Aprovechando que este año se estrena su remake producido por Jordan Peele (bueno, eso está por verse todavía), recordé de pronto que nunca había reseñado esta tercera entrega de Candyman (1992), lanzada directamente a vídeo en 1999 y casi olvidada ya. No faltan motivos; Candyman 3: El día de los muertos (1999) es un punto muy bajo en la saga protagonizada por Tony Todd, incluso para los estándares del formato doméstico noventero. De sobra está decir que en muchos aspectos hace ver a su secuela precedente como una obra maestra, y lo que más rabia da es que al menos en su concepción inicial parece haber ideas interesantes y planteamientos que habrían podido dar mucho juego y que sin embargo se dejan completamente de lado.
Uno de esos ángulos ocurre desde los primeros minutos de metraje, cuando nuestra protagonista, descendiente de Candyman en persona, monta una exposición de arte con los cuadros de su famoso antepasado con la esperanza de limpiar su nombre y acabar con la leyenda negra en torno a alguien que no era sino un artista que murió a causa de una gran injusticia. Esta idea de explorar el lado artístico del personaje era algo que ninguna de las dos entregas posteriores había hecho y podría haber sentado la base de una película mucho más cerebral. Sin embargo, una vez en la exposición la chica principal es retada a decir el nombre de Candyman cinco veces delante de un espejo, lo cual por supuesto desencadena una nueva ola de asesinatos y hace que todo el interesante tema de las pinturas nunca se vuelva a tocar.
Me gustaría poder decir que es a partir de aquí cuando la cinta cambia de tono y se vuelve algo mucho más barato, pero no es así; eso es algo que queda claro desde los primeros planos que explotan el atractivo físico de su protagonista Donna D’Errico, recién salida de su etapa en Baywatch y a quien el guión no tiene mejores cosas que hacerla gritar de horror cada dos por tres. Tampoco parece haber un conocimiento claro de lo que las películas anteriores han hecho ya que esta cinta cambia una vez más el origen de Candyman: la primera película estaba ambientada en Chicago (de hecho, su ambientación era parte esencial del argumento), la segunda estaba por algún motivo ambientada en Nueva Orleans, y esta tercera parte tiene lugar en Los Ángeles, lo que le permite aprovechar una muy superficial e intrascendente mirada al ocultismo hispanoamericano y la tradición del Día de Muertos (de ahí el título) pese a que dichos elementos no tengan nada que ver con la historia o los personajes.
Desconexa, muy barata y sobre todo tremendamente superficial, Candyman 3 tira por la borda todo lo que hacía a la original interesante y lo sustituye por una historia de explotación con escenas de sexo hortera, un elenco de tercera fila y la sustitución del profundo comentario racial de la primera parte por unos policías racistas que parecen salidos de otra película. A ratos pareciera que sus responsables ni siquiera hubiesen visto las dos entregas anteriores, y es una pena porque tanto el tema artístico como la idea de un monstruo que cobra realidad mientras la gente crea en él son cosas que están presentes en el trasfondo del guión aunque nunca se les de importancia alguna. A partir de aquí un remake que vuelva a los orígenes es, de hecho, la única opción posible.