Reseña: Slither (2006)

Varios meses después de su estreno, por fin he podido ver Slither (2006), una película altamente anticipada que sin embargo no disfrutó de una gran acogida en la cartelera, si bien muchos piensan que podría conseguir un leal grupo de fanáticos en formato casero. Puedo entender por qué: se trata de una cinta muy disfrutable, que ostenta con desparpajo todo ese espíritu cañero de los excesos típicos de los setenta y ochenta. Aún así, son varios los motivos que me llevan a pensar que el todo es mucho menos que la suma de las partes.

Y no es que no tenga promesa. Después de todo, su director y guionista James Gunn tenía ya todo un bagaje a su disposición, debido en gran parte a su experiencia con la mítica Troma, donde su trabajo como guionista le revelaban como un amante confeso del gore. En su contra tiene, obviamente, la autoría de los dos guiones de la saga de Scooby Doo, algo que todavía estoy reacio a perdonarle. Sencillamente, el hombre que había escrito aquella escena del concurso de pedos entre Shaggy y Scooby no era alguien digno de mi confianza. Cierto es, sin embargo, que se había redimido en gran medida al escribir el remake de El amanecer de los muertos (2004), un más que loable esfuerzo por salir del oscurantismo.

En cuanto a Slither, Gunn parece dispuesto a meterse en camisa de once varas. Su película comienza cuando un meteorito cae cerca de un pequeño pueblo de la América profunda habitado por rednecks y paletos varios, quienes son las próximas víctimas de una criatura amorfa que venía de polizón en la roca espacial. Tras infectar y poseer el cuerpo del hombre más rico del pueblo, Grant Grant (un Michael Rooker que está que se sale de su personaje), la criatura decide convertir a todos los habitantes del pueblo en sus esclavos zombis, a la vez que se transforma ella misma en una masa informe dispuesta a cubrir toda la tierra con sus parasitarios gusanos. ¿Quién va a detenerle? Pues nada menos que el siempre vigilante sheriff del pueblo, su viejo amor del instituto y una chica adolescente que «pasaba por ahí».

Estilísticamente hablando, Slither es impecable. Las fuentes de las que bebe son innumerables, tanto que escribirlas aquí sería llenar esta reseña de enlaces. Curiosamente, el mismo James Gunn afirma en su página oficial que nunca había visto el clásico ochentero Night of the Creeps (1986), de Fred Dekker, la película que inevitablemente nos viene a la cabeza tras contemplar varios de los momentos de esta cinta. Pero independientemente de esta omisión, lo cierto es que su director y guionista ha llenado todos y cada uno de los fotogramas de esta película de un festival de gloriosos excesos, a cada cual más sanguinolento, baboso y repulsivo. Y lo mejor de todo: si bien hay un uso evidente de imaginería digital, se ha dado preferencia a los efectos especiales de maquillaje de toda la vida, elevados por supuesto a la máxima potencia gracias a un presupuesto abultado, lo que convierte a Slither en una película de Troma, pero con pasta. Otro punto a su favor es su descojonante material cómico. Parte de su humor es bastante pueril, lo admito (la gracia de algunos personajes, como el alcalde Jack McReady, consiste simplemente en soltar tacos), pero aún así existen momentos absolutamente geniales, como todo lo que es la preparación del alienígena o lo que sin duda es el mejor uso que se le ha dado jamás a una canción de Air Supply.

Por desgracia, ciertos detalles dejan relucir que el director de Slither todavía no deja de ser un amateur, ya que si bien la película cuenta con una primera parte excelente y un efectivo clímax, toda la parte del medio está criminalmente desaprovechada. El momento en el que la narración abandona el punto de vista del Grant-monstruo y pasa a los otros personajes es, en mi opinión, una caída estrepitosa y lamentable. A partir de aquí, todo sucede demasiado rápido, como si Gunn tuviera prisa en llegar al final para así poder volver a pisar terreno seguro y conocido. Prácticamente todos los personajes que mueren lo hacen a la vez y con demasiado apuro, y para colmo el guión toma «atajos» tramposos, como por ejemplo el haber usado el mismo truco barato de Independence Day (1996) para descubrir la procedencia de la criatura (pero muy «fuerte», ¿eh?). Asimismo, gran parte del potencial de la historia está muy desaprovechado y se nota, como por ejemplo la relación entre el monstruo que ocupa el cuerpo de Grant y su esposa. Allí había todo un filón cómico que por desgracia no se aprovecha. Encima, a medida que la historia avanza, los personajes se hacen cada vez más básicos y estereotipados, y para cuando llega el final, casi todo lo que ha ocurrido ha sido producto de la casualidad.

Con todos sus defectos, eso sí, Slither es una película bastante recomendable. Sólo por su atrevimiento de revivir cierto tipo de cine ya se merece una consideración. Lástima que el desaprovechamiento de sus posibilidades y sobre todo las prisas (cuando terminó la película llegué a pensar que había durado algo así como una hora) hayan mermado su calidad final. Sin embargo, sus maravillosos efectos especiales y sus geniales momentos de humor la hacen una cinta muy divertida, si bien no muy memorable que digamos. Ojalá sirva, sin embargo, para estimular el surgimiento de otros trabajos hechos a la vieja usanza, porque de esto sí que necesitamos, y bastante.

 

Reseña: Un hombre-lobo americano en Londres (1981)

«Cuidado con la luna». Ese es el consejo que ofrecen unos aldeanos de las estepas inglesas a David y a Jack, dos mochileros americanos perdidos en el Viejo Mundo. Cuando estos desoyen tal consejo, son atacados por una inmensa fiera salida de la bruma. Jack muere destrozado en las fauces de la bestia, mientras que David sobrevive de milagro y despierta en un hospital de Londres. A partir de allí comienza su lenta pero inexorable transformación en el licántropo que aterrorizará a los transeúntes de Picadilly Circus, portador de una maldición que sólo puede eliminarse de una manera.

A pesar de sus muchos defectos, es fácil ver por qué Un hombre-lobo americano en Londres (1981) es una de las películas de terror más importantes de la década de los ochenta. Después de todo, 1981 fue el año de los licántropos, ya que aparte de esta, dos otras producciones compitieron por llevarse el palmarés de la mayor bestia mostrada en pantalla: El aullido (1981) y Wolfen (1981). El predominio de esta película sobre sus dos competidoras se debe principalmente a un hombre: el oscarizado Rick Baker, maestro del maquillaje que dio vida a las dos criaturas que adornan este largometraje: por un lado David, cuya transformación en licántropo es todavía considerada una clase magistral de maquillaje real (es decir, nada de imaginería digital) y por el otro su amigo Jack, quien se le aparece constantemente bajo la forma de un cadáver parlante que se va descomponiendo a lo largo de toda la película.

Precisamente detalles desternillantes como este son los que han hecho que se clasifique a la cinta como una comedia, cuando en realidad no lo es (al menos no totalmente). Después de todo, se trata de una película de John Landis, y por lo tanto participa de esa genial ambivalencia típica de este director. La violencia en Un hombre-lobo americano en Londres es horrible y cruel, pero al mismo tiempo está rodeada de un absurdo tal que hace de la película toda una delicia. La mejor prueba de esto es la escena en la que un desesperado David confronta a los espectros de todas sus víctimas en la sala de un cine porno, justo antes del clímax de la historia. Llegados aquí, sin embargo, nos encontramos con el que quizás sea el mayor tropiezo de la película, ya que su final es abrupto y violento, dejándonos con la sensación de haber presenciado un desenlace excesivamente oscuro para lo que nos anticipaba la singular ligereza de la película.

Sin embargo, aún con todas sus contradicciones, sigue siendo una pieza de referencia obligada, con sus desparpajos, su humor ingenuo combinado con su brutalidad sin reservas, su banda sonora (hecha exclusivamente de canciones con la palabra «luna» en el título) y sobre, por poner bien alto el listón en lo que a hombres-lobo se refiere. Más de 25 años después no ha perdido ni un ápice de su garra, lo que la convierte en un logro envidiable.

 

Reseña: Deer Woman (2005)

El camp (intraducible término anglosajón que define a aquellas formas narrativas que se regodean intencionalmente en su risible absurdo) es algo en lo que, por lo general, desconfío. La mayoría de las veces me parece un pobre recurso empleado por pobres creadores que buscan de alguna manera justificar su mediocridad o su falta de fe en el material con que trabajan. Demasiados casos se han visto de estos, pero existen excepciones, auténticos talentos que saben emplear el ridículo a gusto y lo convierten en un arma demoledora, como Joe Dante, Sam Raimi o Peter Jackson. Otro que cae en esa categoría es el director John Landis.

Injustamente maltratado por un gran sector del público que no le perdona por el trágico accidente del rodaje de Twilight Zone: The Movie (1983), Landis es un hombre que ha tenido que ganarse el respeto de la crítica prácticamente a golpes. Es más famoso como director de comedias ochenteras, y de hecho apenas se ha adentrado en el mundo del horror en un par de ocasiones. Sin embargo, califica inmediatamente como un «maestro» cuando resaltamos en su currículo el título de Un hombre-lobo americano en Londres (1981), una de las más famosas películas de licántropos de la historia y, asimismo, una prueba de lo que hace este hombre cuando mezcla (como pocos) el humor y el terror. No es extraño entonces que su aportación para el séptimo episodio de Masters of Horror, Deer Woman (2005), vaya por esta misma línea.

A diferencia de lo que lograron los episodios de Joe Dante y Takashi Miike, quienes emplearon materiales complejos de los cuales se podía sacar mucho, el capítulo de Landis brilla por su simplicidad: un sencillo guión co-escrito con su hijo en el cual se da vida a una antigua leyenda indígena acerca de una criatura mitad mujer y mitad ciervo que seduce hombres lujuriosos y los golpea hasta reducirlos a pulpas sanguinolentas. Al decidir no tomarse la historia demasiado en serio (vamos, que se trata de una mujer-ciervo) John Landis consigue crear el que sin duda es el menos terrorífico de todos los episodios de Masters of Horror, pero que al mismo tiempo es uno de los más agradables y entretenidos de ver. La trama se construye como un policial alrededor de la figura de Dwight Faraday, antigua gloria del departamento de policía que se ha visto degradado al vergonozoso departamento de «Ataques de animales» y que se topa de repente con un caso que podría demostrar que todavía da el pego como detective: una serie de extraños asesinatos a hombres lujuriosos, para cuya solución está dispuesto a lanzar hipótesis que van desde la zoofilia hasta la intervención de monstruos mutantes.

Las virtudes de Deer Woman no se reducen, sin embargo, a su descabellado argumento; en el reparto hay auténtico oro (y no me refiero únicamente al feliz descubrimiento para la pantalla de la modelo brasileña Cynthia Moura). Brian Benben está absolutamente genial en el papel protagónico. Su personaje es un tipo tan real que te cae bien de entrada. Recordando, además, su trabajo en la tristemente desaparecida serie Dream On (producida, por cierto, por Landis) llego a la conclusión de que este es un actor que necesita ser rescatado del oscurantismo mediático, pero ya. Benben le mete todo a su personaje dotándolo de una simpatía que en gran parte se debe a su cómico heroismo. Faraday es un detective inteligente pero tremendamente despistado y torpe, algo que queda evidenciado no sólo en su aparatosa confrotación final con la mujer-ciervo, sino en el curioso hecho de que la mayor pista que obtiene para resolver su caso llega hasta él de forma accidental. Lo juro, pueden verlo ustedes mismos. Su compañero, quien acuña la frase «eh, tú eres Sherlock, yo soy sólo Watson» tampoco lo hace nada mal, y la investigación que llevan a cabo mezcla los detalles escabrosos del gore con un absurdo caricaturesco que, sinceramente, no había visto desde los tiempos en que Bruce Campbell se enfrentaba a los deadites de Sam Raimi.

En este sentido, el formato de una hora no es suficiente para Deer Woman. La historia de los asesinatos transcurre demasiado rápido, y la llegada casual de los dos detectives al misterio indígena que rodea a su misteriosa asesina parece hacer más evidente el hecho de que esta película se hubiese beneficiado mucho de unos veinte minutos extra de metraje que hubiesen podido dar una buena dimensión de profundidad al relato. Al igual que en Un hombre-lobo americano en Londres, el final es acelerado y repentino, dejando al espectador queriendo llegar un poco más allá en la resolución del conflicto. No sé si Landis nos está haciendo esto a propósito, pero sinceramente espero que no. Al menos, los 55 minutos que sí existen de su episodio le hacen una nada desdeñable adición al ya de por sí difícil panorama de las comedias de horror.

 

Reseña: Sick Girl (2006)

Me resulta francamente imposible ser imparcial con Sick Girl (2006), décimo capítulo de Masters of Horror. La razón es que, para mí, cualquier película que tenga a Angela Bettis en el reparto merece ser vista, especialmente si quien la dirige es (como en este caso) Lucky McKee, cuya ópera prima, May (2002), es una de las mejores cintas de terror que se han estrenado en los últimos años. En cuanto al episodio que hoy nos toca, la balanza se inclina especialmente del lado de la comedia, dejando los aspectos meramente «terroríficos» únicamente para el final de una trama que, según palabras del propio director, puede ser definida como «la historia de dos chicas y el insecto que se interpuso entre ellas».

Angela Bettis, el fetiche actoral de McKee, hace el papel de Ida Teeter, una entomóloga lesbiana reprimida y tímida cuya vida sentimental es constantemente saboteada por su trabajo y su excéntrico gusto por los insectos. Ida cree que nadie le hará caso hasta que su amigo y colega (incansable mujeriego que no hace sino soñar con los encuentros lésbicos de su amiga) le aconseja que le hable por fin a la extraña chica que se sienta en el lobby del edificio a dibujar hadas. La chica en cuestión, Misty (interpretada aquí por Erin Brown, verdadero nombre de «Misty Mundae», famosa actriz de películas eróticas), resulta ser una ferviente admiradora de Ida, por lo que el flechazo es instantáneo. Sin embargo, el mismo día en que se conocen, Ida recibe un extraño insecto de una especie desconocida, que al escapar, muerde a Misty y comienza con ella una relación que no será desconocida para aquel que haya leído el cuento El almohadón de plumas, del escritor uruguayo Horacio Quiroga.

Sick Girl se centra mucho en explicar la relación de pareja de Ida y Misty, ya que toda la historia puede funcionar como metáfora de la manera en que cambia alguien que amamos una vez pasa a compartir nuestro hábitat y cotidianidad, todo esto aderezado con dotes muy buenas de humor (me encanta la escena en la que Ida y su amigo descubren una cucaracha muerta en la comida china). Sin embargo, el contenido terroríficio no deja de estar presenta, ya que la lenta transformación que va sufriendo Misty a través de su contacto con el insecto (que está más relacionado con ella de lo que inicialmente cree) da el suficiente mal rollo como para arrancarnos una que otra mueca de disgusto mientras recordamos los pasados trabajos de David Cronenberg.

Se trata además de uno de los episodios que más se apoya en la interpretación de sus jóvenes actrices, ambas fenomenales. Erin Brown, en su primer papel importante dentro del cine «mainstream» lo hace sorprendentemente bien, y si bien la historia tarda en llegar a su final, así como a su clímax terrorífico, éste es tan bueno que no nos deja decepcionados. El cuadro final, particularmente, cierra de manera perfecta esta historia con ese toque de humor grotesco al que Lucky McKee ya nos está dejando acostumbrados. Esperemos solamente que su participación en la serie permita la pronta salida de su película The Woods (2006), la cual por desgracia todavía no tiene distribuidora.

En fin, un episodio más que correcto. McKee quizás no tenga la experiencia necesaria para ser un «Maestro del Horror», pero no cabe duda de que es alguien a quien no hay que perder de vista.


Nota: Cada vez estamos más cerca de la reseña número 100. No olviden enviarme los nombres de tres películas que quieran ver en forma de reseñas especiales y las voces mayoritarias serán complacidas. Pueden dejar las sugerencias como comentarios o al lobohombreriera(arroba)gmail(com) .

 

Reseña: Bubba Ho-Tep (2002)

Bubba Ho-Tep (2002) es una de esas películas imposibles de clasificar en un género específico. ¿Es una cinta de terror? Pues la verdad es que sí; después de todo, una película donde aparezca una momia viviente que succiona las almas de sus víctimas tiene por fuerza que pertenecer a ese género. Sin embargo, también es una comedia. ¿Cómo no va a serlo, si trata de un Elvis Presley anciano y decrépito, con un tumor en el pene y viviendo en un asilo de ancianos mientras todo el mundo le da por muerto? Para colmo, la única persona que cree su historia es otro de los residentes del asilo, un hombre que afirma ser el mismísimo John Kennedy, a quien el gobierno ocultó tras teñir su piel de negro y retirar parte de su cerebro. Lo curioso es que, además, esta película es un drama, una visión de la vida que se acaba y del espíritu que se niega a compartir la decadencia del cuerpo.

La importancia de la cinta radica, además, en que en ella se lucen dos grandes estrellas de género que no habían tenido demasiada resonancia últimamente; una es su director, Don Coscarelli, quien (hay que reconocerlo) llevaba casi dos décadas viviendo de la renta que le generara el éxito de Phantasm (1979) y sus secuelas. El otro que está genial es el semidios de serie B Bruce Campbell, quien realiza una de sus mejores actuaciones hasta la fecha en el papel principal de Elvis Presley. La lucha de este personaje y de «JFK» contra una momia cow-boy que mata a los ancianos de noche succionando sus almas por el ano constituye una de las propuestas más demenciales que se han visto en años, y que se convierte (maravillosamente) en una de las historias más disparatadas, conmovedoras y efectivas reservadas a este género de películas, sin olvidar por supuesto las convenciones del género de terror, punto de partida de toda su locura.

Porque la verdad es que Bubba Ho-Tep no es enteramente una comedia, por más que pudiera parecerlo con semejante premisa. Lo curioso es que precisamente partiendo de una idea tan descabellada nos encontremos con una película tan melancólica, en la que las escenas de un Elvis decrépito haciendo kung-fu frente a la momia succiona-almas se intercalen con un comentario tan rebosante de nobleza, en el que un hombre que está en las últimas decide luchar por las migajas de dignidad que el mundo le ha dejado. La verdad es que, como público, nunca sabemos si los personajes interpretados por Bruce Campbell y Ozzie Davis son realmente quienes dicen ser, pero es imposible no sentirse conmovido ante el valor demostrado por estos hombres que se ven forzados a cometer un acto heróico cuando lo más fácil (y predecible) para ellos sería sencillamente echarse a morir.

La mayor parte del peso de la película la lleva sin duda Bruce Campbell. No solamente nos deleita con ese desborde de carisma en pantalla al que nos tiene acostumbrados, sino que la suya es una actuación con todas las de la ley. El hombre simplemente es Elvis, y no porque se le parezca físicamente, sino porque logra llevar el personaje a una profundidad inusitada al adaptar la personalidad de Presley a las nuevas circunstancias de su vida. El Elvis que vemos aquí es sumamente contemplativo, lamentable en su patetismo, pero noble en cuanto a su apego a la vida. Asimismo, la conexión entre Campbell y Davis es total, y los dos forman un dúo inusitado que conecta con el espectador de inmediato.

La película, realizada con un presupuesto mínimo (que, obviamente, no bastaba para incluir ni una sola imagen real de «El Rey» o siquiera un segundo de audio de sus canciones) resultó no solamente un éxito de taquilla, sino también toda una revolución en los diferentes festivales donde fue presentada, dando una auténtica respiración asistida a la carrera de Don Coscarelli, quien se ha visto «premiado» con su propio episodio de Masters of Horror y la posibilidad de volver a dirigir proyectos propios. Por ahí viene la precuela, que ostenta el atractivo y prometedor título de Bubba Nosferatu: Curse of the She-Vampires (2006), con lo que no es arriesgado decir que nos hayamos ante el inicio de una de las sagas más deliciosamente extrañas que se puede encontrar en esta década.

 

Reseña: Shaun of the Dead (2004)

En 1999, Edgar Wright y Simon Pegg crearon uno de los mayores hitos de la televisión británica en los últimos años, la serie Spaced, relato post-moderno que escudriñaba las vidas de unos auténticos perdedores que bordaban los treinta años de edad y que no podían cambiar el mundo porque estaban demasiado ocupados tratando de llevar el día a día de un piso compartido y un trabajo poco estimulante, cuyos efectos mitigaban con su adicción a los videojuegos y a las horas de ocio en el sofá. La serie, dirigida por Wright y protagonizada por el propio Pegg (quien en poco tiempo se consolidó como uno de los mayores descubrimientos de la nueva comedia inglesa) se mantuvo hasta el año 2001, pero aunque estaban fuera del panorama televisivo, los dos volverían a reunirse poco después para crear Shaun of the Dead (2004), magnífica parodia del cine de zombis que es, sin duda, una de las mejores comedias de horror jamás hechas desde que Sam Raimi estrenara Evil Dead 2 (1987).

El póster original de Shaun of the Dead describe esta película mejor que nadie al definirla como «una comedia romántica… con zombis». Tomando el concepto que hiciera un éxito su antigua serie televisiva, Edgar Wright arranca su película en base a la premisa de que, dadas las evidentes características de la sociedad que nos rodea, una epidemia de zombis crecería a un nivel incontrolable mucho antes de que nosotros notáramos la diferencia. Y de hecho, nuestro protagonista, Shaun, el típico joven-adulto sin dirección, que sólo quiere ir a tomarse unas birras con los amigos y jugar a la Playstation, se levanta cada mañana para ir al trabajo en un autobús cuyos adormilados transeúntes nada tienen que envidiar a los muertos de George Romero. Ese día en cuestión es el peor de la vida de Shaun: su trabajo cada vez le ofrece menos satisfacciones, su compañero de piso amenaza con echarle si no se deshace de su indolente mejor amigo, y su novia le deja porque no es un «buen partido». Para colmo, sucede entonces lo único que puede empeorar su día: los muertos se levantan en una orgía antropófaga de proporciones bíblicas.

Desde el momento en que la amenaza se desata, en un principio de manera inadvertida para Shaun y su amigo Ed (uno de los mejores momentos de la película es una larga secuencia ininterrumpida en la que un Shaun con resaca va a la tienda de la esquina y regresa sin darse cuenta del desastre y peligro a su alrededor) estamos completamente enganchados con una situación apocalíptica que raya en lo absurdo. El protagonista es precisamente lo menos parecido a un paladín que hay, ya que su tentativa heróica se reduce a recluirse junto a las dos mujeres que ama (su madre y su novia) en el sitio que más ama: su adorado pub, el «Winchester», que con el tiempo se ha convertido en su segundo hogar y al que considera una fortaleza inexpugnable. El resto de la película podría ser lo típico en una muestra de este tipo de cine si no fuera por el humor con el que los personajes han abordado la situación, humor que por supuesto no esta libre de marcadas referencias a otras películas similares que han servido de inspiración y por las que Wright evidentemente se siente fascinado; de hecho, el mismo George Romero es uno de los fans más entusiastas de esta parodia, hasta el punto de haber ofrecido a Simon Pegg y a Nick Frost, los protagonistas, sendos cameos en su posterior trabajo, La tierra de los muertos (2005).

Pero hay más que solamente referencias. Si algo fascina de Shaun of the Dead es que se trata, precisamente, de una historia cotidiana perfectamente identificable, de la lucha de los zombis «muertos» (monstruos sobrenaturales cuyo origen, en la tradición del cine de cadáveres antropófagos, nunca es explicado) y los zombis «vivos» (esos vagos bienintencionados y sin ambiciones, que solamente desean su merecida paz para dedicarse a los placeres de la evasión). La actitud de estos personajes ante el desmoronamiento de su mundo es, a partir de aquí, desquiciada pero inmensamente coherente con su filosofía de vida. De hecho, hay que postrarse de rodillas ante el genio de una escena en la cual Shaun y Ed, que han decidido utilizar una colección de discos de vinilo como arma arrojadiza, se detienen un momento en pleno ataque para hacer una selección de aquellos álbumes que merecen ser rescatados de la llegada del Fin de los Tiempos. Y si bien es cierto que al mismo tiempo, la experiencia apocalíptica sufrida por Shaun le ayuda a alcanzar cierto grado de «madurez» y «superación», no deja de ser magistral el momento en el que esta película acomete el que es para mí el mejor de todos sus chistes: la inmensa ironía nunca desarrollada en este tipo de cine según la cual el mundo regresa a un estado normal incluso después de haber presenciado un revuelo clave y único en su historia. Ciertamente, el mundo que esta cinta pinta después del Armaggedon al que somete a sus personajes es el mejor comentario social que he visto en años. Si alguien lee estas líneas y aún no ha visto las aventuras zombífilas de Shaun y Ed, hay que tener una gran dosis de piedad por su condenada alma, que espero se redima lo antes posible.

 

Reseña: Beyond Re-Animator (2003)

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Ahora que la productora Fantastic Factory es oficialmente historia, creo que es sano aprovechar unos momentos para comentar algunas de sus películas. En mi caso, la primera que vi fue Beyond Re-Animator (2003), tercera parte de la saga iniciada en 1985 por el mítico Stuart Gordon, y que tuvo que venir a España para ver de nuevo la luz. Ignoro si recibió un estreno en los cines españoles, pero puedo asegurar que su distribución en los Estados Unidos fue «directa a vídeo». Es una lástima, porque sin duda que esta tercera parte de las aventuras y desventuras del doctor Herbert West merecía un destino mejor.

La película está dirigida por Brian Yuzna, quien ya había estado al mando de la secuela anterior, Bride of Re-Animator (1990), la cual no había recibido muy buenas críticas. Las expectativas, por lo tanto, estaban bastante bajas, a pesar de que Yuzna ya había demostrado una gran dosis de talento con películas como El regreso de los muertos vivientes 3 (1993) y El dentista (1996), en mi opinión dos obras indispensables de lo que es cine serie B de calidad. Buscando salir hacia un escenario completamente nuevo, Yuzna abre la historia justo en el final de la secuela anterior, cuando uno de los cadáveres reanimados del doctor West irrumpe en la casa del pequeño Howard Phillips, asesinando brutalmente a su hermana mayor, hacia la cual el niño siente un amor fraternal un tanto sospechoso. Por supuesto, el desquiciado doctor West da con sus huesos en la cárcel, y trece años después, el joven Howard, convertido en médico, entra a trabajar en el mismo recinto penitenciario. Pero la sorpresa es que Howard no está buscando venganza… ¡sino la oportunidad de trabajar junto al doctor West en su búsqueda de la cura contra la muerte! Por supuesto, las cosas se salen de control y los muertos vivientes del «reanimador» desatan el caos y la destrucción en medio de un motín penintenciario que nada tiene que envidiar al de Attica.

Beyond Re-Animator resulta una secuela bastante digna, en primer lugar porque sabe mantener aquellos elementos que hicieron de la original un clásico, entre ellos una violencia tan caricaturesca que deriva en pura comedia. Sin embargo, estos detalles sanguinolentos y ridículos no están exentos de cierta carga grotesca y perturbadora, ya que el suero de reanimación del doctor West funciona diferente en cada personaje, a menudo desatando aquellos aspectos más escondidos de su personalidad. El loco tontainas de la prisión se convierte en una bestia llena de traumas de carácter freudiano, el maleante hispano de turno es «reanimado» en la forma de un torso, y mención especial para un Santiago Segura (infaltable en una producción de este tipo) en su papel de drogadicto que por casualidad se inyecta la sustancia equivocada y termina con su cabeza explotando como una piñata, por no hablar de la chica buena convertida, gracias a la magia del líquido verde, en una sadomasoquista de ultratumba experta en la castración por vía dental.

Pero todos sabemos muy bien cual es el plato fuerte: Jeffrey Combs. Este semidios absoluto del género está (una vez más) absolutamente genial como el doctor West, con la fría naturalidad de científico loco que se cree (mejor dicho, que se sabe) superior a todos aquellos que se oponen a sus designios. Definitivamente, la actuación de Combs es el principal atractivo de esta película (y eso que sale, Dios mío, ella).

A pesar de sus limitaciones, y del hecho de que la historia no hace un gran esfuerzo por ofrecer cosas que no hayamos visto en las dos anteriores secuelas, Beyond Re-Animator sigue teniendo gancho. Sus valores de producción resultan bastante correctos (es uno de esos casos en los que una película parece más cara de lo que es) y en mi mente queda archivado como uno de los mejores esfuerzos de Fantastic Factory, lo sucifientemente recomendable para que el doctor West (el Depak Chopra del cine hemoglobítico) se mantenga trabajando un poco más.

 

Reseña: Gremlins (1984)

El término “Gremlin” fue acuñado por los pilotos americanos de la Segunda Guerra Mundial para definir aquellos desperfectos mecánicos que surgían inexplicablemente cuando la maquinaria estaba en perfecto estado. Durante los 80, el término fue empleado por el americano promedio para referirse a aquellos componentes mecánicos de origen extranjero que se “colaban” en los coches de fabricación americana. Dichos artilugios, obviamente, eran culpados por los ocasionales desperfectos de los vehículos. Ahora, si tuviera que resumir en dos líneas el argumento de la película Gremlins (1984), diría que es básicamente la historia de unos peluches chinos que se convierten en monstruos y comienzan a matar gente. No es casualidad que la historia esté ambientada en navidad, época en que una infinidad de juguetes de fabricación asiática desborda los árboles de millones de hogares americanos (y no americanos), precisamente durante la década de los 80, cuando la cultura del YO imperaba, la economía Reagan estaba de moda y el temor a la auténtica invasión asiática (aquella de las corporaciones japonesas que compraban acciones de empresas americanas como si fueran mazapán) aterrorizaba al hombre de a pie. Creo que es más que evidente la relación que hay entre el término y el filme en sí. La película incluso encarna este concepto en el personaje del señor Futterman, un hombre obsesionado con la tecnología de factura nacional que continuamente recomienda aquello “Made in America”.

Pero decir que Gremlins es una comedia sobre las paranoias del capitalismo ochentero (con todo y una malvada anciana que vive con un montón de gatos, todos ellos bautizados con los nombres del dinero de diferentes países) es, en mi opinión, quedarse corto. Esta película de Joe Dante, con guión de Chris Columbus, no olvida su exotismo en ningún momento, así como su fidelidad al género de donde proviene, esa difícil mezcla de comedia y horror. A pesar de que no haya podido explotar todo su potencial, continúa siendo una presencia ineludible en prácticamente cualquier lista de “cine de los 80” que se pueda imaginar. Al menos eso creo yo.

Llega la navidad, y Randall Peltzer, inventor, entra en una tienda de productos exóticos del barrio chino de Nueva York buscando un regalo para su hijo Billy, el típico joven de pueblo. Lo que encuentra allí es un mogwai, probablemente la criatura más tierna del mundo, un peluche vivo de ojos grandes y carácter alegre, que además canta de una forma enternecedora. El nieto del dueño de la tienda se lo vende a espaldas de su abuelo, pero le advierte que para tenerlo debe seguir tres reglas: no exponerlo a la luz, no dejar que entre en contacto con el agua y (sobre todo) no dejar que coma después de la medianoche. De más está decir que cuando Billy incumple una a una todas estas reglas, el infierno se desata en su pequeño pueblo, invadido de repente por una horda de criaturas verdes de origen asiático y provistas de un sadismo sin límites.

Pocos lo creerían hoy por hoy, pero en su fase inicial de producción, Gremlins fue concebida como todo un festival gore. El guión original (que incluía a Gizmo como el villano) tenía incluso una escena en la que Billy regresaba a casa y encontraba a su madre decapitada por una de las criaturas, con su cabeza rodando escaleras abajo. Estos detalles fueron desechados en favor de un Gizmo heroico que sin querer daba origen a un montón de desalmados enanos verdes, quienes no solamente se regodeaban con la destrucción y el caos, sino que además tenían gran afición a los productos de consumo, como la cerveza, la ropa, los juguetes, los coches y las golosinas, además del cine (mi imagen predilecta siempre ha sido la de los Gremlins atravesando con sus garras la pantalla de un cine donde han estado viendo una película de Disney, en una actitud que parodiaba aquella de los humanos). No es casualidad, siguiendo este orden de ideas, que la confrontación final tenga lugar en los pasillos de una tienda por departamentos.

Definitivamente no es una película perfecta, y no me atrevería a decir cómo hubiese sido si la particular visión de su guión original se hubiese llevado a cabo, pero de entre todas las comedias de horror de los años 80 (y hay muchas) esta es probablemente una de las que recuerdo con mayor aprecio, aunque dicho aprecio tenga mucho de nostalgia.

 

Reseña: The Frighteners (1996)

Antes de que los hobbits le cubrieran de gloria (y dinero), Peter Jackson dirigió esta maravillosa comedia de horror en su Nueva Zelanda natal. The Frighteners (1996) estaba destinada a ser parte de la saga de películas de Tales From the Crypt, siguiendo los pasos de Demon Knight (1995) y Bordello of Blood (1996), pero Robert Zemeckis, productor ejecutivo, quedó tan fascinado con el guión que decidió darle una oportunidad en solitario. La verdad es que fue una sabia decisión, porque así evitó el estigma de gran parte del público para con esta película, que cumple a cabalidad con la nada fácil tarea de producir una comedia utilizando los elementos clásicos del cine de terror. Nada fácil, en verdad.

La historia va de la vida y aventuras de Frank Bannister (interpretado por el eternamente joven Michael J. Fox), un arquitecto fracasado que, tras sufrir una experiencia traumática que le costó la vida a su joven esposa, ha desarrollado la extraña facultad de «ver» a los muertos. En vez de amargarse la vida por ello (como cierto niño), Frank ha entablado amistad con tres fantasmas que le ayudan a ganarse el pan a través de una serie interminable de estafas: los espectros aterrorizan casas de adinerados particulares que luego Frank, haciéndose pasar por experto paranormal, logra exorcizar a un módico precio. Pero un día sus habilidades son puestas a prueba cuando un espíritu no tan benévolo comience a matar sin piedad a cuantos se le cruzan por delante, y Frank tendrá que detenerle antes de que sea él el próximo.

Como dije antes, mezclar terror y comedia es difícil, pero en esta película se logra casi a la perfección. Esto no se debe únicamente a la hábil mano de Peter Jackson (quien ya había dirigido una comedia/horror de culto en 1993 llamada Brain Dead) sino a un elenco realmente ideal. Michael J. Fox resulta simpático, como siempre, Jake Busey se la pasa muy bien en su papel de asesino en serie, Peter Dobson está correcto como un parásito detestable que no puede aceptar el hecho de que ha muerto («tengo solamente 29 años, hago ejercicio, como bien, ¡mi mujer es una jodida doctora!») pero el que realmente SE ROBA EL SHOW es el veterano actor de serie B Jeffrey Combs, quien está absolutamente GENIAL en su rol de un desquiciado agente del FBI tipo Mulder que sencillamente se ha vuelto loco de tanto lidiar con fenómenos paranormales (recomiendo ver la película en inglés para no perderse sus míticas frases como «estás intentando entrar en mi mente, ¿verdad?» y «mi cuerpo es un mapa de dolor»).

Entre sus defectos padece la presencia de algunos personajes demasiado estereotipados (como ese fantasma negro de los 70) y un recurso final bastante insulso: el clásico «todavía no era tu hora», aunque esto no desmerece el buen rato que se pasa con sus habilidades cómicas. Pero lo mejor de todo es que, aún siendo graciosa, The Frighteners logra crear una atmósfera que en nada desentona con lo que debe ser una película de terror, por lo que considero que estamos en presencia de una obra hecha por gente que conoce el género, y sobre todo, lo aprecia. Altamente recomendable, sin lugar a dudas.

 

Reseña: La novia de Chucky (1998)

Realizada diez años después de la Child’s Play (1988) original, y siete tras su última secuela, nuestro muñeco favorito regresa completamente reinventado en La novia de Chucky (1998), una película que reviso hoy, tras nada menos que ocho años de haberla visto por primera vez. De todas las entregas de la saga, es increíble que sea esta la que haya envejecido con mayor dignidad, hasta el punto de que no siento ningún reparo en decir que me parece la mejor y más interesante de todas las películas que he visto hasta ahora del famoso muñeco asesino. La clave de por qué me parece la más grande de todas está en que por primera vez los responsables (con el guionista Don Mancini a la cabeza) parecen haberse finalmente decidido a tirar la casa por la ventana y explotar todo lo que se le puede sacar al personaje en una película valiente que rompe de forma radical con todo lo que antes había hecho la saga.

La forma de esta ruptura es obvia; La novia de Chucky decide tomar la saga en una nueva dirección al hacer de esta entrega una comedia de horror en la que Charles Lee Ray ya no intenta pasar su alma al cuerpo de un crío (ahorrándonos así más actores infantiles) sino que ahora realiza un viaje por carretera para recuperar un amuleto mágico que le permita abandonar el muñeco en el que está atrapado. El empleo de un elenco de jóvenes y la mirada irónica no sólo hacia la saga de Child’s Play sino también a otras franquicias de terror (como nos dejan claro esos guiños en el almacén de la primera escena) evidencian que esta es una película que sigue los pasos del Scream (1996) de Wes Craven, pero aumentando las dosis de comedia sin por ello renunciar a la sangre y a la violencia desmedidas. Este delicado equilibrio es uno de los mayores logros de la película y algo que por primera vez la saga parece haber conseguido de forma exitosa.

Por supuesto, gran parte del mérito está en las actuaciones, no sólo del siempre eficiente Brad Dourif sino también de Jennifer Tilly en el rol de Tiffany, la novia de Chucky. Tilly, una fantástica actriz con una presencia y un carisma innegables, es un acierto de casting fenomenal que vitaliza por completo la película, no sólo cuando aparece como humana sino también como la voz de la muñeca. Viéndola de nuevo me he dado cuenta de cómo clava el tono de su personaje como una psicópata de apariencia dura pero con ínfulas de sufrida ama de casa, y me repito a mi mismo que difícilmente me podría imaginar a otra en su lugar. La inclusión de este personaje es muy importante no sólo por el motivo evidente de la novedad sino porque por fin Chucky tiene un personaje con quien interactuar, lo que da pie a momentos de humor memorables, una complicidad entre los dos personajes a la hora de matar que los convierte en los auténticos protagonistas y que proporcionan un filón cómico que se explota a fondo, como la ya famosa escena de sexo entre muñecos o la también muy buena pelea doméstica.

Evidentemente estos dos personajes acaparan toda la atención hasta el punto en que no hay mucho qué mencionar acerca de los dos adolescentes humanos que juegan el funcional papel de protagonistas y que son bastante olvidables (por mucho que la chica sea una jovencísima Katherine Heigl). De todas formas estos y la trama (que tiene grandes paralelismos dramáticos con La novia de Frankenstein (1935), semejanzas que la película misma se encarga de dejar claras) son lo de menos; lo importante aquí es ver a Chucky y Tiffany actuar y conseguir la que sin duda es la más divertida entrega de la saga. Por supuesto el final es lo que todos recuerdan debido no sólo a que dio pie a una secuela más sino también por superar todos los límites de la película en cuanto a lo grotesco y el mal gusto bien entendido. Podéis tenerlo por seguro: La novia de Chucky es el punto más alto de una saga que sólo ha podido ser dignificada a través de la parodia.