Reseña: Body (2015)

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Segunda entrega de nuestra trilogía de Navidad de este año, Body (2015) es una película que tiene mucho a su favor: una muy buena estética, una muy cuidada ambientación navideña que no se siente para nada forzada y, sobre todo, un elenco casi exclusivamente femenino que se siente muy natural y con una química creíble entre sus actrices. Cuenta además con un argumento muy básico que no tarda en ponerse en marcha: un grupo de amigas que deciden coronar su velada navideña de diversión colándose en una mansión vacía y que, debido a un error que se salda en una tragedia, deben ocultar un cadáver, dando inicio así a una escalada de desgracias que se extiende durante la noche y las arroja a una situación que se va complicando a cada momento que pasa.

Esta premisa a la que me he referido arriba es algo que está sin duda alguna muy visto, y cualquiera podrá preveer enseguida varios de los giros narrativos así como las rivalidades que inevitablemente terminan por surgir entre las chicas debido a la forma distinta en que cada una decide lidiar con la situación. Algunas reseñas que he leído la han puesto a parir acusándola de ser una cinta misógino que perpetúa estereotipos de mujeres pérfidas que planean la destrucción de un hombre y no tardan en traicionarse las unas a las otras, pero yo no termino de ver esto del todo: por el contrario, siempre me gusta encontrarme con una cinta de este género en el que los personajes femeninos no sean mostrados siempre como víctimas o incapaces, algo que definitivamente no ocurre aquí sino todo lo contrario. De hecho, el verdadero horror de la cinta está en hasta qué punto son capaces de llegar sus protagonistas (sobre todo la rubia líder del grupo) con tal de salvarse a sí mismas, y de lo exponencialmente difícil que se hace llegar a una feliz resolución.

Pero a pesar de estos aciertos, Body es también una película que se siente incompleta, una en la que quedan muchos cabos sueltos y que al final resulta demasiado sencilla, tanto que en verdad me sorprendí cuando se acabó. Recuerdo que cuando la vi hace apenas un par de años me impactó el darme cuenta de que esta es una película que apenas dura 75 minutos, de los cuales calculo que unos diez serán los títulos de crédito iniciales y finales. Esta inusualmente corta duración me hace pensar que estamos o bien ante un largometraje severamente editado en post-producción o en un corto al que se le añadieron escenas y giros narrativos sin consecuencia ni criterio alguno ya que la situación por la que pasan las chicas se torna tan descabellada en ocasiones que resulta poco creíble.

Body pintaba bien al principio pero se va descalabrando un poco, y aunque he terminado por apreciarla un poco más de lo que hice en su momento, tengo que reconocer que sigue siendo bastante olvidable. Me gusta, sin embargo, la idea de una película de terror de Navidad que huye de los ya muy manidos juegos con los símbolos tradicionales de las fiestas, y sólo por eso creo que se merece una tímida consideración.

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Reseña: A Christmas Horror Story (2015)

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Para abrir nuestro especial de Navidad de este año no se me ocurre nada mejor que una película que, honestamente, debió haber sido mucho más exitosa de lo que fue en su momento. Esto lo digo porque la idea de la que parte A Christmas Horror Story (2015) es una que se veía venir desde hacía mucho tiempo y que misteriosamente no había sido explotada, al menos no desde el cine de terror mainstream. Dicha  idea a la que me refiero es la de una cinta de relatos basada exclusivamente en las fiestas decembrinas, algo que parece una consecuencia lógica ya que varias antologías anteriores como Cuentos de la cripta (1972) ya incluían entre sus segmentos historias ambientadas en la Navidad.

Una cosa que me gusta es que todos los relatos están más o menos parejos en cuanto a calidad, algo por lo general difícil de encontrar en este tipo de cintas. También todos están bastante unificados en cuanto a estilo a pesar de que en ella trabajan tres directores distintos: Grant Harvey, Steven Hoban y Brett Sullivan, nombres que también trabajaron en la trilogía de Ginger Snaps (2000), a la que hay varios guiños conscientes empezando por la mención del pueblo de Bailey Downs. La estructura también resulta de lo más curiosa ya que los cuatro episodios van contándose simultáneamente  entrelazados por un marco narrativo con William Shatner (evidenciando entre otras cosas el enfoque no-tan-serio de la película) y una historia de Papá Noel enfretándose en el polo norte a una epidemia zombi que constituye con toda seguridad el segmento más recordado y al que todo el mundo termina por hacer alguna referencia.

Todos estos detalles curiosos y las ocasionalmente efectivas ideas que muestra no son a pesar de todo suficientes para encumbrar A Christmas Horror  Story al nivel de otras antologías más destacadas. Es decir, por mucho empeño que le hayan puesto sus responsables no estamos hablando aquí de algo tan destacable como Trick ‘r Treat (2008), que resulta la comparación más obvia por la manera como los segmentos se van narrando de forma simultánea. Esta es, sin embargo, una película mucho menos ambiciosa que muchas veces sucumbe ante sus propios excesos y muestra quizás una confianza excesiva en su premisa al abandonarse a sus aspectos más superficiales y eludir algunos aspectos más inteligentes que asomaban en la manera como se cruzan algunas historias y que no están realmente explotadas salvo por la revelación final, que le da a todo el conjunto un tono mucho más oscuro de lo que parecía al principio.

Con todo, A Christmas Horror Story es una muy buena opción para dar inicio al maratón de películas de horror navideñas de este o de cualquier año. No es la mejor película de antología que podemos encontrar, pero la verdad es que no hay tantas que hayan utilizado esta premisa y sólo por eso (y por ver a Papá Noel luchando contra unos elfos zombi) vale la pena rebajar un poco nuestras expectativas. Sus responsables deben haberlo sabido ya que esta película tuvo una presencia muy tímida en cines y sólo vio alzarse su popularidad en formato doméstico. De hecho, y ya como curiosidad final, la película se vendió con una carátula alternativa titulada A Holiday Horror Story en algunos locales de Walmart en Estados Unidos, debido a la política de dicha empresa de no resaltar el carácter cristiano de la Navidad. Ahora que lo pienso, ese es un chiste que podría perfectamente haber sido incluido en la propia película.

 

Reseña: Black Christmas (2006)

Estrenada precisamente el día de Navidad hace ya nueve años, Black Christmas (2006) viene a cerrar nuestra trilogía dedicada a las fiestas decembrinas, con mucho retraso ya que la vimos por primera vez en el momento de su estreno y nunca hasta ahora habíamos tenido la voluntad de reseñarla. Su llegada fue en un momento en el que el género de terror estaba pasando por el clímax de su fiebre de remakes y nuevas versiones, aunque considero que la mayor parte de su público no conocía el clásico de Bob Clark de 1974 en el que se basa (de hecho creo recordar que dicha conexión nunca se mencionó durante su estreno en España). Tampoco es un problema en realidad ya que esta es una cinta que apenas emplea a la original como excusa y es por lo tanto un trabajo muy distinto con sus propias intenciones tanto temáticas como estéticas. El principal motivo por el que la he vuelto a ver es mi interés por su director, Glen Morgan, veterano de Los expedientes X y un guionista muy interesante que tuvo una importante presencia en el terror de la década pasada pero que sólo tiene dos cintas en su haber como director, ambos remakes: Willard (2004) y esta que tenemos hoy. Ambos trabajos de Morgan son menos convencionales de lo que en un principio parece, y aunque su apreciación puede dividir a la mayor parte del público, son películas que vale la pena ver.

La versión 2006 de Black Christmas destaca de entre la ola de trabajos similares porque Morgan lleva a su criatura hasta el extremo de lo grotesco ofreciéndonos lo opuesto a lo que en su momento nos dio la original: si la cinta de Bob Clark era interesante precisamente por su condición de proto-slasher, lo ambiguo de su trama y los muchos cabos sueltos que dejaba su resolución, esta es en cambio un producto explícito en su violencia, cruel para con sus personajes y que abraza su condición de cine carnicero revelando desde el principio la identidad del asesino a través de una escabrosa historia previa que contrasta de forma radical con el ambiente navideño de su trama principal. Por supuesto se mantiene el elenco joven y la estructura típica de chicas universitarias enfrentadas a un asesino misterioso, pero esta vez todo está resaltado a lo bestia, dándonos una película mucho más violenta que la original hasta el punto de que en ocasiones se hace difícil de tomar en serio.

Esto último quizás sea el punto clave porque lo cierto es que ese nivel de violencia es probablemente el principal atractivo de la película pero también algo que dificultó su mercadeo a lo que hubiese sido su público ideal, que no era otro que el consumidor de terror adolescente que todavía insuflaba al género slasher algo de vida. Aparte, y tras haberla visto de nuevo, considero que la película no aporta realmente nada nuevo ni en cuanto a lo que había hecho Bob Clark ni al cine de asesinos en general. Al igual que Willard dos años antes, este remake de Black Christmas fue un rotundo fracaso tanto de taquilla como de crítica que acabó prematuramente con la carrera de Morgan como director, ya que nunca volvió a dirigir un largometraje y sólo recientemente ha vuelto a la televisión gracias al resurgimiento de Los expedientes X.

Sabiendo esto, estoy aquí en un punto medio: personalmente esta cinta forma parte de un estilo de horror que ya no me interesa, pero por otro lado la dirección de Morgan y lo divertido del elenco la hacen al menos una película interesante, e incluso aquellos que se hayan sentido decepcionados con la ambigüedad de la original pueden encontrar cosas positivas en ella. Y como promete su título, es realmente navideña y el tema de las fiestas de diciembre está resaltado de forma muy obvia, por lo que se hace perfecta para esta época.

 

Reseña: Silent Night (2012)

La segunda película de nuestra tríada de terror navideño de este año no trae tan buenos resultados. Fue también una a la que en su momento no le presté mucha atención ya que no escuché o leí casi nada sobre ella, ni bueno ni malo. Hablo por supuesto de Silent Night (2012), autoproclamado remake del famoso slasher Silent Night, Deadly Night (1984) que popularizó el arquetipo del Papá Noel asesino a principios de los ochenta. Tal como sospechaba después de haber visto el avance hace un par de años, esta nueva película es en realidad no tanto un remake sino un reinicio de la saga, ya que la trama es completamente distinta y sus intenciones a la hora de construir un relato de terror son otras, por desgracia mucho menos ambiciosas.

Lo único que se mantiene esta vez es la idea del Papá Noel matando de forma horrible a aquellos que considera indignos de las fiestas decembrinas, y todo lo demás es distinto. De hecho, estamos ante una película slasher de toda la vida con un asesino enmascarado, silente y misterioso con un regodeo extravagante y lúdico hacia la violencia. Esta vez además la historia está contada desde el punto de vista de las víctimas, especialmente de una mujer policía que hará lo imposible por detener al asesino antes de que se cargue a todo aquel presente en su muy extensa lista de bajas. Como decía, algo tremendamente convencional y para nada arriesgado, cuyo única carta es la figura de Papá Noel matando gente a diestra y siniestra con hachas, cuchillos y hasta un lanzallamas. Aparte de algunas pequeñas referencias a las primeras entregas de la saga original, esta es su única semejanza.

Otra gran diferencia, y algo que la separa de la mayoría de estas películas de Papá Noel asesino, es que Silent Night intenta abordar su material desde una perspectiva más seria, aunque las aspiraciones comerciales de la cinta hacen que todo se sienta muy ligero, repetitivo y poco dado al impacto: salvo una escena en particular en la que despacha a un personaje de forma sádica usando una trituradora de madera, la película me pareció francamente muy aburrida y privada casi por completo de interés, y la imagen de su asesino está muy exagerada en el trailer porque a la hora de la verdad su presencia está mucho menos aprovechada de lo que promete.

El resultado de todo esto es una película muy poco estimulante, sin nada que la haga realmente destacar dentro de su género, muy predecible y (esto sí que es una sorpresa) definitivamente inferior a todas las demás entregas de la saga original. Estas, aunque nunca fueron grandes películas, al menos eran divertidas e interesantes en su ineptitud o en su rareza. La de hoy, sin embargo, se siente como un subproducto sin nada especial. Para historias de Santa Claus haciendo el mal, mucho mejor es que tiréis de clásicos como la siempre recomendable Christmas Evil (1980), que quizás un día reseñemos por aquí.

Reseña: Krampus (2015)

Desde hace algún tiempo atrás vengo reivindicando la Navidad como época perfecta para una maratón de películas de terror, por encima incluso de Halloween, y aún así debo reconocer que en los últimos años estábamos cortos de ejemplos que pudiesen formar parte del imaginario de horror de estas fiestas. En este sentido la llegada de Krampus (2015) ha sido toda una sorpresa, y para variar de las más positivas que he tenido últimamente. Por mucho que este personaje del folklore austro-bávaro se haya puesto de moda últimamente (de hecho no es la primera ni la segunda cinta que hay por ahí suya), estamos ante una gran historia de terror que a pesar de su ligereza tiene un gran componente de crueldad y está llamada a convertirse en una referencia del horror navideño como en su momento lo fue Gremlins (1984). Así de contento he quedado.

Todo esto, repito, ha sido toda una sorpresa para mí, puesto que las anteriores cintas que tenían al Krampus de protagonista habían sido por lo general subproductos bastante lamentables, por lo que cuando por primera vez escuché hablar de este proyecto no estaba lo que se dice muy entusiasmado. Mis esperanzas aumentaron al ver que al frente de todo estaba el director Michael Dougherty, quien después de la muy recomendable Trick’r Treat (2008) se apuntaba nuevamente a un relato de horror basado en una festividad, y ha sido precisamente adaptando un personaje que ni siquiera forma parte de la tradición americana aunque sí de un arquetipo muy popular en este tipo de cine: el Papá Noel malvado. En el fondo es de eso de lo que trata Krampus: la pérdida de fe de un niño en la Navidad que invoca a un terrible demonio que viene a castigar a aquellos que han destruido la esencia de las fiestas. Ya desde los créditos iniciales se nos deja muy claro que el principal tema de esta película es la degradación de la Navidad y el ajusticiamiento de sus profanadores a través de unos monstruos que hablan mucho de los orígenes paganos de esta celebración.

Y es precisamente en este imaginario donde la película de Dougherty destaca: el diseño de las criaturas, y especialmente del propio Krampus, es glorioso, completamente alejado de cualquier atisbo de caspa o ironía, y a pesar de sus muy evidentes intenciones cómicas durante gran parte del metraje hay escenas y secuencias realmente horribles que no temen ni siquiera a meter caña a través de la muerte (espantosa) de niños. En un principio la película parece engañarnos debido a un elenco compuesto en gran medida por actores famosos por comedias, pero el tono de la película está perfectamente equilibrado y aunque nunca llega a ser realmente terrorífica, tampoco llega a ser del todo cómica. La comparación de arriba con Gremlins en este sentido no es nada fortuita porque al igual que aquella construye la comicidad al mismo tiempo que presenta una amenaza real que pone la vida de los protagonistas en verdadero peligro.

Unos efectos especiales muy buenos, un diseño de criaturas sobresaliente y una atmósfera muy buena que me recordó en más de un momento a otras películas de estado de sitio como La niebla (2007), Krampus es el nuevo clásico de las Navidades y probablemente la película que más satisfecho me ha dejado este año, un año en el que los trabajos más interesantes han estado fuera de lo común. No llega a los niveles de excelencia de Trick´r Treat, pero es sin duda muy recomendable como ejemplo de un tipo de cine que ya no se hace, aquel que puede servir para iniciar a un joven público en el cine de terror, una oscura fantasía muy superior a cualquier otro ejemplo de Papá Noel maligno que se me pueda ocurrir ahora mismo.

 

Reseña: Silent Night, Deadly Night 5 (1991)

La última entrega de la saga original de Silent Night, Deadly Night se estrenó directamente a formato doméstico en 1991, y nuevamente contó con Brian Yuzna detrás de las cámaras, si bien no como director al menos como productor y co-guionista de una cinta que nuevamente tiene muy poco que ver con el resto de la saga en cuanto a tono y argumento, pero que sabe encontrar puntos interesantes dentro de su locura argumental, sus limitados recursos, y su muy evidente ambientación californiana noventera. Tal como ocurrió en la entrega anterior, la mayoría de las opiniones que he encontrado en Internet acerca de Silent Night, Deadly Night 5: The Toy Maker (1991) son negativas, pero honestamente pienso que es un error, ya que con todos sus defectos me sigue pareciendo mucho más interesante que el poco atractivo slasher de la primera entrega.

Esta al menos hace una cosa que su predecesora no hizo: recuperar el tema navideño que se había dejado de lado. Eso no quiere decir que Yuzna y el director Matin Kritosser abandonen por completo la conexión con su trabajo anterior, ya que algunos personajes de la cuarta parte reaparecen aquí en pequeñas aportaciones secundarias. Pero el argumento tampoco esta vez va sobre un Papá Noel asesino, sino sobre unos misteriosos juguetes responsables de la muerte de aquellos desafortunados que los reciben, con lo que esta entrega además aborda al menos parcialmente el ángulo infantil que esta saga nunca antes había explotado. Además, los responsables de esta película han sabido convertir su elenco en toda una provocación al poner como villano a Mickey Rooney, actor inevitablemente asociado al lado más amable de las fiestas decembrinas. En una deliciosa muestra de cómo el pez muere por la boca, Mickey Rooney presta su trabajo a esta secuela a pesar de haber sido él uno de los más fieros instigadores del boicot que hundió a la Silent Night, Deadly Night (1985) original.

Aunque en su defensa podemos decir que esta quinta entrega es tan diferente que es muy probable que sólo haya sido después del rodaje que se terminara asociando a la saga. Las comparaciones que muchos han buscado con el clásico de Charles Band, The Puppet Master (1989), pero dichas comparaciones son a decir verdad superficiales y basadas únicamente en la cercanía entre Band y Yuzna a través de los años. La verdad es que esta quinta entrega de la saga es, quizás por su temática infantil, un cuento de navidad grotesco pero que sabe combinar muy bien su crueldad infantil con algunas cosas más típicas de un público adulto como por ejemplo la forma en que realza la sexualidad de muchos de los personajes y lo poco desarrollado que está el crío, quien no es el protagonista de la historia sino solamente la víctima.

Es ya para el desenlace donde esta película alcanza su momento más desquiciado con una revelación final que dividirá completamente al público pero que a mí en lo particular me pareció más que coherente con lo que venía tratando la historia hasta entonces, además de que se ve venir si uno presta atención a las muy obvias pistas que te da prácticamente desde el principio. Mi valoración final de la saga de estas películas navideñas puede que no sea del agrado de todos, pero estoy más que convencido de que son las entregas posteriores las más interesantes, fallidas sin duda y menospreciadas por su componente de comedia involuntaria o sus grandes carencias de medios, pero sin duda alguna más ambiciosas en cuanto a su desarrollo y sin miedo a probar cosas descabelladas, algo que la primera entrega (aquella más famosa) no puede decir. Como todos sabéis bien, existe un remake únicamente nominal estrenado en el 2012, pero es tan distinto de todas estas películas que creo que merecerá ser tratado aparte.

 

Reseña: Silent Night, Deadly Night 4 (1990)

Aquellos que vengan siguiendo la saga desde sus inicios muy probablemente se sientan defraudados con Silent Night, Deadly Night 4: Initiation (1990), puesto que esta cuarta entrega no sólo rompe con todo tipo de continuidad con las películas anteriores, sino que es a todas luces un producto divorciado por entero de la premisa que han mantenido. A un nivel aún mayor que la entrega anterior, esta cuarta parte no tiene absolutamente nada que ver con la Navidad y las escasas escenas que la vinculan de alguna forma a las típicas fiestas decembrinas se sienten como una imposición forzadísima destinada a hacer de este capítulo una parte de la serie. Pero no todo es malo: esta cuarta parte es también un regreso a cierto margen mínimo de calidad, y a pesar de su locura argumental, vuelve a sentirse como una película de verdad principalmente por el talento que hay tanto delante como detrás de las cámaras.

Para dar fe de ello sólo hay que mencionar el nombre de su director, el inconfundible Brian Yuzna, que nos trae aquí una de sus primeras películas, mostrando varias de sus marcas de estilo que ya había explotado en trabajos como la indispensable Society (1989) o Bride of Re-Animator (1989), que se estrenaron en cines mientras que esta de la que hablamos hoy fue a parar directamente a vídeo. Y si decíamos que tenía poco que ver con las anteriores lo decíamos en serio: basándose en un guión rechazado para la entrega anterior, Silent Night, Deadly Night 4 abandona el terreno slasher del Santa Claus asesino y construye un relato urbano de brujería y satanismo mezclado con un fuerte subtexto lésbico en lo que sin duda es una cinta singular dentro del panorama de principios de los noventa. Su argumento, en el que una joven reportera investiga la extraña muerte de una mujer anónima y termina enfrentándose a una secta de brujas modernas que buscan utilizarla para cumplir un terrible ritual, es también una nada velada explotación del miedo misógino que subyace al poder femenino y a la subyugación del macho alfa.

La película tiene muchos ejemplos de esto que estamos diciendo, tantos que sería muy largo enumerarlos aquí, y si algo sabe hace Yuzna es enredar esta trama con escenas y momentos realmente grotescos que casi siempre tienen como protagonista a la presencia del siempre grande Clint Howard como un vagabundo esclavo de las brujas, eso y un empleo de los preceptos de la Nueva Carne del que Cronenberg y Barker estarían muy orgullosos. Por supuesto que la película tiene sus fallos como un desarrollo muy rápido y un final abrupto en el que la resolución llega simplemente porque sí, pero nunca hay que olvidar que estamos hablando de un final al que hemos llegado por medio de una muestra desvergonzada de sexo orgíastico, lesbianismo satánico y el empleo literal/metafórico de insectos gigantes.

Brian Yuzna llegaría a depurar más su estilo con el tiempo, pero esta falsa secuela lleva el germen de sus primeros trabajos, que fueron aquellos realmente radicales en cuanto a su particular y retorcida forma de emplear el horror. En esta casa le defendemos a capa y espada como uno de los grandes aunque no siempre haya acertado, pero en esta ocasión lo hace. Silent Night, Deadly Night 4 es una película que probablemente termine alienando a muchos, pero para mí al menos resulta mucho más interesante que la repetición slasher de entregas anteriores y que parece ser el camino que se espera de este tipo de sagas.

 

Reseña: Silent Night, Deadly Night 3 (1989)

Continuación de la más longeva saga de terror navideño que haya visto, Silent Night Deadly Night 3: Better Watch Out! (1989) fue la primera entrega lanzada directamente en formato doméstico, y su poder de reivindicación del cine basura no nos impide decir que está incluso a la par de la segunda entrega en cuanto a incompetencia a nivel técnico, aunque también por desgracia es mucho menos divertida y carece del encanto especial que aquella entrañable secuela conseguía gracias a sus actores de segunda fila. Esta tercera parte, aún así, es una cinta realmente destacable por lo rara que es y las inexplicables salidas tanto argumentales como técnicas de las que hace gala su director, Monte Hellman, veterano discípulo de Roger Corman, quien fiel a las artes aprendidas de su maestro, se vanagloriaba de haber escrito el guión en una semana y haber rodado, montado y presentado el producto final en apenas un par de meses, cosa que se nota. Mucho.

Esta tercera entrega de la saga es también la última que seguiría el argumento de las dos anteriores al recuperar al asesino de la segunda entrega, Ricky, quien tras haber sido cosido a tiros al final de Silent Night, Deadly Night 2 (1987) ha sido salvado de la muerte gracias a una intervención que le ha puesto en coma y ha dejado su cerebro expuesto y nadando en una especie de domo transparente que le hace parecer un robot salido de alguna ciencia-ficción cutre de los cincuenta. La presentación del asesino en una rarísima secuencia onírica y la presencia del cacharro en la cabeza del antagonista (interpretado esta vez por nuestro querido y en esta ocasión desperdiciado Bill Moseley) son sin duda los primeros elementos extraños de esta secuela, pero sobre todo el aparato que lleva Ricky encima es lo más estrafalario que hemos visto en años y elimina de un plumazo cualquier posibilidad que tenía la película de poder ser tomada en serio, y eso que esta vez no estamos ante una comedia.

En lugar de las risas, esta película trata por el contrario de abordar un ángulo pseudo-científico en el cual el inescrupuloso doctor que ha salvado la vida a Ricky intenta explotar un vínculo telepático que este parece tener con una jovencita ciega con poderes mentales (!!!!) que por lo visto puede meterse en los recuerdos del asesino; esto no sólo permite la explotación del ángulo paranormal de la historia sino que además sirve de excusa para una vez más meter metraje reciclado de la película original, y aunque no lo hace ni de lejos en la proporción empleada en la segunda parte, la cinta sí que parece tener una confusión un tanto extraña en cuanto a la identidad del asesino, como si el guionista no hubiese recordado que Ricky no era el villano de la original. De todas maneras nada de esto importará una vez que la película nos someta a las rarísimas secuencias oníricas de la ciega protagonista, las inexplicables reacciones de los personajes que demuestran una nula dirección de actores, y los momentos inevitablemente risibles que se producen al ver al asesino haciendo autostop en la carretera vestido únicamente con una bata de hospital y (no lo olvidemos) una cabeza medio robótica que por lo visto nadie encuentra rara.

Está claro que Silent Night, Deadly Night 3 (1989) es una película atroz en todos los sentidos, cuyo mayor pecado quizás sea el hecho de que en realidad no tiene el ángulo navideño por ningún lado más allá de estar ambientada en Nochebuena (Ricky nunca se viste de Santa, por ejemplo) pero aún así es una obra tan bizarra que vale la pena ser revisada al menos una vez. Como nota curiosa quisiera destacar que el elenco tiene al menos dos actores de la serie Twin Peaks, y además cuenta con una jovencita Laura Harring en su primer papel no-televisivo, lo que sumado a la rareza general de la película (incluyendo una desconcertante imagen final) la vincula a David Lynch en más de un punto. Tal como decíamos antes, las siguientes partes de la saga serían historias completamente independientes, y esas también caerán en este trío de reseñas navideñas que hemos preparado.

 

Reseña: Sint (2010)

Siguiendo en esta fiebre que nos ha dado por las películas de terror con temática navideña, se hace necesario hablar aquí de Sint (2010), una simpática producción holandesa que marca entre otras cosas el regreso al cine de horror del cineasta neerlandés Dick Maas, quien se había prácticamente apartado  del género desde los tiempos de sus dos películas más conocidas, El ascensor (1983) y Amsterdamned (1988). En esta ocasión, Maas nos trae una historia muy similar en cuanto a premisa a la finlandesa Rare Exports (2010) transformando en esta ocasión la imagen de San Nicolás de Bari, encargado en los Países Bajos de traer los regalos en las fiestas navideñas, en un zombi sediento de sangre que comete una masacre en la ciudad de Amsterdam en aquellos años en los que su festividad (el 5 de diciembre) toca en luna llena.

Personalmente no me parece la mejor obra de Maas, principalmente porque en mi opinión el haber enfocado la historia como una comedia diluye un poco el contenido transgresor de hacer del obispo un monstruo, algo que se nota también en la decisión de irse por el camino de la corrección política al hacer de los secuaces de San Nicolás (los «Pedritos Negros») hombres blancos caucásicos. Eso y que el escaso presupuesto de la cinta se nota en la reticencia en mostrar al monstruo; Nicolás y sus siervos salen muy poco en verdad, y cuando lo hace su aparición se ve deslucida por unos efectos informáticos un tanto cutres.

Pero con todo y eso, estamos ante una película divertida que tiene sus mayores virtudes en la irreverencia abierta hacia una figura religiosa comúnmente asociada con momentos festivos. A diferencia de lo que ocurre con Papá Noel, la figura de San Nicolás de Bari enlaza directamente con el cristianismo, aunque lamentablemente la cinta de Maas se queda a media máquina cuando asoma temas como la conspiración religiosa existente tras la figura de un obispo rebelde que asesinaba sin piedad a aquellos que se negaban a rendirle tributo y que encima secuestraba niños para venderlos como esclavos. Todos estos puntos están sugeridos en la película pero no son tratados realmente, y encima el final es apresurado, anticlimático, sin una resolución real y francamente falto de imaginación.

En definitiva, Sint merece la pena principalmente como componente exótico de la Navidad en otras culturas usado como base para el terror. Como película de miedo navideña, es francamente bastante perezosa y sólo superficialmente disfrutable. El final, al negarse a dar una solución real y creíble al conflicto, deja en teoría la puerta abierta a una secuela que en lo personal me gustaría ver hecha realidad, quizás esta vez con un poco más de la crueldad que le hubiera caído bien a este relato de horror navideño.

 

Reseña: Silent Night, Deadly Night 2 (1987)

La saga de Silent Night, Deadly Night bien podría hacer de la Navidad la nueva festividad idónea para una maratón de películas de terror, más incluso que Halloween. Tras el simpático pero menor slasher que fue la primera, Silent Night, Deadly Night 2 (1987) tiene la facultad de hacer que su antecesora parezca una obra maestra en comparación. Es terrible de principio a fin, y ahí están las cientos de parodias en Youtube que hacen leña de los elementos menos agraciados de la cinta como la legendariamente atroz actuación de su protagonista. Y sin embargo, ha sido precisamente por esos motivos que esta secuela ha terminado por ganarse un culto propio como una de las más gloriosas  y entretenidas muestras de cine basura, en un fenómeno similar al de Troll 2 (1989), de Claudio Fragasso, y uno que definitivamente se merece un tratamiento similar.

En un alarde bastante cutre de reciclaje cinematográfico, la primera mitad de Silent Night, Deadly Night 2 es casi exclusivamente un resumen de la primera película, «narrada» por Ricky, el hermano menor de Billy, que cuenta su experiencia a un psicólogo de la policía. El empleo del recurso del flashback por medio de escenas recalentadas de la película anterior es vergonzoso no sólo por el hecho de rellenar la película para hacerla alcanzar porque sí la duración de un largo, sino también por la incoherencia de hacer que Ricky hable de eventos en los que ni siquiera estuvo presente. Toda esta parte es, a decir verdad, bastante aburrida y a cualquiera que haya visto la original se sentirá tentado a adelantar la película para llegar a aquello realmente bueno: el momento en el que Ricky pasa a relatar su propia ola de crímenes que termina previsiblemente en la obtención de un traje de Papá Noel y la ejecución de su venganza.

Esta segunda mitad de la película es cuando la cinta alcanza sus puntos más altos, especialmente en la espectacular secuencia de Ricky causando estragos en una apacible calle de suburbio, una obra maestra del absurdo que se convierte en el momento más fácilmente reconocible de una cinta que deja un poco de lado el tema de la navidad como escenario de terror pero que por otro lado gana muchos enteros con su interpretación desquiciada de las andanzas de un psicópata. Y es que todo acerca de esta cinta es un desastre, desde el ritmo desfasado que alterna flashbacks imposibles con un interrogatorio hasta el carácter absolutamente arbitrario e ilógico de la violencia perpetrada por Ricky sobre sus congéneres.

Pero una cosa ha de quedar clara: si bien formalmente inferior a su antecesora, esta segunda parte de la saga de asesinos navideños es infinitamente más disfrutable precisamente por lo disparatado de su desarrollo y la entrañable sobreactuación de Eric Freeman en el papel de Ricky, un actor que por sí solo alza a la película de su mediocridad y la convierte en una obra maestra de la comedia involuntaria que ha conseguido sobrevivir al palo genealizado que recibió en el momento de su estreno debido a su uso excesivo de metraje reciclado. Este culto, en mi opinión, está ampliamente merecido. Pero no tenéis que creer en mi palabra; lo mejor que podéis hacer es buscaros una copia de Silent Night, Deadly Night 2 y atesorarla como un clásico navideño que no podéis ver sino entre amigos. La saga tendría tres secuelas más que se distanciarían bastante del camino trazado por estas dos primeras cintas, y a ellas llegaremos en otro momento.