Reseña: Freddy vs Jason (2003)

Desde que fuera por primera vez anunciada en 1988, Freddy vs Jason (2003) fue uno de los crossover más esperados del cine de terror gracias a la promesa de reunir a dos de los más versátiles asesinos de la década de los ochenta, cuyo enfrentamiento ya estaba asegurado gracias a la imagen final de Jason Goes to Hell (1993). Finalmente, tras numerosos retrasos y reinvenciones, y después de literalmente decenas de escenarios y posibilidades distintas, fue el director hongkonés Ronny Yu, artífice de esa gran comedia de terror llamada La novia de Chucky (1998), quien se encargaría de llevar a cabo el festival de mamporros entre Freddy y Jason. El resultado, sin embargo, me parece un tanto desigual, algo entre otras cosas predecible desde el momento en que el propio Yu confesó no haber sido nunca un devoto de Viernes 13 (1980) o Pesadilla en Elm Street (1984), y de hecho, nunca había visto ninguna película de dichas sagas.

El argumento es bastante sencillo: en una larga introducción narrada, Freddy nos comenta que está atrapado en el infierno simplemente porque sus víctimas ya no le recuerdan y nadie cree en él, así que decide liberar a Jason Voorhees en Springwood para que desate una masacre entre los adolescentes y así reavivar su leyenda, sin sospechar que luego no será tan fácil deshacerse de su nuevo aliado. De entrada la historia es tremendamente simplona (recuerdo haber leído especulaciones de fans en cuanto al argumento mucho más interesantes) y pasa de aclarar muchas cosas (¿por qué Freddy puede sacar a alguien del infierno pero no puede salir él?), así que es mejor seguir con el asunto y no hacer demasiadas preguntas, ya que después de todo, dudo mucho que el planteamiento de la película pueda ser tomado muy en serio.

Mis recelos tienen otros motivos: uno de mis problemas con la cinta es que, a final de cuentas, el argumento va realmente sobre Freddy y los chicos de la calle Elm. A pesar de ser quien se carga a la mayoría de las víctimas, hay momentos en los que literalmente te olvidas de que Jason está en la película. Otra cosa con la que tengo algunos inconvenientes (y esto independientemente de la ausencia de Kane Hodder) es la visión que tiene Ronny Yu del gigante de la máscara de hockey: el Jason de esta película es bastante distinto al engendro despiadado de la saga de Viernes 13 y se asemeja más al monstruo de Frankenstein, en el sentido de que se nota que Yu espera y desea que el público sienta pena por él. Esto, sumido a momentos de humor bastante forzados (a estas alturas del calendario, los típicos chistes sobre el uso de la marihuana resultan zafios y predecibles), delata a la película como una de las entradas más tontas de ambas sagas (lo que no es poca cosa). Cualquier escena en la que aparecen los protagonistas «humanos» es terrible, no hay nada atractivo en ninguno de estos personajes. La protagonista Monica Keena se pasa toda la película hablando a voz de grito, y el personaje de Kelly Rowland (una de las antiguas integrantes del grupo Destiny’s Child) es tan molesto y cargante que no haces sino rezar por su pronta muerte. Y por mucho Jason y Freddy que haya, si ninguno de los chicos protagonistas pinta nada, al final es bien poco lo que se puede sacar de la película.

Por fortuna hay una cosa que casi redime todo el desastre, y es la batalla final entre Jason y Freddy, que ocupa gran parte de la última media hora de la cinta y es a todas luces el punto donde mejor se nota el buen oficio de Ronny Yu. El guión intenta justificar el antagonismo de los dos personajes a través de un curioso juego de contrarios (realidad/sueño, agua/fuego) que en ocasiones chirría un poco y delata cierto desconocimiento del material (cualquier fanático de Viernes 13 sabe que Jason realmente no murió ahogado), pero es algo que fácilmente se puede perdonar al ver como estos dos gigantes del cine de terror literalmente se arrancan la carne en una secuencia acrobática poco menos que genial. Es aquí también donde notamos otro de los elementos que diferencian a esta película de cualquier otra parte de la saga, y es que Ronny Yu asume la lucha entre Freddy y Jason como el enfrentamiento entre dos super-héroes de cómic, y aunque reconozco que no es el acercamiento que me hubiese gustado, en general está logrado de forma muy eficiente y conforma una secuencia que vale la pena.

Al final, sin embargo, dicha pelea no es suficiente para terminar de elevar a Freddy vs Jason. Quizás los quince años que separan el estreno de esta película de su concepción inicial hayan dañado sus auténticas posibilidades, pero ciertamente no es lo que esperaba. Pienso que con ella se perdió la oportunidad de hacer una película que nos remitiera al primer Jason y al primer Freddy, y no a sus banalizaciones cómicas. A pesar de que la pelea final cumple a la perfección con lo que se esperaba de ella, me parece que la historia acerca del por qué dicha lucha se lleva a cabo se la podrían haber currado un poco más. Esta película, en últimas instancias, pasará a la historia como la contenedora de una gran secuencia sumergida en una trama bastante insulsa y banal, incluso para los estándares de dos de las sagas más prolíficas del terror de los ochenta. Con todo y eso, en el momento de su estreno resultó todo un éxito taquillero, tanto que incluso se habló de la posibilidad de una segunda parte. Sin embargo, ahora que tanto Viernes 13 como Pesadilla en Elm Street han tenido sus respectivos remakes, dicha posibilidad se ha esfumado por completo.

 

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Reseña: Jason Goes to Hell (1993)

Recuerdo todavía la emoción que fue para mí en su momento el estreno de Jason Goes to Hell (1993), ya que para ese entonces por fin tenía la edad suficiente para ver en un cine alguna entrega de la saga de Viernes 13. Viéndola de nuevo hoy en día, es fácil darse cuenta de que, a pesar de que tanto el título como la publicidad aseguraban que esta novena parte era el auténtico capítulo final (sí, otra vez), en realidad se trataba de un nuevo comienzo; la Paramount había cedido a New Line Cinema los derechos de explotación de su lucrativo personaje (es por eso que esta y entregas posteriores no ostentan el nombre Viernes 13 en el título), y los nuevos jefazos buscaron renovar por completo la saga al mismo tiempo que le devolvían varios de sus elementos originales, empezando por la presencia como productor de Sean S. Cunningham, director de la Viernes 13 (1980) original.

Aparte de esto, y envalentonados sin duda por el éxito de la saga de Pesadilla en Elm Street, New Line Cinema convierte su primera entrega en una película que comienza de una forma bastante auto-referencial e irónica, en la que a Jason le tienden una trampa (con suculenta carnada incluída) para literalmente volarle en pedazos antes de transcurridos los primeros cinco minutos de la cinta. A partir de aquí el guión toma un camino sorprendentemente distinto en el que aquel que hasta entonces había sido un asesino convencional aunque «zombificado» es reconvertido en una especie de entidad demoníaca capaz de pasar de un cuerpo a otro en una suerte de posesión ultraterrenal (habilidad que nunca hasta entonces había demostrado tener). Pero contrariamente a lo que se pueda creer a simple vista, el aspecto sobrenatural de la película está bien llevado, muy a pesar de evidentes gazapos y agujeros argumentales que, por suerte, la cinta sabe compensar bastante bien.

Los compensa entre otras cosas en el apartado de violencia. Esta es, de hecho, una de las entregas de Viernes 13 más sangrientas de todas, y el rojo (y negro) líquido vuela por los aires de forma bastante generosa. La historia, que muestra incluso a otros miembros de la familia Voorhees, da bastantes tropiezos en ocasiones, y en general la película es inferior a otras entregas más «básicas», pero eso sí, está a años luz de la abominable entrega transcurrida en Nueva York. Teniendo en cuenta que el director, Adam Marcus, era un novato en este negocio, su trabajo es bastante sobresaliente, sobre todo en lo que respecta a una gloriosa escena en la que Jason, ataviado con uno de sus nuevos cuerpos, ataca un restaurante en una secuencia digna de los tiempos de John Carpenter.

El único problema real de la película, uno que por desgracia le resta varios enteros, es que el Jason que todos conocemos no aparece más que en los primeros cinco minutos y los últimos diez, lo que no sólo desperdicia la presencia del siempre inmenso Kane Hodder, sino que encima se siente un poco como un timo. En este sentido, la trama sobrenatural del Jason usurpador de cuerpos es, si bien una agradecida innovación a nivel de argumento, el talón de Aquiles de esta novena entrega. Es este hecho el que me hace tener las mayores reservas a la hora de dar a Jason Goes to Hell un puesto alto en la apreciación general de la saga.

Y claro está, la imagen final, que por supuesto no develaré aquí para aquellos que no hayan visto la película, es, sin duda alguna, un auténtico chiste que remata una cinta que no es lo que se dice muy seria. Sin embargo aquí reconozco mi parcialidad, ya que puedo aseguraros que en el momento en que dicha imagen se vio en el cine, causó una enorme impresión y una gran expectativa por lo que prometía ser el deathmatch del siglo, uno que lamentablemente todavía habría que esperar durante una década.


Importante aclaratoria: tras haber reseñado ya la saga de Viernes 13 en su totalidad y haber obtenido de ella una nueva perspectiva, he hecho algo que no se había perpetrado antes en este blog: he reescrito una reseña y modificado (un tanto) su sentencia inicial. He aquí, por lo tanto, la reseña «redux» de Jason X (2001).

 

Reseña: Viernes 13 parte 8 (1989)

Continuando con nuestra disección de la saga de Viernes 13, llegamos a Viernes 13 parte 8: Jason toma Manhattan (1989), realizada en el ocaso de la década de los ochenta y destruyendo en gran medida todas las bondades de las cintas anteriores. Se trata de una película en la que se hace evidente que el camino seguido por sus creadores ya no daba para más, y únicamente el regreso de Kane Hodder como Jason se alza como el solitario acierto de la que probablemente sea la peor y más desganada de las entregas de esta prolífica franquicia de terror.

Quizás para soplar nueva vida a una máquina taquillera que se notaba algo cansada tras siete películas, los responsables de Viernes 13 parte 8 decidieron tomar un camino distinto en esta ocasión. Ya habíamos comentado anteriormente que estas últimas entregas de la Paramount partían de «situaciones» a menudo disparatadas para ambientar las matanzas del asesino de la máscara de hockey, y esta es la prueba perfecta de ello al intentar responder la pregunta de qué haría Jason fuera del ambiente de Crystal Lake y desatando su furia en la gran ciudad de Nueva York. Sin embargo, por motivos de presupuesto (y muy a pesar del engañoso título), la Gran Manzana sólo aparece en la última media hora de la película, mientras todo el resto transcurre a bordo de un crucero lleno de jóvenes graduandos que pasarán a engrosar la voluminosa lista de víctimas de nuestro carnicero favorito.

El guión es probablemente uno de los más desastrosos que la saga ha tenido, comenzando por el sorprendentemente escaso número de jóvenes que componen un crucero en el que supuestamente participa toda una clase. Encima, los estereotipos de las víctimas no están muy bien definidos, algo que se agrava teniendo en cuenta que la mayoría de ellos la palma muy rápidamente. Además, esta octava entrega pierde terreno frente a las anteriores al ofrecernos muy pocos momentos de erotismo juvenil y unas muertes timoratas, muy poco imaginativas y bastante aburridas. Como contraste a esto el Jason de Kane Hodder parece distinto: si bien posee todos los manierismos físicos que Kane había conseguido en la séptima entrega de la saga, este Jason se comporta de forma más inteligente, y parece en cierta medida disfrutar con el miedo de sus víctimas. De todas formas este es un detalle anecdótico en medio de un sinfín de despropósitos; los actores en ningún momento parecen estar metidos en la película (la mayoría de ellos simplemente sueltan los diálogos sin ganas), la protagonista tiene continuamente visiones que no tienen una aparente razón de ser o explicación, y Jason parece tener una inusitada capacidad para teletransportarse (esto no es ninguna exageración, lo digo en su sentido más literal: ¡en verdad se teletransporta!).

Ya comentábamos arriba que la última media hora de la película es la única que transcurre en Nueva York, pero incluso esto está realizado de forma bastante pobre y simplemente se limita a una persecución a lo largo de las calles que culmina en el metro y el alcantarillado. Sumemos a eso un final surrealista, una subtrama romántica increíblemente forzada y un desarrollo que va en continuo piloto automático y tenemos sin duda una de las peores entregas de Viernes 13, tras la cual los derechos de explotación de Jason pasarían a las manos de New Line Cinema para una nueva etapa.

Como nota curiosa, y ya para terminar, tenemos dos detalles; el primero es la presencia de la actriz hawaiana Kelly Hu (ni por asomo tan guapa como la veríamos después), que participa aquí en su primera película. El segundo detalle a destacar es que el cocinero que Jason arroja contra un espejo en el último acto de la cinta es el stuntman Ken Kirzinger, quien años más tarde interpretaría a Jason cuando este se enfrentara a Freddy Krueger.


Nota: aparte de la actuación de Kane, lo único que sí puedo rescatar es la canción «The Darkest Side of the Night«, de Metropolis, que abre y cierra la película. Muy buena.

 

Reseña: Viernes 13 parte 7 (1988)

Con la sexta parte de su exitosa franquicia, la Paramount decidió darle a los fans de Viernes 13 lo que querían y centrarse exclusivamente en la figura del asesino, con muy buenos resultados. En cierta forma, dicha entrega fue la última en la que se usó el concepto básico de las primeras películas, y con ello la saga de Jason Voorhees abandonaba la trilogía de Tommy Jarvis para empezar una nueva etapa en la que abrazaba toda su condición de caspa ochentera. Tras Viernes 13 parte 7: La nueva sangre (1988) cada secuela del asesino de la máscara de hockey surgía alrededor de la idea de un «concepto» que a veces funcionaba y a veces no. Fue a partir de este año cuando comenzó a barajearse la posibilidad de enfrentarlo a Freddy Krueger, pero los dos estudios (Paramount y New Line Cinema) no lograron ponerse de acuerdo, y de esta forma, coincidiendo con el estreno de Pesadilla en Elm Street 4 (1988), llega la séptima entrega de las crónicas de Crystal Lake y su no tan modesto body count.

A pesar de que esta séptima parte permanece en mi recuerdo como una de las que más disfruté en su momento, he de reconocer que no se encuentra entre las mejores. Sin embargo, tiene suficientes elementos destacables que la convierten, al menos, en una de las más importantes. La primera de ellas es, como ya podéis adivinar, el hecho de que es la primera en la que el stuntman Kane Hodder interpreta a Jason. Siempre se ha dicho que el suyo es el mejor hasta la fecha, y razones no faltan; prácticamente todos los manierismos que con el tiempo hemos identificado con el personaje comienzan con Kane, y si bien es cierto que el personaje ya tenía un largo camino recorrido, no es hasta que Hodder se pone la máscara cuando Jason alcanza su perfección como reconocible icono de los slasher films. De la misma forma, la premisa que en esta ocasión se sacan de la manga los guionistas es harto curiosa: toda la trama gira en torno a una chica con poderes telekinéticos que, sin quererlo, resucita a Jason de su tumba acuática para que pueda despachar con impunidad a un grupo de jóvenes fiesteros en una cabaña a las orillas del lago. Este concepto, llevado con pulso firme por el polifacético e inagotable director John Carl Buecher (artífice de Troll (1986), una de las más gloriosas «pelibirras» de todos los tiempos), convierte la película en Jason vs Carrie.

A diferencia de la sexta parte, Buechler no llega a empujar su película hasta los terrenos de la comedia, y tampoco da a Jason tanta presencia en la pantalla, lo que no significa que no haya momentos de genuino humor. Los personajes de los jóvenes son lo más estereotipado posible (para que el público pueda diferenciarlos), y las viejas reglas de la saga se mantienen impolutas (en un determinado momento hay tres parejas teniendo sexo simultáneamente). El desarrollo del argumento es, eso sí, completamente irracional y dedicado al público más que a los mismos personajes. Me explico: casi ninguna de las víctimas sabe en ningún momento de la película quién es Jason Voorhees pero nosotros como público sí, a pesar de que la final girl encuentra el famoso e inexplicable album de recortes de periódico que aparece en varias partes de la saga. De la misma forma, si bien las muertes de los jovenzuelos no son tan exageradas como las de la sexta entrega, sí que resultan extrañas debido a la gratuita omnipresencia del asesino, que aparece de repente desde ángulos imposibles mostrándonos una vez más que aquello que está fuera del encuadre de la pantalla no existe ni siquiera para los personajes de la película. Mención especial merece, por supuesto, el ya famoso «susto del gato», que se hace aún más especial teniendo en cuenta que el dichoso felino nunca había aparecido antes. Jason también parece dedicar un tiempo considerable a colocar los cadáveres en sitios estratégicos para que los encuentre la siguiente víctima, y también parece tener una predilección especial a la hora de usarlos para decorar árboles (lo cual, pensándolo bien, podría haber sido una poderosa herramienta visual).

Pero a pesar de todos estos fallos hay algo realmente bueno y que redime casi en su totalidad a la película, y es el enfrentamiento final entre Jason y su no-tan-indefensa-víctima. Por fin, después de seis películas, el gigantón de la máscara y el machete tiene un contrincante digno de él, y es a través de toda esta larga secuencia en la que comprobamos la fiereza del personaje interpretado por Hodder, resaltada además por uno de los maquillajes más grotescos de la saga en su totalidad. La lucha entre los dos personajes está plagada además de destrozos, muebles volando por los aires, cables y raíces que atacan, lenguas de fuego, explosiones y demás artificios, por desgracia rematados con un Deus Ex Machina imprevisible por lo arbitrario e inexplicable que resulta, tanto a nivel de imagen como de argumento. Evidentemente no contaré aquí cual es dicho momento, pero si habéis visto la película sabéis a qué me refiero.

En fin, una de las entregas más golpeadas de la saga, pero con suficientes aciertos para hacerla una de las más recomendables. Sólo por la actuación de Kane y por su enfrentamiento final contra la Carrie-que-no-es-Carrie hay que echarle un vistazo. Por supuesto, de sobra sabemos que esta no sería la última vez que el carnicero de Crystal Lake haría una aparición, pero de eso hablaremos en otro momento.

Reseña: Viernes 13 parte 6 (1986)

Es 1986 y el hombre tras la máscara ha vuelto. El estreno de Viernes 13 parte 6: Jason vive (1986) marca el final de la «trilogía de Tommy Jarvis» y la entrada de la saga en el terreno de lo sobrenatural al sacar a Jason de su tumba, esta vez literalmente y sin ambigüedades. Si bien no resulta una película tan sólida como las primeras entregas, está a años luz de la quinta película en cuanto a calidad, y representa otro paso hacia delante en lo que fue la consolidación del personaje en icono indiscutible del cine de terror, algo que sólo fue posible (al parecer) tras abandonar las ideas originales de la saga en cuanto a su némesis, que en esta película hace una última aparición, esta vez sí como héroe.

Gran parte del mérito lo tiene el director y guionista Tom McLoughlin, quien no solamente ignora por completo la fallida quinta entrega, sino que da a la película un marcado giro hacia la comedia: Jason resucita por medio de un rayo igual que los antiguos monstruos de la Universal, y las muertes son fantásticamente exageradas. El mismo Tommy es interpretado por Thom Mathews, un actor a quien ya habíamos visto en El regreso de los muertos vivientes (1985), y que también da a su personaje el mismo toque cómico que ya habíamos presenciado en la mencionada comedia de zombis. En cuanto al argumento, este se desarrolla tan rápidamente que casi no nos enteramos de que va, pero parece ser que tras salir de su tumba Jason se encamina hacia su antiguo hogar, ahora rebautizado Forest Green, donde está a punto de abrir un nuevo campamento de verano lleno de jóvenes fiesteros y libidinosos, a los que por supuesto irá cargándose uno a uno.

El Jason de C.J. Graham (que no era ni siquiera un stuntman profesional) es considerablemente bueno teniendo en cuenta todo lo que tuvo que hacer. Se trata en esta ocasión de un Jason más atlético cuya performántica le hace parecer asombrado de sus propios poderes: de apenas un cadáver ambulante cubierto de gusanos (la escena del desenterramiento es sin duda genial), Jason pasa a arrancar miembros, volcar caravanas, doblar a un policía por la mitad e incluso acosar a un grupo de niños, eso sí, siempre sin abandonar el tono ligeramente cómico de sus apariciones, que McLoughlin parece sacar directamente de las monster mash de los años cuarenta. El resultado es bastante bueno, quizás no como película de terror, pero sí como una manera de traer la saga a un camino que se ahondaría en las secuelas posteriores, destruyendo las posibilidades terroríficas de la saga, pero encumbrando al gigante de la máscara de hockey como imborrable icono pop.

Por supuesto no puedo cerrar la reseña sin mencionar el que sin duda es el mayor acierto de la película: su gloriosa banda sonora compuesta por Alice Cooper. Es este el punto más alto y destacable del modesto pero eficaz regreso de Jason a su imparable saga cinematográfica.

 

Reseña: Viernes 13 parte 5 (1985)

(con inevitables spoilers)

La quinta parte de la saga de Viernes 13 lleva la coda de El nuevo comienzo, y dado que se estrenó un año después del que supuestamente debía ser el capítulo final, cabe preguntarse si los de la Paramount tenían planeado de antemano el regreso de su exitosa franquicia. La respuesta sólo puede ser un contundente sí, no sólo por el gran éxito de taquilla de la cinta anterior sino también por el hecho de que esta nueva entrega intentó tomar un camino distinto al de sus antecesoras, continuando con el formato slasher pero dejando de lado la figura de Jason y volviéndose a centrar en el esquema de whodunit de la primera parte. En esta ocasión la trama se desarrolla varios años después, con Tommy Jarvis convertido en un joven traumatizado y propenso a explosiones violentas de ira, y que ha ido a parar a una colonia psiquiátrica para jovenes enclavada en medio de un bosque. El brutal asesinato de uno de los chicos residentes a manos de otro parece desatar una nueva ola de crímenes en la localidad, y es aquí donde se nos presenta el misterio de la película: dado que (aparentemente) el asesino de Crystal Lake está muerto, ¿quién se está cargando a los chavales?

Si hacemos caso a las palabras del director y guionista Danny Steinmann, el estudio únicamente le dio dos directrices a la hora de ponerse manos a la obra: la cinta debía mostrar al menos una muerte cada siete minutos, y sobre todo, en algún momento de la película, Tommy Jarvis debía convertirse en el nuevo Jason. Semejantes órdenes fueron cumplidas por Steinmann, especialmente la primera: la cantidad de fiambres de la película (22) es considerable, lo que la convierte en una de las entregas con el body count más alto de toda la saga. Por desgracia dicha peripecia no pudo ser hecha sin recurrir a la trampa: gran parte de las víctimas son personajes que nada tienen que ver con la historia y que sólo son introducidos por el guión como carne de cañón para el asesino, que los despacha pocos minutos después de su aparición. Para colmo, la tijera del estudio se nota bastante, ya que casi todas las muertes están suavizadas mediante cortes rápidos, y salvo un par de excepciones, la película es bastante contenida en cuanto a su violencia, mucho más que otras entregas. Atrás quedaron los tiempos de Tom Savini.

El segundo punto a tratar por Steinmann es aún más desconcertante: después de pasar casi toda la película con una trama de investigación débil y un misterio que realmente no interesa a nadie, al final el «impostor» termina siendo un personaje cuya identidad como el asesino es un sinsentido absoluto. Durante todo el metraje la idea de Tommy como el sospechoso no se aprovecha, y cuando finalmente llega la confrontación final con el falso Jason (enfrentamiento que por cierto guarda un par de momentos interesantes como es la imagen de una mujer esgrimiendo una motosierra contra el asesino enmascarado, en una muestra de grrrl power digna de aplausos) y descubrimos quien es, resulta decepcionante. No sólo podría, en la práctica, haber sido cualquiera, sino que además la revelación abre un montón de interrogantes nuevas: ¿qué motivación tenía realmente el asesino para cargarse a toda esa gente? Y sobre todo, ¿por qué se disfraza como Jason? Al final el director intenta arreglarlo chapuceramente con la imagen que cierra la película y que muestra a Tommy Jarvis poniéndose la máscara de hockey y recogiendo el testigo como el asesino, sugiriendo que quizás (sólo quizás) estuvimos equivocados y gran parte de las víctimas cayeron a manos del que parecía ser el joven héroe.

Esta interesante lectura final, por desgracia, fue arruinada cuando al año siguiente se estrenara la sexta parte de la saga, en la que Jason fue literalmente sacado de su tumba. El resultado de hoy, entonces, es una película aislada y pobre, mal escrita, mal resuelta, con un sentido del humor que sólo se puede calificar de hortera y, sobre todo, muy por debajo del nivel medio de la saga de Viernes 13.

 

Reseña: Viernes 13 (2009)

Efectivamente, la nueva versión de Viernes 13 (2009) podría pasar menos por un remake y más por la enésima secuela de lo que comenzó en 1980 con el director Sean S. Cunningham. Así lo dictan las decisiones tanto de ubicarnos directamente en el meollo de la saga (Jason como el asesino con máscara de hockey incluída) como la de seguir los preceptos de las cuatro primeras entregas, antes de que el asesino de Crystal Lake se convirtiera en un ser enteramente sobrenatural. El resultado es, a todas luces, bastante pobre: a pesar de contar con mayores recursos que todas sus antecesoras, una base fanática leal y el apoyo incondicional tanto de Paramount como de New Line Cinema (por primera vez ambos estudios se unen para dar vida a Jason), el Viernes 13 recalentado se muestra incapaz de ir más allá de las películas anteriores, incluso a un nivel puramente superficial. Es con facilidad una de las mayores medianías de la saga, y resulta tan perfectamente olvidable que, si no fuese Jason el asesino, esta película ni siquiera se habría rodado.

Por supuesto, nadie espera de una cinta de Viernes 13 que sea una gran película; precisamente por eso la oportunidad de hacer algo grande se presentaba de forma muy tentadora. Por desgracia, los responsables de este remake han decidido irse por el camino fácil: el discurso de explotación del que hace gala la saga (tetas, personajes vacíos y matanzas cada dos por tres) es válido al hablar de serie B genuina, pero cuando es «imitado» por los grandes estudios resulta ridículo. Por razones como esta (entre otras) es que una película como el remake de La matanza de Texas (2003) resulta lamentable. Dicha cinta, por cierto, también fue dirigida por Marcus Nispel, y a pesar de ser bastante penosa tenía al menos cierto valor al intentar dar un empaque visual muy cuidado al original de Tobe Hooper. Para Viernes 13, la idea de un acabado visual se limita a que la película se vea más nítida, y a pesar de que se agradece (y mucho) el regreso triunfal de los despelotes sexuales del elenco, todo el apartado de violencia es desganado, sin imaginación y completamente risible si lo comparamos con sus congéneres contemporáneos. Incluso este apartado se encuentra a años luz del trabajo realizado por Tom Savini en la primera y cuarta parte de la saga, ¡esto tras casi tres décadas de distancia!

Aparte de eso, el guión es de los más terribles. Si ya de por sí eran malos en la saga original, en esta alcanza niveles de falta de lógica abismales. El que la protagonista desaparezca con el chico de la moto durante horas a los cinco minutos de haberle conocido sin que esto genere el más mínimo conflicto en nadie no es una intención paródica, sino pereza argumental. Los personajes no es que estén mal escritos, es que son directamente aburridos y por completo carentes de interés alguno. La «sorpresa» de la mitad de la película sorprende porque es totalmente absurda, e incluso el propio Jason está sobrexpuesto, cometiendo entre otras cosas el error de hacer del personaje una especie de antihéroe (como en las últimas cuatro partes de la saga) cuando se supone que debe acojonar (como en las primeras cuatro). Por último el suspense es nulo, ya que absolutamente todas las muertes son iguales, con Jason catapultándose desde un rincón imposible que encima ya ha sido anunciado por el ángulo de la cámara.

Justificar la mediocridad de esta película argumentando la baja calidad de las anteriores es asimismo un error: la nueva Viernes 13 es completamente redundante en el panorama actual, y, salvo la presencia de Jason, en nada se diferencia de los productos más genéricos del horror mainstream. Quizás lo más lamentable de todo este asunto es que durante meses se nos intentó vender como una vuelta al cine de terror auténticamente bestia y cafre y al final ha sido tan fácilmente olvidable y banal como las peores partes de la saga.

 

Reseña: Viernes 13: capítulo final (1984)

Tras el éxito de la tercera entrega de la saga, Jason regresa en Viernes 13: capítulo final (1984), en un título con una coda engañosa que debemos a los chicos de la Paramount, quienes temían en su momento que su franquicia de terror ya no fuese rentable más allá de un cuarto capítulo. Sorprendentemente, el público reaccionó de forma entusiasta a una repetición más de los esquemas de las anteriores. Con un presupuesto de alrededor de 1,8 millones de dólares, recaudó más de 32 sólo en la cartelera, lo que la convierte en una de las entregas más exitosas de la saga. Los motivos de dicho triunfo se pueden apreciar en muchos detalles que evidencian que con esta cuarta parte llega el auténtico Viernes 13 que todos conocemos, empezando por el propio Jason, quien a pesar de seguir formando parte (de momento) del mundo de los vivos, es ya obviamente un superhombre que tiene muy poco de humano. Si las primeras dos películas explotaban un remedo paleto del giallo en el que no veíamos al asesino (únicamente la mano con el arma) y la tercera nos mostraba un gigantón tosco y bruto que forcejeaba con sus víctimas, esta nueva película trae a un matarife que parece no sentir dolor ni detenerse ante nada.

El estilo desenfadado de esta cinta se debe en gran parte a la mano del director Joseph Zito, quien en años posteriores se especializaría en el cine de acción. Curiosamente, gran parte de este género está presente en su Viernes 13; el Jason de esta película (interpretado por primera vez por un stuntman profesional) rompe paredes y ataca a sus víctimas con brutalidad, y varias de las muertes toman lugar en forma de stunts en los que la víctima sale literalmente disparada por los aires. Otro motivo de regocijo es la coincidencia en ella de algunos nombres como Corey Feldman, Crispin Glover (y su extrañísima escena de baile) y Tom Savini, quien regresa tras la primera película para encargarse nuevamente de los efectos especiales. El caso de Corey Feldman es significativo, ya que su personaje, Tommy Jarvis, sería el protagonista de una trilogía en la que Jason obtiene lo más parecido que ha tenido a un némesis. El guión, sin ser nada del otro mundo, sí que tiene atisbos destacables de «historia», incluyendo un personaje que busca venganza contra el asesino de Crystal Lake y que enlaza con las entregas anteriores. Por desgracia, este ángulo argumental no es explorado debidamente.

La coda de «capítulo final» es, por lo menos en su contexto, sincera, ya que el desenlace es lo suficientemente explícito para dejar bien claro que, en el caso de haber una secuela, esta se iría por otros derroteros y exploraría nuevas vertientes. Como ya todos sabemos a estas alturas, los fans pedirían más de lo mismo, y el estudio les daría taza y media. En definitiva, esta película es uno de los puntos altos de la saga, una entrega llena de energía en la que coinciden varios elementos ganadores. Sin embargo, lo más importante de esta película es que la saga retoma el buen camino tras la decepcionante tercera entrega, abriendo así un nuevo camino de explotación que recorrerían las siguientes partes. Vale la pena recordar esto antes del inminente estreno de su remake que, a juzgar por los avances, no está ofreciendo nada que no hayamos visto ya varias veces.

 

Reseña: Viernes 13 parte 3 (1982)

El mejor ejemplo posible de una secuela realizada a toda prisa por motivos puramente lucrativos, Viernes 13 parte 3 (1982) continúa justo en el punto en que finalizó la segunda parte, con Jason recuperándose de sus heridas y huyendo a tiempo para escapar de la policía y comenzar una nueva masacre. Una vez más, las víctimas son una nueva pandilla de jovencitos que se han refugiado para pasar un fin de semana en una casa de campo en los alrededores de Crystal Lake, por lo que el esquema se repite nuevamente.

Todavía sin arrancar del todo, estamos ante una de las secuelas más pobres de la saga, al menos desde mi punto de vista. A pesar de que Steve Miner repite como director (siendo hasta la fecha el único que lo ha hecho), la cinta parece confeccionada por otras manos. Cosa curiosa es que, a pesar de ser la tercera parte de la saga, la película tiene una pinta mucho más barata que la segunda entrega, y las jóvenes vícitimas no son tan simpáticas ni (lastimosamente) tan atractivas. El personaje de Shelly, por ejemplo, es probablemente el más patético de cuantos han pasado por Viernes 13, si bien paradójicamente es uno de los más desarrollados. Ni siquiera los estereotipos de los jovencitos están tan bien definidos, a excepción de una ultra-típica pandilla de moteros que se cruza con nuestros protagonistas y deciden hacerles pasar un mal rato sin saber que están siendo acosados por el carnicero que ya todos conocemos. Asimismo, el guión en ocasiones resulta confuso, ya que uno de los personajes parece tener una historia anterior con Jason que al final resulta totalmente intrascendente, lo cual deja en evidencia que la protagonista de la anterior película decidió no repetir papel en esta secuela. La razón por la cual este detalle permaneció inalterado en el guión final se me escapa excepto que sea como relleno.

En cuanto a Jason, sabemos que es en esta película donde consigue su icónica máscara de hockey, pero lo que no recordaba es que es también la última entrega en la que pareció realmente humano; en varias ocasiones vemos a Jason esquivar golpes y hasta gemir de dolor, algo que nunca más volveríamos a presenciar en las películas siguientes.

Por supuesto una de las novedades de esta tercera entrega es el hecho de que está rodada en 3-D, pero a juzgar por este reciente visionado me parece que dicha tecnología no está bien aprovechada; con la excepción de una muerte causada por un arpón, el empleo de las tres dimensiones es por lo general bastante aleatorio y pueril, y dudo mucho que sea suficiente para compensar los tremendos fallos de la película a nivel narrativo, en especial un «susto final» totalmente absurdo que no tiene el más mínimo sentido más que como barata e injustificada referencia a la película original, continuando así con una franquicia explorativa destinada a proseguir como un serial de videoclub en necesidad de un cambio de dirección, uno que llegaría con la cuarta entrega y que ya reseñaremos en su debido momento.

 

Reseña: Viernes 13 parte 2 (1981)

El personaje de Jason Voorhees aparece por primera vez (al menos como asesino) en Viernes 13 parte 2 (1981), y lo hace de una forma inverosímil donde las haya. Quizás sea ese el mejor indicativo de hacia donde apuntaba la saga que comenzó en 1980 con el director Sean S. Cunningham y que regresaría apenas un año más tarde en una secuela hecha a toda prisa debido al inesperado éxito de su antecesora. Y si bien el asesino es otro, esta segunda parte es muy parecida a la anterior: al igual que en la primera entrega, las víctimas son todos unos jovencitos universitarios y libidinosos que pretenden abrir un campamento de verano (situado en la orilla opuesta al nefastamente famoso Crystal Lake Camp), y de la misma forma que su predecesora, la ola de crímenes desatada por su silente exterminador se desarrolla toda en una misma noche.

El director Steve Miner parece haber aprendido bien la lección, ya que todos los elementos de la primera película están aquí extrapolados: los estereotipos de los jóvenes protagonistas están mucho más definidos, hay un mayor número de víctimas, e incluso las ropas de estas son aún más escasas que las de la primera parte. Cierto es que también recurre a un montón de jugadas que ya eran topicazos incluso a principios de los ochenta, como el de la única superviviente de la primera película reviviendo una pesadilla en muy convenientes flashbacks del metraje usado en la anterior Viernes 13, eso y el ya famoso «susto del gato» (sustituído aquí por un perro), la clásica vícitima que se aventura sola en lugares oscuros o personajes que no encuentran nada mejor que hacer en una situación de peligro que darle la espalda a una ventana abierta.

Pero no todo son pruebas a nuestra paciencia: los personajes de Viernes 13 parte 2 son mucho más simpáticos que los de la primera entrega (hasta el de la silla de ruedas pilla) y al ya saber algunas cosas del villano, este se hace mucho más siniestro. De hecho, la confrontación final entre Jason y la final girl que le ha tocado en esta ocasión está dotada de un evidente e intencional guiño a Psicosis (1960), con todo y violines estridentes. El desenlace es similar al de la primera parte, con la cámara lenta que da paso a un epílogo de horrores que nos promete una nueva continuación de una saga explotativa por excelencia. Todo esto hace que (al menos para que el que esto escribe) sea fácil perdonar los muchos y destacables fallos, aunque contrariamente a lo que mi memoria me dictaba antes de este visionado reciente, esta no sea ni mucho menos la mejor entrega de la saga. El auténtico Viernes 13 todavía no había llegado, pero ya estaba en camino.