Reseña: Shaun of the Dead (2004)

En 1999, Edgar Wright y Simon Pegg crearon uno de los mayores hitos de la televisión británica en los últimos años, la serie Spaced, relato post-moderno que escudriñaba las vidas de unos auténticos perdedores que bordaban los treinta años de edad y que no podían cambiar el mundo porque estaban demasiado ocupados tratando de llevar el día a día de un piso compartido y un trabajo poco estimulante, cuyos efectos mitigaban con su adicción a los videojuegos y a las horas de ocio en el sofá. La serie, dirigida por Wright y protagonizada por el propio Pegg (quien en poco tiempo se consolidó como uno de los mayores descubrimientos de la nueva comedia inglesa) se mantuvo hasta el año 2001, pero aunque estaban fuera del panorama televisivo, los dos volverían a reunirse poco después para crear Shaun of the Dead (2004), magnífica parodia del cine de zombis que es, sin duda, una de las mejores comedias de horror jamás hechas desde que Sam Raimi estrenara Evil Dead 2 (1987).

El póster original de Shaun of the Dead describe esta película mejor que nadie al definirla como «una comedia romántica… con zombis». Tomando el concepto que hiciera un éxito su antigua serie televisiva, Edgar Wright arranca su película en base a la premisa de que, dadas las evidentes características de la sociedad que nos rodea, una epidemia de zombis crecería a un nivel incontrolable mucho antes de que nosotros notáramos la diferencia. Y de hecho, nuestro protagonista, Shaun, el típico joven-adulto sin dirección, que sólo quiere ir a tomarse unas birras con los amigos y jugar a la Playstation, se levanta cada mañana para ir al trabajo en un autobús cuyos adormilados transeúntes nada tienen que envidiar a los muertos de George Romero. Ese día en cuestión es el peor de la vida de Shaun: su trabajo cada vez le ofrece menos satisfacciones, su compañero de piso amenaza con echarle si no se deshace de su indolente mejor amigo, y su novia le deja porque no es un «buen partido». Para colmo, sucede entonces lo único que puede empeorar su día: los muertos se levantan en una orgía antropófaga de proporciones bíblicas.

Desde el momento en que la amenaza se desata, en un principio de manera inadvertida para Shaun y su amigo Ed (uno de los mejores momentos de la película es una larga secuencia ininterrumpida en la que un Shaun con resaca va a la tienda de la esquina y regresa sin darse cuenta del desastre y peligro a su alrededor) estamos completamente enganchados con una situación apocalíptica que raya en lo absurdo. El protagonista es precisamente lo menos parecido a un paladín que hay, ya que su tentativa heróica se reduce a recluirse junto a las dos mujeres que ama (su madre y su novia) en el sitio que más ama: su adorado pub, el «Winchester», que con el tiempo se ha convertido en su segundo hogar y al que considera una fortaleza inexpugnable. El resto de la película podría ser lo típico en una muestra de este tipo de cine si no fuera por el humor con el que los personajes han abordado la situación, humor que por supuesto no esta libre de marcadas referencias a otras películas similares que han servido de inspiración y por las que Wright evidentemente se siente fascinado; de hecho, el mismo George Romero es uno de los fans más entusiastas de esta parodia, hasta el punto de haber ofrecido a Simon Pegg y a Nick Frost, los protagonistas, sendos cameos en su posterior trabajo, La tierra de los muertos (2005).

Pero hay más que solamente referencias. Si algo fascina de Shaun of the Dead es que se trata, precisamente, de una historia cotidiana perfectamente identificable, de la lucha de los zombis «muertos» (monstruos sobrenaturales cuyo origen, en la tradición del cine de cadáveres antropófagos, nunca es explicado) y los zombis «vivos» (esos vagos bienintencionados y sin ambiciones, que solamente desean su merecida paz para dedicarse a los placeres de la evasión). La actitud de estos personajes ante el desmoronamiento de su mundo es, a partir de aquí, desquiciada pero inmensamente coherente con su filosofía de vida. De hecho, hay que postrarse de rodillas ante el genio de una escena en la cual Shaun y Ed, que han decidido utilizar una colección de discos de vinilo como arma arrojadiza, se detienen un momento en pleno ataque para hacer una selección de aquellos álbumes que merecen ser rescatados de la llegada del Fin de los Tiempos. Y si bien es cierto que al mismo tiempo, la experiencia apocalíptica sufrida por Shaun le ayuda a alcanzar cierto grado de «madurez» y «superación», no deja de ser magistral el momento en el que esta película acomete el que es para mí el mejor de todos sus chistes: la inmensa ironía nunca desarrollada en este tipo de cine según la cual el mundo regresa a un estado normal incluso después de haber presenciado un revuelo clave y único en su historia. Ciertamente, el mundo que esta cinta pinta después del Armaggedon al que somete a sus personajes es el mejor comentario social que he visto en años. Si alguien lee estas líneas y aún no ha visto las aventuras zombífilas de Shaun y Ed, hay que tener una gran dosis de piedad por su condenada alma, que espero se redima lo antes posible.

 

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Reseña: Beyond Re-Animator (2003)

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Ahora que la productora Fantastic Factory es oficialmente historia, creo que es sano aprovechar unos momentos para comentar algunas de sus películas. En mi caso, la primera que vi fue Beyond Re-Animator (2003), tercera parte de la saga iniciada en 1985 por el mítico Stuart Gordon, y que tuvo que venir a España para ver de nuevo la luz. Ignoro si recibió un estreno en los cines españoles, pero puedo asegurar que su distribución en los Estados Unidos fue «directa a vídeo». Es una lástima, porque sin duda que esta tercera parte de las aventuras y desventuras del doctor Herbert West merecía un destino mejor.

La película está dirigida por Brian Yuzna, quien ya había estado al mando de la secuela anterior, Bride of Re-Animator (1990), la cual no había recibido muy buenas críticas. Las expectativas, por lo tanto, estaban bastante bajas, a pesar de que Yuzna ya había demostrado una gran dosis de talento con películas como El regreso de los muertos vivientes 3 (1993) y El dentista (1996), en mi opinión dos obras indispensables de lo que es cine serie B de calidad. Buscando salir hacia un escenario completamente nuevo, Yuzna abre la historia justo en el final de la secuela anterior, cuando uno de los cadáveres reanimados del doctor West irrumpe en la casa del pequeño Howard Phillips, asesinando brutalmente a su hermana mayor, hacia la cual el niño siente un amor fraternal un tanto sospechoso. Por supuesto, el desquiciado doctor West da con sus huesos en la cárcel, y trece años después, el joven Howard, convertido en médico, entra a trabajar en el mismo recinto penitenciario. Pero la sorpresa es que Howard no está buscando venganza… ¡sino la oportunidad de trabajar junto al doctor West en su búsqueda de la cura contra la muerte! Por supuesto, las cosas se salen de control y los muertos vivientes del «reanimador» desatan el caos y la destrucción en medio de un motín penintenciario que nada tiene que envidiar al de Attica.

Beyond Re-Animator resulta una secuela bastante digna, en primer lugar porque sabe mantener aquellos elementos que hicieron de la original un clásico, entre ellos una violencia tan caricaturesca que deriva en pura comedia. Sin embargo, estos detalles sanguinolentos y ridículos no están exentos de cierta carga grotesca y perturbadora, ya que el suero de reanimación del doctor West funciona diferente en cada personaje, a menudo desatando aquellos aspectos más escondidos de su personalidad. El loco tontainas de la prisión se convierte en una bestia llena de traumas de carácter freudiano, el maleante hispano de turno es «reanimado» en la forma de un torso, y mención especial para un Santiago Segura (infaltable en una producción de este tipo) en su papel de drogadicto que por casualidad se inyecta la sustancia equivocada y termina con su cabeza explotando como una piñata, por no hablar de la chica buena convertida, gracias a la magia del líquido verde, en una sadomasoquista de ultratumba experta en la castración por vía dental.

Pero todos sabemos muy bien cual es el plato fuerte: Jeffrey Combs. Este semidios absoluto del género está (una vez más) absolutamente genial como el doctor West, con la fría naturalidad de científico loco que se cree (mejor dicho, que se sabe) superior a todos aquellos que se oponen a sus designios. Definitivamente, la actuación de Combs es el principal atractivo de esta película (y eso que sale, Dios mío, ella).

A pesar de sus limitaciones, y del hecho de que la historia no hace un gran esfuerzo por ofrecer cosas que no hayamos visto en las dos anteriores secuelas, Beyond Re-Animator sigue teniendo gancho. Sus valores de producción resultan bastante correctos (es uno de esos casos en los que una película parece más cara de lo que es) y en mi mente queda archivado como uno de los mejores esfuerzos de Fantastic Factory, lo sucifientemente recomendable para que el doctor West (el Depak Chopra del cine hemoglobítico) se mantenga trabajando un poco más.

 

Reseña: Resident Evil: Apocalypse (2004)

Tras el éxito de Resident Evil (2002), resultaba obvio que una secuela estaba en camino. Aún así, fueron numerosas las quejas de los fans del famoso videojuego reclamando una supuesta falta de fidelidad a los preceptos que habían hecho popular dicha saga. Todo parece indicar que los productores de Resident Evil: Apocalypse (2004) decidieron, en este sentido, darles taza y media: la película concentra una avalancha tal de personajes y referencias al juego de Capcom, que se convierte pronto en un pastiche caótico de acción dura que poco tiene que ver con el género del que partió. De no ser por un par de momentos dignos de destacar y por esa gran presencia que es Milla Jovovich (creo que desde Sigourney Weaver no se había visto una heroína de acción como esta mujer), esto sería el equivalente cinematográfico de la comida chatarra.

Esta secuela parte exactamente donde la primera terminó: tras intentar reabrir la Colmena, los muchachos de la corporación Umbrella tienen en las manos una epidemia de zombis a gran escala, y su edénica ciudad de Racoon City pronto es presa de los muertos vivientes. La policía no se da abasto, la gente se aglomera en las barricadas militares en oleadas incontenibles de histeria, mientras aumentan los cadáveres y con ellos las filas de los enemigos. En medio de todo el caos, Alice ha despertado e intenta escapar, y pronto une sus fuerzas a las de Jill Valentine y Carlos Olivera, dos policías que han quedado atrapados en el pademonium de los muertos.

Desde fuera de la zona de contención, las cosas se complican, ya que los cabecillas de la corporación Umbrella han visto en la reciente epidemia la ocasión perfecta para probar su nueva y más mortifera arma: el “Nemesis”, un gigantesco ser mitad hombre y mitad monstruo armado hasta los dientes con artilugios de tamaño inverosímil. También han sido ellos los que han soltado a Alice, en un intento de ver cómo ha “evolucionado” gracias a las mejoras genéticas que sus inescrupulosos científicos han practicado en ella. Al mismo tiempo, el sabio creador del nefasto Virus T intenta por todos los medios la salvación de su pequeña hija, dejada atrás en el caos de Racoon City, por lo que no dudará en utilizar a los héroes como sus recaderos en una versión sádica de Gran Hermano.

Resulta obvio que tal avalancha argumental no puede ser metida ni con calzador en hora y media de película, y sin embargo, Resident Evil: Apocalypse hace su mejor intento. La curiosa opción de aquellos “controladores” externos a Racoon City que manejan los designios tanto del Nemesis como de Alice y su pandilla es un interesante guiño al origen lúdico de esta saga, y un detalle que personalmente he sabido apreciar, si bien no pasa más allá de un evidente guiño para los fanáticos del juego de Capcom. Del resto, los creadores de esta película se han olvidado, al parecer, de aquello que diferencia a un juego de una forma pasiva de arte narrativo: esta cinta es, como nunca se ha visto, un culto a la acción por encima de la historia, una acción que tiende al espectáculo, con tiros, explosiones, artes marciales gratuitas, un par de hembras despampanantes y la que sin duda es la imagen más autocomplaciente que se ha visto jamás: aquella en la que una moto a toda velocidad atraviesa (con gran estrépito) el vitral de una iglesia asediada por los muertos vivientes. Para cuando llegamos al clímax de la película, en el que Alice se enfrenta a su mortal enemigo sin arma alguna, casi podría jurar que yo extendía instintivamente la mano hacia delante buscando el mando de la Playstation. Difícilmente hallaremos algo más parecido a un videojuego que esta película.

Lo cual no quiere decir que no tenga sus momentos buenos: aquellos en los que esta fantabulosa historia de acción se acuerda de que es un filme de zombis son los que realmente valen la pena, especialmente durante la visita a una escuela primaria donde el Virus T ha causado verdaderos estragos. Si tuviera que escoger sólo un momento de toda la película, me quedaría con ése. Del resto, queda poco qué decir. Sólo el carisma de Milla Jovovich puede medio salvar esta salvajada de trama ridícula, esta sobresaturación de hormonas llena de situaciones inverosímiles, esta odisea auto–aduladora y rimbombante.

Sin embargo, ha sido un éxito, y ya se habla de planes para una tercera y cuarta parte de la saga. ¿Qué puedo decir? Ciertamente no es para tirar cohetes, y Resident Evil: Apocalypse es un producto pasable, pero no es nada del otro mundo.

 

Reseña: La tierra de los muertos (2005)

Creo que fueron las expectativas las que la mataron. Veinte años después de El día de los muertos (1985), estábamos todos tan emocionados con el regreso de George Romero al género de los zombis que la presión resultó demasiada para nuestros cerebros. Después de todo, tras esta creciente fiebre de cadáveres vivientes que se ha visto desde hace un par de años, el panorama era perfecto, una auténtica alfombra roja para el retorno del maestro. Y sin embargo, debo decir que ver La tierra de los muertos (2005) me ha dejado con una decepción difícil de asimilar. No es que sea una mala película, pero definitivamente está muy por debajo de los estándares a los que nos tenía acostumbrado este director. A pesar de que en esta ocasión contaba con un mayor presupuesto y una base de fanáticos más que segura, creo que no me equivoco al afirmar que esta cuarta parte de los muertos vivientes es la película más floja de la saga.

Al principio todo comienza bien, y Romero se encarga de mostrarnos un escenario que calza perfectamente como la consecuencia lógica de los eventos de sus películas anteriores: años tras la plaga, el mundo está dominado por los zombis (llamados aquí “stenches” debido a su mal olor) y tan sólo pequeños grupos de sobrevivientes se refugian a una ciudad enclaustrada por dos ríos y vallas electrificadas. Los habitantes de esta ciudad se dividen en dos clases: los ricos dominantes, que viven aislados del peligro en un lujoso rascacielos, y los pobres diablos que viven al nivel del suelo y que salen de vez en cuando a saquear las ruinas de pueblos vecinos en busca de las provisiones necesarias, contando para ello con la ayuda de un gigantesco camión convertido en una máquina de guerra y armado hasta los dientes. Dicho monstruo, llamado “Dead Reckoning” (en la versión española lo traducen incorrectamente como “El azote de los muertos”), es la máquina de violencia más contundente del mundo apocalíptico que habitan esos personajes. El conflicto se desata cuando Cholo, uno de los exploradores, resentido porque a pesar de sus esfuerzos no se le permite acceder a la clase social dominante, roba el camión y amenaza con destruir el rascacielos, y con él la ciudad.

Para colmo, la amenaza de los zombis ha cobrado una nueva faceta: los muertos han evolucionado y empiezan a mostrar signos de inteligencia que incluyen (entre otras cosas) conciencia de su poder y uso de diferentes armas (una continuación perfecta al “Bub” de El día de los muertos). Mientras los vivos se pelean por los privilegios de una vida cómoda, las hordas caníbales del exterior se acercan peligrosamente a cumplir su objetivo.

Entonces, dada una premisa tan interesante como esta, ¿cuál es el problema con La tierra de los muertos? Pues bien, quizá sea que por esta vez, y salvo ciertos detalles, no parece que nos encontramos con una película de Romero, sino con una versión de Romero adecuada a los gustos cinematográficos de hoy. La película, más que ninguna otra de su director, se convierte rápidamente en un filme “de acción”, y cuando lo hace, se queda allí. Todavía conserva algunos toques del refinado y macabro sentido del humor de Romero (una inquietante escena inicial muestra a un grupo de zombis intentando tocar instrumentos musicales en un kiosco de plaza), pero poco más. En ningún momento percibí ese sentimiento de reclusión desesperada que impregnaba las tres películas anteriores de principio a fin. En vez de eso la historia nos invita a perdernos en un festival de tiros y más tiros, frecuentemente aderezados con toques de humor que por lo menos son buenos, eso sin duda.

Aún así, no me abandonaba esa sensación de estar en presencia de la más “light” de las películas romerianas que he visto en mi vida. Creo que esto se nota especialmente si consideramos que en las tres películas anteriores no había “héroes”, precisamente porque el ataque de los zombis servía como metáfora para el reflejo de todas nuestras mezquindades e incoherencias como género humano. En cambio, en La tierra de los muertos, los “buenos” (incluyendo mi amada Asia Argento, con lo que imagino solamente el morbo que le debe haber causado a Romero dirigir a la hija de su antiguo jefe) y los “malos” están muy bien definidos, en ocasiones demasiado, lo que hace que su simbología social, característica inconfundible de las tres partes anteriores de la saga, se vea inevitablemente banalizada. De hecho, prácticamente ni se percibe ese comentario sociológico que hacía genial la saga de Romero, y que aquí queda reducido al momento en el que Kauffman, el líder de los “ricos” (interpretado por el siempre efectivo Dennis Hopper) le cae a tiros a los zombis mientras sostiene una maleta repleta de billetes y grita “¡No tenéis derecho! ¡No tenéis derecho!”. Es éste, además del momento en que Kauffman dice que “no negocia con terroristas” (una vaga referencia a nuestro clima político actual que rápidamente es desechada a favor de la trama de acción), uno de los pocos momentos en los que uno ve al viejo Romero asomar la cabeza en medio de una película que tiene más que ver con Resident Evil (2002) que con cualquier otra cosa.

El nivel de sangre y violencia es alto, y los efectos especiales de Greg Niccotero (quien aparece aquí como zombi, al igual que Tom Savini) son espectaculares. El “líder” de los muertos (que aparece en los créditos como “Big Daddy”) es un monstruo enorme cuya sola imagen transmite una sensación de brutalidad pasmosa, como la de un demonio, y es probablemente él quien tiene los mejores momentos de la película. De hecho, de todas las imágenes, me quedo con esa espectacular toma de los muertos vivientes emergiendo poco a poco del agua. Si tan sólo toda la película hubiese tenido esa fuerza.

Porque sin duda, lo que más me molesta, y la principal razón por la que salí decepcionado de aquella sala, fue por el final. Hubiera sido capaz de aceptar cualquier cosa excepto ese final “feliz” (producto sin duda de las exigencias típicas de tener unos “héroes” en estos días timoratos “post 11–S”) en el que los salvadores desaparecen en el horizonte. En fin, una película completamente desaprovechada, superflua, que solamente es entretenida cuando todos esperábamos que fuera realmente buena. Yo solamente puedo decir que Shaun of the Dead (2004) y El amanecer de los muertos (2004) siguen siendo las mejores películas de zombis realizadas en los últimos años. En cuanto a esta, es recomendable para los fans acérrimos de Romero, que siempre deseamos ver al maestro en acción, pero la sombra de sus tres obras anteriores seguirá siendo demasiado grande, y me temo que todavía tendremos que esperar para que este sub–género vuelva a las andadas con todas las de la ley, en una película realmente cañera, y no en este producto de consumo de masas que nos ha sido impuesto a quienes esperábamos (con razón) una obra maestra.

 

Reseña: La noche de los muertos vivientes (1968)


Si hay una película que haya causado genuino asco en el momento de su estreno, esa es sin duda La noche de los muertos vivientes (1968), el debut cinematográfico de uno de esos «míticos» directores de género, el genial George Romero. La película, un auténtico sueño hecho cine, fue realizada con las uñas en la localidad de Pittsburg, filmada en blanco y negro, no por razones estéticas ni artísticas, sino simplemente por burdos motivos de presupuesto, con un guión que explotaba el morbo de los espectadores y una ferocidad inusitada que no buscaba justificarse en ningún momento. Es el terror en estado puro, el miedo que proporciona aquello que no entendemos, aquello que no podemos vencer porque ni siquiera es posible determinar sus orígenes, sus intenciones o su auténtica naturaleza.

Tienen razón aquellos que, como Stephen King, dicen que con La noche de los muertos vivientes el cine de terror cambió para siempre, para bien o para mal. De hecho, nos hayamos quizá ante la primera película moderna de terror (este comentario tiene un sentido valorativo, no cronológico) ya que, hasta la fecha, el cine de género todavía se basaba en la atmósfera gótica de los mitos clásicos (vampiros, hombres–lobo, criaturas provenientes de esferas infernales) que la Hammer había resucitado recientemente. Nada de eso encontramos en la obra de George Romero, en la que por primera vez encontramos, en todo su esplendor, el que será uno de los nuevos (y duraderos) fenómenos físicos del género cinéfilo de miedo: el zombi.

Decir que existían películas de zombis anteriores a esta es, al mismo tiempo, cierto y falso. Hasta la fecha, la inserción de cadáveres re–animados se había utlizado en el cine, destacando especialmente White Zombie (1932), la película de Victor Halperin con Bela Lugosi, la ya clásica I walked with a zombie (1943) de Jacques Tourneur, o la involvidable Plan 9 From Outer Space (1959) de Ed Wood. Pero todas estas películas, si bien contaban con los muertos vivientes entre sus filas, lo hacían incorporándolos a una tradición narrativa que provenía, en algunos casos, de un estilo ya anquilosado de hacer cine. En otras instancias, se intentaba hacer referencias cultas a cierto exotismo afro–caribeño, algo que muchos años después llevaría Wes Craven hasta el límite con su casi documental película La serpiente y el arcoiris (1988).

Nada de eso hay en La noche de los muertos vivientes. Los cadáveres ambulantes de George Romero simplemente aparecen desde el principio de la película y nunca son explicados. De todas maneras, pronto está muy claro que eso es lo de menos, porque si algo intenta la cinta no es mostrar la épica lucha entre dos razas (los vivos y los no–muertos) sino los intentos desesperados de sobrevivir que acomete un grupo de personas forzadas a colaborar en una situación desfavorable. ¿Conclusión? Ese grupo de humanos atrapado en la cabaña asediada por los muertos vivientes puede ser tan salvaje e inhumana como la horda de cadáveres caníbales que se agolpa (cada vez en mayor número) a su puerta. A medida que transcurre la película, los finos lazos que los unen (basados sobre todo en una concepción egoísta de la supervivencia del más apto) se debilitan cada vez más, y para cuando llega el impresionante clímax de la historia, nos enfrentamos al que es quizá el mayor horror de la civilización occidental: la caída del sistema, el Caos absoluto.

Porque lo que más horroriza del zombi es precisamente el hecho de que es uno de los nuestros, irreconocible tras la muerte, desposeído por completo de memoria, afectos o intenciones, guiado solamente por la más elemental de las necesidades: el hambre. George Romero lo explotaría cabalmente en sus dos secuelas posteriores: El amanecer de los muertos (1979) y El día de los muertos (1985), con una tercera secuela estrenada este mismo año. Imitada y parodiada hasta la saciedad, ésta su primera película continúa siendo una referencia ineludible del horror en su estado puro, pero que además (y gracias a esa increíble secuencia final) nos deja con un terrible sabor de boca: lo que nos espera al otro lado de la descomposición de nuestro supuestamente seguro e inalterable orden es el infierno sobre la tierra, la depredación del hombre contra el hombre, el Fin.

Por cierto, en 1999 el gobierno de los Estados Unidos declaró esta película como «culturalmente significativa», razón por la cual es hoy en día Patrimonio de la Nación y está preservada en el Registro Cinematográfico Nacional.

 

Reseña: Resident Evil (2002)

Dicen por ahí que los responsables de Resident Evil (2002), ya en los albores de su proyecto cinematográfico, contactaron al mismísimo George Romero para que escribiera y dirigiera esta cinta basada en el popular videojuego. Romero, al parecer, estaba inicialmente encantado con la idea, pero terminó desechando el proyecto a raíz de las imposiciones de censura por parte del estudio, el cual, como era de esperarse en una película de este calibre, quería orientar la producción a un público compuesto en su mayoría por adolescentes. De manera que los head-honchos hollywoodenses perdieron la oportunidad de hacerse con el trabajo de este genio indiscutible del género para su película, hecho que deja entrever cierta ironía, ya que fue precisamente Romero, con sus zombis caníbales, quien creó la base cultural que inspiraría la ya famosa saga de videojuegos.

Para aquellos que no conozcan dicha saga y por lo tanto no tengan ni idea de qué va esto, aquí está la situación: al parecer, una mano nada inocente sabotea el laboratorio secreto de una maligna corporación (¿cuál no lo es?) llamada Umbrella y libera un arma bacteriológica conocida como el virus T (nombre que proviene, por cierto, de un episodio de Star Trek). Este virus, aparte de ser mortal, tiene la facultad de reanimar los cadáveres de sus víctimas convirtiéndoles en feroces no-muertos que, obviamente, se encargan de transmitir la enfermedad por doquier. De manera que, para evitar el contagio de toda la población, la Reina Roja (super-computadora central de la instalación secreta) decide sellar el recinto por completo y matar a todos los que en él trabajan. Los cabecillas de Umbrella no saben nada de esto (al parecer, por alguna razón que no entiendo, o la base se encuentra incomunicada o la Reina Roja ha decidido voluntariamente dejar a sus creadores en la ignorancia de lo que ha sucedido) y deciden enviar a un equipo de especialistas a abrir el laboratorio (todo tiene nombre aquí; el dichoso lugar se llama La Colmena) y averiguar qué sucedió exactamente. A partir de aquí, ya se lo pueden imaginar.

Por mi parte, nunca he sido un jugador de Resident Evil, y por ello no puedo hablar de la fidelidad de esta adaptación de Paul W.S. Anderson (quien ya había dirigido una película basada en una popular serie de videojuegos, ¿adivinan cuál?) para con su homónimo lúdico. Sin embargo, sí puedo hacer varios comentarios en cuanto a la fidelidad de esta película para con toda una tradición cinematográfica de la que el juego mismo es deudor. En este sentido, debo decir que la cinta hace bastante honor al género e intenta, si bien no con la contundencia deseada, satisfacer a los adeptos a los cadáveres andantes. ¿El resultado? Por un lado, positivo; Resident Evil, como sabrán, salió poco antes de 28 días después (2002), y entre las dos resucitarían el cine de zombies no-paródico, permitiendo así, entre otras cosas, el regreso del maestro Romero al lugar que le corresponde: la cartelera. Pero por otro lado, no me abandona la sensación de estar ante lo que pudo haber sido una auténtica joya y que al final resultó ser una medianía fácilmente consumible y, sobre todo, olvidable. En cuanto a qué es precisamente lo que le falta, la respuesta de la mayoría de los críticos y cinéfilos ha sido la misma: más violencia, más sangre, más zombis, más gore y sobre todo, más desesperación, ese ingrediente apocalíptico que está por encima de los héroes y que da la auténtica sensación de horror que caracteriza este tipo de películas. Al final, parece ser que el bueno de Romero tenía razón después de todo.

Y es que, a decir verdad, en este apartado se queda bastante floja. Todo lo demás tiene respetables aciertos, como el elenco (especialmente Milla Jovovich y Michelle Rodríguez, cuyos personajes tienen una relación pseudo-lésbica que a mi, lo confieso, me ha resultado atractiva), los efectos especiales y una ambientación en ocasiones magnífica. Para muestra la imagen final, literalmente calcada del cine de Romero y que da pie a la secuela, Resident Evil: Apocalypse (2004). La aparición de los primeros zombis está bastante lograda, ya que va siendo gradual y por lo general tensa, como debe ser. La Reina Roja, esa entidad perversa que se convierte en el principal enemigo y obstáculo de los protagonistas, tiene a mi parecer algunas de las mejores líneas de diálogo (“yo no dejo nada al azar”), e incluso el pequeño “misterio” de la película acerca de quién es Alice (el personaje de Milla Jovovich, que pierde la memoria al principio de la cinta y luego la va recuperando gradualmente) y por qué exactamente vive en la casa bajo la cual se esconde La Colmena tiene algún que otro momento bueno. Pero una vez más, con sus limitaciones sanguinolentas y su escaso coraje a la hora de llevar las situaciones al límite, es difícil no quedarse con la idea de que no se está realmente ante una película de terror, sino ante un filme de acción veraniego que, ocasionalmente, tira unos cuantos zombis a la pantalla. Aún no he visto la segunda parte, pero me han dicho que está aún más inclinada hacia ese lado. Siendo así, no veo como pueda elevar a esta saga de no-muertos a una categoría mayor que la media.

[Nota: por si acaso no lo recuerdan, la anterior película de Paul W.S. Anderson basada en un popular videojuego fue Mortal Kombat (1995). Cosa curiosa es que su última producción, Alien vs Predator (2004) también vio la luz como un videojuego hace ya varios años (ojo, primero lo hizo como cómic). Anderson tampoco es un novato a la hora de mezclar horror y ciencia-ficción; en 1997 dirigió una película con Sam Neill y Lawrence Fishburne llamada Event Horizon, que mezclaba ambos géneros, si bien no de forma muy destacable]

 

Reseña: El amanecer de los muertos (2004)

Después de todo, existe luz al final del túnel, incluso para tipos escépticos como yo. Cuando me enteré (hace ya un par de años) que estaba por estrenarse un remake de Dawn of the Dead, el clásico de George Romero de 1979, considerada uno de los pilares del cine de terror moderno, temblé de miedo (y no del bueno, como saben). Mi angustia se incrementó cuando supe que la película sería el debut como director de un hombre llamado Zach Snyder, quien se había granjeado mi desconfianza al ser el guionista de Scooby Doo, una de esos repetidos insultos a la materia gris que de vez en cuando uno se encuentra. Aún así, tembloroso, indeciso ante los comentarios que había escuchado y leído, entré a una sala de cine casi vacía esperando lo peor.

Resultó que estaba muy equivocado. El refrito de El amanecer de los muertos es no solamente un muy buen homenaje a la cinta original, sino que incluso logra aportar cosas nuevas y revitalizar un género que se creía en decadencia. La historia incial sigue siendo la misma: una horda de zombies se desata sin explicación alguna de sus orígenes y un puñado de sobrevivientes se refugia en un centro comercial, planeando su huída mientras los no-muertos se apilan afuera de a miles, esperando hincar los dientes en carne fresca.

La primera cosa que hay que resaltar de esta nueva versión es que Snyder ha decidido prescindir del «comentario sociológico» de la obra de Romero en provecho de la acción y el suspense propios del género. Esto hace que su película sea, sin duda, más superficial, pero no por eso mala. Al menos, ha sabido afianzar el gore y la violencia explícita hasta la saciedad, con uno que otro toque perverso (el primer zombie que vemos es una niña de mirada vacía a la que han arrancado los labios). Otra cosa es que, seguramente imitando a las criaturas de 28 días después, los cadáveres ambulantes de esta cinta corren a toda velocidad. ¿Zombies lentos o zombies rápidos? Esta pregunta podría convertirse en una nueva polémica del cine de género.

Tremendamente interesante resultan los contenidos especiales del DVD: un extenso documental acerca del trabajo de maquillaje (que por cierto, no tiene desperdicio, especialmente la manera en como han trabajado con tres diferentes «etapas» de descomposición), comentarios de audio y mi favorito: una «película corta» en la que se narra la misma historia pero desde el punto de vista de Andy, el excéntrico dueño de la tienda de armas frente al centro comercial y que juega un papel decisivo en la trama.

En fin, una película digna desde todo punto de vista. Definitivamente esta cinta y Shaun of the Dead constituyen dos excelentes maneras de pasar el tiempo mientras se espera la cuarta parte de la saga de zombies de George Romero, a estrenarse este año. Una prueba, además, de que sí es posible hacer un remake de calidad sin llegar a los extremos tan bajos de La matanza de Texas o La casa de cera. No desbancará a la original, pero al menos brilla con algo de luz propia.

 

Reseña: 28 días después (2002)

Cuando por primera vez oimos hablar de ella, se suponía que iba a ser la película de terror de la década o algo así. Está realmente muy lejos de serlo, pero si algo se le puede agradecer al director Danny Boyle es que su película 28 días después (28 Days Later) al menos tuvo el efecto «positivo» (hasta ahora) de revivir el sub-género de las películas de zombis, generando platillos tan suculentos como el remake de El amanecer de los muertos (sí, aunque no lo crean sí hay remakes buenos), la excelente Shaun of the Dead o la cuarta parte de la saga de George Romero dedicada a los muertos antropófagos: Land of the Dead, que se estrenará este año. Y lo más increíble de todo, es que esta película de Boyle ni siquiera es realmente sobre zombis (!)

De lo que trata 28 días después es sobre un virus que se desata en Londres y que atrapa a todo aquel que se contagia en una ola de furia desatada e incontrolable. Como la enfermedad se propaga a los pocos segundos del contacto con la sangre de un infectado, en 28 días ya todo el país está en ruinas, con apenas unos cuantos supervivientes que intentan abrirse paso a través de las ciudades desiertas y los campos por los que vagan los contaminados, persiguiendo una señal de radio que ofrece el remedio a la epidemia… ¿o no?

La película, dotada de un realismo casi de documental, es un buen intento (al menos técnico) de mostrar ese escenario apocalíptico que tanto se ha explotado en el cine. Hay incluso innegables guiños a la obra de Romero (imposible no hacerlo, dado que él es realmente la fuente de todos estos relatos) pero falla en darnos esa sensación de futilidad y de desgracia para la especie humana. No voy a revelar nada aquí, pero sin duda mi amigo Noel Gross tenía razón cuando dijo en su columna: «¡Gran película! ¡Terrible final!».

Aunque las imágenes de un Londres desolado son realmente escalofriantes, y el retrato de esa civilización que literalmente se ha ido a la mierda está muy bien logrado, algo sencillamente no termina de cuajar con 28 días después. Quizás sea el hecho de que para un director prestigioso como Danny Boyle todavía existen ciertos prejuicios a la hora de darnos ese final apocalíptico y desesperanzador que una película como esta necesita. Espero que no sea así. De todas formas, solamente por los filmes que ha originado, esta cinta se merece un sitio de privilegio.

Reseña: Undead (2003)

Hay gente que dice que soy un incoherente y que las cosas que digo no tienen sentido. Se preguntan, por ejemplo, como puedo defender una película como Dagon y dejar por el suelo otras que, a primera vista, son al menos igual de malas. Pues bien, creo que hay que añadir una entrada más a esa lista de inconsistencia crítica, porque creo que Undead, cinta australiana que ya lleva un par de años rodando por ahí pero que no se estrenará en Estados Unidos hasta este verano, es muy mala. Y que conste que la vi con el mayor de los placeres, esperando encontrarme ante algo en la línea de Evil Dead o cosas por el estilo (sobre todo porque así es como me la vendían, y además porque fui engañado por su página web, que debo reconocer hace un muy buen trabajo publicitario). Es como siempre dicen: la mezcla entre terror y comedia es muy difícil, y con la excepción de Evil Dead 2 o la más reciente Shaun of the Dead (que en España recibe el creativo título de Zombie’s Party) generalmente no es muy bien recibida. Algo similar pasa con esta película, que desde el principio parece un relanzamiento de la serie B típica de los 50, con zombis, invasiones extraterrestres, y una música que recuerda por breves momentos a las memorables obras de Ed Wood. Además, las películas de cadáveres ambulantes te lo ponen fácil porque solamente hay una historia, a partir de la cual te inventas lo demás: en un pueblo pequeño habitado por escoria rural (cuando mucho), ¿qué es lo peor que puede pasar? ¡Que los muertos caminen! De una premisa así sale horror y comedia pero de los buenos, aunque en este caso se recurra a chistes fáciles que, en su mayoría, provienen del personaje que ven en el poster, del cual no voy a decir nada porque arruina la experiencia.

En fin, mi consejo inicial sería alejarse de esta película lo más posible, pero le doy alguna ventaja por ciertas imágenes, momentos realmente buenos (en su mayoría tomados de otras películas mucho mejores). Imagino que algunos pensarán que estoy equivocado, que es una mezcla de terror y comedia y no debe ser tomada en serio y bla bla bla. Pero yo les digo sencillamente que la clave para que una película de terror sea buena también como una cómica es la siguiente: que sepamos claramente que es intencionalmente graciosa. Los dos chicos que dirigieron Undead… ¿querían ellos que nos riéramos de determinadas situaciones o que las admiráramos? No estoy tan seguro.