Apenas veinte años tras su primera encarnación, la gente de Ghost House Pictures nos trae esta nueva versión de The Grudge (2020), su segundo remake americano y décimosegundo largometraje de una saga que se niega a morir (décimotercero en realidad sin contamos este). El anuncio de este remake fue algo que en su momento me tomó por sorpresa, porque no sé si en realidad alguien lo estaba pidiendo. Había sin embargo cierto entusiasmo por ella teniendo en cuenta que su director era Nicolas Pesce, el mismo de la muy celebrada Los ojos de mi madre (2016). Al final no sé qué tanta influencia haya tenido este cineasta ya que esta nueva versión no pasa de ser una película de terror muy convencional de nuestros tiempos, y a pesar de que tiene innegables aciertos, es poco lo que puede hacer para hacernos olvidar el recuerdo ya no de la original, sino incluso de su primera versión occidental del 2004.
A pesar de que en esta ocasión estamos hablando de un soft reboot (es decir, una cinta que pese a ser un remake busca tener también algo de continuidad con la saga original) la trama es básicamente la misma de todas las entregas anteriores: una maldición viral que gira alrededor de un horrible crimen y que se aferra a todos aquellos que ponen pie en la casa donde se perpetró el asesinato. La principal novedad es que en esta ocasión los personajes son todos americanos y la película transcurre por completo en los Estados Unidos. Todo lo demás resulta igual; de hecho, una de las mayores sorpresas positivas que me llevé es que la película mantiene el esquema narrativo de las originales al estructurar el argumento en varias tramas que se intercalan en desorden cronológico. Eso sí, no parece que se hayan fiado mucho de la inteligencia del público ya que la cinta te va guiando no sólo indicando mediante rótulos el año en el que transcurre cada historia (curiosamente entre 2004 y 2006 por algún motivo) sino también con ub marco narrativo que engloba todas las subtramas y lo deja todo bien atadito.
Curiosamente, no he leído casi comentarios acerca de otro de los aspectos que este remake consigue recuperar de la original y es el lado dramático; aparte de la historia de fantasmas, todos los personajes de esta película parecen estar afectados por una pérdida o una situación familiar muy jodida, lo cual puede parecer poca cosa pero tiene el efecto de hacer que como público nos identifiquemos con los personajes y terminemos sufriendo con ellos, algo que puede que no salve la película del todo pero que al menos le da ese tono deprimente y desesperanzador que la original japonesa tenía y que sus contrapartes americanas en mayor parte no supieron reproducir. En ese sentido está muy bien y pienso que consigue momentos y escenas rescatables, ciertamente mucho más que el muy superficial gore (excesivo e innecesario en muchos momentos), los sustos baratos y ciertos momentos de la trama poco creíbles.
Ese viene a ser el único problema que tengo en realidad con la película; no hay casi sorpresas, resulta muy predecible en todo momento y pese a que ciertos pasajes demuestran un oficio mayor de lo que podría esperarse, sigue siendo en el fondo una cinta de terror de las muchas que se estrenan en enero y que están destinadas por lo visto a cubrir una cuota. Me alegra que haya recuperado algunos elementos de la original que se habían perdido con sus numerosas encarnaciones (incluso en Japón) pero sigue teniendo muy poca personalidad. De hecho, la curiosa manera en la que transcurren los créditos finales es lo único que se sale de los convencionalismos del terror comercial y algo que la gente que acudió a mi pase comentó a la salida. No sé por qué, pero esperaba más, y pese a que no es la peor encarnación de The Grudge que hemos visto, dudo mucho que esto vaya a resucitar la saga.