le quita gran parte de su efectividad, y la película intenta sin éxito saltar de la historia principal a él de forma un tanto chapucera y con un montaje muy pobre. Hay, eso sí, momentos muy interesantes en la trama de las chicas, y aunque evidentemente existen algunos pasajes de explotación pura y dura como la gratuita escena en que todas se están cambiando de ropa, otros demuestran que su directora tenía muy presente el meta-discurso de su principal inspiración, haciendo énfasis esta vez en la lucha por la supervivencia como una especie de despertar sexual y del acoso del asesino hacia la protagonista como una obvia metáfora del miedo al sexo, tesis que se ve incluso reforzada cuando un personaje habla de ello abiertamente.

Sin llegar a ser tan inteligente como su antecesora inmediata, y con todos los vicios del slasher de segunda fila, Sorority House Massacre es sin embargo una entrada pasable dentro de este subgénero que probablemente tendría mejor prensa de no ser porque existen otras muchas películas que han tratado la misma trama desde una perspectiva más rompedora e interesante. Como muchas de las producciones de Corman de esta época, esta cinta fue rodada con una relación de aspecto pensada especialmente para el mercado doméstico, donde consiguió hacerse con cierto éxito que propició una secuela propia pocos años más tarde. A ella volveremos en otro momento fuera de este especial.

Reseña: Humanoides del abismo (1980)

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Aunque su nombre no aparece en los créditos, Roger Corman tuvo en Humanoides del abismo (1980) una de sus obras más famosas como productor, y también quizá uno de sus mayores ejemplos de cine mercenario ya al inicio de la década de los ochenta. Una extraña mezcla entre horror y ciencia-ficción calenturienta, la película es también un claro intento de seguir parasitando el éxito de Tiburón (1975), algo que Corman ya había hecho apenas dos años antes pero que tendría aquí un intento mucho más descarado que remitía además a un tipo de cine que ya no se hacía desde hacía décadas. Fue también una de sus producciones más accidentadas y llenas de contratiempos, y como suele ocurrir a menudo, las anécdotas acerca de su producción son casi más interesantes que la cinta en sí.

Siguiendo el mismo esquema argumental de Piraña (1978), tenemos aquí a un pequeño pueblo pesquero de los Estados Unidos asediado por el progreso y lidiando con una reciente amenaza de criaturas mutantes que han salido de las profundidades del mar para hacer estragos con la población y capturar hembras humanas con las que aparearse. A pesar de que la película toca temas si se quiere atrevidos como el racismo en la América rural o el carácter amoral y depredador de las corporaciones, es justamente el ángulo de violencia sexual lo que ha terminado siendo más recordado, en un principio porque este elemento, que en muchas otras películas aparece como subtexto, está aquí evidenciado en escenas que rozan el mal gusto y que terminan teniendo el auténtico protagonismo por encima incluso del abudante gore y la trama del pueblo enfrentado.

Fue precisamente esta insistencia en el aspecto sexual de las criaturas lo que avivó los conflictos entre Corman y la directora Barbara Peeters, a quien por lo visto se le ocultó el tono de la película y que terminaría pidiendo (sin éxito) que se retirara su nombre de los créditos al descubrir que se habían rodado nuevas escenas más explícitas sin su conocimiento. No fue ella la única, ya que la displicencia con el material fue también motivo de disputa con gran parte del elenco, que creía estar haciendo una película seria y que terminaría la cinta a regañadientes. Pero aparte de todo esto, se trata también de un trabajo con medios muy limitados en el que Corman y su equipo tuvieron que hacer malabares para aprovechar al máximo los efectos especiales y unos trajes de monstruos un tanto estrafalarios.

Pero pese a la carencia de sus medios y el ocasionalmente ofensivo tono de la trama, lo cierto es que esta película terminó siendo una de las más entretenidas de Corman como productor, y una que sólo pudo salir adelante gracias a ese estilo guerrillero que ha ostentado durante décadas. Hay asimismo un contraste interesante en, por un lado, la calidad de varias de sus actuaciones y la no tan velada crítica social de su argumento, y por otro lado la visión de unos monstruos de saldo persiguiendo chicas a las que convenientemente se les ha arrancado el bañador. Curiosamente, esta fue una de las cintas que tuvieron un resurgir en los noventa como parte de una serie de telefilmes producidos por Corman basándoe en su propia obra, remake en el que el tema de la violencia sexual fue dejado de lado. Acercaos a ella aunque sea sólo por una malsana curiosidad.

Reseña: El cerebro (1988)

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Lo creáis o no, ha sido hace muy poco (unas semanas cuando mucho) que vi por primera vez El cerebro (1988), un clásico menor del terror serie B canadiense hecho muy probablemente a la sombra de Re-Animator (1985), no sólo porque ambas comparten al actor David Gale como villano, sino también porque ambas ostentan un sentido del humor similar y un énfasis en el imaginario grotesco que parece estar muy en sintonía con la película de Stuart Gordon. Aunque quizás no llegue a los niveles de maestría de esta, se trata de una cinta muy divertida y en muchos sentidos fascinante que lamento mucho no haber visto con anterioridad.

El argumento parte de un espíritu retro que ya era nostálgico en 1988 y que perfectamente podría haber sido rodado en los cincuenta: un chico rebelde y problemático que es enviado a la clínica de un gurú de autoayuda con planes de dominación mundial, y cuyo exitoso programa de televisión local esconde la influencia de un gigantesco cerebro alienígena con cara que controla las mentes de aquellos que le escuchan. El ambiente juvenil, el discurso anticolectivista y la imagen de aquel gran cerebro extraterrestre y los científicos que lo controlan son probablemente las cosas más interesantes que posee y el mayor atisbo de «seriedad» que la trama pueda tener, y son elementos que por sí solos habrían podido constituir una cinta de ciencia-ficción algo más solemne, pero eso es algo que no tarda en saltar por la borda.

Si digo esto es porque la cinta parece muy consciente de su propio potencial puesto que a pesar de ser muy violenta y contener pasajes muy oscuros, también es poseedora de un humor autodestructivo que rompe con la aparente seriedad de su propuesta, desde la increíble imagen del cerebro con cara malvada de puntiagudos dientes y eterna sonrisa hasta las numerosas secuencias autodenigrantes de su protagonista, quien es retratado como todos menos como un héroe al uso y cuya rebeldía y desprecio por el orden y la autoridad constituyen precisamente aquello que le hace inmune al control mental del monstruo.

En muchos sentidos, El cerebro (1988) no pasa de ser una serie B simpática con unos medios muy limitados y cierto regusto a cine de terror muy anterior a su época, pero sus imágenes, su muy divertido desarrollo y su nivel de descaro ante el sexo y la violencia son cosas que le han otorgado cierto nivel de reverencia con el tiempo a pesar de quedar algo opacada por muchas de sus contemporáneas como la ya citada Re-Animator o Están vivos (1988) de John Carpenter, que se estrenó el mismo año y que toca los mismos temas de una forma mucho más eficaz. Si la hubiese visto en el momento de su estreno seguramente habría estado entre mis favoritas de toda la vida, pero aún así es una gran película que aunque no tuvo continuaciones, está ahí para quien la quiera descubrir.