Reseña: 13 fantasmas (1960)

Incluso para los estándares de sus contemporáneas, la versión original de 13 fantasmas (1960) es uno de los trabajos más ligeros que hiciera William Castle, quien como es bien sabido pasó a la historia más por los trucos con los que amenizaba las proyecciones que por sus propias habilidades como cineasta. Esta de la que hablamos hoy no es la excepción, y aunque resulta menos artificiosa que otros de sus trabajos como House on Haunted Hill (1959) o The Tingler (1959), por nombrar sus dos obras más conocidas, es también una de las más afincadas en la comedia y que menos puede considerarse «de terror».

La ligereza de la película se nota ya en un argumento que hemos visto muchas veces sobre todo en parodias de lo sobrenatural: una familia en serios apuros económicos ve cambiar su suerte cuando le toca en herencia una mansión de un familiar lejano que tenía en ella su particular colección de fantasmas, doce de ellos para ser exactos (incluyendo el fantasma del mismo familiar fallecido) que comenzarán a hacer la vida imposible a los recién llegados intentando cobrarse una vida para añadir un miembro más a su grupo. La gracia está, sin embargo, no en la trama en sí sino en el truco que Castle inserta en la película: el protagonista solo puede ver a los fantasmas poniéndose un par de gafas especiales, acto que en la proyección original era imitado por el público quien podía también ver a los espectros poniéndose unas gafas de cartón y celofán que se entregaban en la puerta del cine.

Por supuesto ninguna de las ediciones domésticas de la película hoy en día reproduce este particular efecto, aunque mucho me temo que tampoco nos estemos perdiendo de mucho porque el diseño de los fantasmas deja mucho que desear y parece estar más inclinado hacia la comedia que cualquier otra cosa. No solo eso sino que encima aparecen muy poco, siendo la mayor parte del metraje dedicado a las interacciones de la familia protagonista hablando entre ellos y sacando la mayor parte de las situaciones cómicas, algunas de ellas bastante penosas. Esto último es una lástima porque precisamente la premisa de la película y sus anbiciones de atracción de feria hacían que esta pidiese un tratamiento más espectacular que Castle no pudo o no quiso darle, optando en cambio por un entretenimiento mucho más ligero que desperdicia su propio potencial.

Nunca había visto esta película antes y debo reconocer que hacerlo me ha provocado curiosidad por revisitar su remake del 2001, el cual en su momento no me gustó nada pero que al menos sí parece haber entendido los requirimientos de la premisa a nivel de espectáculo. Esta de hoy tiene algunas ideas interesantes pero se siente como muy poca cosa si se le compara con el resto de la obra del propio William Castle, quien solía poner mucho más de su parte a la hora de hacer de sus películas una experiencia única para el público.

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