Reseña: The Eye 3 (2005)

Probablemente hayáis notado que en los últimos días he estado colgando reseñas de secuelas cuyas sagas había dejado olvidadas. Ahora, rascando el fondo de la olla, llega el turno a The Eye 3 (2005), también conocida como The Eye 10 o The Eye 3: Infinity, dependiendo de la edición de la que estemos hablando. Contrariamente a lo que me esperaba, este es un trabajo muy diferente de los dos anteriores hasta el punto de que solo un par de referencias puntuales lo vinculan a sus predecesoras. También es probablemente una de las secuelas más pobres que he visto jamás, incluso teniendo en cuenta los ya de por sí poco impresionantes estándares que la saga tiene.

Otra cosa que me sorprendió fue ver que incluso esta tercera entrega está dirigida por los hermanos Pang, directores también de las primeras dos y que nuevamente hacen uso de su ya conocida obsesión temática como es la dualidad cultural entre Hong Kong y Tailandia, esta vez centrada en un grupo de jóvenes amigos de la ciudad china que viajan al país vecino de vacaciones y se topan con un misterioso libro llamado Los diez encuentros (de ahí uno de los títulos), que supuestamente enseña con lujo de detalles diez métodos distintos para tener un encuentro sobrenatural. Cuando los jóvenes deciden poner en práctica los rituales a modo de juego, el resultado es el que podemos esperar tratándose de una película de terror.

Ya esta última frase es algo que hay que tomar con cierto escepticismo; desde sus títulos de crédito iniciales más apropiados para una comedia juvenil, lo cierto es que The Eye 3 no parece en muchos momentos una película de miedo. A pesar de que la amenaza a la que se enfrentan los chicos es real, así como los fantasmas, el tono que la película tiene es muy desconcertante en cuanto a que contiene varias escenas y secuencias que son abiertamente cómicas, aunque la película en sí no es del todo una comedia. Lo correcto sería decir que no parece tomarse a sí misma en serio, y si a eso le sumamos unos efectos especiales de baratillo y una trama un tanto errática en la que nunca queda claro el efecto que tiene el juego de los diez rituales, lo cierto es que el resultado deja mucho que desear.

Siendo sinceros, no esperaba que The Eye 3 fuese una buena película ni mucho menos, pero no me imaginaba hasta qué punto sus defectos han conseguido que las dos anteriores (sí, incluso la segunda) parezcan obras maestras en comparación. Lo curioso es que esta tercera entrega llega a mencionar directamente a sus antecesoras metiendo incluso metraje reciclado de estas, lo cual no hace sino resaltar las grandes diferencias de tono y estética que tienen con esta continuación cuyo nivel de calidad es tan bajo que si no fuera porque está hecha por los mismos directores no me creería que se trata de una secuela real.

Reseña: Basket Case 2 (1990)

En las últimas semanas he aprovechado para saldar varias deudas pendientes que tenía en cuanto a cine de terror de décadas pasadas, y entre ellas una de las sorpresas más positivas que me he llevado ha sido Basket Case 2 (1990), la cual nunca había visto hasta ahora y que me ha dejado muy impresionado porque tenía la impresión de que se trataría de una secuela alimenticia de una película genuinamente transgresora cuya trama para colmo había quedado bastante cerrada en su desenlace. Al final resultó ser algo muy distinto; esta segunda parte, si bien es considerablemente menos violenta que su predecesora, llega incluso a superarla en cuanto a su componente bizarro hasta el punto de ser una historia de todo menos convencional.

Por supuesto, el principal mérito que tiene es que a pesar de contar con un presupuesto más holgado y el respaldo de la SGE Home Video (una importante productora de cine para formato doméstico que para entonces estaba en su punto más alto), la cinta sigue estando escrita y dirigida por su creador Frank Henenlotter, un cineasta con una voz única que supo sortear las limitaciones de censura del mercado del directo-a-vídeo para darle a la película un giro distinto al de la primera parte pero sin llegarla a rebajar su eficacia. En esta ocasión los hermanos Duane y Belial, tras sobrevivir al final de la anterior película, son rescatados del hospital por una misteriosa anciana que los lleva a vivir con ella a su casa de campo donde habita con su hermosa nieta y un nutrido grupo de otros seres deformes y extravagantes a los que cuidan como si se tratase de su familia.

Es precisamente allí, en la incorporación de la familia de fenómenos, donde se encuentra el principal aporte de esta secuela y aquello que la convierte no solo en una comedia de terror sino también en una alocada historia de personajes marginados con deformidades absolutamente fantásticas e imposibles, incluyendo una versión femenina del propio Belial que pasa a ser el interés romántico del hermano monstruoso y da pie a algunas de las escenas más extrañas de toda la película. El énfasis que se hace esta vez en las criaturas (con unos efectos prácticos y de maquillaje muy superiores esta vez) es sin duda un alejamiento de la premisa slasher de la primera parte pero también dota a esta secuela de una identidad propia que la emparenta con otras historias de engrendos simpáticos como La parada de los monstruos (1932), de Tod Browning o Razas de noche (1990), de Clive Barker, que casualmente se estrenó el mismo año y con la que tiene varios puntos en común.

Por supuesto sigue teniendo sus puntos de terror; Belial sigue siendo un asesino, Duane sigue estando tan perturbado como siempre (excelente la actuación de Kevin Van Hentenryck, el mismo protagonista de la original) y la cinta contiene algunos pasajes muy oscuros e inquietantes incluso en sus momentos de risa, pero estamos ante un trabajo con un tono muy diferente al de su antecesora. Es también, sin embargo, una prueba de que Henelotter no dejó que una mayor cantidad de recursos le acomodara en el mainstream sino todo lo contrario; Basket Case 2 es una secuela muy digna que si bien disminuye la dosis de terror lo da todo en cuanto a locura y terror festivo. Una gozada.

Reseña: The Hunt (2020)

Uno de los slogans con los que se publicita The Hunt (2020) reza algo así como «la película de la que todo el mundo está hablando y que nadie ha visto». Me parece muy acertado y no creo que otra cosa explique la mala reputación que despertó su premisa en el momento de su estreno (estreno que por cierto se vio retrasado debido a tiroteos masivos en Estados Unidos y luego perjudicado por la crisis del coronavirus). Pero si algo está claro es que esa premisa despertó un prejuicio injustificado en gran parte del público ya que la cinta no satiriza aquello que la gente cree, o al menos de la forma en que lo parece al principio.

Esta idea a la que me refiero es algo que hemos visto ya empleado muchas veces, desde The Most Dangerous Game (1932), sin duda la referencia más obvia, a trabajos de survival horror más recientes en los que un grupo de desconocidos son cazados por una pandilla de millonarios que buscan cargárselos uno a uno por deporte. La gracia reside en que esta vez los antagonistas son un grupo de millonarios «progres» y los cazados son simples ciudadanos americanos «de derechas» a quienes las «élites izquierdistas» odian simplemente por haber apoyado a Trump, a quien no se menciona nunca pero cuya referencia resulta más que evidente a lo largo de la cinta desde el mismo momento en que los sobrevivientes son llamados «deplorables».

Ahora, es comprensible por un lado que la cinta haya causado este revuelo debido al clima de polarización política que la sociedad estadounidense está viviendo en este momento, pero ese es precisamente el blanco de la burla de una película como The Hunt, en la que ambos «lados» de la contienda están representados a través de sus más evidentes estereotipos hasta el punto en que todo en la trama no es sino una caricatura. Esto fue algo que me sorprendió mucho ya que pese a que sabía de lo que se trataba, no sabía que la cinta fuese una comedia: todo en ello, la acción hiperbólica, la risible representación de sus villanos o las exageradas escenas de muerte están hechas para causar risa en el espectador y como sátira funcionan muy bien, sobre todo cuando llega el desenlace y la trama finalmente encuentra su justificación, la cual no hace sino añadir una capa más de ironía a todo el asunto.

Siendo sinceros, eso sí, este ángulo de sátira política es lo único realmente novedoso que la película ofrece ya que todo lo demás es muy sencillo y convencional, tanto que me atrevería a decir que lo único que hace que The Hunt destaque es el excelente trabajo de Betty Gilpin como la protagonista. Gilpin, una actriz que ya me encantaba desde que la vi en la serie GLOW, está absolutamente genial como heroína de acción y su personaje levanta la cinta por completo alcanzando momentos brillantes a pesar de que en la mayor parte del metraje parece invencible y es solo al final cuando su personaje parece verse realmente ante un desafío. Vean esta película aunque sea solo por ella, ya que espero encontrarla en muchas cosas más.

Reseña: Bloody Hell (2020)

Debería otorgar un sitio de honor a Bloody Hell (2020) solamente por el hecho de que fue la última película que vi este año en un cine, cuando todavía estaban abiertos, pero aunque no hubiese sido así seguiría teniendo al menos que mencionarla ya que esta producción australiana me pareció un ejemplo muy divertido de lo que es tomar una premisa en principio absurda y elevarla únicamente por medio de su ejecución y el trabajo de sus actores, principalmente su protagonista Ben O’Toole, entregado al cien por cien en su rol de no-víctima con resultados descojonantes.

Esta premisa a la que me refiero se centra en un ex-presidiario que, buscando alejarse de la involuntaria fama que ha caído sobre él por frustrar un atraco, escapa a Helsinky donde cae víctima de una familia de asesinos antropófagos. Tras despertar encadenando en un sótano nuestro protagonista sufre un brote psicótico que le convierte en un experto asesino que hará lo que sea por salir de su situación actual. El giro, sin embargo, no es ese sino que esta premisa en apariencia seria está tratada como una comedia en la que el humor proviene no solo de la interacción del protagonista con su alter ego imaginario sino por la manera en que va enfrentándose a sus captores, en una orgía de violencia y desenfado que funciona muy bien incluso si no terminas de entrar del todo en aquello que la cinta ofrece.

Esta idea de la que parte se hará tremendamente familiar para aquellos seguidores del survival horror porque incluye varios de los elementos que son considerados sus mayores clichés hoy en día, incluyendo la presencia de un gigante enmascarado, aunque es cierto que muchas de estas referencias están mezcladas de forma un tanto caótica y honestamente no funcionarían tan bien de no ser por lo carismático de su protagonista y la absoluta falta de solemnidad con la que este enfrenta incluso las situaciones más terribles. En este sentido la película vendría siendo una antítesis de obras como La matanza de Texas (1974) debido a la ligereza con la que trata el sufrimiento de su personaje principal, hasta el punto en que varias veces estuve tentado a pensar que todo se trataba de un sueño.

Pese a que no es un trabajo demasiado destacable y requerirá que se vea con un ánimo muy particular, Bloody Hell es lo suficientemente disfrutable como para hacerse un hueco en la ya abultada lista de parodias slasher que hemos recopilado aquí. En muchos sentidos es lo que la gente llama una «película de festival», no en un sentido peyorativo pero sí en cuanto a la superficialidad con la que se le recibe. Con todo y eso merece la pena.

Reseña: Fried Barry (2020)

Fried Barry (2020) es una de esas películas que se descubren por casualidad, porque lo cierto es que hasta que la vi no había escuchado hablar de ella ni del corto de 2017 en el que se basa. A decir verdad, esta producción sudafricana es algo que me cayó completamente de la nada y en ese contexto terminó sorprendiéndome ya que lo que parecía en un principio un trabajo mucho más oscuro acerca de abducciones alienígenas terminó siendo, por el contrario, una comedia negra creada a partir de un personaje despreciable que termina redimido ante el espectador precisamente cuando resulta poseído.

En muchos detalles (y esto no creo que sea el primero que lo menciona) la película funciona como una parodia de trabajos más serios como Under the Skin (2014): el personaje en cuestión, Barry, es un macarra toxicómano de medio pelo que deambula de acá para allá en un barrio de Ciudad del Cabo que termina siendo poseído por un ente extraterrestre que utiliza su cuerpo para un viaje de exploración por el mundo nocturno de la ciudad. La gracia está en que esta aventura que emprende (y que incluye encuentros con lo más variado del inframundo del barrio) hace que la criatura alienígena termine siendo mejor persona de lo que su huésped jamás fue, y toda esta trama se da a través de situaciones muy graciosas en las que el protagonista se ve metido por pura casualidad ya que en ningún momento parece estar haciendo otra cosa que vagar sin sentido probando todos los estímulos que la noche le ofrece.

Es precisamente el carácter episódico de lo que ocurre lo que revela como pocas cosas que la película proviene de un cortometraje del mismo director, algo que a algunos puede sentar mal ya que no hay realmente una trama central y ciertos pasajes como aquel en el que Barry se enfrenta a un secuestrador parecen ser el clímax de la historia pero sólo son otra de sus aventuras. Asimismo hay que aclarar que el sentido del humor de la película es en ocasiones muy negro y gira siempre alrededor de la idea de que Barry (o al menos el Barry alienígena) es un personaje carismático que parece despertar la simpatía e incluso el deseo de todos aquellos que se encuentran con él. Esta idea no funcionaría si no fuera por la espectacular actuación de Gary Green en el papel principal, que imprime a su personaje una presencia y gestualidad que le convierten en el alma de la película. No es poca cosa teniendo en cuenta que aparece en todas las escenas y casi no tiene líneas de diálogos y aún así es su físico y sus manierismos lo que hacen el personaje, hasta el punto en que honestamente no me imagino otra manera en que esto podría haber salido bien.

Pese a que no sea para todo el mundo, Fried Barry es una película singular que merece la pena ser vista aunque sea por el hecho de que una comedia con este nivel de sexo y violencia y con un personaje tan positivamente desagradable es algo poco habitual en el cine de terror mainstream. La cinta también pertenece a una camada de trabajos recientes que suelen dar prioridad a una estética reconocible y una atmósfera muy particular conseguida no solo a través de la soberbia actuación y explotación de su protagonista sino también a un código de colores muy específico y a una estridente banda sonora, estilo que aquí ya hemos visto con otras cintas vistas este año como Bliss (2019). En todo caso la recomiendo sin duda alguna.

Reseña: Un cubo de sangre (1959)

Otra de las más famosas películas dirigidas por Roger Corman, Un cubo de sangre (1959) es también otro ejemplo de una comedia de terror poco convencional muy en la línea de La pequeña tienda de los horrores (1960), que Corman dirigiría al año siguiente reciclando los mismos escenarios y gran parte del equipo técnico y artístico. Es también otra de sus colaboraciones con el guionista Charles B. Griffith, quien sacó aquí uno de sus mejores trabajos y una cinta que ha pasado a ser conocida como un retrato/parodia muy acertado del ambiente artístico beatnik de los cincuenta.

En la película, un camarero con ambiciones de escultor llamado Walter Paisley (el omnipresente Dick Miller visto aquí en uno de sus pocos roles protagónicos), mata accidentalmente al gato de su casera y oculta su fechoría cubriendo al felino de arcilla, creando de esta forma una escultura alabada por todos como una obra de arte y convirtiéndolo en un escultor estrella de la noche a la mañana. Pero si algo no tiene Walter es talento, por lo que poco a poco comienza a matar para utilizar los cadáveres de sus víctimas como material para sus obras, primero de forma accidental y luego intencionalmente a la vez que intenta con sus obras impresionar a sus nuevos amigos del mundo artístico y seducir a la chica de la que se ha enamorado.

Como decíamos arriba, el argumento guarda similitudes con La pequeña tienda de los horrores en el sentido de que el personaje principal es alguien en un principio bueno e inocente que termina convertido en asesino por casualidad, pero el desarrollo y la premisa de Un cubo de sangre evolucionan de forma mucho más oscura y siniestra; ya desde muy pronto el Walter de Dick Miller es retratado como un auténtico enfermo mental, un hombre con una existencia sumamente gris y patética a quien la fama y la adulación van convirtiendo en un monstruo obsesionado con enmascarar sus crímenes bajo una capa de belleza. En muchos sentidos es también una vuelta de tuerca a la premisa de cintas anteriores como Los crímenes del museo de cera (1953), aunque esta vez contada desde la perspectiva del villano. Sin embargo lo más interesante probablemente sea la ambientación en el inframundo de la cultura beat con su poesía surrealista, su arte improvisado y su constante exaltación del artista como figura mesiánica alejada de la realidad. En estos sentidos es una película mucho más inteligente de lo que parece y con unos personajes mucho más redondos de aquello con lo que Corman solía trabajar.

El guión, los personajes y varias de las actuaciones (no sólo Dick Miller sino también un magnífico Julian Burton como el poeta residente del club donde trabaja Walter) elevan Un cubo de sangre a la categoría de uno de los trabajos más memorables de Corman, por mucho que se vea dañada por sus escasos valores de producción y algunas deficiencias técnicas que rebajan, por ejemplo, el golpe de efecto de un final muy efectivo en el papel pero menos impactante en la pantalla. A pesar de eso es una cinta muy buena y ampliamente recomendable incluso hoy en día. Corman produjo también un remake de esta a mediados de los noventa, y no la he visto aún así que con toda seguridad nos acercaremos a ella en algún momento.

Reseña: La pequeña tienda de los horrores (1960)

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Comenzamos este mes especial con una de las películas más famosas de Roger Corman y una que, paradójicamente, no parece haber sido vista por la mayoría de la gente que me rodea. Me refiero por supuesto a la versión original de La pequeña tienda de los horrores (1960), una muy modesta producción en blanco y negro concebida como una comedia con cierto toque sangriento de cine de monstruos, rodada en apenas dos días con un presupuesto ínfimo y enfrentando una larga serie de dificultades, pero también una que terminó por confirmar la fama de Corman como artífice mercenario capaz de sacar trabajos con gran celeridad. De hecho, las circunstancias en las que la película se realizó constituyen un relato yo diría tan interesante como la cinta en sí.

Esto último lo digo porque el argumento no es algo que se vea demasiado trabajado pero aún así contiene una premisa muy atractiva: Seymour Krelborn, un torpe e ingenuo florista de un barrio de Nueva York, encuentra en un basurero una extraña especie de planta nunca vista antes y la cual desea cultivar para regalarla a la chica de la que se ha enamorado, pero dicha planta resulta ser una criatura inteligente capaz de hablar y que encima se alimenta de carne humana, hechos ambos que debe ocultar no sólo de su jefe sino del público que se agolpa todos los días en su floristería para conocer a la misteriosa planta que no para de crecer al mismo tiempo que una ola inexplicable de crímenes hace estragos en la ciudad. Pero todo este tema, que podría haber sido la base de una película de horror «seria», es tratado por el contrario como una farsa casi teatral, una comedia de enredos completamente consciente de su propia ligereza.

Esta falta de solemnidad y el tono coloquial y rápido de los diálogos hace que muchas de la secuencias de la película parezcan improvisadas, con actores pisándose los textos unos a otros y afincándose en una comedia de diálogos que raya en lo absurdo, como ocurre por ejemplo con el personaje interpretado por Jack Nicholson, quien tiene un pequeño papel como un joven masoquista que acude al dentista porque le encanta sentir dolor. Esta secuencia, que en gran medida no tiene realmente nada que ver con el argumento principal, sería por otro lado muy explotada ya que es precisamente la presencia de Nicholson como actor lo que ha ayudado a que la película se mantenga en el tiempo, cosa que sorprendió tanto a Nicholson como al propio Corman, que no esperaban que la cinta tuviera el éxito que tuvo.

Pese a que muchas de sus secuencias son muestra de un humor muy propio del contexto neoyorquino en el que tiene lugar, La pequeña tienda de los horrores se convirtió en un clásico por derecho propio que afianzó la fama de Corman como alguien capaz de aprovechar recursos, algo que definiría su carrera durante décadas. La cinta fue adaptada en un musical de Broadway durante los años setenta, el cual fue a su vez llevado al cine en 1986 por el director Frank Oz, versión que en muchos sentidos es tan famosa como esta o más pero que toma un camino muy distinto. Esta, a pesar de ser una comedia, tiene pasajes realmente grotescos que podrían calzar perfectamente en una película de horror convencional de no ser por lo modesto y en ocasiones risible de sus recursos. Yo diría que es un trabajo que requiere de una disposición especial para apreciarlo, pero buscadlo porque vale la pena.

Reseña: Get the Hell Out (2020)

Una cosa que siempre repetimos aquí es que cada año al parecer es obligatorio que nos llegue al menos una película de zombis, y resulta que este año han sido tres las novedades. No sólo eso sino que las tres han sido cintas provenientes del cine asiático. Claro, no hemos visto todavía las surcoreanas Alive (2020) ni Peninsula (2020) así que toca hablar sobre Get the Hell Out (2020), una comedia de infectados proveniente de Taiwan que basa su efectividad no sólo en los elementos cómicos sino en una premisa ya de por sí interesante.

Esta premisa es también muy sencilla: en esta ocasión la epidemia zombi se desata dentro de los muros del parlamento de Taiwan, famoso en todo el mundo por sus habituales y elaboradas trifulcas y peleas que se han convertido en un espectáculo recurrente en la tele. Es allí donde se desata la pandemia y donde nuestros protagonistas (una joven parlamentaria caída en desgracia y su torpe pupilo recién electo) deben luchar por sobrevivir mientras encuentran la salida. Hay también una subtrama acerca de una planta de desechos tóxicos que podría ser la causante de la epidemia, pero esta pronto es dejada de lado y no tiene lo que se dice mucha importancia.

Mucho más importante es, como sin duda podéis imaginar, el componente de sátira política producto de mostrar al parlamento como un lugar poco serio donde las rencillas y juegos de poder conforman un espectáculo de feria donde la gestión pasa a un segundo plano en favor del culto a la personalidad y las luchas internas entre los parlamentarios y sus ambiciones personales. En este contexto la idea de tener un protagonista idealista y algo tonto no hace sino reforzar ese estereotipo que a pesar de todo no está tratado con seriedad; esto es ante todo una comedia con gran énfasis en el slaptick, un ritmo y edición frenética y la incorporación del espectáculo de redes a la pantalla, incluso con memes creados para la película e incorporados a ella para beneficio del público.

Entiendo que a mucha gente se le pueda atragantar el muy básico sentido del humor de una película como Get the Hell Out, pero a pesar de sus poco elaboradas salidas cómicas y su final más parecido a una historia de superhéroes, se trata de un trabajo muy divertido que al menos no desperdicia lo que de entrada es una premisa muy atractiva. Además sus personajes caen muy bien, y las dinámicas cómicas entre ellos terminan teniendo incluso mayor gracia que los ataques de violencia de los zombis/infectados, lo cual sí que está muy visto ya.

Reseña: Slaxx (2020)

La directora Elza Kephart, debe saber muy bien que pocas cosas resultan tan atractivas en el cine de terror como una buena premisa. En el caso de su nuevo trabajo, Slaxx (2020) no parece, sin embargo, haber mucho más allá de la idea principal: una tienda de ropa bajo estado de sitio por una tanda de pantalones vaqueros asesinos que van cargándose a los dependientes uno a uno. Esta idea por sí sola debería bastar para dejar claro el tono de la historia y qué tipo de película de terror estamos viendo, y si bien es cierto que en ocasiones resulta muy divertida, también se siente como poca cosa y demasiado sencilla para su duración.

Digo esto último pensando sobre todo en cómo la sesión en que la vi estuvo precedida por un mensaje de la propia directora explicando cómo la película es realmente una sátira acerca de los horrores de la industria del fast fashion y sus terribles consecuencias tanto económicas como ecológicas, con lo que la idea de unos pantalones asesinos deja de ser una premisa chorra para convertirse en una metáfora moralista. Esto es sin duda alguna cierto, porque la película incluso es explícita al señalar los orígenes de la maldición en un campo experimental de algodón ubicado en la India, pero dicho simil es muy superficial y pronto queda claro que la cinta constituye básicamente un único chiste que se repite una y otra vez.

Mucho más interesante a mi parecer es la manera en que el guión presenta a la propia tienda de ropa, una cadena representada casi como una secta en la que dependientes, ejecutivos e influencers conforman una especie de culto secular del capitalismo. Es precisamente la interacción entre estos personajes lo que terminó teniendo para mí la mayor gracia, incluso por encima de la muestra de pantalones vaqueros masacrando gente de la peor forma posible, lo cual está realizado de forma tan artesanal que resulta imposible de tomar en serio, aunque hay que reconocer que en ningún momento la película pretende que lo hagamos.

Y ahí supongo es donde está mi problema; tal como está planteada, Slaxx es un divertimento muy sencillo que podría haber tenido una duración menor, ya que una vez que se produce la primera muerte a causa de los pantalones malditos, la cinta realmente no ofrece nada más que una constante repetición de una premisa un tanto forzada. Al verla no he podido evitar recordar de forma positiva el estreno hace unos años de la muy superior Bed of the Dead (2016), que partía también de una premisa tremendamente absurda pero tenía el valor de abordarla como si de algo serio se tratara, cosa que aquí ciertamente no ocurre.

Reseña: Yummy (2019)

Publicitada por su propio director como la «primera película de zombis del cine belga» (afirmación que por supuesto no puedo confirmar), lo que sí es seguro es que Yummy (2019) es otra entrada en el apartado de comedia de muertos vivientes, una que toma varios de los lugares comunes de este tipo de cine y los presenta con el empaquetado de una película con un humor de muy baja estopa y deliberadamente ofensivo. Esta sería su principal marca de identidad, y aunque funciona muy bien por momentos, habría que ver si es suficiente para mantenerla con vida de aquí a unos años.

Parte de este ambiente de comedia ofensiva es algo que se presenta ya desde el principio, cuando la chica protagonista acude junto a su novio y su madre a una clínica de cirugía estética de muy dudosa reputación ubicada en un país de Europa del Este que nunca es nombrado para hacerse una operación de reducción de pecho y dejar de ser así cosificada por cuanto hombre se le cruce. Por supuesto, una vez allí se produce la liberación accidental de un paciente afectado por una extraña condición experimental que hace que los muertos se levanten, y el resto ya os lo podéis imaginar: personajes en estado de sitio intentando escapar de la clínica mientras esta es tomada por los muertos vivientes.

El apartado de los zombis y sus estragos parece ser aquello en lo que los responsables de esta película han puesto sus mayores esfuerzos. Estamos hablando de una cinta muy violenta y sangrienta con unos efectos físicos francamente muy bien hechos aunque sean todos algo que hemos visto antes. El resto del cóctel está por supuesto en ese humor que como decíamos arriba busca ser deliberadamente provocador rozando a veces (y otras más que rozando) el mal gusto; al no ser nunca nombrado este país ficticio los personajes de la clínica hablan todos en un falso idioma ruso inventado (cosa que creo resulta más ofensiva que si simplemente hubiesen decidido que fueran rusos) exagerando su acento, y la gran cantidad de chistes hechos a costa de la cosificación de sus personajes femeninos y el apetito sexual de sus personajes masculinos (incluyendo una secuencia que alcanza su clímax con la imagen de un pene en llamas) es algo que seguramente no calzará muy bien con todo público. Es aquí donde se pondrá a prueba vuestra resistencia ya que es este sentido del humor y no los zombis o el gore donde está puesta la verdadera identidad de la película.

Con todo y eso debo decir que es mucho más divertida de lo que parece a simple vista, su elenco principal es muy bueno (sobre todo su protagonista, Maaike Neuville) y una vez desatado el caos zombi la película no para en su frenética muestra de violencia y humor de baja calaña. Es muy poco original incluso en su nivel de absurdo, ya que otras cintas del pasado como Evil Dead 2 (1987) o Braindead (1992) lo han hecho mucho mejor, pero me pareció rescatable aunque definitivamente no sea para todo el mundo.